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Alternativas de izquierda

A continuación reproduzco algunos párrafos e ideas de un autor que debería ser referencia de la izquierda actual: E. Cancela.

«No cabe duda de que es tiempo de organizar a los movimientos y a la sociedad civil en torno a la lucha por la transformación de las condiciones materiales, las cuales son determinadas cada vez más por la cínicamente llamada digitalización. En esta dirección, las izquierdas, en tiempos de big data, para vencer a la derecha, deben entender la necesidad de una soberanía digital». (…) «asaltar el software, hardware, los sensores o cualquier otra tecnología que compone la infraestructura social, otorgando a los datos el sentido de bien común y diseñando formas democráticas de acceso alejadas de los gigantes estadounidenses o chinos. ¿Qué mejor punto de partida para comenzar que las ciudades?»

«Y después, una vez conquistado el todo, alcanzado el control sobre nuestras vidas —que significa despojarnos de las ataduras digitales que intermedian a cada segundo de esta— pensar en cómo construir instituciones colectivas y sociales», entre las que se encuentra una renta básica universal. «Teniendo en cuenta que Deep Mind, una empresa británica de inteligencia artificial de Google, ya posee algoritmos de aprendizaje atemático para realizar predicciones en materia de salud pública, también podrían expropiarse directamente estas plataformas a fin de servir al bien público. Y dado que la inteligencia artificial ha sustituido las tareas algorítmicos más corrientes, ¿por qué este salario básico no puede financiarse gracias al desarrollo de las maquinas y la inteligencia artificial a fin de pensar en trabajos más creativos, y no meramente orientados hacia el mercado laboral en una economía de servicios que se ceba con las clase bajas?»

«Existen muchas alternativas que imaginar y llevar a la práctica en este presente histórico, cargado de tiempo ahora, para que este sistema en crisis se derribe como un castillo de naipes. La izquierda debe diseñar sus explosivos de manera inteligente, y hacerlo cuanto antes.»

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/tecnologia/izquierda-y-derecha-en-la-lucha-por-el-poder-digital

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Buscando otra economía social que sirva para la transformación: los orígenes del cooperativismo andaluz

La economía social y el cooperativismo tienen, por principios, unos elementos diferenciados claros de la empresa capitalista, sobre todo en sus objetivos (diferente a la maximización del beneficio). Ahora bien, en muchas de estas entidades se reproducen las prácticas de la empresa convencional y se asume y legitima el actual sistema capitalista. Por nuestra parte huimos de esta economía social adaptativa y legitimadora del capitalismo. Y para ello, para buscar elementos que nos sirvan como guía para avanzar en unidades o prácticas productivas transformadoras y no legitimadoras del capitalismo, se desea realizar una mirada a los orígenes del cooperativismo andaluz.

No son demasiados los estudios sobre la historia de la economía social y cooperativa andaluza. Por suerte llegó a nuestras manos uno de ellos y del mismo vamos a hacer uso para proponer líneas y elementos útiles para ir mejorando nuestros saberes al respecto. Se trata del primer capítulo de la obra de Carlos Arenas Posadas «30 Años de Economía Social en Andalucía: aproximación a su historia y reflexión sobre sus potencialidades futuras», realizada por encargo de la Fundación Centro de Estudios Andaluces y CEPES-A y, por ahora, no publicada.

Socorros frente al mercado

La etapa fundacional del movimiento cooperativo andaluz, y el momento de la construcción teórica de su proyecto económico y social, la encontramos en las décadas centrales del siglo XX (a partir de 1840).  El capitalismo andaluz de la época estaba impregnado de reminiscencias «feudales» y era sinónimo de privilegio. La alternativa se planteaba entre colectivismo y capitalismo privado, entre empresa colectiva de muchos frente a la empresa individual y privilegiada de unos pocos. Además, la irrupción de aquellas primeras manifestaciones de economía social deseaba hacer frente a la privatización de los recursos colectivos y la abolición de algunas de las instituciones preexistentes que servían para amparar a la población. Las primeras mutualidades y cooperativas fueron reacciones defensivas a la primacía de los intercambios mercantiles que dejó inerme a la inmensa mayoría de la gente.

