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Otra izquierda, andaluza

La cuestión, casi siempre, no es si nos entendemos. La cuestión es si nos explicamos. En términos económicos, es una cuestión de oferta, del emisor, no de demanda, del receptor.

Voy a ver si me explico. Dice la maestra Federici: «El horizonte que nos propone el actual discurso y política de los comunes no consiste en la promesa de un retorno imposible al pasado, sino en la posibilidad de recuperar el poder de decidir colectivamente nuestro destino en esta tierra». Yo, como andaluz, no quiero «volver a ser lo que fuimos», como dice el himno de Blas Infante. El de Juan Carlos Aragón (pasodoble «Aunque diga Blas Infante») ante eso dice: «los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos, lo que fuimos antiguamente pobrecitos y vasallos, siervos de terratenientes y de chulos a caballo.» En fin, que no.

Para mí, la izquierda andaluza debe dar contenido a ese «recuperar el poder de decidir colectivamente nuestro destino». Igual no es apropiado el verbo recuperar, sino asumir. Igual no se trata de volver a ser lo que fuimos, sino de avanzar hacia una sociedad comunal; donde lo colectivo se principio de vida; donde se multiple la creación de formas inapropiables de medios de producción, limitando el trabajo asalariado (del que fuimos pioneros), produciendo para el uso de nuestras necesidades y no para aumentar las riquezas de unos miserables.

Eso para mí es el nuevo soberanismo al que debe aspirar otra izquierda, andaluza. Igual soberanismo es sinónimo de «autonomía», esta última pensada en los términos de transformación de la gente luchadora de la década de 1970, y no de sumisión de la posterior socio-lista y sus colaboradores necesarios.

Es el momento. Necesitamos otra izquierda, andaluza, que luche por el objetivo básico de avanzar en la posibilidad de decidir colectivamente nuestro destino. Es decir, una izquierda democrática. Tan simple como complicado en el actual sistema político (español) y económico (capitalismo).

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El último

Alberto Garzón, miembro del Partido Comunista de España, de Izquierda Unida, de Unidos Podemos, del Gobierno de España y de otras cosas más ha sido el último. Sí, el último en justificar cualquier cosa por el empleo.

El último de una larga lista. Una lista que se ampliará con otros izquierdistas, derechistas, centristas, que pasarán por alto que desde las bases de Morón y Rota se asisten a mantanzas de personas, de clase obrera.

Garzón es el último en dejar claro que hay violencias que no se condenan, incluso se justifican. Sí, las violencias que dan empleo, o, mejor dicho, las violencias que generan beneficios empresariales que requieren, a pesar de los gestores empresariales, de «recursos humanos». Esas violencias no se condenan, incluso se colabora con su continuidad por el supuesto bien de las clases dominadas. No es el primero, ni mucho menos, y habrá muchos más que obviarán las raíces del problema y se unirána a la mesa en la que comen los causantes.

Imagino que Garzón esperará un tiempo antes de poner la palabra internacionalismo en su boca. Quizás, olvide el cinismo que le otorga y permite sus cargos para no atacar en una temporada a quienes luchan por la autodeterminación de los pueblos alegando el internacionalismo obrero. Avalar el uso estadounidense de las bases de Rota y Morón es apoyar un internacionalismo de sangre, capital y fuego.

Aquí, en Andalucía, llevamos siglos oyendo a economistas y políticos (Garzón cumple las dos cualidades) decir que sobra mucha gente. En Andalucía, las tierras, la propiedad y el poder lleva mucho tiempo en muy pocas manos y el resto, el que no tiene más que su capacidad de trabajar para otro, de ser explotado, sobra. En términos económicos capitalistas, hay excedente de mano de obra y, por tanto, cualquier empleo debe ser protegido. Garzón, al proteger cualquier empleo, es el último en legitimar las circunstancias y factores que dan como resultado esa situación. Es el último en dejar de plantear el mal reparto, el latifundio, la dependencia y marginación de la economía andaluza como fuente de sufrimiento, emigración y vasallaje. Mirar donde debe para vivir como quiere.

