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Flamenconomía, nociones de economía y otros cantes: 2/ “El turronero, la caló y el capitalismo de plataforma»

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En la segunda participación en el programa radiofónico «El Paseo» hemos hablado del trabajo, el empleo y las nuevas transformaciones que está imponiendo el capitalismo de plataformas.

En gran medida, las reflexiones han partido de la siguiente letra flamenca, cantada por El Turronero.

Letra: Al empezar la caló (tientos) Turronero

al empezar la calor/ empezaban los jornales/ y cuando llegaba el frío/vaya usted, que Dios le ampare

balcón de las martingalas/ ventanita del patrono/ el que quiera que se asome/ y se conforme con poco

me dice la gente/ me lo van diciendo/ que ando medio loco de tanto pensar/ lo que me pasa es que no puedo más/ porque a mí nadie me ha dao/ lo que me tienen que dar

Y es que no son pocas las similitudes entre las condiciones laborales impuestas por el capitalismo de plataforma y el trabajo jornalero. Andalucía, y su eterna explotación obrera, como vanguardia del «progreso retrocededor» que significa la «uberización» de las relaciones laborales.

Pero previamente a analizar las actuales condiciones laborales hemos comentado qué es el trabajo. ¿Es trabajo limpiar tu casa?; ¿es trabajo cuidar de tus hijas e hijos o de los mayores?; ¿es trabajo hacer este programa de radio sin cobrar? La idea y concepto de trabajo que tenemos en nuestras mentes es la que ha generado la economía capitalista. La economía capitalista tiene por objetivo los beneficios empresariales. Tan sólo considera trabajo aquellas actividades que generan beneficios empresariales. Por eso, las actividades anteriores no son consideradas trabajo. Por eso, las mujeres que de forma mayoritaria han realizado estas tareas en nuestra sociedad no han sido valoradas como trabajadoras.

Sin embargo, para una economía que tenga por objetivo la satisfacción de las necesidades de las personas, estas actividades son trabajo. Para este tipo de economía, trabajo es la actividad humana que sirve para satisfacer las necesidades de la gente. Y en este tipo de trabajo, el principal, el imprescindible el trabajo de cuidados desarrollados históricamente por las mujeres.


Pues bien, el trabajo asalariado en Andalucía se ha caracterizado por la inestabilidad (ir a la plaza del pueblo y ver si hoy voy al cortijo o no); los bajos salarios; las duras condiciones de esfuerzo; y los mínimos derechos sociales que se vinculaban al mismo. Estas condiciones laborales son las que tienen hoy las personas que hoy trabajan para UBER, Deliberoo y otras plataformas digitales.

Las plataformas digitales más conocidas han convertido a Internet en una enorme plaza de pueblo andaluza. La persona que quiere un sueldo va a internet y mira si hoy tiene trabajo o no. Sin estabilidad, con bajos sueldos, sin derechos sociales. El empresario, el dueño de la plataforma, gana dinero sin trabajar (de forma similiar a como lo han hecho los terratenientes andaluces; estos son las verdaderas personas en paro; las demás están desempleadas), poniendo en contacto a la persona que quiere viajar, por ejemplo, y a la que quiere trabajar y en este caso actúa de conductor.

El que gana dinero con esto le llama «economía colaborativa». Todos colaboran para que él se haga rico. Travis Kalanick, fundador y CEO de Uber, se estimaba hace algo más de un año que su fortuna era 6.000 millones de dólares. Hoy será mucho mayor. La «colaboración» diaria de miles de personas incrementa su fortuna de forma imparable e insaciable.

En fin, trabajo cuando «empieza la caló», de forma inestable, y el resto del tiempo «que Dios le ampare»; la «ventanita del patrono» está hoy en los bolsillos y hogares, en los móviles y ordenadores; desgraciadamente cada vez más gente no tiene más remedio que «conformarse con poco», salarios que hacen que ser mileurista sea un privilegio.

Cada vez más gente se volverá medio loca, o loca entera, del sentimiento de injusticia incomparablemente expresado por nuestro saber popular:

«lo que me pasa es que no puedo más/ porque a mí nadie me ha dao/ lo que me tienen que dar.»

https://www.ivoox.com/paseo-116-del-turronero-al-tur-r-o-audios-mp3_rf_32806128_1.html

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Esparragueras (económicas)

La econonomía social transformadora para la clase trabajadora

Este documento refleja por escrito la mayor parte de las ideas esbozadas en la intervención realizada por Óscar García Jurado en Gasteiz, el 22 junio 2018, en el seminario organizado por Manu Robles-Arangiz Institutua Fundazioa con el título de “Economía social y solidaria y soberanía(s)”.

Conceptos básicos: economía, economía social y trabajo

La pérdida de soberanía comienza con la pérdida del control de los conceptos, del significado de las palabras. Por tanto, para hablar sobre “la economía social transformadora para la clase trabajadora” nos parece del todo punto relevante aproximarnos a saber qué se entiende por economía, economía social y por trabajo.

