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Flamenconomía, nociones de economía y otros cantes: 2/ “El turronero, la caló y el capitalismo de plataforma»

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En la segunda participación en el programa radiofónico «El Paseo» hemos hablado del trabajo, el empleo y las nuevas transformaciones que está imponiendo el capitalismo de plataformas.

En gran medida, las reflexiones han partido de la siguiente letra flamenca, cantada por El Turronero.

Letra: Al empezar la caló (tientos) Turronero

al empezar la calor/ empezaban los jornales/ y cuando llegaba el frío/vaya usted, que Dios le ampare

balcón de las martingalas/ ventanita del patrono/ el que quiera que se asome/ y se conforme con poco

me dice la gente/ me lo van diciendo/ que ando medio loco de tanto pensar/ lo que me pasa es que no puedo más/ porque a mí nadie me ha dao/ lo que me tienen que dar

Y es que no son pocas las similitudes entre las condiciones laborales impuestas por el capitalismo de plataforma y el trabajo jornalero. Andalucía, y su eterna explotación obrera, como vanguardia del «progreso retrocededor» que significa la «uberización» de las relaciones laborales.

Pero previamente a analizar las actuales condiciones laborales hemos comentado qué es el trabajo. ¿Es trabajo limpiar tu casa?; ¿es trabajo cuidar de tus hijas e hijos o de los mayores?; ¿es trabajo hacer este programa de radio sin cobrar? La idea y concepto de trabajo que tenemos en nuestras mentes es la que ha generado la economía capitalista. La economía capitalista tiene por objetivo los beneficios empresariales. Tan sólo considera trabajo aquellas actividades que generan beneficios empresariales. Por eso, las actividades anteriores no son consideradas trabajo. Por eso, las mujeres que de forma mayoritaria han realizado estas tareas en nuestra sociedad no han sido valoradas como trabajadoras.

Sin embargo, para una economía que tenga por objetivo la satisfacción de las necesidades de las personas, estas actividades son trabajo. Para este tipo de economía, trabajo es la actividad humana que sirve para satisfacer las necesidades de la gente. Y en este tipo de trabajo, el principal, el imprescindible el trabajo de cuidados desarrollados históricamente por las mujeres.


Pues bien, el trabajo asalariado en Andalucía se ha caracterizado por la inestabilidad (ir a la plaza del pueblo y ver si hoy voy al cortijo o no); los bajos salarios; las duras condiciones de esfuerzo; y los mínimos derechos sociales que se vinculaban al mismo. Estas condiciones laborales son las que tienen hoy las personas que hoy trabajan para UBER, Deliberoo y otras plataformas digitales.

Las plataformas digitales más conocidas han convertido a Internet en una enorme plaza de pueblo andaluza. La persona que quiere un sueldo va a internet y mira si hoy tiene trabajo o no. Sin estabilidad, con bajos sueldos, sin derechos sociales. El empresario, el dueño de la plataforma, gana dinero sin trabajar (de forma similiar a como lo han hecho los terratenientes andaluces; estos son las verdaderas personas en paro; las demás están desempleadas), poniendo en contacto a la persona que quiere viajar, por ejemplo, y a la que quiere trabajar y en este caso actúa de conductor.

El que gana dinero con esto le llama «economía colaborativa». Todos colaboran para que él se haga rico. Travis Kalanick, fundador y CEO de Uber, se estimaba hace algo más de un año que su fortuna era 6.000 millones de dólares. Hoy será mucho mayor. La «colaboración» diaria de miles de personas incrementa su fortuna de forma imparable e insaciable.

En fin, trabajo cuando «empieza la caló», de forma inestable, y el resto del tiempo «que Dios le ampare»; la «ventanita del patrono» está hoy en los bolsillos y hogares, en los móviles y ordenadores; desgraciadamente cada vez más gente no tiene más remedio que «conformarse con poco», salarios que hacen que ser mileurista sea un privilegio.

Cada vez más gente se volverá medio loca, o loca entera, del sentimiento de injusticia incomparablemente expresado por nuestro saber popular:

«lo que me pasa es que no puedo más/ porque a mí nadie me ha dao/ lo que me tienen que dar.»

https://www.ivoox.com/paseo-116-del-turronero-al-tur-r-o-audios-mp3_rf_32806128_1.html

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Esparragueras (económicas)

La econonomía social transformadora para la clase trabajadora

Este documento refleja por escrito la mayor parte de las ideas esbozadas en la intervención realizada por Óscar García Jurado en Gasteiz, el 22 junio 2018, en el seminario organizado por Manu Robles-Arangiz Institutua Fundazioa con el título de “Economía social y solidaria y soberanía(s)”.

Conceptos básicos: economía, economía social y trabajo

La pérdida de soberanía comienza con la pérdida del control de los conceptos, del significado de las palabras. Por tanto, para hablar sobre “la economía social transformadora para la clase trabajadora” nos parece del todo punto relevante aproximarnos a saber qué se entiende por economía, economía social y por trabajo.

Las definiciones convencionales de economía la definen, de forma general, como la ciencia que estudia el mejor modo de satisfacer necesidades con recursos escasos susceptibles de usos alternativos. Sin embargo, a lo que actualmente se denomina economía (sin adjetivos) tiene por objetivo la acumulación de capital, se centra en el beneficio, en el lucro. La economía social, en contraste con esta economía capitalista, podemos entenderla como el conjunto de iniciativas socioeconómicas, formales o informales, individuales o colectivas, que sí priorizan la satisfacción de las necesidades de las personas por encima del lucro.

Respecto al trabajo, el capitalismo lo ha reducido al empleo o trabajo asalariado. Este sistema ha tenido como base la idea de que sólo hay un tipo de trabajo “productivo”, el trabajo asalariado, aquél que sirve de modo directo para la acumulación de capital. Precisamente el tipo de trabajo que ha convertido a las personas en subordinadas de unas minorías propietarias del capital. Sin embargo, es preciso dejar de confundir trabajo con empleo. Una definición más amplia y sólida es aquella según la cual trabajo es la “ejecución de tareas que suponen un esfuerzo mental y físico, y que tienen como objetivo generar bienes y servicios para atender las necesidades humanas.” En palabras de David Harvey, “el trabajo es la actividad económica que acompaña a la propia vida.” Por tanto, lo que en capitalismo se denomina trabajo no es más que un tipo de trabajo, el trabajo asalariado, empleo y remunerado por cuenta ajena. Otros tipos de trabajos son los de cuidados, reproducción, voluntario o el autoempleo colectivo, el propio de la economía social o emprendimiento colectivo.

Mecanismos capitalistas para la subordinación

La economía capitalista, ayudada por elementos como la asimilación de trabajo con el trabajo asalariado, la propiedad privada y la supremacía del valor de cambio y el mercado, ha logrado que su agente hegemónico, el capital, tenga la capacidad de otorgar el derecho a la existencia. En capitalismo, la soberanía y la autonomía del capital impiden la soberanía y la autonomía de las personas, colectivos u otros agentes.

Con la llegada del capitalismo, los bienes comunes y los medios de producción se convirtieron en propiedad privada. La Naturaleza, la tierra, pasó a ser una mercancía. Nadie podía utilizar estos bienes salvo sus propietarios. Los bienes del común pasaron a ser de unas minorías que excluyeron a las mayorías de su uso y disfrute. Desde ese momento, los propietarios pasaron a necesitar cada más un mayor número de personas dispuestas a trabajar para ellos, así como los no propietarios pasaron a necesitar un salario ante la imposibilidad de ganarse la vida de forma autónoma. El trabajo pasa a ser trabajo asalariado o empleo, las personas pasan a ser fuerza de trabajo. Las personas no digirieron sin problemas la disciplina, el control o la dependencia que les supuso convertirse en mano de obra. Miles y miles de personas fueron asesinadas en los países europeos y en las colonias, así como un enorme número de mujeres fueron violadas y asesinadas en la “caza de brujas” necesaria para imponer la disciplina del trabajo asalariado[1].

Los ingresos de las personas y su capacidad de satisfacer sus necesidades pasaron a depender del mercado, del valor de cambio de los bienes y servicios que se producen. La producción tiene por objetivo maximizar los beneficios, acumular capital, nunca tienen como prioridad la satisfacción de las necesidades de las personas. No se produce, por tanto, para que la gente pueda consumir, sino que poco a poco se pasa a crear consumo, deseos, para que se pueda producir con beneficios.

En una economía y sociedad como en la que vivimos, cuyo objetivo esencial es la acumulación de capital, es muy dificultoso, cuando no directamente imposible, la autonomía/soberanía de las personas, comunidades u otros agentes que no sean el capital. Su origen y desarrollo es la historia de cómo el capital ha logrado su soberanía a costa de las personas, de las mujeres, de la clase trabajadora, de pueblos y comunidades enteras. Por tanto, en capitalismo, las personas y los territorios dependen del capital para poder subsistir. Para aspirar a la soberanía económica es preciso transformar el sistema socioeconómico por el que nos regimos. En capitalismo, otro mundo es imposible.

La economía social transformadora como instrumento para la emancipación

Frente a esta economía capitalista surge la economía social. Ahora bien, dentro de este conjunto de iniciativas existe una gran diversidad. A muy grandes rasgos, se puede dividir las distintas prácticas de la Economía social en dos grandes tipos. Por un lado, una economía social adaptativa o de mercado, “compuesto por empresas o iniciativas mercantiles que atienden a lógicas del capitalismo pero que intervienen desde una democratización (reducida) de la gestión de la organización empresarial”[2]. Por otro lado, estaría la Economía social que desde diversos ámbitos se está comenzando a denominar “transformadora” y que engloba al conjunto de iniciativas que pretenden caminar hacia un sistema socioeconómico alternativo; que se dirigen hacia una Economía del “trabajo emancipado”; que impulsa el control colectivo del excedente; que impulsa un consumo crítico, unas finanzas éticas y una distribución justa. En definitiva, unas prácticas coherentes con la creación de otra economía no capitalista o poscapitalista en las que se avanza en alternativas emancipadoras del concepto de trabajo, valor, propiedad y consumo.

