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Otra izquierda, andaluza

La cuestión, casi siempre, no es si nos entendemos. La cuestión es si nos explicamos. En términos económicos, es una cuestión de oferta, del emisor, no de demanda, del receptor.

Voy a ver si me explico. Dice la maestra Federici: «El horizonte que nos propone el actual discurso y política de los comunes no consiste en la promesa de un retorno imposible al pasado, sino en la posibilidad de recuperar el poder de decidir colectivamente nuestro destino en esta tierra». Yo, como andaluz, no quiero «volver a ser lo que fuimos», como dice el himno de Blas Infante. El de Juan Carlos Aragón (pasodoble «Aunque diga Blas Infante») ante eso dice: «los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos, lo que fuimos antiguamente pobrecitos y vasallos, siervos de terratenientes y de chulos a caballo.» En fin, que no.

Para mí, la izquierda andaluza debe dar contenido a ese «recuperar el poder de decidir colectivamente nuestro destino». Igual no es apropiado el verbo recuperar, sino asumir. Igual no se trata de volver a ser lo que fuimos, sino de avanzar hacia una sociedad comunal; donde lo colectivo se principio de vida; donde se multiple la creación de formas inapropiables de medios de producción, limitando el trabajo asalariado (del que fuimos pioneros), produciendo para el uso de nuestras necesidades y no para aumentar las riquezas de unos miserables.

Eso para mí es el nuevo soberanismo al que debe aspirar otra izquierda, andaluza. Igual soberanismo es sinónimo de «autonomía», esta última pensada en los términos de transformación de la gente luchadora de la década de 1970, y no de sumisión de la posterior socio-lista y sus colaboradores necesarios.

Es el momento. Necesitamos otra izquierda, andaluza, que luche por el objetivo básico de avanzar en la posibilidad de decidir colectivamente nuestro destino. Es decir, una izquierda democrática. Tan simple como complicado en el actual sistema político (español) y económico (capitalismo).

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El último

Alberto Garzón, miembro del Partido Comunista de España, de Izquierda Unida, de Unidos Podemos, del Gobierno de España y de otras cosas más ha sido el último. Sí, el último en justificar cualquier cosa por el empleo.

El último de una larga lista. Una lista que se ampliará con otros izquierdistas, derechistas, centristas, que pasarán por alto que desde las bases de Morón y Rota se asisten a mantanzas de personas, de clase obrera.

Garzón es el último en dejar claro que hay violencias que no se condenan, incluso se justifican. Sí, las violencias que dan empleo, o, mejor dicho, las violencias que generan beneficios empresariales que requieren, a pesar de los gestores empresariales, de «recursos humanos». Esas violencias no se condenan, incluso se colabora con su continuidad por el supuesto bien de las clases dominadas. No es el primero, ni mucho menos, y habrá muchos más que obviarán las raíces del problema y se unirána a la mesa en la que comen los causantes.

Imagino que Garzón esperará un tiempo antes de poner la palabra internacionalismo en su boca. Quizás, olvide el cinismo que le otorga y permite sus cargos para no atacar en una temporada a quienes luchan por la autodeterminación de los pueblos alegando el internacionalismo obrero. Avalar el uso estadounidense de las bases de Rota y Morón es apoyar un internacionalismo de sangre, capital y fuego.

Aquí, en Andalucía, llevamos siglos oyendo a economistas y políticos (Garzón cumple las dos cualidades) decir que sobra mucha gente. En Andalucía, las tierras, la propiedad y el poder lleva mucho tiempo en muy pocas manos y el resto, el que no tiene más que su capacidad de trabajar para otro, de ser explotado, sobra. En términos económicos capitalistas, hay excedente de mano de obra y, por tanto, cualquier empleo debe ser protegido. Garzón, al proteger cualquier empleo, es el último en legitimar las circunstancias y factores que dan como resultado esa situación. Es el último en dejar de plantear el mal reparto, el latifundio, la dependencia y marginación de la economía andaluza como fuente de sufrimiento, emigración y vasallaje. Mirar donde debe para vivir como quiere.

Unos autodenominados «socialistas» concedieron la medalla al mérito al trabajo a una duquesa; otros que se hacen llamar «comunistas» terminan avalando el empleo que genera el ejército más sanguinario de la historia de la humanidad; y otros, o los mismos, apoyan la destrucción de nuestros ríos, nuestras sierras, nuestra tierra, por migajas que no terminarán con el desempleo, con la precariedad, con la emigración forzada. Ellos sí terminan con el socialismo, el comunismo y tantas y tantas buenas ideas y tradiciones que deberían servir para transformar nuestra tierra.