Las definiciones convencionales de economía la definen, de forma general, como la ciencia que estudia el mejor modo de satisfacer necesidades con recursos escasos susceptibles de usos alternativos. Sin embargo, a lo que actualmente se denomina economía (sin adjetivos) tiene por objetivo la acumulación de capital, se centra en el beneficio, en el lucro. La economía social, en contraste con esta economía capitalista, podemos entenderla como el conjunto de iniciativas socioeconómicas, formales o informales, individuales o colectivas, que sí priorizan la satisfacción de las necesidades de las personas por encima del lucro.

Respecto al trabajo, el capitalismo lo ha reducido al empleo o trabajo asalariado. Este sistema ha tenido como base la idea de que sólo hay un tipo de trabajo “productivo”, el trabajo asalariado, aquél que sirve de modo directo para la acumulación de capital. Precisamente el tipo de trabajo que ha convertido a las personas en subordinadas de unas minorías propietarias del capital. Sin embargo, es preciso dejar de confundir trabajo con empleo. Una definición más amplia y sólida es aquella según la cual trabajo es la “ejecución de tareas que suponen un esfuerzo mental y físico, y que tienen como objetivo generar bienes y servicios para atender las necesidades humanas.” En palabras de David Harvey, “el trabajo es la actividad económica que acompaña a la propia vida.” Por tanto, lo que en capitalismo se denomina trabajo no es más que un tipo de trabajo, el trabajo asalariado, empleo y remunerado por cuenta ajena. Otros tipos de trabajos son los de cuidados, reproducción, voluntario o el autoempleo colectivo, el propio de la economía social o emprendimiento colectivo.

Mecanismos capitalistas para la subordinación

La economía capitalista, ayudada por elementos como la asimilación de trabajo con el trabajo asalariado, la propiedad privada y la supremacía del valor de cambio y el mercado, ha logrado que su agente hegemónico, el capital, tenga la capacidad de otorgar el derecho a la existencia. En capitalismo, la soberanía y la autonomía del capital impiden la soberanía y la autonomía de las personas, colectivos u otros agentes.

Con la llegada del capitalismo, los bienes comunes y los medios de producción se convirtieron en propiedad privada. La Naturaleza, la tierra, pasó a ser una mercancía. Nadie podía utilizar estos bienes salvo sus propietarios. Los bienes del común pasaron a ser de unas minorías que excluyeron a las mayorías de su uso y disfrute. Desde ese momento, los propietarios pasaron a necesitar cada más un mayor número de personas dispuestas a trabajar para ellos, así como los no propietarios pasaron a necesitar un salario ante la imposibilidad de ganarse la vida de forma autónoma. El trabajo pasa a ser trabajo asalariado o empleo, las personas pasan a ser fuerza de trabajo. Las personas no digirieron sin problemas la disciplina, el control o la dependencia que les supuso convertirse en mano de obra. Miles y miles de personas fueron asesinadas en los países europeos y en las colonias, así como un enorme número de mujeres fueron violadas y asesinadas en la “caza de brujas” necesaria para imponer la disciplina del trabajo asalariado[1].

Los ingresos de las personas y su capacidad de satisfacer sus necesidades pasaron a depender del mercado, del valor de cambio de los bienes y servicios que se producen. La producción tiene por objetivo maximizar los beneficios, acumular capital, nunca tienen como prioridad la satisfacción de las necesidades de las personas. No se produce, por tanto, para que la gente pueda consumir, sino que poco a poco se pasa a crear consumo, deseos, para que se pueda producir con beneficios.

En una economía y sociedad como en la que vivimos, cuyo objetivo esencial es la acumulación de capital, es muy dificultoso, cuando no directamente imposible, la autonomía/soberanía de las personas, comunidades u otros agentes que no sean el capital. Su origen y desarrollo es la historia de cómo el capital ha logrado su soberanía a costa de las personas, de las mujeres, de la clase trabajadora, de pueblos y comunidades enteras. Por tanto, en capitalismo, las personas y los territorios dependen del capital para poder subsistir. Para aspirar a la soberanía económica es preciso transformar el sistema socioeconómico por el que nos regimos. En capitalismo, otro mundo es imposible.

La economía social transformadora como instrumento para la emancipación

Frente a esta economía capitalista surge la economía social. Ahora bien, dentro de este conjunto de iniciativas existe una gran diversidad. A muy grandes rasgos, se puede dividir las distintas prácticas de la Economía social en dos grandes tipos. Por un lado, una economía social adaptativa o de mercado, “compuesto por empresas o iniciativas mercantiles que atienden a lógicas del capitalismo pero que intervienen desde una democratización (reducida) de la gestión de la organización empresarial”[2]. Por otro lado, estaría la Economía social que desde diversos ámbitos se está comenzando a denominar “transformadora” y que engloba al conjunto de iniciativas que pretenden caminar hacia un sistema socioeconómico alternativo; que se dirigen hacia una Economía del “trabajo emancipado”; que impulsa el control colectivo del excedente; que impulsa un consumo crítico, unas finanzas éticas y una distribución justa. En definitiva, unas prácticas coherentes con la creación de otra economía no capitalista o poscapitalista en las que se avanza en alternativas emancipadoras del concepto de trabajo, valor, propiedad y consumo.