Unos autodenominados «socialistas» concedieron la medalla al mérito al trabajo a una duquesa; otros que se hacen llamar «comunistas» terminan avalando el empleo que genera el ejército más sanguinario de la historia de la humanidad; y otros, o los mismos, apoyan la destrucción de nuestros ríos, nuestras sierras, nuestra tierra, por migajas que no terminarán con el desempleo, con la precariedad, con la emigración forzada. Ellos sí terminan con el socialismo, el comunismo y tantas y tantas buenas ideas y tradiciones que deberían servir para transformar nuestra tierra.

El empleo generado en nuestra tierra, las actividades que utilizan nuestros cuerpos para sus beneficios, han sido y son utilizadas en demasiadas ocasiones como herramienta de sumisión, chantaje y legitimación de las violencias. Unas directamente causadas por ejércitos de destrucción masiva con bases en nuestra tierra, otras causadas por la desigualdad y la injusticia. Militares y caciques, políticos y licenciados, todas figuras imprescindibles para nuestra secular situación de mierda.

En la legitimación de esta historia algunos tendrán trabajo giratorio garantizado, pocos; otros vergüenza perpetua, menos; y otros memoria para que nada ocurra en vano, menos aún. Pero alguno habrá. Por nuestros muertos.

Aportación del gran Gruñido GRRR

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Ratas de trinchera: Andalucía, capitalismo y desastre

Naomi Klein denomina «capitalismo del desastre» a los ataques organizados contra las instituciones y bienes públicos que vienen después de acontecimientos de carácter catastróficos, declarándolos al mismo tiempo como atractivas oportunidades de mercado.

Milton Friedman es el gran gurú de estas ideas. Se trata de esperar a que se produzca una crisis de primer orden o estado de shock, y luego vender al mejor postor la parte del pastel que dependa de lo público a los agentes privados, mientras la ciudadanía aún se recupera del trauma, para que rápidamente las «reformas» se hagan permanentes. Así lo explica Friedman: «solo una crisis da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable.» Es decir, una vez desatada la crisis es esencial actuar con rapidez para imponer los cambios rápida e irreversiblemente.

Rogelio Velasco, Consejero de Economía de la Junta de Andalucía, y sus cargos de confianza son buenos alumnos del economista de Pinochet. No en vano ha sido consultor del Banco Mundial en Washington D.C., y ha ocupado diversos puestos en Telefónica, como Director de Finanzas, Director de Inversiones de Venture Capital y Jefe de la Unidad de Contenidos Corporativos. Tal y como decía Friedman, una vez desatada la crisis esta gente ha actuado rápido. Y así, cuando la gente moría en hospitales de Málaga o Granada, gente el señor Velasco pensaba en gentes como sus ex compañeros de Telefónica; cuando en los centros de ciudades como Sevilla las redes de apoyo mutuo evitaban el hambre de mucha gente, gentes pagadas con dindero público pensaban en alegrar la vida a gente que les han pagado antes a ellos (y lo harán giratoriamente en el futuro); mientras en ciudades y pueblos de Cádiz o Córdoba, concejales y concejalas, unos cobrando y otros sin cobrar, unos con mascarrillas otros sin la posibilidad de adquirirlas, se jugaban su salud por sus vecinas y vecinos, cargos políticos de la Junta estaban poniendo en venta el litoral andaluz, o preparando medidas para impulsar la educación privada (hay pocas localidades andaluzas donde no se vaya a sufrir recortes de líneas educativas públicas a partir de septiembre).

Para continuar con las metáforas bélicas, tan utilizadas por el poder en estas semanas, recuerdo que en «Homenaje a Cataluña», George Orwell describe cómo las ratas y ratones engordan en las trincheras de una guerra de posiciones. La basura y excrementos se aglomeran en cientos y cientos de kilos. Pues bien, en momentos como éste, los dirigentes de la Junta, cual ratas de trinchera, quieren aprovechar el desastre para engordar los beneficios de aquellos que seguro sabrán agradecérselo.