El empleo generado en nuestra tierra, las actividades que utilizan nuestros cuerpos para sus beneficios, han sido y son utilizadas en demasiadas ocasiones como herramienta de sumisión, chantaje y legitimación de las violencias. Unas directamente causadas por ejércitos de destrucción masiva con bases en nuestra tierra, otras causadas por la desigualdad y la injusticia. Militares y caciques, políticos y licenciados, todas figuras imprescindibles para nuestra secular situación de mierda.

En la legitimación de esta historia algunos tendrán trabajo giratorio garantizado, pocos; otros vergüenza perpetua, menos; y otros memoria para que nada ocurra en vano, menos aún. Pero alguno habrá. Por nuestros muertos.

Aportación del gran Gruñido GRRR

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Izquierda andaluza

Desde hace muchos años, bastante gente de Morón de la Frontera decidimos que no podíamos hacer política con Izquierda Unida. Equivocados o no seguimos adelante y dio sus frutos. Ni con ellos ni atendiendo a sus críticas y ataques (algunos bastante sucios).

En Andalucía podemos asistir en este otoño de tantas cosas al momento en el que mucha gente sea consciente de la necesidad de avanzar desde abajo, desde los pueblos y barrios, lo más alejado de Madrid y sus servidores en Sevilla.

Hay mucha gente buena y válida en IU, como ahora en Unidas Podemos. Muchísima. Militantes dignos de respeto y admiración. Lo cual no quita que piense que es preciso dejar a esas organizaciones al margen. Tal y como hicimos en Morón.

Es hora de ser capaz de crear un movimiento sociopolítico amplio de izquierda andaluza. Algunos ingredientes que serán necesarios en mi opinión: la unión, el cumplir y el reparto, además de generosidad, mucha inteligencia y egos los justitos (o menos).

Ese movimiento debería tener un ámbito o herramienta institucional que sólo sea un instrumento para el impulso de organizaciones laborales, sociales, económicas o culturales. Estas últimas son las que verdaderamente pueden generar la fuerza, proporcionar soluciones y ser capaz de impulsar autonomías-soberanías personales y colectivas en una sociedad dependiente, marginada y explotada desde hace siglos.

Ojalá se vaya de verdad y se ponga, de una vez por todas, las necesidades y vida de la gente por delante.

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Comunalicemos

En Andalucía continúa habiendo lucha por y desde lo común. La tierra en Marinaleda o la Sierra en Morón son alguno de los múltiples ejemplos.

En Cochabamba dijeron: «Hemos sufrido un gran robo, cuando no somos propietarios de nada». Hoy, como ayer, como mañana promover lo inapropiable para evitar la destrucción y el robo es esencial.

La pobreza es el principal problema social y económico de Andalucía. Tras décadas de empleabilidad, emprendedorismo, en definitiva, de personalizar los problemas sociales y culpabilizar a las víctimas, vivimos en una sociedad cada vez más desigual y excluyente.

El debate promovido desde política profesional y sus medios de transmisión ocultan estas realidades. El distanciamiento sideral entre lo real y lo político-virtual impulsa movimientos y escenarios políticos que fomentan y legitiman la miseria y su contraparte, la opulencia.

Frente a la violencia y al autoritarismo que conlleva la desiguladad, promovamos lo común, lo inapropiable, y asumamos como comunes los problemas sociales y colectivos que nos afectan. Y, sobre todo, comencemos a resolverlos desde el principio de lo común.

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Democracias por venir

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Hace tiempo que no sentía tanto asco de la realidad «política», es decir, de aquélla que realizan los políticos remunerados (por eso entrecomillo). Ante tanta fatiga, uno busca aire y lo he encontrado leyendo a Maurice Godelier: «los seres humanos, contrariamente a otros animales sociales, no se conforman con vivir en sociedad, (sino que) producen sociedad para vivir.»

Ante la degradación de esta democracia autoritaria que impulsa cada vez más a las figuras más autoritarias de cada organización electoral, hay otra política que trataría de dar una forma democrática a esta producción en común de la sociedad. En palabras de Laval y Dardot, se trata de crear «en todos los sectores instituciones de autogobierno cuya finalidad será la producción de lo común», a lo que denominan «la institución democrática de la economía».