Los mercados para el trabajo, la tierra y el dinero son esenciales para el funcionamiento del capitalismo. Ahora bien, ni el traba­jo, ni la tierra, ni el dinero son mercancías. El trabajo es la actividad eco­nómica que acompaña a la propia vida, la cual, por su parte, no ha sido pro­ducida en función de la venta, y esta actividad tampoco puede ser desgajada del resto de la vida, ni puede ser almacenada o puesta en circulación. Sin embargo, para el capitalismo fue trascendental la mer­cantilización, monetización y privatización de la fuerza de trabajo. El capital únicamente puede reproducirse sistemáticamente mediante la mercantilización de la fuerza de trabajo (lo que incluye el trabajo reproductivo y de cuidados). Esto implica convertir el trabajo social, es decir, el trabajo realizado  para otras personas, en trabajo social alienado, esto es, trabajo dedicado únicamente a la producción y reproducción del capital. Las personas con un trabajo asalariado que­dan en una situación en la que no pueden hacer otra cosa que reproducir mediante su trabajo las condiciones de su propia dominación. Eso es lo que significa para ellos la libertad bajo el dominio del capital.

Frente a esto, mediante el “trabajo libre asociado” se pretende des-alienar el trabajo y que las personas puedan determinar su propio proceso de trabajo. La economía social transformadora debe contribuir a eliminar la explotación de unas personas por otras y al establecimiento de la cooperación en un proceso común. En resumen, del trabajo asalariado como pilar del sistema capitalista, hay que avanzar hacia un régimen de producción comunitario; de una economía donde el trabajo es considerado como mercancía y las personas son recursos humanos, hay que avanzar hacia una economía del “trabajo emancipado”, donde las personas dejen de ser inputs, factores productivos, recursos humanos.

La búsqueda de otro trabajo no asalariado está completamente relacionada con la eliminación de la propiedad privada de los bienes comunes, medios de producción y/o de vida en los que se sustenta la condiciones materiales de la gente. Por tanto, la transformación social requiere optar por otras formas de gestión y propiedad de estos bienes o medios distinta a la propiedad privada.

Lo más importante de un sistema de producción alternativo es que permita a las personas controlar sus vidas, y esto es imposible con un sistema de propiedad privada. Por tanto, una unidad económica de producción de bienes y servicios transformadora debe basarse en la propiedad colectiva de los medios de producción y los bienes producidos. El reparto como principio frente a la acumulación debe extenderse hacia la gestión de los bienes o medios de producción, la toma de decisiones, los excedentes, las responsabilidades, etc. En definitiva, la Economía social transformadora debe propiciar un nuevo sistema productivo comunitario que busque alternativas a la propiedad privada, base esencial del capitalismo como sistema de explotación de unas personas por otras.

En tercer lugar, se trata de producir bienes y servicios en función de, hasta donde sea posible, el valor de uso. El capitalismo tiene como base otorgar a los bienes y servicios el valor que marca la demanda solvente, es decir, lo que se está dispuesto a pagar en el mercado. Se atiende por tanto al valor de cambio y no al valor de uso. Si alguien no tiene poder de compra, es decir dinero, no podrá satisfacer sus necesidades.

El valor de uso es la aptitud que posee un bien o servicio para satisfacer una necesidad. En este sentido, el valor de los bienes y servicios no estará en función del precio que se está dispuesto a pagar y de los beneficios monetarios que se pueden obtener, sino de la capacidad o aptitud que tiene el bien o servicio para satisfacer una necesidad.

Se trata, posiblemente, del eje o elemento más difícil de alcanzar por las actuales entidades o unidades productivas pues el contexto en el que se mueven no les permite tener un grado de autonomía demasiado amplio. Este grado de autonomía, soberanía o margen de maniobra dependerá, en muchos casos, del nivel de competencia (que no competitividad) con la que la entidad produce sus bienes y/o servicios.

En definitiva, y para terminar, con estas reflexiones se ha intentado contribuir al debate sobre cómo avanzar hacia una economía social transformadora, hacia la construcción de un conjunto hegemónico de prácticas socioeconómicas que sí tienen por objetivo la satisfacción de las necesidades materiales de la gente, que su finalidad máxima es mantener y enriquecer la vida, y a que aspira a generar grados de autonomía o soberanía a las personas y comunidades. Un debate imprescindible si no se quiere formar parte de modo acrítico e incluso legitimar la actual fase del sistema capitalista, así como avanzar en alternativas hacia una vida mejor. Porque, como dice la sabiduría popular andaluza reflejada en las coplas flamencas, “no merece compasión/ quien siendo esclavo/ no quiere buscarle la solución.”