En la Andalucía de mediados del siglo XIX se constituyeron decenas de sociedades de socorros mutuos. En Sevilla organizaron mutualidades, entre otros, los tejedores de seda y de hilo, los empleados del ferrocarril de Sevilla a Cádiz, los del ferrocarril de Sevilla a Córdoba, los carboneros de venta ambulante. A partir de mediados de la década de 1860, bajo los efectos de la crisis financiera de 1866, y con la Ley de Asociaciones de 30 de noviembre de 1868, tuvo lugar la eclosión del cooperativismo. La mayor parte de las cooperativas creadas eran de consumo. El propósito de todas ellas era comprar en común para protegerse de la entonces sensible subida del precio de los alimentos.

La necesidad de protección alcanzó también al mercado laboral. Ya entonces, la cooperativa industrial, la que cooperativizaba la fuerza de trabajo (de trabajo asociado que diríamos hoy), constituyó una iniciativa habitual para la creación de empleo. Es el caso de la cooperativa sevillana “La Regeneración” formada por “torneros del hierro y no de otro gremio” en 1870, creada con el objeto de “reunir fondos con el fin de amparar y socorrer a los socios parados”.

Por un modelo económico alternativo sin que faltaran los oportunistas

Inicialmente, pues, la ideología que subyacía en todas estas iniciativas sostenía principios en contra del capitalismo. Desde el principio hubo cooperativas que nacieron con voluntad de crear un modelo económico alternativo. Eran proyectos con evidentes cargas políticas protagonizados por una clase social convencida de que, lejos de ser utópicos, podía ponerlos en práctica. El primer cooperativismo estuvo impregnado de los valores y costumbres solidarios que el artesanado había heredado de los gremios, de la práctica y defensa de la autonomía funcional, la democracia industrial, el mutualismo y las prácticas de control de los mercados laborales locales. Por su parte, la dimensión comunitaria era un elemento fundamental y estuvo ligada a la asunción de los postulados teóricos de una economía colectivista y democrática.

Así, en la década de 1870, nacieron en Sevilla cooperativas de producción como la de los “artesanos alarifes” que se ofrecían al Ayuntamiento para la ejecución de las obras públicas que acometiera, la “agrícola y de barbería” cuyos treinta socios se comprometían a dar un real cada vez que se afeitaran y constituir un fondo con el que “tomar en renta parcelas de tierra”. Pero posiblemente fuera en el marco de Jerez donde el cooperativismo alcanzara sus mayores logros en aquellas décadas del XIX. La crisis incentivó la necesidad de crear organizaciones cooperativas alentadas incluso por mercaderes «socialistas utópicos» como Ramón de la Sagra, aunque con la más que probable intención de dotar de mano de obra a las grandes explotaciones agrarias que proyectaban crear tras la crisis mercantil. Desde sus orígenes han existido usos oportunistas de la economía social.

Sí, el movimiento cooperativo se mezcló en política

Lejos de cualquier viso de neutralidad, el aglomerado social que participaba del movimiento cooperativo jugó un papel fundamental en los movimientos “revolucionarios” de aquella época. Artesanos, profesionales, obreros cualificados y pequeños propietarios fueron la fuerza de choque que protagonizó la “gloriosa” en 1868, trajo la república en 1873 y protagonizó los movimientos cantonalistas. La participación en los gobiernos locales era muy activa, detrayendo el poder a los oligarcas.

La victoria de las oligarquías españolas a este movimiento provocó la fragmentación de la acción política de las clases populares. En las filas libertarias, el colectivismo fue dando paso a posiciones comunistas o sindicalistas. En sus manos, las cooperativas de producción existentes fueron transformándose en lugares de refugio ante la persecución de la que eran objeto, o en iniciativas puntuales tendentes a suministrar los recursos necesarios para el sostén de huelgas. En las filas marxistas, por su parte, y en contra de la opinión del propio Marx que se mostraba interesado por las cooperativas de producción, los socialistas españoles mostraron un interés preferente por la creación de cooperativas de consumo, entendiendo que las de producción sólo podrían servir de estorbo a la irrupción del gran capitalismo.

A partir de finales del siglo XIX los gobiernos locales andaluces volvieron a quedar claramente controlados por terratenientes, grandes propietarios y caciques. Es entonces cuando las iniciativas cooperativas dependieron del beneplácito de los oligarcas o del Estado y el cooperativismo debió renunciar a proyectos alternativos, a los principios democráticos y comenzó a mendigar por la vía del clientelismo.