Economía capitalista y desastre. Tal para cual.
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Teletrabajo

El trabajo en casa es muy antiguo. La economía capitalista comenzó así.

En Morón, y en muchas otras localidades rurales, las empresas textiles subcontrataban en la década de 1970-80 tareas a mujeres para que las realizaran en sus casas (al trabajo de cuidados se sumaban infinitas horas en las máquinas de coser). «Cosetrabajo», demasiado parecido al teletrabajo. Desgraciadamente.

Después teledirigieron las fábricas a otros países. Deslocalizando. Le llamaron.
La herramientas digitales controlan a la mano de obra como nunca lo hubiera soñado Taylor. Taylor, ese ingeniero que confundía las máquinas con personas, o viceversa, y que tuvo y tiene tantos seguidores. Nunca se le diagnosticó enfermedad mental alguna. Sin embargo.

Con un móvil la empresa puede conocer las calorías que ha perdido en su casa un «recurso humano» (o las que puede perder), el tiempo dedicado a cada tarea, el grado de esfuerzo al final de cada jornada. El número de cagadas. De todo tipo.

Desde casa quedan muy lejos los otros recursos humanos en situaciones similares. Lo que hasta ahora ha venido en llamarse «compañeros de trabajo». Aislados de ideas compartidas, sufrimientos similares, reivindicaciones colectivas. Lejanías, aislamientos y distancias sociales tan beneficiosas para los beneficios de los beneficiados de siempre. Habrá que crear lo telesindicatos. Difícil.

El teletrabajo deslocaliza centros de actividad económica para el mercado hacia lugares de cuidados, de reproducción. Externalización de costes, apropiación de beneficios. Deslocalizando hacia dentro.

El Teletrabajo como otra estrategia de descentralización productiva, esta vez hacia atrás-dentro. Todo para nublar la explotación.

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Peajes

Años y años llevamos pensando en Morón en las calamidades que pasarán las personas empleadas en destruir la Sierra cuando, por fin, se evite la continuidad del desastre.
Sin embargo nadie piensa en las pobres personas que pierden su empleo con el fin del peaje de la autopista de Cádiz. Incluso las personas que se ganan su sueldo destruyendo la Sierra están muy contentas de ir a la playa por la autopista, sin pensar en esas casas de familia sin un trabajo del que vivir.

Y es que cuando lo colectivo está por encima de lo individual las cuestiones sociopolíticas toman coherencia. Se eliminan los peajes mentirosos y legitimadores del saqueo destructor.

Todo lo contrario ocurre cuando los intereses individuales de gente adinerada se legitiman por las necesidades de unas familias y unos políticos.

Ir a Cádiz sin peaje, terminar con el peaje político y social de la destrucción de la Sierra de mi pueblo.

Todo llega.

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Cadenas de colonizaciones

Ángel Camacho Alimentación es una multinacional andaluza cuyo principal producto es la aceituna de mesa.

La compañía con sede en Morón de la Frontera ha sellado la adquisición del 5% de la firma marroquí Cartier Saada, una compañía con sede en Marrakech que cotiza en la Bolsa de Casablanca y que está especializada en el envasado de aceituna.

Cartier Saada tiene una capitalización de unos 16 millones de euros, y su cifra de negocio ronda los 14 millones de euros. Ángel Camacho tiene un volumen de ventas diez veces mayor (170 millones de euros y un beneficio de dos millones, según las cuentas de 2017). El 77% de los ingresos de la empresa moronera procede del comercio exterior.

Angel Camacho Alimentación ha materializado esta operación a través de su filial americana Mario Foods, con sede en Florida. Dato inportante pues con la entrada en el capital de Cartier Saada a través de su filial americana Ángel Camacho puede eludir en parte la política proteccionista de la Administración Trump.

En paralelo, Ángel Camacho toma posiciones en un área olivarera que está creciendo de manera muy significativa en los últimos años, como es el Norte de África.

De este modo el capital ayuda al desarrollo de los pueblos y las personas. Hace ya muchos años que esta empresa también es muy ecológica, antes incluso que Endesa o «Ibertrola».