 

Principal bibliografía consultada   

Calle Collado, A. y Casadevente J.L (2015): “Economías sociales y economías para los Bienes Comunes”. Otra Economía, vol. 9, n. 16, enero-junio 2015. Páginas 44-68.

Federici, S. (2004): “Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”. Ed Traficantes de Sueños.

Harvey, D. (2014): “Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo.”. Ed. Traficantes de sueños.

Lebowitz, M. A. (2005): “Más allá de El Capital. La economía política de la clase obrera en Marx”. Ed Akal.

Polanyi, K. (2007): “La gran transformación. Crítica al liberalismo económico”. Reedición, únicamente en formato PDF: Quipu editorial.

Razeto, L. (1994): Fundamentos de una Teoría Económica Comprensiva. Santiago de Chile. PET.

 

[1] Federici, S. (2004): Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Ed Traficantes de Sueños.

[2] Calle Collado, A. y Casadevente J.L (2015): “Economías sociales y economías para los Bienes Comunes”. Otra Economía, vol. 9, n. 16, enero-junio 2015. Páginas 44-68.

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Esparragueras (económicas)

Unas jornadas de desarrollo local neoliberal

Para este mes de febrero, en un pueblo de la campiña sevillana, gobernado por un partido de izquierda, se ha programado una jornada denominada “Emprendimiento y empresa”. Analizar la configuración y los ponentes nos da una idea de los contenidos y objetivos de las estrategias de desarrollo local neoliberal que desde hace décadas se vienen aplicando en las localidades de Andalucía (y de otros muchos territorios). Estrategias y políticas avaladas por la Unión Europea y que nunca han sido evaluadas; en ningún caso se conocen los impactos que han tenido en los territorios aplicados, en especial en la generación de empleo, cohesión social y desarrollo integral que dicen perseguir.

La Jornada comienza con la inauguración del alcalde. Lógicamente, estas estrategias siempre son avaladas e impulsadas por la administración pública (en los diversos niveles, desde lo local a lo comunitario). Cada vez es más evidente que el neoliberalismo (territorial) no persigue renunciar a las ayudas públicas sino todo lo contrario. El neoliberalismo supone un nuevo modo de intervención pública, no una estrategia de desregulación y no intervención del Estado en la economía.

Tras la intervención institucional, tendrá lugar una conferencia que se presenta con el siguiente título: “Tu proyecto eres tú. Activa tu mejor versión”. La persona encargada se presenta como “CEO en ModoOn,  Coach especializado en bienestar organizacional.” Una de las líneas esenciales del desarrollo local neoliberal es la “culpabilización de la víctima”. Sí, la persona desempleada de un pueblo con altas tasas de desempleo tiene una enorme responsabilidad en su situación. Por ello debe actuar a nivel personal como si se tratara de un proyecto empresarial en sí mismo. Debe “activarse”, pues su situación en gran medida se debe a su cierta “pasividad” y no aprovechamiento de sus cualidades, a su falta de capacidad de “ponerse en valor”. El sistema económico actual (en muy pocas ocasiones se habla de capitalismo) ofrece múltiples oportunidades para quien sabe aprovecharlas. La situación económica personal, por tanto, depende de la persona, no del contexto. El desempleo termina siendo un problema individual que necesita de un “coach”, y no un problema social propio del sistema socioeconómico en el que vivimos.

Tras la conferencia del coach, tendrá lugar la intervención de un «empresario de éxito». Otro elemento fundamental del neoliberalismo territorial es volver a situar al empresario como el héroe social. La empresarialización consiste en valorar de forma positiva cualquier tipo de empresario, emprendedor, pues en la ideología neoliberal son las empresas, los empresarios, el capital privado quien genera la riqueza. De este modo preparan el contexto para implementar todo tipo de políticas, ayudas y subvenciones para el capital. Las políticas de intervención pública, por tanto, se encaminan al apoyo de las empresas y apenas existe crítica o evaluación de las ayudas recibidas por el capital en las últimas décadas de implementación de desarrollo local neoliberal.

Tras un descanso denominado “Coffee Break and Network”, tomar un café y tostada con aceite comienza a parecer cateto, aunque el aprovechamiento endógeno más relevante de la localidad es el aceite de oliva, tendrá lugar un “Taller formativo” denominado “La publicidad en Google. Cómo conseguir rentabilidad.” En estos días en los que se comienza a tener análisis claros y críticos sobre el capitalismo de plataformas o vigilancia, la monopolización de los datos que las grandes empresas digitales están llevando a cabo, estas jornadas impulsadas por la administración pública tratan de impulsar y favorecer el uso de una de estas grandes “succionadoras de datos” que posteriormente no dudan en vender para cualquier tipo de actividades más o menos espurias.