Y sin embargo se mueve

Desde entonces el grueso de la economía social andaluza ha perdido los supuestos intelectuales e ideológicos que habían tenido en los treinta primeros años de su historia. El cooperativismo ha sido víctima de consideraciones asistenciales de tipo religioso, de maniobras políticas oportunistas o, incluso, de estrategias de grandes multinacionales para succionar la riqueza agrícola de Andalucía (con el papel de colaborador necesario de un buen número de cooperativas agrícolas andaluzas).

Y sin embargo seguimos y seguiremos impulsando una economía social y un cooperativismo transformador. Una economía social transformadora que sirva de “socorro” frente al capitalismo y, al mismo tiempo, pase a la ofensiva para mejorar y enriquecer la vida de las personas que habitamos Andalucía.


Este texto sirvió como base para un artículo publicado en El Topo Tabernario nº 31.

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Prioridad política

La economía es política y la política es economía. Separar lo económico y lo político es abandonar uno de los principios esenciales de la mejor tradición de la izquierda.
La prioridad política de nuestros días es pensar en la construcción de alternativas al capitalismo. Pensar en una «sociedad de comuneros», como dice Federici, donde se construyan espacios y relaciones sociales que no se gobiernen por la lógica del mercado capitalista.

Para ello pienso en dos cuestiones básicas. Una, las personas no somos mercancías, y, por tanto, debemos dejar de depender del mercado de trabajo. Vivir en una sociedad diferente debe significar que el derecho a la subsistencia no dependa de la decisión de un empresario: alguien que te compra como recurso humano para obtener beneficios.
Segunda cuestión. La producción de bienes y servicios deben guiarse por las necesidades de las personas, de todas, no sólo de las que tienen dinero. Es decir el valor de cambio debe ser sustituido por el valor de uso; la demanda solvente por la oferta necesaria. Y lógicamente la propiedad privada por formas comunales de propiedad (no de los cepillos de dientes sino de los medios de producción y vida).

La sociedad de comuneros requiere de una economía transformadora basada, por tanto, en principios antagónicos al actual sistema capitalista. Algunas herramientas o principios a valorar: Renta básica, producción cooperativa e inclusiva, equiparación del trabajo reproductivo con el generador de bienes y servicios para otra gente, distribución alternativa o finanzas éticas. Algunos movimientos o fenómenos a seguir: economía social transformadora, decrecimiento, economía de los comunes y comunitarias o las economías feministas.

No hay una prioridad ni una acción política más urgente, importante y necesaria pues sin ella no sabremos qué hacer en las instituciones, ni fuera ni dentro de nuestras casas. Sin nuevas ideas económicas reproduciremos el actual sistema que tanto daño y sufrimiento está causando.

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Valor e innovación

Mariana Mazzucato se pregunta en un artículo leído en «sin permiso»: «¿Quién crea realmente valor en una economía?». Una buena pregunta en esta época de tantos debates inútiles y cuestiones absurdas.

A día de hoy parece evidente que las grandes revoluciones tecnológicas se deben y son gracias al sector privado. Gran mentira. La autora nos indica que «Las grandes revoluciones tecnológicas – sea en la medicina, los ordenadores o la energía – han sido posibles gracias a que el Estado actuó como primera opción para inversor». «Elon Musk, por ejemplo, no sólo ha recibido más de 5.000 millones en subvenciones del gobierno norteamericano; sus empresas, SpaceX y Tesla, se han levantado gracias al trabajo de la NASA y el Departamento de Energía, respectivamente.» 

Por otro lado, el pensamiento pagado por el capital hizo que fuera normal creer que los responsables de la generación de valor y riqueza son los propietarios del capital. «La riqueza la generan los empresarios» es una idea apenas discutida. Al margen quedó la actividad laboral, el trabajo de las personas. O mejor dicho, más que causa del valor, la creación de empleo pasó a ser consecuencia de la generación de beneficios empresariales. De este modo, «la teoría del valor trabajo fue substituida por la moderna y subjetiva teoría del valor de los precios del mercado.» De este modo, «cuando el valor no se determina con una métrica concreta sino más bien por medio del mecanismo del mercado de la oferta y la demanda, el valor se convierte sencillamente ‘en el ojo del que mira’ y las rentas (los ingresos inmerecidos) acaban confundiéndose con los beneficios (ingresos bien ganados), la desigualdad aumenta y cae la inversión en la economía real».