Ángel Camacho es la prueba de que la gente de pueblo no tenemos ni un pelo de tonta. Bueno, y de que en esta tierra de colonia, colonizamos otras, y sin enternarnos.

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Feria para ricos (o sordos)

Se van porque se les excluye.
Una fiesta popular es un espacio para la socialización.
La feria de mi pueblo cada vez lo es menos. Feria excluyente, fiesta que empobrece, separa, impide la construcción de apoyos, simpatías, uniones que mejoran.
La gente mayor es excluida. Ruido que espanta.
La pequeña también es excluida. Una fanta ya no paraliza. Los cacharritos son para cada vez menos gente.
Las personas de mediana edad, madres y padres, no puede decir tantas veces no. No hay dinero. No puede ser. No hay dinero…
La gente conversadora no puede conversar. Pum, pum, pum… ¿qué dices?
Excluir para que sea suya. De los que tienen la cartera llena, de los que tienen las casetas apartadas del ruido. Y bandera de España.
La minoría se apropia de la fiesta popular, de un pueblo que se va a la playa durante su feria.
El jueves, autobuses llenos de gente en busca de pulseritas, de poder conversar, de poder decir sí más veces que no.
Los «caza y pesca» lo están consiguiendo. Cada vez se tienen que cruzar con menos chusma.
En «democracia», con la «izquierda» en el poder, nos está quedando una feria para pocos, muy pocas.
Fiestas para ricos, pueblos cada vez más pobres.

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Economía y cárcel en Morón: la nueva industria del sufrimiento

Artículo publicado en enero de 2004 en rebelion.org ante la inminente construcción en Morón de la Frontera de una cárcel, en la actualidad Sevilla II.

Sobre historia local, cárcel y personas presas

Entre 1953 y 1957 se invirtió en Morón una gran cantidad de dinero proveniente del ministerio de defensa y ataque de EE.UU. Esa inversión, exterior y coyuntural, dio lugar a la denominada época de las vacas gordas. Pero tras las vacas gordas llegaron de nuevo las flacas, y en 1960 el alcalde franquista de la época constituyó una Junta de Caridad para poner remedio a la, según sus propias palabras, calamitosa situación económica que atraviesa nuestra ciudad, que perjudica a muchas familias modestas. Sin cambios estructurales en aquella injusta estructura económica, el hambre y la miseria volvieron a aparecer. La situación excepcional generada por la construcción de la base aérea no transformó la arcaica estructura económica local, continuando la gran mayoría de la población instalada en la precariedad económica. Este episodio de la historia económica local puede darnos muchas pistas sobre las consecuencias de la construcción de una cárcel en Morón.

Conozcamos, antes que nada, a nuestros futuros nuevos convecinos. Es necesario recordar que estamos en una sociedad regida por un sistema económico capitalista, caracterizada por su deshumanización y el incremento de la población excedente. Para poder subsistir en este tipo de sociedad es necesario disponer de un trabajo asalariado digno. Esta condición se convierte en un grave problema si observamos la actual situación del mercado laboral. Así, más del 50% de la población activa de Andalucía no dispone de un empleo estable y con derechos que le garantice una existencia conforme a la dignidad humana. Por tanto, miles de andaluces tienen permanentemente abiertas las puertas de la exclusión, primer paso para ser posible recluso de la cárcel moronense. El 80% de las personas encarceladas en este país procede de barriadas periféricas y de ambientes marginales. De esta forma, podemos caracterizar a la persona presa, a nuestros futuros convecinos, como una persona pobre y enferma (drogodependencias, SIDA…) que llegó a la cárcel con una desvertebración social grave debido a la situación social de la que procede y que la cárcel la empeorará todavía más. Tal como dice un afectado: « Entré con una beca de ladrón y salí con un doctorado de asesino.» (El País, 21 de diciembre de 2003). En definitiva, las políticas económicas del neoliberalismo excluyen a cada vez más población, consideradas inútiles o excedentes para el nuevo mercado de trabajo. Estas personas son las que acabarán en la cárcel moronense.

