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Negacionismo del aislamiento

Cada día que pasa es más complicado analizar y hablar sobre las medidas gubernamentales implantadas para luchar contra el coronavirus. Se han establecido dos corrientes de opinión, de blanco o negro, que apenas dejan margen a los grises. Por un lado está la corriente «políticamente correcta» y su sí a todo lo que venga de las instancias gubernamentales; por otro lado la «negacionista derechista», y su sí a todo lo que venga de instancias antigubernamentales que tienen como único objetivo convertirse en gubernamentales.

Entre la corrección y la locura, entre el miedo paralizante y la irresponsabilidad amenazante, hay un amplio espacio para pensar y analizar hacia dónde vamos, desde el convencimiento de que Robinson Crusoe no es posible: una persona es social o no es persona. Digo yo que es posible criticar, sin ser «derechista terraplanista» y teniendo un enorme respeto por Fernando Simón, lo fallos en el recuento de afectados, fallecidos, etc.; pensar que es posible una estrategia más territorializada y dirijida a los grupos de riesgo, que valore más lo concreto (mayor gasto en residencias, atención a grupos vulnerables, etc.); valorar las consecuencias que el «estado de pánico» está causando y va a causar en nuestra sociedad.

El aumento del aislamiento social, el peligro de desaparición de movimientos sociales, la fragmentación colectiva, la desarticulación de las protestas sociales son posibles consecuencias de las medidas que se están tomando. La vulnerabilidad de los vulnerables se va a agudizar por la «distancia social». La fortaleza de los fuertes se va a potenciar como en toda situación de crisis y shock en una sociedad capitalista. La economía capitalista, claramente, se está adaptando a la nueva realidad mucho más rápidamente que los procesos sociales que buscan mantener y enriquecer la vida.

La responsabilidad social hoy requiere adaptarse a lo existente realmente y negar las imposiciones interesadas; vivir más hacia el adentro familiar para luchar contra la crisis sanitaria sin negar la búsqueda de nuevas relaciones comunitarias para luchar contra la crisis de injusticia social; tener miedo sin caer en el pánico; vivir como personas para no morir como animales.

Época tan fea y rara como inestable y estimulante.

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Socialismo para el común: comunismo de las energías

Según C. Laval y P. Dardot: «La extensión de la mercancía, el peso creciente de las grandes empresas y la presión de la lógica de la propiedad van de la mano.» De ahí que sea considerada como lógica la apropiación privada de un medicamento, de una vacuna, y que su finalidad curativa se subordine a la generación de beneficios para grandes empresas.

Frente a esto, hablemos de socialismo. De un socialismo entendido como la afirmación de que la democracia no puede detenerse a la puerta de las fábricas, las granjas-cortijos, los talleres. No se trata de que el individuo se someta al todo, encarnado por un jefe y un partido, sino de reorganizar la sociedad de acuerdo con principios de gestión y de legislación que den un poder real, una justa retribución y un reconocimiento a todas aquellas personas que participan en la obra común.

Jaurés hablaba de un «comunismo de las energías».

Frente a la apropiación privada de la vida, de la salud, de los bienes comunes, afrontar el problema de la institución de la cooperación económica y social, y plantear como posible solución la asociación libremente consentida y colectivamente gestionada por los productores.

En ese sentido, Proudhon llegó a pensar que «el taller disolverá el gobierno».

La salida al autoritarismo económico actual es la democracia económica y algunas luces nos muestra las experiencias de gestión cooperativa y autogestión, las economías transformadoras que a pesar de todo viven produciendo, distribuyendo, consumiendo, financiando de otro modo.

Fuente: C. Laval y P. Dardot (2015): «Común». Gedisa.

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El problema

El problema no son los okupas, es la falta de cumplimiento del derecho a la vivienda.

El problema no es la falta de crecimiento, es la distribución.

No es la falta de seguridad, sino los beneficios que genera el miedo.

El problema es el control del poder sobre su planteamiento.

El problema es no plantear los verdaderos problemas.

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Unión y subcontratación

Lo que está pasando en el sector del metal de la Bahía de Cádiz es muy importante.