Los mercados para el trabajo, la tierra y el dinero son esenciales para el funcionamiento del capitalismo. Ahora bien, ni el traba­jo, ni la tierra, ni el dinero son mercancías. El trabajo es la actividad eco­nómica que acompaña a la propia vida, la cual, por su parte, no ha sido pro­ducida en función de la venta, y esta actividad tampoco puede ser desgajada del resto de la vida, ni puede ser almacenada o puesta en circulación. Sin embargo, para el capitalismo fue trascendental la mer­cantilización, monetización y privatización de la fuerza de trabajo. El capital únicamente puede reproducirse sistemáticamente mediante la mercantilización de la fuerza de trabajo (lo que incluye el trabajo reproductivo y de cuidados). Esto implica convertir el trabajo social, es decir, el trabajo realizado  para otras personas, en trabajo social alienado, esto es, trabajo dedicado únicamente a la producción y reproducción del capital. Las personas con un trabajo asalariado que­dan en una situación en la que no pueden hacer otra cosa que reproducir mediante su trabajo las condiciones de su propia dominación. Eso es lo que significa para ellos la libertad bajo el dominio del capital.

Frente a esto, mediante el “trabajo libre asociado” se pretende des-alienar el trabajo y que las personas puedan determinar su propio proceso de trabajo. La economía social transformadora debe contribuir a eliminar la explotación de unas personas por otras y al establecimiento de la cooperación en un proceso común. En resumen, del trabajo asalariado como pilar del sistema capitalista, hay que avanzar hacia un régimen de producción comunitario; de una economía donde el trabajo es considerado como mercancía y las personas son recursos humanos, hay que avanzar hacia una economía del “trabajo emancipado”, donde las personas dejen de ser inputs, factores productivos, recursos humanos.

La búsqueda de otro trabajo no asalariado está completamente relacionada con la eliminación de la propiedad privada de los bienes comunes, medios de producción y/o de vida en los que se sustenta la condiciones materiales de la gente. Por tanto, la transformación social requiere optar por otras formas de gestión y propiedad de estos bienes o medios distinta a la propiedad privada.

Lo más importante de un sistema de producción alternativo es que permita a las personas controlar sus vidas, y esto es imposible con un sistema de propiedad privada. Por tanto, una unidad económica de producción de bienes y servicios transformadora debe basarse en la propiedad colectiva de los medios de producción y los bienes producidos. El reparto como principio frente a la acumulación debe extenderse hacia la gestión de los bienes o medios de producción, la toma de decisiones, los excedentes, las responsabilidades, etc. En definitiva, la Economía social transformadora debe propiciar un nuevo sistema productivo comunitario que busque alternativas a la propiedad privada, base esencial del capitalismo como sistema de explotación de unas personas por otras.

En tercer lugar, se trata de producir bienes y servicios en función de, hasta donde sea posible, el valor de uso. El capitalismo tiene como base otorgar a los bienes y servicios el valor que marca la demanda solvente, es decir, lo que se está dispuesto a pagar en el mercado. Se atiende por tanto al valor de cambio y no al valor de uso. Si alguien no tiene poder de compra, es decir dinero, no podrá satisfacer sus necesidades.

El valor de uso es la aptitud que posee un bien o servicio para satisfacer una necesidad. En este sentido, el valor de los bienes y servicios no estará en función del precio que se está dispuesto a pagar y de los beneficios monetarios que se pueden obtener, sino de la capacidad o aptitud que tiene el bien o servicio para satisfacer una necesidad.

Se trata, posiblemente, del eje o elemento más difícil de alcanzar por las actuales entidades o unidades productivas pues el contexto en el que se mueven no les permite tener un grado de autonomía demasiado amplio. Este grado de autonomía, soberanía o margen de maniobra dependerá, en muchos casos, del nivel de competencia (que no competitividad) con la que la entidad produce sus bienes y/o servicios.

En definitiva, y para terminar, con estas reflexiones se ha intentado contribuir al debate sobre cómo avanzar hacia una economía social transformadora, hacia la construcción de un conjunto hegemónico de prácticas socioeconómicas que sí tienen por objetivo la satisfacción de las necesidades materiales de la gente, que su finalidad máxima es mantener y enriquecer la vida, y a que aspira a generar grados de autonomía o soberanía a las personas y comunidades. Un debate imprescindible si no se quiere formar parte de modo acrítico e incluso legitimar la actual fase del sistema capitalista, así como avanzar en alternativas hacia una vida mejor. Porque, como dice la sabiduría popular andaluza reflejada en las coplas flamencas, “no merece compasión/ quien siendo esclavo/ no quiere buscarle la solución.”

 

Principal bibliografía consultada   

Calle Collado, A. y Casadevente J.L (2015): “Economías sociales y economías para los Bienes Comunes”. Otra Economía, vol. 9, n. 16, enero-junio 2015. Páginas 44-68.

Federici, S. (2004): “Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”. Ed Traficantes de Sueños.

Harvey, D. (2014): “Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo.”. Ed. Traficantes de sueños.

Lebowitz, M. A. (2005): “Más allá de El Capital. La economía política de la clase obrera en Marx”. Ed Akal.

Polanyi, K. (2007): “La gran transformación. Crítica al liberalismo económico”. Reedición, únicamente en formato PDF: Quipu editorial.

Razeto, L. (1994): Fundamentos de una Teoría Económica Comprensiva. Santiago de Chile. PET.

 

[1] Federici, S. (2004): Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Ed Traficantes de Sueños.

[2] Calle Collado, A. y Casadevente J.L (2015): “Economías sociales y economías para los Bienes Comunes”. Otra Economía, vol. 9, n. 16, enero-junio 2015. Páginas 44-68.

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Esparragueras (económicas)

Unas jornadas de desarrollo local neoliberal

Para este mes de febrero, en un pueblo de la campiña sevillana, gobernado por un partido de izquierda, se ha programado una jornada denominada “Emprendimiento y empresa”. Analizar la configuración y los ponentes nos da una idea de los contenidos y objetivos de las estrategias de desarrollo local neoliberal que desde hace décadas se vienen aplicando en las localidades de Andalucía (y de otros muchos territorios). Estrategias y políticas avaladas por la Unión Europea y que nunca han sido evaluadas; en ningún caso se conocen los impactos que han tenido en los territorios aplicados, en especial en la generación de empleo, cohesión social y desarrollo integral que dicen perseguir.

La Jornada comienza con la inauguración del alcalde. Lógicamente, estas estrategias siempre son avaladas e impulsadas por la administración pública (en los diversos niveles, desde lo local a lo comunitario). Cada vez es más evidente que el neoliberalismo (territorial) no persigue renunciar a las ayudas públicas sino todo lo contrario. El neoliberalismo supone un nuevo modo de intervención pública, no una estrategia de desregulación y no intervención del Estado en la economía.

Tras la intervención institucional, tendrá lugar una conferencia que se presenta con el siguiente título: “Tu proyecto eres tú. Activa tu mejor versión”. La persona encargada se presenta como “CEO en ModoOn,  Coach especializado en bienestar organizacional.” Una de las líneas esenciales del desarrollo local neoliberal es la “culpabilización de la víctima”. Sí, la persona desempleada de un pueblo con altas tasas de desempleo tiene una enorme responsabilidad en su situación. Por ello debe actuar a nivel personal como si se tratara de un proyecto empresarial en sí mismo. Debe “activarse”, pues su situación en gran medida se debe a su cierta “pasividad” y no aprovechamiento de sus cualidades, a su falta de capacidad de “ponerse en valor”. El sistema económico actual (en muy pocas ocasiones se habla de capitalismo) ofrece múltiples oportunidades para quien sabe aprovecharlas. La situación económica personal, por tanto, depende de la persona, no del contexto. El desempleo termina siendo un problema individual que necesita de un “coach”, y no un problema social propio del sistema socioeconómico en el que vivimos.

Tras la conferencia del coach, tendrá lugar la intervención de un «empresario de éxito». Otro elemento fundamental del neoliberalismo territorial es volver a situar al empresario como el héroe social. La empresarialización consiste en valorar de forma positiva cualquier tipo de empresario, emprendedor, pues en la ideología neoliberal son las empresas, los empresarios, el capital privado quien genera la riqueza. De este modo preparan el contexto para implementar todo tipo de políticas, ayudas y subvenciones para el capital. Las políticas de intervención pública, por tanto, se encaminan al apoyo de las empresas y apenas existe crítica o evaluación de las ayudas recibidas por el capital en las últimas décadas de implementación de desarrollo local neoliberal.

Tras un descanso denominado “Coffee Break and Network”, tomar un café y tostada con aceite comienza a parecer cateto, aunque el aprovechamiento endógeno más relevante de la localidad es el aceite de oliva, tendrá lugar un “Taller formativo” denominado “La publicidad en Google. Cómo conseguir rentabilidad.” En estos días en los que se comienza a tener análisis claros y críticos sobre el capitalismo de plataformas o vigilancia, la monopolización de los datos que las grandes empresas digitales están llevando a cabo, estas jornadas impulsadas por la administración pública tratan de impulsar y favorecer el uso de una de estas grandes “succionadoras de datos” que posteriormente no dudan en vender para cualquier tipo de actividades más o menos espurias.