Socialistas (de verdad) como el francés Jean Jaurès lo convertían estas ideas en la ambición política del socialismo: «Que todos los hombres pasen del estado de competencia brutal y de conflicto al estado de cooperación, que la masa se eleve desde la pasividad económica a la iniciativa y a la responsabilidad, que todas las energías que se gastan en luchas estériles o salvajes se coordinen para una gran acción común; (…) y existirá verdaderamente, por primera vez, una civilización de hombres libres, como si la flor resplandeciente y encantadora de Grecia, en vez de desarrollarse sobre un fondo de esclavitud, naciera de la universal humanidad.»

Necesitamos nuevas ambiciones políticas que nos saquen del barro en el que tan a gusto están los cerdos; que busquen alternativas a esta deriva autoritaria. Hay otra política-economía distinta a las estrategias de obtención de votos-dinero que acumulan cada vez más poder y revientan cualquier posibilidad de democracia.

La política-economía debe ser cooperar para mejorar la vida (en común), no luchar por ganar votos-dinero a cambio de vidas. Hay alternativas al espectáculo del poder zafio, de capitalismo voraz. Hay otra política-economía, hay otras democracias por venir.

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Goebbels, Friedman, ¡presentes!

En el okupa de mi pueblo, en mi pueblo hay okupa, aprendimos a no repetir (demasiado) los argumentos. En un momento determinado se decía, suficientemente debatido, y a otro tema. Con o sin acuerdo. Un acuerdo por poco es una derrota por mucho.

En la sociedad actual Goebbels está asumido. Hay que repetir machaconamente una idea y así se hará cierta, y obtendrás la victoria, y se acabó.

Si lo dicen en la radio será verdad. Si hay tanta gente preocupada, porque lo han dicho muchas veces, habrá mucha gente a la que le han ocupado su casa alguien que no es la policía enviada por un banco (juez mediante).

Así hasta personas sin casa cree que le van a ocupar su (¿?) casa. Y no atiende a su derecho, y a la de las demás, a una vivienda digna (constitución mediante) y termina poniendo una pegatina de una empresa de (in)seguridad y otros acojones (aunque no tenga dinero para pagar casi ni la pegatina).

Y así, una persona sin apenas recursos habla del «derecho a elegir» colegio privado, tal como haría el mismísimo Milton Friedman (¡presente!). Sin embargo, el derecho realmente existente es a recibir educación pública y la forma de implementarlo cosiste, básicamente, en tener una plaza de colegio público. Ir a un colegio concertado es un privilegio, no un derecho. Pero, claro, con Friedman tan presente, el derecho es a elegir lo que genere beneficios económicos (terminaremos por exigir tener derecho a elegir hospital: muchos pedirán el de Navarra, Opus mediante).

Y así, las empresas de telefonía, energía, banca y demás privatizadas por peperos y socialistas (¿?) son las que más denuncias tienen pero se sigue afirmando que lo privado es eficiente (con sus dirigentes peperos y socialistas al frente, puerta giratoria mediante). Lo público no es eficiente, es ineficiente, lo dicen machaconamente informes pagados por las privadas privatizadas que reciben denuncias y pagan sueldos a expolíticos peperos y socialistas (¿?).

Igual hasta yo me estoy repitiendo. Hace mucho que no recibo enseñanzas en mi okupa.

En fin, termino: repite que algo queda. Esta es la máxima de una sociedad en la que priman los intereses a los derechos, la fuerza a los argumentos, la violencia a la razón. La repetición y la fuerza (Goebbels) como herramientas para establecer mecanismos socioeconómicos en favor de las minorías poderosas (Friedman).

Friedman, Goebbels, presentes!

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Cooperativismo y comunes

Para Elionor Ostrom una institución es el establecimiento colectivo de reglas de acción práctica. Para esta autora, los comunes no son cosas, sino relaciones sociales entre individuos que explotan determinados recursos en común. Esta autora muestra que los comunes son sistemas institucionales de incitación a la cooperación, al margen del mercado y del Estado.

Los comunes incitan a la cooperación, y el cooperativismo debe ser la demostración práctica de que es posible producir-consumir al margen de la propiedad privada y de las jerarquías estatales. No hay ninguna necesidad de privatizar los comunes para excluir de su uso; no hay ninguna necesidad de apelar a leyes creadas por el Poder para controlar a las personas y obligarlas a obedecer a quien tiene la soberanía en la economía capitalista, es decir, al capital.