Nada de lo anterior tiene su causa en malos enfoques o errores académicos como parece indicar la autora. Son causa del poder acumulado por los detentadores del capital. Ellos dicen si el Estado debe intervenir o no, en qué y cómo; qué tiene valor y qué no lo tiene; quiénes son los nuevos héroes innovadores. Lo dicen pagando investigaciones, premios noveles, catedráticos y lo que haga falta. La verdad académica es en demasidas ocasiones una mercancía como otra cualquiera, guiada por el precio. 

Para salir de esta lógica es necesario tener claro que el valor y la riqueza la generamos las personas, todas, en las relaciones socioeconómicas que establecemos a la hora de trabajar (y no solo de forma asalariada, producir, consumir, comprar, ahorrar. La transformación requiere de nuevas formas de relacionarnos sin la mediación del capital. Para ello es preciso generar autonomías o soberanías en los diversos campos y ámbitos necesarios para la Vida.

El capital no genera valor ni innovación. Lo roba.

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/quien-crea-realmente-valor-en-una-economia

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Confluencias y divergencias

La derecha, la nueva y la vieja, apuesta por mejorar la riqueza de los poseedores del capital. Su apuesta económica tiene como base la distribución a favor del capital.

Las nuevas-viejas ideas que provienen de la izquierda con altavoces apuestan por mejorar la riqueza de la fuerza de trabajo útil para el capital. El principal objetivo es una distribución del producto social a favor de la fuerza de trabajo empleada (por el capital).

La confluencia entre algunas propuestas de las opciones de la derecha y la vieja izquierda europea se basa en la asunción positiva del trabajo asalariado, por un lado, y en la necesidad de mejoras en la distribución a favor de los «nacionales» con empleo.

Hay otras opciones, como las que apuestan por cambiar la producción mediante la reapropiación de los medios de producción por parte de la gente mediante fórmulas distintas a la propiedad privada; por cambiar radicalmente los procesos de comercialización, financiación y consumo; por economías transformadoras en las que las personas (nacionales o no) dejemos de estar subordinadas al capital (nacional o no).

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Centralismo amigo

Leo a Daniel Bernabé en La Marea («Fin de fiesta: movimientos de fondo en la izquierda poscrisis»): «Tenemos que elegir ser arrastrados por la tiranía de la actualidad o tiranizar la actualidad con los problemas que afectan a la vida cotidiana de las personas y que surgen de un único frente: la conversión de nuestro país en periferia económica de una Unión Europea al servicio de las élites económicas.»

Qué país. Desde Madrid no hay duda. Desde Morón de la Frontera sí. Aquí llevamos siendo periferia mucho tiempo. De Sevilla, de Madrid, de Bruselas, de todo el mundo.
Continúa el articulista madrileño (con el que comparto muchos de sus análisis): «El debate no debería ser entre diversidad y homogeneización, sino entre igualdad y polarización social.» Muy de acuerdo, tanto que por aquí abajo llevamos siglos sufriendo la polarización social que ahora llega a esos centros españoles reconvertidos en periferias europeas. 

Bernabé termina su interesante artículo citando a Bertold Brecht: “Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo que se condena si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica. Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo.” 

Es hora de elaborar alternativas reales al capitalismo. Y para ello es preciso tener en cuenta la «diversidad» de capitalismos existentes (como dice Carlos Arenas). No se ven las cosas igual desde Madrid que desde Morón, desde Sants que desde Errenteria.
Un objetivo, crear alternativas al capitalismo. Muchas estrategias, tantas como realidades diversas que lo sufrimos. Es preciso hablar de soberanías y desvincularla de aquella ejercida desde una corte. Ya es hora de hacer soberanas a las personas, las comunidades, los pueblos. Y para ello es precisa la soberanía económica buscada por las economías transformadoras. 

Hace tiempo que no me convencen los pensamientos ni las visiones únicas, aunque provengan de un centralismo «amigo».