La subcontratación ha sido una estrategia del capital para bajar costes, precarizar el empleo y aumentar sus beneficios: precarizar vidas para generar capital. No sólo en los astilleros gaditanos, es una estrategia generalizada en todas las ramas industriales e incluso en actividades primarias y terciarias.

A día de hoy, las personas que trabajan en las empresas subcontratadas de la Bahía han dicho basta. La respuesta de las que lo hacen en las empresas subcontratadoras, Navantia, puede ser de dos tipos principalmente: uno, apoyar a los trabajadores de fuera; dos, apoyar las estrategias de la empresa matriz. Lo primero posibilitará un futuro de unión y lucha por las mejoras laborales del conjunto. Lo segundo será privilegio para hoy, de cada vez menos gente, y precariedad y desempleo generalizado para mañana.

El campo andaluz, la economía cortijera es una experiencia de la que aprender. Al final a los manijeros también los humillan. Doblemente.
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Crisis y empresas como KPMG

Estoy pasando agosto leyendo «La doctrina del schock» y viendo de nuevo la serie «Treme». Naomi Klein y David Simons nos muestran su visión del capitalismo del desastre. Explican desde distintos tratamientos pero como muchos nexos explicativos comunes el capitalismo del desastre en el que vivimos, en el que viviremos si no lo remediamos. Ese capitalismo utiliza cualquier crisis, cualquier desastre natural o creado, cualquier conflicto o guerra para avanzar en los intereses del capital, en la acumulación de riqueza, en la generación de desigualdad.

El gobierno y otras instancias políticas y socioeconómicas de Andalucía van a utilizar la crisis sanitaria para avanzar en la privatización, la exclusión y la desigualdad de la sociedad andaluza.

Y para ello utilizan a empresas como KPMG. Esta empresa, nos recuerda Naomi Klein, recibió 240 millones de euros para crear un «sistema mercantilista» en el Irak machacado por la «alianza occidental». Ese Irak donde se redujo el sector público al mínimo y se privatizó la riqueza natural con la ayuda de subcontratas que trabajaban en un ciudad-Estado (zona verde de Bagdad) creada por Halliburton y donde se firmaban leyes beneficiosas para las empresas occidentales saqueadoras redactadas por KPMG.

Esta empresa de «servicios de auditoría, de asesoramiento legal y fiscal, y de asesoramiento financiero y de negocio» está bien asentada en Andalucía (vean foto). En Irak fueron parte del desastre capitalista sin límites que se produjo y prosigue a raíz de la guerra. En Andalucía, y allí donde estén y tengan capacidad de influencia, serán útiles para aprovechar cualquier crisis para saquear y expoliar lo común en beneficio de las élites.

Empresas como KPMG son colaboradoras necesarias en el despojo programado por el capitalismo del desastre. El desastre que supone el capitalismo requiere de estas «eficientes» organizaciones.

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Comunidad o barbarie

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«Us As A Logo», Geoff McFetridge. championdontstop.com

Terminará el verano y el monstruo seguirá estando ahí.

Una bestia que se enriquece del desastre colectivo.

Utilizaron el Chile de Pinochet y los gobiernos de militares sudamericanos asesinos; la Rusia de los corruptos jerarcas; la China de los nuevos comunistas millonarios; los gobiernos neoliberales laboristas, «socialistas», demócrata-republicanos; las guerras permanentes de Israel; los militares genocidas africanos; el tsunami de Asia; los huracanes…

Y utilizarán el virus.

Que a nadie le quepa duda.

El mayor bicho existente en nuestra sociedad, el capitalismo, utilizará al virus para continuar generando desigualdad, hambre y sufrimiento.

Privatizando, subcontratando, desregulando, endeudando…

Saqueando.

El desastre no cambia a la minoría que nos controla, al contrario, les estimula y facilita su objetivo de instaurar un sistema mundial autoritario y desigual.

En esta época de asintomáticos peligrosos y distancia social es necesario refundar la comunidad, el apoyo mutuo, lo comunitario.

Nunca nada justo fue fácil.

Comunidad o barbarie.

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Pueblo vasallo y minoría emancipadora

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La monarquía heredera del sistema dictatorial franquista indica un pueblo con elevadas dosis de vasallaje, que encuentra apropiado que su jefe de estado no sea elegido democráticamente. En estas circunstancias, tiene lógica la defensa de gran parte de la representación política de la salida del país de un ex jefe de estado elegido por un dictador y acusado de corrupción.