Las políticas neoliberales tienen como correlato en el ámbito penal el endurecimiento de las penas y el aumento del índice de encarcelamiento. Si en 1990 el número de presos en España era de 28.284, en la actualidad ese número se sitúa en torno a los 54.000. Esta nueva forma de tratamiento penal de todos los conflictos sociales provoca, por tanto, la necesidad de construcción de nuevas cárceles. El modelo de cárcel utilizado actualmente son los centros tipo, con una capacidad que sobrepasa los 2.000 reclusos. Mediante estas enormes cárceles se quiere dar respuesta al aumento de número de presos que la política gubernamental antisocial da lugar. Se requieren más cárceles, cada vez más grandes y con mayor capacidad y, por supuesto, más rentables y ahorradoras de personal, concentrando servicios y sistemas de vigilancia.

Crecimiento empobrecedor

Las nuevas cárceles se están construyendo, tanto en España como en el resto de países, en zonas rurales deprimidas económicamente. Las promesas de mejora económica, en zonas como el medio rural andaluz donde gran número de personas están en una situación económica precaria, disminuye la resistencia a la construcción de estos centros. El gobierno promociona estas industrias carcelarias en los pueblos mediante las promesas de una enorme creación de riqueza y puestos de trabajo, les toca la lotería. El hecho de que en ellas se trabaje con el sufrimiento de otros seres humanos parece importar a muy pocos. No obstante, esa promoción tiene más de marketing embustero que de realidades concretas.

La Sociedad Estatal de Infraestructuras y Equipamientos Penitenciarios S.A. (SIEPSA) es la encargada de los aspectos relacionados con la instalación de una cárcel, localización, adquisición de los inmuebles, ejecución de las obras, financiación, etc. La existencia de una empresa pública para los asuntos penitenciarios indica cómo actualmente en estos temas sólo rigen los criterios empresariales privados. A pesar de todo, SIEPSA tiene pérdidas de 3,619 millones de euros en 2001.

De los aproximadamente 63 millones de euros que cuesta cada nueva cárcel, en Morón sólo repercutirá una mínima parte. La información gubernamental no es más que propaganda, sin base en un análisis de impacto serio.

El Ayuntamiento sí obtendría ingresos gracias a las licencias de obras, 2,6 millones de euros. Sin embargo, habría que ver si esto repercutiría en beneficio directo para los vecinos o se dedicaría a otros gastos del consistorio; podemos ser mal pensados y creer que podrían subirse de nuevo los sueldos sin preocuparse por las deudas del Ayuntamiento. El resto de los 63 millones de euros invertidos se distribuye del siguiente modo: gastos de construcción (50), equipamiento (3.5), obras complementarias (2.2), pago de solares (1.9), estudios técnicos (1.8) y talleres productivos (1).

La construcción es contratada y adjudicada desde Madrid por SIEPSA, a través de concursos públicos. Son las mayores empresas constructoras del país las que parten con claras ventajas para adjudicarse la obra. Durante los dos años que dura la construcción se emplearían unos 350 trabajadores, entre técnicos, administrativos, oficiales y peones. Tal vez, los peones sean reclutados en Morón, pero normalmente el resto serán trabajadores propios de la empresa que resulte adjudicataria de las obras.

Después del período de construcción se dice que se van a crear más de 500 empleos directos. No obstante, se tratan de empleados públicos, contratados por oposición o concurso-oposición a nivel nacional. Son puestos de funcionarios de prisiones, juristas, psicólogos, médicos, ATS y cuerpo de ayudantes. Como personal laboral estarían el trabajador social, monitor deportivo, maestro de taller, técnico de jardín de infancia, cocineros, auxiliar de enfermería, electricistas y fontaneros. Además, los propios reclusos suelen encargarse de asuntos de mantenimiento, cocina, economato y actividades auxiliares. Ninguno de estos empleos tienen por qué revertir directamente en el pueblo y si algún moronero aprueba estas oposiciones tampoco tiene por qué ser destinado a Morón. También se cita como beneficio para el pueblo los contratos de trabajo y suministro. Sin embargo, de nuevo se trata de contratos que la administración debe sacar a concurso o subasta pública o alguna otra forma de contratación de la Administración, lo que excluye que los empleos forzosamente tengan que beneficiar a Morón.