Para trasladar la soberanía a la gente, al común, es preciso establecer comunes, relaciones sociales que impulsen relaciones económicas cooperativas. Las economías transformadoras deben tener estos principios como pilares de la necesaria transición hacia otra sociedad, otra economía, otro mundo.

Relaciones sociales cooperativas para una revolucionaria economía comunal: tan simple como complejo; tan posible como imposible.

O no.

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Negacionismo del aislamiento

Cada día que pasa es más complicado analizar y hablar sobre las medidas gubernamentales implantadas para luchar contra el coronavirus. Se han establecido dos corrientes de opinión, de blanco o negro, que apenas dejan margen a los grises. Por un lado está la corriente «políticamente correcta» y su sí a todo lo que venga de las instancias gubernamentales; por otro lado la «negacionista derechista», y su sí a todo lo que venga de instancias antigubernamentales que tienen como único objetivo convertirse en gubernamentales.

Entre la corrección y la locura, entre el miedo paralizante y la irresponsabilidad amenazante, hay un amplio espacio para pensar y analizar hacia dónde vamos, desde el convencimiento de que Robinson Crusoe no es posible: una persona es social o no es persona. Digo yo que es posible criticar, sin ser «derechista terraplanista» y teniendo un enorme respeto por Fernando Simón, lo fallos en el recuento de afectados, fallecidos, etc.; pensar que es posible una estrategia más territorializada y dirijida a los grupos de riesgo, que valore más lo concreto (mayor gasto en residencias, atención a grupos vulnerables, etc.); valorar las consecuencias que el «estado de pánico» está causando y va a causar en nuestra sociedad.

El aumento del aislamiento social, el peligro de desaparición de movimientos sociales, la fragmentación colectiva, la desarticulación de las protestas sociales son posibles consecuencias de las medidas que se están tomando. La vulnerabilidad de los vulnerables se va a agudizar por la «distancia social». La fortaleza de los fuertes se va a potenciar como en toda situación de crisis y shock en una sociedad capitalista. La economía capitalista, claramente, se está adaptando a la nueva realidad mucho más rápidamente que los procesos sociales que buscan mantener y enriquecer la vida.

La responsabilidad social hoy requiere adaptarse a lo existente realmente y negar las imposiciones interesadas; vivir más hacia el adentro familiar para luchar contra la crisis sanitaria sin negar la búsqueda de nuevas relaciones comunitarias para luchar contra la crisis de injusticia social; tener miedo sin caer en el pánico; vivir como personas para no morir como animales.

Época tan fea y rara como inestable y estimulante.

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Socialismo para el común: comunismo de las energías

Según C. Laval y P. Dardot: «La extensión de la mercancía, el peso creciente de las grandes empresas y la presión de la lógica de la propiedad van de la mano.» De ahí que sea considerada como lógica la apropiación privada de un medicamento, de una vacuna, y que su finalidad curativa se subordine a la generación de beneficios para grandes empresas.

Frente a esto, hablemos de socialismo. De un socialismo entendido como la afirmación de que la democracia no puede detenerse a la puerta de las fábricas, las granjas-cortijos, los talleres. No se trata de que el individuo se someta al todo, encarnado por un jefe y un partido, sino de reorganizar la sociedad de acuerdo con principios de gestión y de legislación que den un poder real, una justa retribución y un reconocimiento a todas aquellas personas que participan en la obra común.

Jaurés hablaba de un «comunismo de las energías».

Frente a la apropiación privada de la vida, de la salud, de los bienes comunes, afrontar el problema de la institución de la cooperación económica y social, y plantear como posible solución la asociación libremente consentida y colectivamente gestionada por los productores.

En ese sentido, Proudhon llegó a pensar que «el taller disolverá el gobierno».

La salida al autoritarismo económico actual es la democracia económica y algunas luces nos muestra las experiencias de gestión cooperativa y autogestión, las economías transformadoras que a pesar de todo viven produciendo, distribuyendo, consumiendo, financiando de otro modo.

Fuente: C. Laval y P. Dardot (2015): «Común». Gedisa.

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El problema

El problema no son los okupas, es la falta de cumplimiento del derecho a la vivienda.

El problema no es la falta de crecimiento, es la distribución.

No es la falta de seguridad, sino los beneficios que genera el miedo.

El problema es el control del poder sobre su planteamiento.

El problema es no plantear los verdaderos problemas.