Las jornadas terminan con otro caso de éxito empresarial y un “Almuerzo-Networking”. Se tratan de una jornadas ejemplares de desarrollo local neoliberal, esa política económica local que apenas ha sido valorada, criticada y mucho menos evaluada. Tanto que tras décadas de implantación en las localidades de Andalucía, continuamos con ratios de desempleo, emigración y pobreza de enorme envergadura. Es evidente para quien lo quiera analizar que estas políticas no están para eso. Su objetivo es mejorar la rentabilidad del capital aprovechando los recursos endógenos del territorio, poniendo a su servicio las agencias públicas y convirtiendo de nuevo al empresario individual (emprendedor) en alguien al que merece la pena dar subvenciones. Desde ese punto de vista, la evaluación es positiva, tanto, que estas jornadas ya son las cuartas, y cada año son “un éxito”.

Fuente: http://pueblacazalla.org/desarrollo/jornadasdeempresas/?fbclid=IwAR3VmusYEbeVx0NPKkWNh5F14rWHErTb6X94sv75o6661Lafn8CH80uePqE

 

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Aportaciones para una política económica alternativa

En los últimos días he leído dos artículos que me han parecido interesantes y que merece la pena tener en cuenta. Por un lado, el artículo de Chris Lehmann “Deja que los burócratas gestionen tu vida”, publicado en Contexto y Acción[1], y por otro “Necesidad de cambio del modelo productivo”, de E. Cantos, publicado en Viento Sur[2]. De ambos hemos tomado una serie de ideas que nos parecen interesantes como propuestas para una política económica alternativa para Andalucía y otros “sures”.

En el primero se analizan las políticas de los primeros disidentes Populistas (con P mayúscula) de Estados Unidos de allá de finales del siglo XIX. Así, el autor indica que “el populismo tiene su origen no en un programa prefabricado para demagogos autócratas, sino en una rebelión económica de granjeros y obreros desposeídos. Estos primeros disidentes del liberalismo económico de Estados Unidos “no pretendían difamar y rechazar las reglas y tradiciones democráticas, sino adaptarlas y expandirlas para que se ajustaran a un auge sin precedentes del régimen de trabajo industrial y a la consolidación del capitalismo monopolista en la república de productores que ellos describían como la ‘mancomunidad cooperativa’.”

Para este movimiento, las cooperativas de compra y comercialización eran esenciales para evitar la terrible explotación que los terratenientes ejercían sobre los campesinos (para ello se creó la Alianza Nacional de Granjeros y Sindicato Industrial). Se trataría de impulsar las actuales y conocidas en Andalucía cooperativas agrarias, pero a diferencia de lo que ha ocurrido en el sur peninsular, para hacer frente al poder terrateniente. En Andalucía, sin embargo, este poder ha cooptado y en gran medida controlado y gestionado las cooperativas impulsadas por el franquismo a partir, sobre todo, de la década de 1960.

Estos Populistas pretendían fomentar la independencia económica y “comprendieron, como pocos movimientos políticos de masas anteriores o posteriores, lo indisociable que es asegurar un sustento sostenible e independiente para el buen funcionamiento de un gobierno democrático.” Este movimiento político tuvo claro la necesidad de soberanía económica para cualquier democracia. En ningún pueblo de Andalucía existirá democracia o libertad de expresión si la subsistencia o la capacidad de poder vivir depende del terrateniente, industrial, empresario o alcalde de turno.

Los Populistas entendieron que “la cooperación económica por sí sola nunca podría contrarrestar el tipo de poder económico que acumulaban los capitalistas de la edad dorada. Por eso comenzaron a dar forma a un ala política, cuya intención era proporcionar el tipo de infraestructura que requiere la democracia económica.” Una de las propuestas más relevantes la de una moneda y un sistema bancario alternativos, que se conocieron como el Plan del Subtesoro.

Por su parte, en el artículo “Necesidad de cambio del modelo productivo, de E. Cantos, se apuesta por “un modelo de economía mixta, en la que la empresa matriz y tractora del sector o sectores en cuestión sean públicos, pero las unidades fundamentales de producción sean comunitarias. Se trataría, por tanto, de extender la economía social más allá de lo marginal, bajo el amparo de lo público.”