Por último, se argumenta que se va a producir un aumento de la población debido a la llegada de los funcionarios destinados a la cárcel. Se prevé un crecimiento en la población de unas 1.500 personas. Las nóminas de los trabajadores oscilarán entre 6.3 y 9.2 millones de pesetas, dinero que la administración supone va a revertir en el municipio. Hay que tener en cuenta que los funcionarios de Instituciones Penitenciarias tienen bastantes días libres. Normalmente, éstos no viven cerca de las personas a las que vigilan y más teniendo a la capital a una hora de camino. No parece que estas personas vayan a establecer su residencia en Morón.

Por lo dicho hasta aquí, y analizando los impactos más concretos en la economía moronense, la llegada de esa inversión supondría cierto crecimiento económico para el pueblo. En el mejor de los casos, algunos albañiles podrán disfrutar de dos años de bonanza e incluso algunos establecimientos comerciales podrían necesitar mano de obra. Ahora bien, el crecimiento no es bueno bajo cualquier circunstancia. Es decir, si a un niño de diez años tan sólo le crece una parte de su cuerpo, por ejemplo, el brazo derecho, convendremos en afirmar que ese niño más que beneficiarse del estirazón se está convirtiendo en un monstruito. Eso ocurre cuando en una economía el crecimiento no se reparte de forma armónica por todas las partes del cuerpo social. El crecimiento sin distribución puede seguir dando como consecuencia opulencia y grandes beneficios para una minoría, y paro, precariedad laboral y emigración para la mayoría.

Normalmente, tal como ocurrió durante la construcción de la base, los precios subirán. De ese modo, aquellos que no vean aumentadas sus rentas (sueldos, ingresos, etc.) tendrán un menor poder de compra. Es decir, con el mismo dinero su capacidad para adquirir cosas disminuirá. Por otro lado, si alguien gana serán agentes económicos como los constructores, propietarios de inmuebles o la gran distribución de capital foráneo implantada en nuestra localidad. Por tanto, una minoría ganará y la gran mayoría perderá.

Nos situamos ante un modelo de crecimiento exógeno muy alejado de lo pregonado por la políticas económicas de desarrollo local. Si, en el mejor de los casos, un gran número de funcionarios se quedaran a vivir en Morón, aumentaría la especulación urbanística y el precio ya alto de una vivienda se elevaría todavía más debido a la llegada de guardias civiles, funcionarios de prisiones y demás votantes progresistas. No parecen demasiadas, sino todo lo contrario, las oportunidades que se le abren a las miles de personas de este pueblo que han tenido que emigrar en los últimos años.

Por otro lado, nada asegura que mejoren las infraestructuras de comunicaciones y los equipamientos sanitarios. Sí está claro que, en caso de beneficiarnos de esas inversiones, sería por la llegada de más de dos mil excluidos sociales y varios cientos de funcionarios, y no por la exigencia, lucha y consecución de algo que le corresponde a este pueblo por justicia. No parece, por tanto, una victoria del pueblo de Morón sino más bien la confirmación de nuestra incapacidad para obtener los bienes públicos a los que legítimamente tenemos derecho. Además, parece un poco miserable aprovecharnos de estas supuestas ventajas a costa del sufrimiento ajeno y del mantenimiento de un sistema social y económico injusto. De esta forma, nuestra estructura económica pasaría a especializarse un poco más en industrias del sufrimiento al acoger, por un lado, y gracias al antiguo régimen franquista, a una base área desde la que se cargan bombas para masacrar a poblaciones inocentes, según el vocabulario de los que mandan y, por otro lado, y gracias al actual régimen populista-neoliberal, a una cárcel donde se recluye a los que sobran en esta sociedad según el anterior vocabulario, asesinos, violadores, etc.

Sobran razones: Cárcel, ¡NO!