Las jornadas terminan con otro caso de éxito empresarial y un “Almuerzo-Networking”. Se tratan de una jornadas ejemplares de desarrollo local neoliberal, esa política económica local que apenas ha sido valorada, criticada y mucho menos evaluada. Tanto que tras décadas de implantación en las localidades de Andalucía, continuamos con ratios de desempleo, emigración y pobreza de enorme envergadura. Es evidente para quien lo quiera analizar que estas políticas no están para eso. Su objetivo es mejorar la rentabilidad del capital aprovechando los recursos endógenos del territorio, poniendo a su servicio las agencias públicas y convirtiendo de nuevo al empresario individual (emprendedor) en alguien al que merece la pena dar subvenciones. Desde ese punto de vista, la evaluación es positiva, tanto, que estas jornadas ya son las cuartas, y cada año son “un éxito”.

Fuente: http://pueblacazalla.org/desarrollo/jornadasdeempresas/?fbclid=IwAR3VmusYEbeVx0NPKkWNh5F14rWHErTb6X94sv75o6661Lafn8CH80uePqE

 

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Aportaciones para una política económica alternativa

En los últimos días he leído dos artículos que me han parecido interesantes y que merece la pena tener en cuenta. Por un lado, el artículo de Chris Lehmann “Deja que los burócratas gestionen tu vida”, publicado en Contexto y Acción[1], y por otro “Necesidad de cambio del modelo productivo”, de E. Cantos, publicado en Viento Sur[2]. De ambos hemos tomado una serie de ideas que nos parecen interesantes como propuestas para una política económica alternativa para Andalucía y otros “sures”.

En el primero se analizan las políticas de los primeros disidentes Populistas (con P mayúscula) de Estados Unidos de allá de finales del siglo XIX. Así, el autor indica que “el populismo tiene su origen no en un programa prefabricado para demagogos autócratas, sino en una rebelión económica de granjeros y obreros desposeídos. Estos primeros disidentes del liberalismo económico de Estados Unidos “no pretendían difamar y rechazar las reglas y tradiciones democráticas, sino adaptarlas y expandirlas para que se ajustaran a un auge sin precedentes del régimen de trabajo industrial y a la consolidación del capitalismo monopolista en la república de productores que ellos describían como la ‘mancomunidad cooperativa’.”

Para este movimiento, las cooperativas de compra y comercialización eran esenciales para evitar la terrible explotación que los terratenientes ejercían sobre los campesinos (para ello se creó la Alianza Nacional de Granjeros y Sindicato Industrial). Se trataría de impulsar las actuales y conocidas en Andalucía cooperativas agrarias, pero a diferencia de lo que ha ocurrido en el sur peninsular, para hacer frente al poder terrateniente. En Andalucía, sin embargo, este poder ha cooptado y en gran medida controlado y gestionado las cooperativas impulsadas por el franquismo a partir, sobre todo, de la década de 1960.

Estos Populistas pretendían fomentar la independencia económica y “comprendieron, como pocos movimientos políticos de masas anteriores o posteriores, lo indisociable que es asegurar un sustento sostenible e independiente para el buen funcionamiento de un gobierno democrático.” Este movimiento político tuvo claro la necesidad de soberanía económica para cualquier democracia. En ningún pueblo de Andalucía existirá democracia o libertad de expresión si la subsistencia o la capacidad de poder vivir depende del terrateniente, industrial, empresario o alcalde de turno.

Los Populistas entendieron que “la cooperación económica por sí sola nunca podría contrarrestar el tipo de poder económico que acumulaban los capitalistas de la edad dorada. Por eso comenzaron a dar forma a un ala política, cuya intención era proporcionar el tipo de infraestructura que requiere la democracia económica.” Una de las propuestas más relevantes la de una moneda y un sistema bancario alternativos, que se conocieron como el Plan del Subtesoro.

Por su parte, en el artículo “Necesidad de cambio del modelo productivo, de E. Cantos, se apuesta por “un modelo de economía mixta, en la que la empresa matriz y tractora del sector o sectores en cuestión sean públicos, pero las unidades fundamentales de producción sean comunitarias. Se trataría, por tanto, de extender la economía social más allá de lo marginal, bajo el amparo de lo público.”

El autor indica que para “conseguir el objetivo del cambio de modelo productivo, en el cual el circuito de valor añadido tenga lugar en nuestro territorio”, es precisa la “radicalización democrática, también en la esfera de la producción”. En este sentido
“la iniciativa pública como sustituta de la empresa monopolística privada puede permitir avances en la democratización de la esfera productiva. El mercado va a seguir marcando en gran medida el precio de los productos, sobre todo en la esfera internacional, pero en nuestro modelo, la redistribución de la cadena de valor permitiría pagar mayores precios en la escala productiva primaria sin repercutir en el precio de venta final. Es decir, bajo este modelo, dado el valor de venta en el mercado, la institución pública bajo un funcionamiento democrático (y esto es muy importante remarcarlo) podría permitir que las propias unidades comunitarias de producción pudieran decidir democráticamente los precios de venta de sus productos.” Es decir, “el medio para conseguir nuestro modelo mixto de economía público-comunitaria es una entidad pública, análoga a la actual empresa monopolística tipo Mercadona, pero con una lógica y unos principios muy distintos. El objetivo no sería obtener el máximo beneficio económico, sino el máximo beneficio social.” De este modo, “la comercializadora pública permite incidir en el cómo se produce, por lo que podría impulsar el modelo de pequeñas unidades de producción autogestionadas, cuya propiedad sea colectiva.”

Además, la intervención pública no quedaría en el ámbito de la comercialización sino también en la financiación. “La combinación de comercializadora(s) pública(s) con un modelo de financiación (banca) también público, puede ser una eficaz herramienta para incentivar el tejido de transformación de productos primarios. La clave es que, quienes apuesten por dicha industria de transformación, tendrán la facilidad del crédito y la certeza del retorno de la inversión al tener garantizada la venta a la comercializadora pública.”

En definitiva, unidades de producción autogestionadas, comercializadoras públicas, modelos de financiación alternativos, propuestas para avanzar hacia repúblicas caracterizadas como “mancomunidades cooperativas”. Repúblicas a su vez mancomunadas con otras que así lo deseen y que nunca renuncien a la soberanía como sinónimo de democracia, de poder del pueblo.

Hoy, como ayer o como mañana, es un buen momento para pensar en propuestas de transformación que mejore la vida de la gente. Continuaremos atentos pues la economía es política y la política es economía. Separar lo económico y lo político es abandonar uno de los principios esenciales de la mejor tradición de la izquierda. La prioridad política de nuestros días es pensar en la construcción de alternativas al capitalismo.

[1] https://ctxt.es/es/20190206/Politica/24277/Chris-Lehmann-populismo-taxis-vtcs-EEUU-Trump.htm

[2] https://vientosur.info/spip.php?article14574&fbclid=IwAR0dJWxwpTez5Niy-pbrM5shzjs0YUdm-JalyQlSsITDzjT1brA2JtKO-88

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Colaboración y transformación, capital o vida

Sobre el falso debate de la “economía colaborativa”

 

“Para qué tanto llover
si a mí me duelen los brazos
de sembrar y no recoger
.”

Soleá. Letra popular

 

Transformar contra la vida

Está de moda el término “economías transformadoras”. En unos casos desde perspectivas críticas con el sistema capitalista. En otros desde posiciones que desean simplemente paliar algunos de sus efectos negativos. Nunca haciendo referencia a que es el capitalismo, su núcleo duro, la mayor potencia transformadora de las sociedades en las que vivimos. Para transformadora, por tanto, la economía capitalista. El reto, por el contrario, es transformar para la vida, para lo cual es condición necesaria, aunque no suficiente, dejar atrás el capitalismo.

El capitalismo transforma para poder sostener la acumulación privada de capital, poniendo a la vida al servicio del capital. En la actualidad, lo hace en un contexto de crisis climática, con menos recursos materiales y energéticos. Esto provoca que aumente la violencia estructural del sistema y use todo tipo de herramientas para evitar cualquier  barrera a la mercantilización capitalista a escala global. Todo vale para poner la vida, las personas y la naturaleza, al servicio de la maquinaria de generación de beneficios. Los ejércitos continúan siendo una herramienta fundamental de política económica.

La crisis ecológica y de acumulación replantea los campos de obtención de beneficio o absorción de rentas por parte del capital. Por un lado, se expande el ámbito especulativo financiero, es decir ganar dinero del dinero, donde los grandes fondos de inversión toman un creciente protagonismo. Por otro lado, continúa la necesaria extracción de materiales y fuentes de energía (con el desarrollo complementario del complejo industrial-militar). En tercer lugar, avanza el ataque a la esfera de lo público, allí donde todavía tenga un peso significativo, mercantilizando todo tipo de necesidades humanas básicas. Y como el capital planifica, tanto o más que el Estado o cualquier agente socioeconómico, a medio y largo plazo tiene planteado una nueva onda económica expansiva de la mano de la cuarta revolución industrial (4RI: datos, inteligencia artificial, robotización, automatización, comercio digital, etc.).

En palabras de Esteban Hernández, «en realidad, estamos ante un cambio en el modelo de apropiación capitalista, solo es una crisis para quienes no tienen nada.» Por tanto, el capitalismo hoy centra su esfuerzo en superar la grave crisis de acumulación y el colapso ecológico, aunque ello conlleve una guerra abierta entre capital y vida. Por ello es preciso romper la falsa elección entre dos supuestos capitalismos, el bueno y el malo, el liberal-democrático y el populista-autoritario-trumpista. Tanto uno como otro nos conduce al abismo social y al colapso ecológico.