El autor indica que para “conseguir el objetivo del cambio de modelo productivo, en el cual el circuito de valor añadido tenga lugar en nuestro territorio”, es precisa la “radicalización democrática, también en la esfera de la producción”. En este sentido
“la iniciativa pública como sustituta de la empresa monopolística privada puede permitir avances en la democratización de la esfera productiva. El mercado va a seguir marcando en gran medida el precio de los productos, sobre todo en la esfera internacional, pero en nuestro modelo, la redistribución de la cadena de valor permitiría pagar mayores precios en la escala productiva primaria sin repercutir en el precio de venta final. Es decir, bajo este modelo, dado el valor de venta en el mercado, la institución pública bajo un funcionamiento democrático (y esto es muy importante remarcarlo) podría permitir que las propias unidades comunitarias de producción pudieran decidir democráticamente los precios de venta de sus productos.” Es decir, “el medio para conseguir nuestro modelo mixto de economía público-comunitaria es una entidad pública, análoga a la actual empresa monopolística tipo Mercadona, pero con una lógica y unos principios muy distintos. El objetivo no sería obtener el máximo beneficio económico, sino el máximo beneficio social.” De este modo, “la comercializadora pública permite incidir en el cómo se produce, por lo que podría impulsar el modelo de pequeñas unidades de producción autogestionadas, cuya propiedad sea colectiva.”

Además, la intervención pública no quedaría en el ámbito de la comercialización sino también en la financiación. “La combinación de comercializadora(s) pública(s) con un modelo de financiación (banca) también público, puede ser una eficaz herramienta para incentivar el tejido de transformación de productos primarios. La clave es que, quienes apuesten por dicha industria de transformación, tendrán la facilidad del crédito y la certeza del retorno de la inversión al tener garantizada la venta a la comercializadora pública.”

En definitiva, unidades de producción autogestionadas, comercializadoras públicas, modelos de financiación alternativos, propuestas para avanzar hacia repúblicas caracterizadas como “mancomunidades cooperativas”. Repúblicas a su vez mancomunadas con otras que así lo deseen y que nunca renuncien a la soberanía como sinónimo de democracia, de poder del pueblo.

Hoy, como ayer o como mañana, es un buen momento para pensar en propuestas de transformación que mejore la vida de la gente. Continuaremos atentos pues la economía es política y la política es economía. Separar lo económico y lo político es abandonar uno de los principios esenciales de la mejor tradición de la izquierda. La prioridad política de nuestros días es pensar en la construcción de alternativas al capitalismo.

[1] https://ctxt.es/es/20190206/Politica/24277/Chris-Lehmann-populismo-taxis-vtcs-EEUU-Trump.htm

[2] https://vientosur.info/spip.php?article14574&fbclid=IwAR0dJWxwpTez5Niy-pbrM5shzjs0YUdm-JalyQlSsITDzjT1brA2JtKO-88

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Colaboración y transformación, capital o vida

Sobre el falso debate de la “economía colaborativa”

 

“Para qué tanto llover
si a mí me duelen los brazos
de sembrar y no recoger
.”

Soleá. Letra popular

 

Transformar contra la vida

Está de moda el término “economías transformadoras”. En unos casos desde perspectivas críticas con el sistema capitalista. En otros desde posiciones que desean simplemente paliar algunos de sus efectos negativos. Nunca haciendo referencia a que es el capitalismo, su núcleo duro, la mayor potencia transformadora de las sociedades en las que vivimos. Para transformadora, por tanto, la economía capitalista. El reto, por el contrario, es transformar para la vida, para lo cual es condición necesaria, aunque no suficiente, dejar atrás el capitalismo.

El capitalismo transforma para poder sostener la acumulación privada de capital, poniendo a la vida al servicio del capital. En la actualidad, lo hace en un contexto de crisis climática, con menos recursos materiales y energéticos. Esto provoca que aumente la violencia estructural del sistema y use todo tipo de herramientas para evitar cualquier  barrera a la mercantilización capitalista a escala global. Todo vale para poner la vida, las personas y la naturaleza, al servicio de la maquinaria de generación de beneficios. Los ejércitos continúan siendo una herramienta fundamental de política económica.

La crisis ecológica y de acumulación replantea los campos de obtención de beneficio o absorción de rentas por parte del capital. Por un lado, se expande el ámbito especulativo financiero, es decir ganar dinero del dinero, donde los grandes fondos de inversión toman un creciente protagonismo. Por otro lado, continúa la necesaria extracción de materiales y fuentes de energía (con el desarrollo complementario del complejo industrial-militar). En tercer lugar, avanza el ataque a la esfera de lo público, allí donde todavía tenga un peso significativo, mercantilizando todo tipo de necesidades humanas básicas. Y como el capital planifica, tanto o más que el Estado o cualquier agente socioeconómico, a medio y largo plazo tiene planteado una nueva onda económica expansiva de la mano de la cuarta revolución industrial (4RI: datos, inteligencia artificial, robotización, automatización, comercio digital, etc.).

En palabras de Esteban Hernández, «en realidad, estamos ante un cambio en el modelo de apropiación capitalista, solo es una crisis para quienes no tienen nada.» Por tanto, el capitalismo hoy centra su esfuerzo en superar la grave crisis de acumulación y el colapso ecológico, aunque ello conlleve una guerra abierta entre capital y vida. Por ello es preciso romper la falsa elección entre dos supuestos capitalismos, el bueno y el malo, el liberal-democrático y el populista-autoritario-trumpista. Tanto uno como otro nos conduce al abismo social y al colapso ecológico.