Sí, estoy diciendo que por estos lares no se cree en la democracia, en el poder del pueblo para tomar sus decisiones. Por eso no se entiende que haya pueblos del Estado que quieran ser soberanos, que luchen por autodeterminarse, que aspiren a una mejor o mayor democracia (estén o no acertados o equivocados en las vías por la que la persiguen).

Estoy diciendo que gusta mandar y/o ser mandado. De ahí la dificultad de generar economía autogestionada; de ahí el apego al trabajo dependiente; de ahí la sumisión y gusto por tener un empleo subordinado, asumir órdenes, cobrar y a casa. O lo mismo-contrario, ser el rey-empresario que da órdenes a recursos humanos en búsqueda de unos objetivos individuales tan egoístas como anti-democráticos.

Miedo a la democracia, miedo a la libertad, a la autonomía; de ahí la monarquía; de ahí la monarquía corrupta; de ahí el autoritarismo empresarial; de ahí la imposibilidad de libertad y democracia en pueblos como el mío donde el acceso a la subsistencia depende de una minoría autoritaria; de ahí el franquismo y machismo de tanto «demócrata».

Hay pueblos-sociedades en las que las mayorías necesitan y creen en la jerarquía. Esos pueblos apenas creen en la igualdad. Por eso son pueblos vasallos.

Las mejoras en esas sociedades dependen de la perseverancia e inteligencia de las minorías que aspiran a la autogestión política y económica, que reniegan del vasallaje y desean la democracia.

Larga vida a esas minorías emancipadoras y que algún día se vuelvan mayorías.
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El Silo

Transformación económica para la vida

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Obra de Juan Genovés

A lo largo de los últimos años el autor de este blog ha dado diversa charlas, conferencias y cursos. Poco a poco se fue creando la necesidad de ir confeccionando un texto que sirviera de apoyo, en especial a los cursos. Este trabajo de acumulación y síntesis es permanente, es decir, poco a poco va construyéndose y apenas hay un mes en el que no se vea afectado por alguna modificación. Publicamos en El Silo la versión previa al confinamiento colectivo de esta primavera de 2020. Por cierto, el texto se llama, por ahora, «Transformación económica para la vida» o «Breve curso de economías: de la economía capitalista a las economías transformadoras».

Para acceder pincha aquí.

 

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Creación a la intemperie

A propósito de la obra de teatro «Solo queda caer», de Raúl Cortés.

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La cultura tiene poder. La crítica, la sátira a través del teatro, la literatura, la pintura ha sido siempre poderosa ante el poder. Tiene capacidad de contrapoder. Por eso algunas mentes bien dotadas se preocuparon cuando se crearon los Ministerios de Cultura; la concejalías; las consejerías… Herramientas de control del contrapoder que supone la creación artística crítica.

El poder va ganando. Por goleada. Apenas existe creación artística crítica. Las consejerías, las concejalías, las burocracias han desarrollado a la perfección su encomienda. Ante eso las prácticas socioeconómicas transformadoras deben y tienen mucho que decir. La economía social transformadora debe ser motor para generar una creación cultural «a la intemperie» del poder y al resguardo de la gente a la que va dirigida.

Para ello es necesaria la autogestión, y esta es posible siempre que se esté dispuesto a renunciar al lucro por la creación, al valor de cambio por el valor de uso, y, sobre todo, a crear comunidades donde productores y consumidores se confundan y el espectador sea tan protagonista como el actor, el usuario como el productor o el receptor como el emisor. Es necesaria hacer complementaria la tiranía de la creación con una organización democrática amplia, que vaya más allá del colectivo «productor» y englobe a colectivo «consumidor». Hablamos de entidades cooperativas de «prosumidores», de organizar comunidades de creación artísticas y transformadoras.

El grado de autonomía de la creación artística a la intemperie dependerá de su independencia del poder. Claro. Dicha autonomía estará, a su vez, en función de la capacidad de autogestión económica colectiva. Y para eso también es necesaria la creación, la imaginación, la búsqueda de utopías: económicas, sí; artísticas, claro; políticas, sobre todo.