Otra “revolución” para aumentar la desigualdad

Todo lo relacionado con la cuarta revolución industrial capitalista se vincula con el bello relato de la “economía colaborativa”. Día tras día se relaciona a la “economía colaborativa” con el software libre, la economía social y solidaria o el cooperativismo; con “plataformas digitales que ponen en contacto a personas que a su vez ponen en valor lo que tienen o lo que saben”; o, como decía un alto cargo de la Junta de Andalucía en un impagable artículo de eldiario.es de 2015, con una alternativa tan maravillosa que «favorece la redistribución de la renta, es un complemento de rentas y genera una economía más participativa» (Vicente Fernández, secretario general de Innovación, Industria y Energía de la Junta de Andalucía).

Tras la empática y sugerente denominación se esconde el nuevo capitalismo digital que tiene como base de acumulación o materia prima el control de los datos, de la información y el conocimiento. A día de hoy, y se espera que vaya en aumento en un futuro no lejano, existirán enormes fuentes de excedente económico en los servicios computacionales en la nube o de inteligencia artificial (la venta de hardware, la publicidad o incluso el comercio electrónico quedarán en segundo plano). Este nuevo modo de obtención de beneficios se basa en los datos acumulados tras años de vigilancia intensiva sobre la actividad de las personas. Con esa información se espera crear modelos de inteligencia artificial y convertir a los pocos gigantes que los han desarrollo en los intermediarios fundamentales de la economía.

Es decir, tras la “economía colaborativa” se esconden nuevos mecanismos de formación de plusvalía donde nuestro uso de Facebook, Google, Youtube, etc. sirve de materia prima para la acumulación capitalista. En la actualidad, entre las diez principales compañías con un mayor valor en bolsa se encuentran los siguientes gigantes tecnológicos: las estadounidenses Microsoft, Apple, Alphabet, Amazon, Facebook, y las chinas Alibaba y Tencent.

Estas escasas megaempresas digitales tienen estrechos vínculos tanto con los Estados hegemónicos del siglo XXI (EEUU y China), como con la economía financiera (fondos de inversión). La profesora china Yun Wen afirma que en su país impera “una lógica capitalista tecno-nacionalista”. Por su parte, Julian Assange ha explicado de forma tan convincente como olvidada la financiación que la CIA brindó a las primeras pruebas del motor de búsqueda de Google. La economía financiera también es parte protagonista de estas nuevas megacorporaciones digitales, tanto fondos de inversión procedentes de las grandes economías hegemónicas como de fondos soberanos (Singapur, Arabia Saudí, Noruega o Japón). Así, la supuesta “colaboración” sirve para que tanto Silicon Valley como las grandes empresas chinas se conviertan en enormes aspiradoras de riqueza que aumenta aún más la desigualdad y la polarización y concentración de la riqueza en muy pocas manos. A más concentración de riqueza, más concentración de poder y, por tanto, mayores cotas de autoritarismo. Hablar de democracia en este contexto socioeconómico pasa a ser una broma de mal gusto.

El falso relato de la “economía colaborativa”

Hace un siglo y medio, Karl Marx analizó cómo se disciplinaba la cooperación en una fábrica. El autor alemán llamaba cooperación a «la forma de trabajo de muchos obreros coordinados y reunidos con arreglo a un plan en el mismo proceso de producción o en procesos de producción distintos». Marx venía a decir que no hay capital sin cooperación pues para obtener beneficios empresariales del trabajo es necesario ordenar con “arreglo a un plan» la capacidad cooperativa de las personas trabajadoras.

La falsa “economía colaborativa” hace que grandes y escasas empresas absorban el valor de la cooperación que establecemos en nuestras relaciones cotidianas o cuando buscamos respuesta a necesidades básicas. No se trata de extraer renta de la riqueza producida en la fábrica, sino de extraer renta de la riqueza que producimos cotidianamente, parasitando las relaciones de colaboración que se dan en el territorio o en la red. En las plataformas digitales el capital ya no organiza la producción, sino que directamente se limita a parasitarla. Es pura lógica rentista: la exacción como una forma de explotación.

Las lógicas capitalistas en las que estamos atrapados en el marco de la alta tecnología producirán muy variadas consecuencias sociales, entre las que destaca la precariedad laboral, la gentrificación urbana, la privatización de servicios públicos, etc. Esos perjuicios concretos hay que enmarcarlos en algo mucho más amplio y grave: una economía digital enormemente vinculada a unos cuantos gigantes tecnológicos con detallados perfiles de cada persona tendrá como consecuencia convertirse en una “sociedad civilizada” de acuerdo, todavía más, al consumo (poseen toda la información de las cuentas bancarias), y la producción (la actividad laboral genera datos que pueden aumentar la productividad o eficiencia). Estas son las principales implicaciones sociales de un capitalismo monopolista en la era digital.

Transformar para la vida

La generación de cambios que sirvan para favorecer los intereses generales de la población requiere de transformaciones en torno a cómo se produce y cómo se distribuye el excedente económico. Otra economía territorial que transforme en sentido opuesto a como lo hace la economía capitalista debe cambiar el modo en que se produce, apropia y distribuye el excedente económico. La colaboración, la cooperación debe implicar reparto, nunca mayor concentración, desigualdad y acumulación.

Frente al actual desarrollo local neoliberal o neoliberalismo territorial es preciso poner en marcha un desarrollo local transformador que tenga como agentes básicos a la economía social transformadora y los bienes comunes. En principio, esta economía social debe estar conformada por entidades socioeconómicas que antepongan los intereses de las personas a las del capital y que apuestan por otras formas de trabajar (diferentes al trabajo enajenado), de establecer la propiedad de los medios de producción (distintos a la propiedad privada) y de tomar decisiones respecto a lo que se produce (subordinando el valor de cambio al valor de uso). Se trata de conformar un marco y unas prácticas socioeconómicas capaces de redefinir las formas y modos de producir, distribuir, financiar y consumir, fundadas en categorías radicalmente democráticas y ecológicas.

En gran medida, la economía social transformadora tendrá su base en la autonomía de la actividad laboral de las personas o “soberanía del trabajo”. Esta autonomía deberá ir tejiendo de forma colectiva la “soberanía económica territorial”, así como la alcanzada en los diversos ámbitos estratégicos de asunción de capacidad de decisión popular (“soberanías sectoriales”). De este modo, se entiende la soberanía como la capacidad de decisión popular en diversos ámbitos estratégicos como son la alimentación, las finanzas, la energía, la tecnología, etc. Así, frente al capitalismo digital, y siguiendo a Gorka Julio, podemos definir la soberanía tecnológica como los procesos en los que las comunidades ganan el derecho a definir sus propios sistemas operativos, software, hardware, redes e infraestructuras, utilizando métodos ecológica, social, económica y culturalmente apropiados según sus propias características. La soberanía tecnológica significa que las comunidades tienen un papel dominante en el control de la tecnología y de la producción de las mismas por encima de los intereses comerciales.

Mientras el capitalismo digital o de plataforma pretende establecer una organización racional de cada ámbito de la vida mediante el uso de algoritmos guiados por intereses comerciales, desde las estrategias del desarrollo local transformador se debiera impulsar infraestructuras sociales y cívicas con sistemas universales, guiadas a su vez por medios democráticos y de propiedad pública o comunitaria. Los territorios deberían avanzar en la idea de apropiarse y ejecutar los datos colectivos de las personas, el ecosistema que crean los objetos conectados a internet, el transporte público o los sistemas de energía como activos o bienes comunes, y colocarlos a la entera disposición de los procesos de innovación social cooperativa. Todo ello se enmarca en la idea de que exista una infraestructura pública que proporcione a la ciudadanía un control total sobre cómo se utilizan sus datos con el objetivo de fomentar la soberanía tecnológica. La idea debe ser convertir las infraestructuras tecnológicas en bienes comunes. Los tiempos actuales, como apunta Francesca Bria, requieren “sistemas centrados en asegurar el futuro de las democracias, espolear los derechos digitales y crear trabajos no orientados el mercado laboral”.

Igual de este modo sí colaboramos para la vida y no contra ella.

Artículo publicado en El Topo, nº 32

Fuentes

  • Autonomía Sur. Documentos Autonomía Sur. [En línea] http://autonomiasur.org/wp/materiales-descarga/?mdocs-cat=mdocs-cat-6&mdocs-att=null
  • Alejandro Ávila. “Economía colaborativa: poder (económico) para el ciudadano”. [En línea] https://www.eldiario.es/andalucia/poder-economico-ciudadano_0_365013496.html
  • Ekaiz Cancela. Varios artículos en El Salto. [En línea] https://www.elsaltodiario.com/autor/ekaitz-cancela
  • Gonzalo Fernández. “De la ‘guerra comercial’ a la ‘guerra económica’. El Salto. 2018. [En línea] (En línea) https://www.elsaltodiario.com/una-de-las-nuestras/guerra-economica-global
  • Gorka Julio. “La apropiación socioeconómica de la tecnología: una vía hacia la soberanía tecnológica.” [En línea] http://talaios.coop/2018/08/pdf-la-apropiacion-socioeconomica-de-la-tecnologia-una-via-hacia-la-soberania-tecnologica/
  • Trebor Scholz. “Cooperativismo de plataforma. Desafiando la economía colaborativa corporativa.” Dimmons.net. 2016.
  • Varios autores. “Soberanías. Una propuesta contra el Capitalismo”. Zambra y Baladre. 2018
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Trabajo y capitalismo digital según A. Casilli

A continuación «tuneo» una entrevista que he podido leer en Contexto y Acción de Erwan Cario al sociólogo Antonio Casilli.