Otra “revolución” para aumentar la desigualdad

Todo lo relacionado con la cuarta revolución industrial capitalista se vincula con el bello relato de la “economía colaborativa”. Día tras día se relaciona a la “economía colaborativa” con el software libre, la economía social y solidaria o el cooperativismo; con “plataformas digitales que ponen en contacto a personas que a su vez ponen en valor lo que tienen o lo que saben”; o, como decía un alto cargo de la Junta de Andalucía en un impagable artículo de eldiario.es de 2015, con una alternativa tan maravillosa que «favorece la redistribución de la renta, es un complemento de rentas y genera una economía más participativa» (Vicente Fernández, secretario general de Innovación, Industria y Energía de la Junta de Andalucía).

Tras la empática y sugerente denominación se esconde el nuevo capitalismo digital que tiene como base de acumulación o materia prima el control de los datos, de la información y el conocimiento. A día de hoy, y se espera que vaya en aumento en un futuro no lejano, existirán enormes fuentes de excedente económico en los servicios computacionales en la nube o de inteligencia artificial (la venta de hardware, la publicidad o incluso el comercio electrónico quedarán en segundo plano). Este nuevo modo de obtención de beneficios se basa en los datos acumulados tras años de vigilancia intensiva sobre la actividad de las personas. Con esa información se espera crear modelos de inteligencia artificial y convertir a los pocos gigantes que los han desarrollo en los intermediarios fundamentales de la economía.

Es decir, tras la “economía colaborativa” se esconden nuevos mecanismos de formación de plusvalía donde nuestro uso de Facebook, Google, Youtube, etc. sirve de materia prima para la acumulación capitalista. En la actualidad, entre las diez principales compañías con un mayor valor en bolsa se encuentran los siguientes gigantes tecnológicos: las estadounidenses Microsoft, Apple, Alphabet, Amazon, Facebook, y las chinas Alibaba y Tencent.

Estas escasas megaempresas digitales tienen estrechos vínculos tanto con los Estados hegemónicos del siglo XXI (EEUU y China), como con la economía financiera (fondos de inversión). La profesora china Yun Wen afirma que en su país impera “una lógica capitalista tecno-nacionalista”. Por su parte, Julian Assange ha explicado de forma tan convincente como olvidada la financiación que la CIA brindó a las primeras pruebas del motor de búsqueda de Google. La economía financiera también es parte protagonista de estas nuevas megacorporaciones digitales, tanto fondos de inversión procedentes de las grandes economías hegemónicas como de fondos soberanos (Singapur, Arabia Saudí, Noruega o Japón). Así, la supuesta “colaboración” sirve para que tanto Silicon Valley como las grandes empresas chinas se conviertan en enormes aspiradoras de riqueza que aumenta aún más la desigualdad y la polarización y concentración de la riqueza en muy pocas manos. A más concentración de riqueza, más concentración de poder y, por tanto, mayores cotas de autoritarismo. Hablar de democracia en este contexto socioeconómico pasa a ser una broma de mal gusto.

El falso relato de la “economía colaborativa”

Hace un siglo y medio, Karl Marx analizó cómo se disciplinaba la cooperación en una fábrica. El autor alemán llamaba cooperación a «la forma de trabajo de muchos obreros coordinados y reunidos con arreglo a un plan en el mismo proceso de producción o en procesos de producción distintos». Marx venía a decir que no hay capital sin cooperación pues para obtener beneficios empresariales del trabajo es necesario ordenar con “arreglo a un plan» la capacidad cooperativa de las personas trabajadoras.

La falsa “economía colaborativa” hace que grandes y escasas empresas absorban el valor de la cooperación que establecemos en nuestras relaciones cotidianas o cuando buscamos respuesta a necesidades básicas. No se trata de extraer renta de la riqueza producida en la fábrica, sino de extraer renta de la riqueza que producimos cotidianamente, parasitando las relaciones de colaboración que se dan en el territorio o en la red. En las plataformas digitales el capital ya no organiza la producción, sino que directamente se limita a parasitarla. Es pura lógica rentista: la exacción como una forma de explotación.

Las lógicas capitalistas en las que estamos atrapados en el marco de la alta tecnología producirán muy variadas consecuencias sociales, entre las que destaca la precariedad laboral, la gentrificación urbana, la privatización de servicios públicos, etc. Esos perjuicios concretos hay que enmarcarlos en algo mucho más amplio y grave: una economía digital enormemente vinculada a unos cuantos gigantes tecnológicos con detallados perfiles de cada persona tendrá como consecuencia convertirse en una “sociedad civilizada” de acuerdo, todavía más, al consumo (poseen toda la información de las cuentas bancarias), y la producción (la actividad laboral genera datos que pueden aumentar la productividad o eficiencia). Estas son las principales implicaciones sociales de un capitalismo monopolista en la era digital.