Fuente: https://www.lamarea.com/2018/09/19/fin-de-fiesta/

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Meritocracia

Siempre me dijeron que estudiara. Los hijos de los obreros mejoraban su vida con carreras universitarias. Y así lo hice. Nuestras vidas se guiaban por la meritocracia asentaba en la «titulitis». Caímos en la trampa. La persona que perdía se lo merecía: no estaba lo suficientemente preparada. La culpa era suya. Gran mentira: tuvieras los títulos que tuvieras, en determinados puestos sólo entraban los del carnet o los del apellido (algunos con títulos en universidades privadas lejanas con notas en función del pago).

Este modo de entender la vida y la valía (sí, el valor de las personas) ha sido muy relevante en la sociedad en la que he vivido. Tanto que los representantes políticos de mi generación han caído en esa trampa. Ahora, cuando los partidos del régimen creían haber cumplido con la tarea y situarse de nuevo en el (casi) bipartidismo, reorientar las protestas populares y contentar a los jefes, la «turbo meritocracia» les está generando problemas inesperados. Por el camino queda la Universidad, una institución que para mí, y hablo de la institución, hace mucho que tiene el prestigio que tiene: tremendamente sobrevalorada (poca gente entiende que no luche meritocráticamente por dar clase en ella).

En el fondo, y mira por donde, aquellos que nos humillaron diciendo que «queríamos vivir por encima de nuestras posibilidades» cayeron en algo peor: «querer ser-valer por encima de sus posibilidades». Envueltos en sus propias redes, atrapados en sus propias trampas, probablemente firmen un armisticio según el cual se deje de hablar de su valía según los títulos de su currículum. Eso tan sólo quedará para la gente de clase obrera sin carnet. Como en la mayoría de los casos, cuestión de clase.

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Guatemala o guatapeor: elige

Nos quieren hacer creer que sólo hay dos opciones. Estas se pueden reflejar en los binomios Macron-Lepen, Sánchez- derechona española autoritaria, Soros-Viktor Orban, Obama/Clinton-Trump, Merkel-neonazis alemanes, los partidos suecos «buenos» en el poder o la extrema derecha en crecimiento.

De este modo, estos dos «extremos» o «visiones» supuestamente tan diferentes del futuro de la humanidad permite escamotear lo que esas “dos visiones” comparten. Nada menos que el modo de producción y de propiedad, las relaciones de explotación de unas personas por otras, el sistema que permite acumular riqueza y poder en una minoría con tanta influencia como para hacer estupendo un sistema en el que «el pueblo elige, pero el capital decide».

En mi opinión, las izquierdas, las fuerzas transformadoras, no pueden renunciar al pensamiento fuerte. Y el pensamiento fuerte no debe olvidar que las causas de las crisis capitalistas siguen intactas, mientras se pone el acento en la inmigración u otros temas que oscurecen más que aclaran.

La cuestión es cómo se genera la riqueza, cómo se distribuye y quién se la apropia. Siguiendo a gente como Lebowitz, no es posible formar seres humanos para la transformación si se les impide usar el intelecto en el lugar de trabajo y dirigiéndolos desde arriba. Si es así, las cosas irán a peor y pediremos poder fabricar más armas de guerra, ser camareros del ejército de EEUU o cualquier otra cosa que se nos ocurra.
Es hora de romper con los falsos debates; es hora de mirar las causas y no las consecuencias; es hora de hacer política económica y no retórica económica; es hora de transformar la economía desde la negación de las formas capitalistas de producción, distribución y consumo.

Hay que hablar de propiedad (privada o no privada), valor (uso o cambio) y trabajo (más allá del empleo). Es complejo, es cierto, pero la realidad es así y si la queremos cambiar hay que contar (sí o sí) con la gente, no con el «cuerpo electoral». 

La negación de la complejidad, los atajos, nos llevará a elegir, de nuevo, entre Guatemala o guatepeor.

Fuente: https://mondiplo.com/liberales-contra-populistas-una-division-enganosa#nb10

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Abono para el infierno

Nos informan que han aumentado el número de gente que tiene muchísimo dinero. Al mismo tiempo se agudiza la campaña contra los impuestos. Hay una ola enorme para que la desigualdad aumente. «Desigual» es incluso una marca de ropa.