La revolución de la inteligencia artificial (IA) no puede prescindir de los datos producidos y seleccionados por las personas, usuarias o pequeñas manos invisibles de micro-trabajo. Se trata de proteger estas actividades laborales contra la depredación de las plataformas.

Definición de “digital labour” y tipología de personas trabajadoras digitales

A. Casilli define «digital labour» como «toda actividad que produce valor y que se basa en los principios de tarificación y de datación (tratamiento automático de la información). La tarificación, es la reducción a tareas simples, fragmentadas y estandarizadas – la tarea más simple, es la pulsación- y la datación es la producción de datos para las plataformas y las inteligencias artificiales, que esas plataformas se esfuerzan en producir y en mercantilizar, y se basan en realidad en un flujo constante de datos producidos y tratados.»

Por su parte, según este autor, existesten tres grandes «amilias de trabajadores digitales».

La primera, y la más visible, es “el trabajo a demanda”. Pasa por las aplicaciones en tiempo real inmediato para permitir a nuestros consumidores acceder a servicios o productos. Son Uber, Deliveroo, servicios personales que están ahora por todas partes en el debate público, pues han centrado lo que en su momento se llamó “la uberización”.

La segunda familia, mucho menos conocida y visble es la del “micro-trabajo”. Es todo lo que hace referencia a plataformas en las que multitud de personas se dedican a la realización de tareas profundamente fragmentadas, y sobre todo micro-remuneradas. Son tareas que exigen entre algunos segundos o algunos minutos para llevarse a cabo, que van desde la maquetación de imágenes, la re-transcripción de pequeños fragmentos de texto, registro de voces u organización de información. Es un fenómeno global; es una forma de poner a trabajar a personas que están en países lejanos.

La tercera familia viene a continuación de la segunda, y es por así decirlo, trabajo gratuito, el que realizamos cuando utilizamos las plataformas sociales. Se lleva a cabo en las redes sociales como Facebook, YouTube o Instagram. Publicamos contenido, desde luego, pero hacemos mucho más que eso. Se realiza un trabajo de selección y clasificación de la información, señalando lo que es problemático respecto a las propias normas de la plataforma.

Sobre el mito del fin del trabajo

El mito del robot o de la automatización completa embruja al imaginario industrial desde hace tres siglos. Es un horizonte utópico, pero que tiene un impacto concreto sobre nuestra vida cotidiana pues se trata de un mito que se ha empleado para disciplinar a la fuerza de trabajo: «obligar a los trabajadores a dejarse de tonterías pues siempre se les puede reemplazar por una máquina de vapor, después por una máquina industrial y ahora por una máquina inteligente».

Hoy día se habla de un robot de datos, es decir, una forma da automatizar los procesos funcionales. Y esta automatización pasa por lo denominada inteligencia artificial, que se basa en la presencia de datos. No obstante, nunca se dice que estos datos los producen las mismas personas que conocen el riesgo de ser expulsados del empleo formal: «se necesita alguien que pinte las imágenes; que seleccione los datos; que limpie la información, y ese alguien, no es un ingeniero ni un data scientist, somos usted y yo, y cientos de miles de personas, entre las Filipinas y Costa de Marfil, que durante una jornada, han de producir esos datos que son indispensables para el aprendizaje estadístico y la economía de los robots». Se trata de la «enésima maravillosa solución para pagar cada vez menos a la fuerza de trabajo, precarizándola y excluyéndola de un reconocimiento formal; alejando a los trabajadores de todo un conjunto de protecciones vinculadas al empleo clásico, herencias de luchas sociales, y por lo tanto restringiendo cada vez más la masa salarial.»

No se puede prescindir del trabajo de las personas. Al contrario, ese mercado paralelo de micro-trabajo, de trabajo invisible, de trabajo digital están en expansión. Sin embargo se oculta y hay un enorme esfuerzo de invisibilización porque es crucial para poder vender a los inversores el sueño del robot.

Frente a esos ataques frontales contra el trabajo asalariado

Hay tres ejes de reacciones que surgen para desplegar formas organizativas frente a esta situación. La primera es emplear instrumentos surgidos de las luchas sociales para reafirmar la dignidad del trabajo; su reconocimiento y su remuneración. Se trata de las formas de sindicalización, ya sea en forma de sindicatos clásicos o con nuevas formas sindicales expresadas mediante gremios, asociaciones más o menos informales o grupos de usuarios de plataformas.

El segundo aspecto es la constitución de alternativas viables a ese capitalismo de plataformas introduciendo una forma de cooperativismo de plataformas. Es la reactivación del movimiento mutualista, de la inscripción de plataformas y tecnologías digitales en el contexto de la economía social y solidaria.

El tercer elemento, el más interesante para A. Casilli, es el de los comunes. Lo que se está creando con nuestro trabajo de teclear son conocimientos comunes, datos comunes, recursos informativos comunes. Esos elementos comunes no pueden seguir siendo objeto de la depredación capitalista. Al contrario, hay que dotarlos de lógicas diferentes, de puesta en común, de desarrollo de gobernación colectiva, y finalmente crear un conjunto de derechos. «¿Quién tiene el derecho de hacer qué con esos datos? Basta con ver su perfil de Facebook, vinculado a otros cientos, para darse cuenta: no hay nada más colectivo que un dato personal».

Y si se habla de la remuneración ligada a esos datos, hay que llegar a la renta universal e incondicional. «No uno de los muchos falsos amigos que han aparecido en los últimos tiempos, me refiero desde luego a una renta universal con todas las prestaciones sociales iguales por doquier y que se financiará mediante una fiscalidad de la tecnología digital.»

Fuente: https://ctxt.es/es/20190123/Politica/24067/capitalismo-de-plataforma-uber-antonio-casilli.htm

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Alternativas de izquierda

A continuación reproduzco algunos párrafos e ideas de un autor que debería ser referencia de la izquierda actual: E. Cancela.

«No cabe duda de que es tiempo de organizar a los movimientos y a la sociedad civil en torno a la lucha por la transformación de las condiciones materiales, las cuales son determinadas cada vez más por la cínicamente llamada digitalización. En esta dirección, las izquierdas, en tiempos de big data, para vencer a la derecha, deben entender la necesidad de una soberanía digital». (…) «asaltar el software, hardware, los sensores o cualquier otra tecnología que compone la infraestructura social, otorgando a los datos el sentido de bien común y diseñando formas democráticas de acceso alejadas de los gigantes estadounidenses o chinos. ¿Qué mejor punto de partida para comenzar que las ciudades?»

«Y después, una vez conquistado el todo, alcanzado el control sobre nuestras vidas —que significa despojarnos de las ataduras digitales que intermedian a cada segundo de esta— pensar en cómo construir instituciones colectivas y sociales», entre las que se encuentra una renta básica universal. «Teniendo en cuenta que Deep Mind, una empresa británica de inteligencia artificial de Google, ya posee algoritmos de aprendizaje atemático para realizar predicciones en materia de salud pública, también podrían expropiarse directamente estas plataformas a fin de servir al bien público. Y dado que la inteligencia artificial ha sustituido las tareas algorítmicos más corrientes, ¿por qué este salario básico no puede financiarse gracias al desarrollo de las maquinas y la inteligencia artificial a fin de pensar en trabajos más creativos, y no meramente orientados hacia el mercado laboral en una economía de servicios que se ceba con las clase bajas?»

«Existen muchas alternativas que imaginar y llevar a la práctica en este presente histórico, cargado de tiempo ahora, para que este sistema en crisis se derribe como un castillo de naipes. La izquierda debe diseñar sus explosivos de manera inteligente, y hacerlo cuanto antes.»

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/tecnologia/izquierda-y-derecha-en-la-lucha-por-el-poder-digital

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Flamenconomía

Flamenconomía, nociones de economía y otros cantes: 1/ «Soleá de la ciencia»

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Óscar Flores es un buen tío. Y a un buen tío no se le dice que no. Participo en su programa de radio, «El paseo», con la sección «Flamenconomía, nociones de economía y otros cantes».

Las letras flamenca es un campo ilimitado de sabuduría popular y la economía no es otra cosa que parte de la cultura de un pueblo.

Hemos empezado con la Soleá de la Ciencia, una letra que sintetiza muchas páginas de manuales de Folosofía de la ciencia. Un texto que me hizo entender que la Universidad y la Economía van por un lado y la Vida por otro. En gran medida.

 

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Escucha y descarga los episodios de El Paseo gratis. No puedo avanzar…
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Soberanías y Economía social transformadora

Se ha publicado recientemente «Soberanías. Una propuesta contra el capitalismo», presentado del siguiente modo: «Este libro es una propuesta para la discusión, el debate y la acción que parte de la convicción de que no hay recetas ni programas perfectos a la hora de avanzar hacia la transformación social. Es un marco para un diálogo fecundo con todas aquellas personas interesadas en este proceso. No tenemos ninguna duda de que abandonar el capitalismo como marco de las relaciones sociales es urgente y necesario para nutrir nuestras vidas y vivirlas plenamente, y que nos hace falta comenzar a hacer el tránsito, desde ahora mismo, hacia la construcción de una sociedad mejor para todos y todas.»

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A continuación se reproduce la contribución del autor de este blog a dicha publicación.

Epílogo. Soberanías y Economía social transformadora

Nada en capitalismo, nada del reformismo

El capitalismo sigue inmerso en una crisis que se agudizará en los próximos años y que nos dejará sociedades cada vez más devastadas. Este trabajo ha tratado de ofrecer una propuesta de transformación social, desde el convencimiento de que no hay recetas ni programas perfectos. Abandonar el capitalismo como marco de relaciones sociales es urgente y necesario para nutrir nuestras vidas y vivirlas plenamente.