Por todas estas circunstancias, nos situamos en contra de la construcción de cárceles y aún más de estos enormes centros que agravan los problemas ocasionados por la privación de libertad. Es necesario replantearse la actual política penitenciaria. Estos centros no sirven para cumplir el mandato de reinserción que marca la Constitución tan en boca de la derecha para otras cuestiones. Las cárceles sólo sirven para aislar a los previamente excluidos, desviando dinero de políticas sociales que podrían servir para luchar contra las causas de los problemas que tiene esta sociedad. La enorme inversión que se dedica a la política penitenciaria, 631 millones de euros (104.990 millones de pesetas), podría dedicarse a mejorar la asistencia social e invertir en beneficios para la población que crearían más riquezas en nuestros pueblos y redundarían, a la larga, en una reducción de la delincuencia, al mejorar las oportunidades ofrecidas a todos. Cada persona en prisión cuesta al Estado aproximadamente dos millones de pesetas. Es evidente que con esta renta muchas familias podrían salir de la situación de pobreza y marginalidad que conduce a algunos de sus miembros a la delincuencia.

Además, cada nueva plaza que se crea nos sale por cerca de 10 millones de las antiguas pesetas. Habría que pensar en estos asuntos y decidir si queremos, simplemente, aislar a las personas que molestan en la sociedad que estamos creando y castigar duramente por venganza, o preferimos reducir los niveles de delincuencia, evitar la reincidencia y buscar una sociedad más justa y, por tanto, segura.

Parece lógico pensar que es mejor gastar esa millonada en, por ejemplo, viviendas sociales, hospitales públicos o incluso en una renta básica para todos los que queremos vivir en los pueblos, en los medios rurales. Sin embargo, con este premio gordo de la derecha, Morón servirá de jaula para muchas personas. Llegarán a un lugar cada vez más especializado en vivir del sufrimiento ajeno, atrapado en las medias verdades de sus dirigentes, las peores mentiras y cada vez más carente de un mínimo compromiso social. A un pueblo desarticulado económicamente donde mayor crecimiento no significa, antes al contrario, mejorar la calidad de vida de la mayor parte de sus gentes. Nosotros, los moroneros, y ellos, los excluidos sociales que malvivirán cerca de nuestro pueblo, compartimos la principal causa de nuestros problemas. A saber, la hegemonía de un pensamiento excesivamente simplista que mira a las consecuencias y no a las causas de los problemas. Todo ello lleva en lo social, político y económico a un modelo cuasi-fascista de sociedad, en la que cada vez más gente queda excluida y una pequeña minoría se apropia de la riqueza socialmente generada por todos.

 

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Centros del mundo

(Sobre una foto de Steve Kahn)
El templo del flamenco moronero, su máximo «predicador» y el cuerpo del cristo de mediodía en forma de tapa de caracoles. El escudo del Betis es el crucifijo de ese santo lugar.
Meses arriba, meses abajo, París sería centro de una revuelta, en Estados Unidos hubo protestas contra la Guerra de Vietnam, murieron asesinados Martin Luther King y Robert Kennedy, tuvo lugar el Festival de Woodstock, la Primavera de Praga, la matanza de la plaza de Tlatelolco en Mexico.
En esa época, año 67, 68, Morón eran centro de otro mundo. Un mundo que giraba alrededor de un genio llamado Diego del Gastor, de lugares como Casa Pepe o la Finca Espartero. Donn Pohren fue capaz de convertir un pueblo del medio rural andaluz en pleno franquismo en un adelanto del turismo rural y cultural. En una meca para muchas personas de todo el orbe.
Hay muchos centros del mundo, casi tantos como personas.

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Joya

Para el Pentágono, la base de Morón es una «joya oculta». El escuadrón 496, más conocido como «Los Matadores», es la unidad de la USAF (Fuerza Aérea de Estados Unidos) estacionada en la base aérea de Morón.
Nadie debería extrañarse de nada si algo ocurre. Una joya que da cobijo a «matadores» es suelo enemigo para los asesinados.
Todo se oculta, todo vale por el empleo, aunque sea sirviendo a esos matadores.