Ante los problemas de 2007 y 2008, la reacción de la política económica capitalista ha sido que los bancos centrales aumentaran la oferta monetaria. Ese dinero ha ido fundamentalmente a la Bolsa y, por supuesto, al uno por ciento más rico. Como dice Harvey, «lo que has hecho es tropezar con dificultades en 2007-2008, y responder arrojándole dinero, lo que fue genial para la Bolsa y el resto. Pero, como sabemos, los ingresos de la gente común y corriente no han mejorado en absoluto, la situación de las personas no ha mejorado, y casi ninguno de los beneficios de las pequeñas recuperaciones desde 2007-2008 ha ido a nadie más que al uno por ciento más rico.» 

Algunos datos:

  • El Estado español paga anualmente unos 30.000 millones euros en intereses. La banca gana.
  • Entre 1994 y 2016 se ha multiplicado por dos la brecha entre las personas que más tienen y las que menos.
  • La desigualdad de la riqueza de los hogares con riqueza se ha multiplicado por dos en 12 años. En 2002 la mitad de hogares más ricos tenían un patrimonio medio 6 veces mayor que la mitad de hogares más pobres; ahora esa riqueza se ha multiplicado por 12.
  • La mitad más rica ha aumentado su patrimonio medio un 29%, mientras la mitad más pobre ha perdido un 30% de lo que tenía.
  • Aumentan sin cesar quienes cobran sueldos inferiores al salario mínimo oficial (736 euros mensuales). En 1994, unos tres millones de personas cobraban menos del salario mínimo; hoy son 6 millones (el 34% de la población ocupada). 
  • Casi la mitad de horas extra trabajadas en el segundo trimestre de 2018 (44%) no se pagaron ni compensaron con tiempo libre.

Esta situación hace que aumente el poder de la minoría beneficiada, aquella que controla a la mayor parte de la representación política (sí, no solo Ciudadanos está controlado por el IBEX). Ese poder lo destinan a aumentar aún más sus fortunas y, para ello, decretan a sus representantes políticos recortes de impuestos, promoción de burbujas, leyes favorables a la acumulación de capital en contra de derechos básicos.
La desigualdad impulsa a la desigualdad y con ella al fascismo, al autoritarismo, al odio, a la xenofobia… 

Igual al siglo XXI no le hace falta la llegada de ningún Hitler para que el mundo alcance los niveles de degradación que alcanzó con el nazismo. 

El campo se está nutriendo correctamente con el abono de la desigualdad.

Fuente: https://espaciomex.com/opinion-y-analisis/desigualdad-indecente-y-pobreza-severa-en-espana/

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Impuestos

En el Estado español la presión fiscal es inferior a la media europea. Aquí es el 34.1% del Producto Interior Bruto. En Alemania el 40.4%, en Portugal el 36.9%, en Francia, 47.6%. En Suecia y resto de países nórdicos por encima del 50%.

Es mentira que aquí se paguen muchos impuestos. Repito, mentira. Y es un mentiroso quien sabiéndolo lo dice para ganar votos o recibir mejor financiación.

Otra cuestión es analizar quién soporta la presión fiscal. Para ello es preciso dejar claro que los partidos con responsabilidad política en el gobierno llevan décadas incumpliendo la constitución que dice, traduciendo, que debe pagar más quien más tiene. Que es inconstitucional, pues hace el sistema fiscal menos progresivo, eliminar el impuesto de patrimonio, sucesiones y bajar lo que pagan las empresas y las personas con más renta. Se respeta menos la constitución en Madrid que en Barcelona.

Por tanto, hay que subir los impuestos (la presión fiscal o los ingresos del Estado), y esta subida la deben asumir las personas y empresas que tienen más renta e ingresos. Si no se hace esto, aumentará la desigualdad y disminuirán los servicios públicos y los derechos sociales. Si no hay ingresos no es posible que aumenten los gastos (máxime cuando el pago de intereses se antepone a todo).

Los responsables políticos, ahora que se inicia un largo periodo electoral, que no asuman esta realidad o bien están mintiendo, o trabajan para quién más tiene, o son incapaces de explicar las cosas y tienen miedo a perder votos. En ningún caso quedan exentos de la responsabilidad de ser causantes de la asfixia del Estado y la consecuente reducción de servicios públicos y derechos sociales.