El proyecto de integración económica europea ha destacado como el alumno más avanzado del neoliberalismo. El secuestro de la soberanía que suponen las directrices actuales de la «troika» provocan el empobrecimiento de las mayorías, mientras que las élites que se beneficiaron del ciclo de financiarización y se enriquecieron al amparo de la burbuja inmobiliaria hacen su agosto con las privatizaciones a precio de saldo del patrimonio público.

El capitalismo sólo puede existir en constante movimiento expansivo. Sin embargo, sufre un estancamiento que se remonta hasta mucho más allá de la presente crisis global iniciada en 2007. Este sistema no puede reiniciar una fase de crecimiento compatible con políticas redistributivas que permitan a nuestras sociedades disfrutar de un mínimo bienestar material y espiritual.

Este trabajo colectivo parte, por tanto, de la premisa de que el proyecto de la socialdemocracia ha muerto, fagocitado por la lógica implacable del neoliberalismo. El capitalismo actual no tolera ninguna redistribución, porque necesita hasta el último euro para asegurar sus funciones de inversión, malogradas por la crisis financiera y de sobreacumulación.

Para corroborar lo anterior aporta datos el informe «Premiar el trabajo, no la riqueza», de Intermón:

– El 10% de los más ricos aglutina más riqueza que el 90% restante; en concreto, un 53,8%.

– Los millonarios han logrado reunir 29 de cada 100 euros de la recuperación, y sólo 8 euros han ido a parar a los que menos tienen.

– Entre 2016 y 2017, el 1% más rico capturó el 40% de toda la riqueza creada, y fueron cuatro los nuevos multimillonarios españoles que entraron a formar parte de la lista Forbes, donde figuran ya 25.

– La participación en la renta del Estado español de los más desfavorecidos ha disminuido un 17%, frente al 5% que han conseguido incrementar los que más tienen (cifra que se eleva al 9% en el caso del 1% más rico).

– 10,2 millones de personas tienen con una renta por debajo del umbral de la pobreza, lo que se traduce en una tasa de pobreza del 22,3%, es el tercer país europeo en desigualdad, por detrás de Rumanía y Bulgaria y empatado con Lituania.

– La remuneración de los trabajadores está lejos de los niveles de 2009.

– Los beneficios empresariales se dispararon un 200,7%. El coste laboral por trabajador apenas varió un 0,1%.

Por tanto, los pueblos de la Europa periférica tenemos que superar la etapa del reformismo respecto a la UE. Hay que vertebrar una Europa de los pueblos que plantee superar el proyecto de clase que representa hoy la Unión. Sin olvidar tampoco que nuestro proyecto político es un proyecto de clase, sin fronteras, ni nacionales ni regionales, que tiene que extender la mano a las clases populares de la otra orilla del mediterráneo y extender su solidaridad y necesidades de cooperación a América Latina y el resto del mundo.

La soberanía política y mucho más

La globalización capitalista y la actual hegemonía de la lógica del Mercado han agudizado el vaciamiento de la mayor parte de los contenidos y funciones de las instituciones definidas tradicionalmente como políticas. Hasta hace no mucho tiempo, el Estado-nación dictaba la mayor parte de las reglas dentro de las que debían desarrollarse las actividades económicas y las relaciones comerciales internacionales. Ahora, son las grandes instituciones de la globalización (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo, la Organización Mundial del Comercio, etc.), que actúan como instrumentos del capital, especialmente el financiero, las que imponen las reglas dentro de las cuales deben desarrollarse las políticas de los Estados.

Los Estados han perdido su soberanía en las cuestiones económicas clave. Las personas con cargos políticos han pasado a ser principalmente meros gestores de los dictados de las instituciones de la globalización. Este vaciamiento de competencias políticas fundamentales deja sin sentido el concepto de “soberanía nacional” y deslegitima el sistema de democracia representativa. Así, actualmente, tanto la política monetaria como la fiscal (la confección de los propios presupuestos anuales) del Estado español y de otros países europeos se realizan conforme a las directrices de la “troika” (el FMI, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea), que luego controla su realización.  La democracia política se convierte en una expresión vacía sin realidad alguna y queda totalmente deslegitimada.

En este contexto, surgen voces y posiciones que plantean hacer frente a esta situación desde abajo, desde el convencimiento de que la recuperación de la democracia representativa es imposible y está condenada; que para enfrentar la actual crisis es imprescindible “la articulación de sujetos políticos enraizados en las instancias de control más inmediatas»[1].

No obstante, la construcción de nuevas instituciones políticas deberá huir de la sumisión a los poderes económicos globales y a sus reglas mediante el rechazo del capitalismo. Para ello se precisa construir un modelo económico, social, cultural y político que no tenga como eje la mercantilización de la vida para maximizar las ganancias sino las necesidades y anhelos de las personas.

Sin este planteamiento, la consecución de instituciones políticas propias no cambiará, en lo básico, la dependencia y subalternidad respecto a los poderes dominantes y sólo cambiará la élite política que administre los intereses de estos. A la soberanía en lo político le debe acompañar la soberanía en lo económico. Con estas premisas y para estos objetivos, enfrentados a la lógica mercantilista de la globalización, los movimientos soberanistas cobrarían verdadero sentido transformador. Si se sitúan fuera de estas claves, se reducirían a ser instrumentos en manos de élites locales aspirantes a participar en la cogestión de las decisiones que toman las instancias que rigen la globalización capitalista[2].

Entendemos la soberanía en plural, como “soberanías” que deben ser conquistadas, en algunos casos recuperadas, por y para la ciudadanía, a partir de desarrollar procesos y proyectos. Tal como ha quedado de manifiesto en este libro, en la mayoría de las soberanías ya existen multitud de procesos abiertos y en marcha, que en su praxis proponen una superación de los valores del capitalismo.

Del neoliberalismo territorial o una alternativa comunitaria generadora de soberanía económica

En este texto se adopta una visión de análisis desde abajo y, por tanto, para comenzar a hablar de soberanía económica parece adecuado iniciar la reflexión desde un territorio concreto. En este sentido, es relevante comenzar por conocer, aun sea someramente, las políticas económicas territoriales que el capitalismo ha puesto en prácticas en las últimas décadas, denominadas genéricamente como “desarrollo local”.

Estas políticas se han basado en gran medida en la defensa de los pequeños empresarios, “emprendedores” o autónomos (complementadas con las políticas de empleo basadas en la “empleabilidad”). Con la ilusión de poner “en valor” los recursos territoriales o “ideas innovadoras” se ha pretendido hacer creer que cualquier persona, o agente económico por pequeño que fuera, podía competir en el mercado global, aunque fuera a través de subcontratas o participando en la descentralización productiva de las grandes corporaciones. Para la puesta en práctica de estas políticas se han creado en las últimas décadas agencias (con financiación pública pero con fórmulas jurídicas privadas) que desde el territorio han gestionado políticas diseñadas desde arriba. La mayoría de las estrategias “progresistas” de promoción del desarrollo local han impulsado estas estrategias desde la premisa de que la globalización capitalista suponía un campo de oportunidades.

En realidad, estas estrategias han tenido y tienen como objetivo disolver el poder social del trabajo y la capacidad institucional de los territorios, poner el territorio al servicio de la generación de beneficios por parte del capital y “culpabilizar a la víctima”, es decir, propiciar que los territorios como las personas con problemas económicos busquen la causa en ellos mismos y no en el sistema socioeconómico vigente (la persona desempleada lo es porque no es lo suficientemente empleable; el territorio sin crecimiento o desarrollo lo es porque no pone bien en valor sus recursos).

Estas políticas no significan en absoluto mayor autonomía y participación en el desarrollo de las comunidades locales. Más bien todo lo contrario, pues con estas estrategias de “neoliberalismo territorial” son los capitales los que disponen del monopolio de la “participación” y las comunidades locales tan sólo pueden competir entre ellas por atraerlos mediante la puesta en práctica de medidas que favorezcan su valorización.

Sin embargo, para poder generar un tipo de desarrollo que favorezca los intereses generales de las personas que habitan un territorio se deben producir transformaciones en torno a cómo se produce y cómo se distribuye el excedente económico. Sin cambios de este tipo, el objetivo real continuará siendo la acumulación y el crecimiento económico según los intereses privados de los propietarios del capital, y la necesaria gestión social y sostenible de los recursos, la gestión orientada en función de los intereses de las personas, no será más que parte del discurso necesario para legitimar la verdadera finalidad.

La búsqueda de una “alternativa comunitaria” capaz de generar “soberanía económica territorial” requiere de una redefinición de las relaciones sociales y nuevas formas de producción y distribución, fundadas en categorías antiautoritarias y ecológicas. En este sentido, el término comunitario no significa una alternativa a los fracasos de las políticas estatales, sino “un campo para la lucha” en donde todas aquellas personas que son despojadas por el capital de parte de su trabajo (asalariado o reproductivo) a través de muchas vías, puedan organizarse y oponerse a las presiones derivadas de las estrategias del capitalismo global.

Se trata de desarrollar nuevas estructuras y formas de hacer las cosas. Formas legales y alegales de organización que se conviertan en elementos de una futura economía alternativa, creada desde abajo, desde el territorio o comunidad, y que tienen por objetivo esencial dar respuesta a las necesidades básicas de las personas. Es decir, generar una alternativa económica que sirva para satisfacer las necesidades de las personas al margen del mercado capitalista.