Transformar para la vida

La generación de cambios que sirvan para favorecer los intereses generales de la población requiere de transformaciones en torno a cómo se produce y cómo se distribuye el excedente económico. Otra economía territorial que transforme en sentido opuesto a como lo hace la economía capitalista debe cambiar el modo en que se produce, apropia y distribuye el excedente económico. La colaboración, la cooperación debe implicar reparto, nunca mayor concentración, desigualdad y acumulación.

Frente al actual desarrollo local neoliberal o neoliberalismo territorial es preciso poner en marcha un desarrollo local transformador que tenga como agentes básicos a la economía social transformadora y los bienes comunes. En principio, esta economía social debe estar conformada por entidades socioeconómicas que antepongan los intereses de las personas a las del capital y que apuestan por otras formas de trabajar (diferentes al trabajo enajenado), de establecer la propiedad de los medios de producción (distintos a la propiedad privada) y de tomar decisiones respecto a lo que se produce (subordinando el valor de cambio al valor de uso). Se trata de conformar un marco y unas prácticas socioeconómicas capaces de redefinir las formas y modos de producir, distribuir, financiar y consumir, fundadas en categorías radicalmente democráticas y ecológicas.

En gran medida, la economía social transformadora tendrá su base en la autonomía de la actividad laboral de las personas o “soberanía del trabajo”. Esta autonomía deberá ir tejiendo de forma colectiva la “soberanía económica territorial”, así como la alcanzada en los diversos ámbitos estratégicos de asunción de capacidad de decisión popular (“soberanías sectoriales”). De este modo, se entiende la soberanía como la capacidad de decisión popular en diversos ámbitos estratégicos como son la alimentación, las finanzas, la energía, la tecnología, etc. Así, frente al capitalismo digital, y siguiendo a Gorka Julio, podemos definir la soberanía tecnológica como los procesos en los que las comunidades ganan el derecho a definir sus propios sistemas operativos, software, hardware, redes e infraestructuras, utilizando métodos ecológica, social, económica y culturalmente apropiados según sus propias características. La soberanía tecnológica significa que las comunidades tienen un papel dominante en el control de la tecnología y de la producción de las mismas por encima de los intereses comerciales.

Mientras el capitalismo digital o de plataforma pretende establecer una organización racional de cada ámbito de la vida mediante el uso de algoritmos guiados por intereses comerciales, desde las estrategias del desarrollo local transformador se debiera impulsar infraestructuras sociales y cívicas con sistemas universales, guiadas a su vez por medios democráticos y de propiedad pública o comunitaria. Los territorios deberían avanzar en la idea de apropiarse y ejecutar los datos colectivos de las personas, el ecosistema que crean los objetos conectados a internet, el transporte público o los sistemas de energía como activos o bienes comunes, y colocarlos a la entera disposición de los procesos de innovación social cooperativa. Todo ello se enmarca en la idea de que exista una infraestructura pública que proporcione a la ciudadanía un control total sobre cómo se utilizan sus datos con el objetivo de fomentar la soberanía tecnológica. La idea debe ser convertir las infraestructuras tecnológicas en bienes comunes. Los tiempos actuales, como apunta Francesca Bria, requieren “sistemas centrados en asegurar el futuro de las democracias, espolear los derechos digitales y crear trabajos no orientados el mercado laboral”.

Igual de este modo sí colaboramos para la vida y no contra ella.

Artículo publicado en El Topo, nº 32

Fuentes

  • Autonomía Sur. Documentos Autonomía Sur. [En línea] http://autonomiasur.org/wp/materiales-descarga/?mdocs-cat=mdocs-cat-6&mdocs-att=null
  • Alejandro Ávila. “Economía colaborativa: poder (económico) para el ciudadano”. [En línea] https://www.eldiario.es/andalucia/poder-economico-ciudadano_0_365013496.html
  • Ekaiz Cancela. Varios artículos en El Salto. [En línea] https://www.elsaltodiario.com/autor/ekaitz-cancela
  • Gonzalo Fernández. “De la ‘guerra comercial’ a la ‘guerra económica’. El Salto. 2018. [En línea] (En línea) https://www.elsaltodiario.com/una-de-las-nuestras/guerra-economica-global
  • Gorka Julio. “La apropiación socioeconómica de la tecnología: una vía hacia la soberanía tecnológica.” [En línea] http://talaios.coop/2018/08/pdf-la-apropiacion-socioeconomica-de-la-tecnologia-una-via-hacia-la-soberania-tecnologica/
  • Trebor Scholz. “Cooperativismo de plataforma. Desafiando la economía colaborativa corporativa.” Dimmons.net. 2016.
  • Varios autores. “Soberanías. Una propuesta contra el Capitalismo”. Zambra y Baladre. 2018