El ciclo o proceso económico básico puede dividirse en las siguientes fases: producción, comercialización-distribución, consumo y ahorro-crédito. Actualmente están surgiendo iniciativas económicas alternativas en cada fase del proceso económico. En su conjunto, estas iniciativas pueden servir para generar un sistema económico al margen del capitalismo. Se trata de la producción cooperativa, la comercialización solidaria, la distribución participativa, el consumo responsable y las finanzas éticas (en casos más concretos las monedas sociales).

Para generar una nueva economía es necesario conectar estas iniciativas y, de ese modo, crear interrelaciones que permitan la soberanía económica territorial y redes de intercambios alternativas (también se le denomina mercado social). En la medida en que los agentes de este sector socioeconómico estén vertebrados económicamente entre sí, menor será la subordinación al mercado capitalista. Para ello es precisa la intercooperación integral, es decir, la participación de cada una de las organizaciones y de sus miembros en la producción, el consumo y el ahorro dentro de la economía alternativa.

El mercado social implica intercooperar para desconectarse, en lo posible, de la economía capitalista. Para ello, requiere alcanzar la masa crítica suficiente de productores, consumidores y ahorradores solidarios en un territorio, y conformar redes territoriales de intercambio que cubran de manera significativa las necesidades de un número considerable de personas. Por tanto, el camino a seguir es multiplicar la intercooperación entre este tipo iniciativas. En definitiva, el desarrollo de estas redes de intercambio territoriales no sólo mejoraría la viabilidad de cada una de las iniciativas alternativas, sino que supondría dar vida a un embrión de nueva economía dentro del actual capitalismo senil.

 

Prácticas transformadoras de producción de bienes y servicios

Orientaciones generales: de una economía social legitimadora a otra transformadora

La transformación de la sociedad no es un acto que se realiza en un mo­mento dado o de un día para otro. Es un proceso permanente y doble. Por un lado, de resistencia al capitalismo y, por otro, de construcción de una sociedad diferente que, sin embargo, ha de iniciarse en el interior de los órdenes sociales vigentes. La transición al capitalismo nació en el seno del feudalismo y la alternativa al capitalismo sólo puede nacer en el seno de éste. Por ello, muchas actuaciones transformadoras serán, en sí mis­mas, contradictorias, porque vivimos en el capitalismo y casi cualquier cosa que se proponga hunde sus raíces en el mismo[3].

Ahora bien, todas las actuaciones, según la orientación que se les dé, pueden ser transformadoras o integradoras. El capitalismo es extraordinariamente hábil para integrar en su seno todo aquello que lo pudiera poner en peligro. Esto hace que muchas actuaciones iniciadas contra el mismo puedan terminar cooperando y reforzándolo. En nuestro caso, la cuestión es actuar sin acabar siendo funcionales al sistema; trabajar contra el sistema sin convertirse a la vez en reformistas del mismo. Es prácticamente imposible decir teóricamente qué es conducente a una alternativa total y qué no. Sólo la práctica y la reflexión continua sobre ello nos permitirán in­tentar que el rumbo no sea reformista.

Para empezar, y refiriéndonos a las prácticas productivas transformadoras, éstas deben partir de la base de que cualquier alternativa debe cuestionar las bases de la explotación. Además, a lo de organización productiva “no capitalista” le añadimos el concepto de “sin cla­ses” pues una sociedad anticapitalista puede estar fuertemente jerarquizada.

Para que estos planteamientos avancen en la dirección transformadora deseada, es relevante el impulso de prácticas socioeconómicas que se guíen por una serie de criterios para que sean verdaderamente transformadoras[4]:

  • Avanzar hacia formas de propiedad no privada (comunal, cooperativa, municipal).
  • Desarrollar procesos productivos que no sean explotadores (ni relación laboral capitalista, ni patriarcado, ni expolio de los recursos naturales).
  • Desarrollar mecanismos de redistribución equitativos, no meritocráticos.
  • Establecer mecanismos de toma de decisiones democráticos, ni jerárquicos ni despóticos.
  • Apostar por procesos que prioricen la comunidad por encima del individuo.

Las prácticas económicas transformadoras suelen relacionarse con el concepto amplio de Economía Social (ES). Esta aparece vinculada históricamente a las asociaciones populares y las cooperativas, que constituyen su eje vertebrador. El sistema de valores y los principios de actuación del asociacionismo popular, sintetizados por el cooperativismo histórico, son los que han servido para articular el moderno concepto de ES estructurado en torno a las cooperativas, las mutualidades, las asociaciones y las fundaciones.[5]

Este tipo entidades sirven en muchos casos para la legitimación del actual sistema económico. Desde la perspectiva desde aquí buscada, se pretende avanzar en una Economía Social que sirva como alternativa, no como legitimador, del Capitalismo. En este sentido, se le añade el adjetivo “transformadora”. Se pretende avanzar hacia una “economía del trabajo emancipado”, que huye del control político y económico y apuesta por generar unidades económicas de producción de bienes y servicios radicalmente democráticas, autónomas y sostenibles.

 

Ejes para avanzar hacia unidades económicas de producción transformadoras

Históricamente las formas jurídicas que más se han aproximado a estas unidades productivas han sido las cooperativas. El cooperativismo tiene unos elementos diferenciados claros de la empresa capitalista convencional, sobre todo en el reparto del poder y la propiedad. Ahora bien, en muchas de estas empresas se reproducen las prácticas de la empresa capitalista convencional de capital; existe un sector cooperativista que no se identifica con las prácticas transformadoras y que asumen y legitiman el actual sistema capitalista. Se trata de pasar de un cooperativismo adaptativo al mercado a otro que siempre tenga los principios y valores transformadores, que no aspire a crear enclaves adaptados al capitalismo, máxime cuando el capitalismo se está viendo forzado a moverse hacia formas jurídicas más participativas.

En este sentido, y como elementos que nos sirvan como guía para avanzar en unidades o prácticas productivas transformadoras y no legitimadoras del capitalismo, se pueden utilizar unos ejes relacionados con cuestiones básicas de cualquier sistema económico, a saber: el trabajo, la propiedad y el valor.

 

A)     El trabajo

El trabajo asalariado es uno de los pilares del sistema capitalista. El elemento de transformación se encuentra en pasar del trabajo asalariado al trabajo libre asociado (de fuerza de trabajo o recurso humano contratado/comprado a productor libre asociado).

Los mercados para el trabajo, la tierra y el dinero son esenciales para el funcionamiento del capitalismo. Ahora bien, ni el traba­jo, ni la tierra, ni el dinero son mercancías. Ninguno de estos tres elemen­tos han sido producidos para la venta, por lo que es totalmente ficticio considerarlos mercancías.

El trabajo es la actividad eco­nómica que acompaña a la propia vida, la cual, por su parte, no ha sido pro­ducida en función de la venta, sino por razones totalmente distintas, y esta actividad tampoco puede ser desgajada del resto de la vida, ni puede ser almacenada o puesta en circulación. Sin embargo, para el capitalismo fue trascendental la mer­cantilización, monetización y privatización de la fuerza de trabajo. El capital sólo puede reproducirse sistemáticamente mediante la mercantilización del trabajo. Esto implica convertir el trabajo social, es decir, el trabajo realizado para otras personas, en trabajo social alienado, esto es, trabajo dedicado únicamente a la producción y reproducción del capital. Las personas con un trabajo asalariado que­dan en una situación en la que no pueden hacer otra cosa que reproducir mediante su trabajo las condiciones de su propia dominación. Eso es lo que significa para ellos la libertad bajo el dominio del capital.

La compraventa de servicios laborales precedió por supuesto al ascenso del capitalismo. Pero lo que el capital incorporó como rasgo distintivo es que podía crear la base para su propia reproducción mediante el uso de la fuerza de trabajo para producir un excedente (plusvalor) por encima del valor que necesitaba el trabajador para sobrevivir con determinado nivel de vida. Ese excedente es la base del beneficio capitalista, esencial para su propia reproducción. Lo más notable de ese sistema es que no parece basarse en el engaño, el robo o la desposesión, porque a los trabajadores se les paga el precio de mercado «justo», al mismo tiempo que se les pone a trabajar para generar el plusvalor que el capital necesita para sobrevivir.

Frente a esto, mediante el “trabajo libre asociado” se pretende des-alienar el trabajo y que las personas puedan determinar su propio proceso de trabajo. Las personas dejan de ser mercancías y desaparece la figura del capitalista, patrón, empresario, por un lado, y de trabajador asalariado por otro. La oposición de clase entre capital y trabajo se disuelve por medio de productores asociados que deciden libremente qué, cómo y cuándo produci­rán en colaboración con otras asociaciones y con el objetivo de la satisfac­ción de las necesidades sociales comunes.

 

B)     La propiedad de los medios de producción

La transformación social requiere optar por alguna forma concreta de propiedad de los medios de producción distinta a la propiedad privada.

La esencia misma del capital alberga una economía basada en la despo­sesión. La desposesión directa del valor producido por el trabajo social en el lugar de producción no es más que un eslabón (aunque primordial) de la cadena de desposesión que nutre y sostiene la apropiación y acumula­ción de grandes porciones de la riqueza común por «personas jurídicas» privadas.

Lo más importante de un sistema de producción alternativo es que permita a las personas controlar sus vidas, y esto es imposible con un sistema de propiedad privada. Por tanto, una unidad económica de producción de bienes y servicios transformadora debe basarse en la propiedad colectiva de los medios de producción y los bienes producidos.

Estas personas que forman la entidad o comunidad de producción ostentan tanto la propiedad de los medios de producción de la organización como la capacidad de decisión total de la misma. Por tanto, además de repartir la propiedad, el reparto se ampliará a la toma de decisiones (y excedentes, responsabilidades, etc.). Para alcanzar la autogestión y la democracia económica, además de la máxima “una persona, un voto”, es necesario asegurar que todas las personas de la comunidad tendrán acceso directo y completo a la información necesaria para la autogestión, y a su uso, teniendo como base los principios de la transparencia.

 

C)     El valor

En tercer lugar, se trata de producir bienes y servicios en función de, hasta donde sea posible, el valor de uso.

En una sociedad capitalista todas las mercancías que compramos tienen un valor de uso y un valor de cambio. Con el neoliberalismo, a partir de la década de 1970, el Estado se inhibe de las obligaciones de provisión pública en áreas tan diversas como la vivien­da, la sanidad, la educación, el transporte o los servicios públicos, con el fin de abrirlos a la acumulación privada de capital y a la primacía del valor de cambio. La crisis de 2008 era una crisis en el lado del valor de cambio que negaba a cada vez más gente el valor de uso adecuado de una vivienda, además de un nivel de vida decente. Lo mismo sucede en la sanidad y la educación a medida que las consideraciones del valor de cambio predo­minan cada vez más en la vida social sobre los aspectos del valor de uso.

La historia que oímos repetida en todas partes es que la forma más barata, mejor y más eficiente de producir y distribuir los valores de uso es desen­cadenando los instintos animales del empresario ansioso de beneficio, que le instan a participar en el sistema de mercado. Por esta razón, muchos ti­pos de valores de uso que hasta ahora eran distribuidos gratuitamente por el Estado han sido privatizados y mercantilizados. Cobra así relevancia la opción política entre un sistema mercantilizado que sirve bastante bien a los ricos y un sistema que se concentra en la producción y el abastecimien­to democrático de valores de uso para todos sin mediaciones del mercado.

A nivel micro de las unidades económicas de producción, en las entidades cooperativas y autogestionarias, es necesario hacer todo lo posible para que el valor de cambio (valoración estrictamente monetaria) se subordine al valor de uso (valoración amplia de satisfacción de necesidades de las personas); que las necesidades de las personas no sean subordinadas a la demanda solvente, y de este modo el mercado capitalista deje de ser el único o principal indicador de qué, cómo y cuánto se produce. De este modo, la producción de nuestra unidad productiva no se orientará al beneficio privado y al mero intercambio en el mercado sino a satisfacer las necesidades mate­riales básicas de la población y, en la medida que sea posible, sus deseos.

Se trata posiblemente del eje o elemento más difícil de alcanzar por las actuales entidades o unidades productivas pues el contexto en el que se mueven no les permite tener un grado de autonomía demasiado amplio. Este grado de autonomía o margen de maniobra dependerá, en muchos casos, del nivel de competencia (que no competitividad) con la que la entidad produce sus bienes y/o servicios, así como de la puesta en marcha o aumento de relevancia de canales de distribución, instrumentos de financiación y modos de consumo alternativos y complementarios al nuevo modo de producción.

 

[1] Expresión tomada de Enmanuel Rodríguez. http://ctxt.es/es/20171025/Firmas/15861/republica-izquierda-espana-catalunya-historia.htm

[2] Ideas tomadas de Isidoro Moreno. Para ampliar ver Moreno, I., y Delgado, M. (2013). “Andalucía: una cultura y una economía para la vida”. Ed: Atrapasueños SCA y Autonomía Sur SCA.

[3] Esta apartado se tiene como principal fuente: “Reflexionando sobre las alternativas”, Seminari d’Economia Crítica Taifa, 2013.

[4] Resumen de la matriz de transformación social propuesta por el Seminario de Economía Crítica Taifa.

[5] CIRIEC (2007): “La Economía Social en la Unión Europea”.

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Esparragueras (económicas)

Las grandes cooperativas agrícolas andaluzas: un ejemplo de economía social al servicio del capital

Al frente de las clasificaciones de las mayores cooperativas del sur de Europa se encuentran las andaluzas DCOOP, COVAP, UNICA, VICASOL, SUCA, MURGIVERDE, Granada La Palma o Agrosevilla. En conjunto, se trata de cooperativas de segundo grado con origen en sociedades cooperativas agrarias. Estas últimas son empresas que se crearon en su mayoría durante el franquismo (sobre todo en las décadas 1950, 1960), momento en el que les llamaba empresas asociativas o cooperativas de servicios a los propietarios de tierras.

En esa época, los propietarios de tierras se tuvieron que unir para no verse expulsados de la producción y del mercado, para modernizar sus procesos de producción y conseguir mejores precios. Por ello, constituyeron en palabras de M. Haubert “empresas de tipo capitalista, las cuales, sin embargo, no tenían por objeto la producción agraria misma, sino la articulación entre las empresas familiares y el mercado de los productos, de los insumos, del crédito, etc.” No sólo se unieron los pequeños y medianos propietarios de tierra. Algunos grandes propietarios vieron también en estas cooperativas un medio de explotar a los pequeños y medianos productores en tanto que el esfuerzo colectivo de estos permitía la creación de fábricas o almacenes que se utilizaban principalmente en provecho de los primeros. De este modo, dice el autor, “modernización y la capitalización del campo, en vez de poner en tela de juicio el poder económico, social y político de los caciques, podía reforzarlo considerablemente.”

El Estado franquista favoreció estos procesos mediante los cuales el capitalismo penetró en el campo andaluz bajo el control del Régimen. Haubert lo expresa del siguiente modo: “El aumento de la producción agraria y la ordenación del mercado correspondían a objetivos estratégicos respecto al abastecimiento de los grandes centros urbanos e industriales o al comercio exterior de la España franquista. Como era económicamente y políticamente imposible alcanzar esos objetivos apoyándose únicamente en las explotaciones típicamente capitalistas, las cooperativas parecían el medio más adecuado de penetración del capitalismo en el campo, por lo menos como fase transitoria. (…) Y como las cooperativas estaban estrictamente encuadradas en el sindicalismo vertical, estaba asegurado el control social y político del campesinado.”

A estas cooperativas con origen en pleno franquismo, se unen al frente del ranking otras creadas en las últimas décadas y vinculadas con la agricultura intensiva de Almería y Huelva. Este tipo de agricultura se caracteriza, precisamente, por llevar a cabo fórmulas de manejo de la tierra que hacen de la máxima explotación natural y laboral (con relevancia de la inmigración) sus principales ventajas comparativas.

Por tanto, estas grandes sociedades y empresas, aun siendo formalmente cooperativas, no pueden asimilarse a la autogestión y participación que persigue el movimiento cooperativo. Estas grandes empresas (quedan al margen honrosas excepciones de pequeñas cooperativas agrícolas que sí tienen como objetivo la mejora de los pequeños agricultores) apenas ponen en marcha estrategias de democracia económica. La distribución de las ingentes rentas que generan no repercuten como deben en el campo andaluz, sino que privilegian los intereses de un grupo de dirigentes con fabulosos salarios propios de multinacionales. Las cúpulas de estas cooperativas están compuestas por una clase gerencial formada en los mismos lugares (por ejemplo, Instituto San Telmo) que los directivos las grandes empresas de capital y con los mismos objetivos y herramientas.

En este sentido, DCOOP, la mayor cooperativa aceitera de Andalucía y Europa, y el mayor productor mundial de aceite de oliva con más de 200.000 toneladas anuales, utiliza fondos públicos procedentes de la Unión Europea, del Ministerio de Agricultura y de la Junta de Andalucía para construir bodegas de almacenamiento para el aceite de oliva que importa masivamente de Túnez a bajo precio. Con esos fondos públicos se habría financiado el 50% de los 5,8 millones de euros que han costado las bodegas de almacenamiento de aceite recientemente instaladas en las dependencias de MERCAOLEO en Antequera, sociedad filial de DCOOP. Buena parte de esta capacidad de almacenaje se utiliza para acumular aceite barato procedente de Túnez con el que influye en los precios a través de su marca “Pompeian”. Ante esta situación, los socios de DCOOP, tanto las cooperativas de primer grado como las personas físicas que son socias de estas cooperativas, están siendo perjudicadas por las estrategias de la cúpula dirigente pues anteponen la venta de aceite de Túnez a la de los productores andaluces. Además, las cooperativas se quejan de que la propia DCOOP está actuando para bajar los Estados Unidos con alto riesgo de provocar una reacción de los aceiteros californianos que termine en una imposición de aranceles al aceite andaluz, como ya ha sucedido con las aceitunas de mesa.

En definitiva, las grandes cooperativas agrarias andaluzas que encabezan los ranking son mayoritariamente empresas que actúan al servicio del actual capitalismo global, que las utiliza para succionar la riqueza que en forma de aceite, aceitunas, productos de agricultura intensiva o ganaderos genera la agricultura andaluza. El nombre de cooperativa, y el desamparo secular del pequeño propietario andaluz, hace que estas empresas realicen actuaciones que de modo impune y acrítico favorecen a los pequeños grupos dirigentes y perjudiquen los intereses de la mayoría de las personas socias. Por tanto, y a pesar de ser formalmente empresas de economía social, actúan como corporaciones capitalistas que someten a las cooperativas de primer grado y articulan a los pequeños propietarios andaluces con la globalización, con la mediación y control de grandes propietarios que se aprovechan de los primeros. De este modo, las grandes cooperativas empresariales refuerzan, en pleno siglo XXI, como diría Haubert, el poder “económico, social y político de los caciques.”

HAUBERT, M. (1984): “Cooperativismo y crisis económica en Andalucía”. IDR, Nº 28. Universidad de Sevilla.