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¡Bases fuera!

Aunque nos compren jamón, ¡bases fuera!

Aunque nos compren aceite de oliva, ¡bases fuera!

Con o sin o con la mitad del cuarto de aranceles, ¡bases fuera!

Aunque Trump se volviera buena persona, ¡bases fuera!

Aunque respeten a los países americanos que no les siguen el juego, ¡bases fuera!

Independientemente de la economía, la filosofía o teología, ¡bases fuera!

No colaborar con el Imperio que asesina es un bien superior a cualquier otro.

Igual no me he explicado, ¡bases fuera!

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Un pinar, un Metro, dos bases

Andalucía al servicio de la soberanía del capital: sobre pinares, transportes públicos, bases militares y sus relaciones con la acumulación del capital global

Para el historiador canadiense Quinn Slobodian el neoliberalismo, desde su origen, responde a la pregunta de cómo proteger el capitalismo de la democracia. El neoliberalismo tiene por objetivo afianzar la soberanía del capital sobre las personas. En plena hegemonía neoliberal, apenas nos sentimos con el derecho de pensar qué economía queremos para nuestro pueblo, para nuestra ciudad, para Andalucía. La actual soberanía del capital impide no sólo la soberanía popular, sino siquiera imaginarla. Nos parece normal que se pueda comprar o vender algo que no ha sido producido como una mercancía (como un pinar en Chiclana), que se pueda ganar dinero financiando una empresa que gestiona un servicio público (Metro de Sevilla), o que los recursos naturales de un continente entero (África) estén al servicio de una revolución económica supuestamente inmaterial (la economía digital). Todo ello bajo una desregulación y descontrol (del capital) que requiere, ahora más que nunca, del control estatal y del uso de su herramienta por antonomasia (el ejército). A continuación vamos a ver, a través de algunas noticias aparecidas en las últimas semanas en Andalucía, algunos casos de cómo la soberanía del capital pone la vida al servicio del dinero.

Un pinar en Chiclana y unos chicos de Mineápolis

La financiarización o expansión del capital financiero tiene sus raíces en el declive de los beneficios industriales, lo que obliga a los capitales a buscar otros lugares más rentables para sus inversiones. La política monetaria también ha servido para fomentar la financiarización. En este sentido destaca la “flexibilización cuantitativa” mediante la cual los bancos centrales han puesto ingentes cantidades de dinero en manos de fondos privados, con las cuales han podido comprar enormes cantidades de activos. En Andalucía, los grandes fondos de capital han impulsado la especulación inmobiliaria especialmente en las grandes ciudades y en las zonas de litoral.

En esta situación hay que enmarcar la denuncia de Toniza-Ecologistas en Acción Chiclana respecto a la destrucción del mayor pinar de la costa de Sancti Petri, con una superficie de más de 60.000 metros cuadrados, destinado a urbanizarse con 206 viviendas de lujo. La operación la promueve “Aedas Homes”, una promotora ligada al fondo de capital estadounidense “CastleLake”.

En el año 2013, un desconocido fondo de Mineápolis, Estados Unidos, decidió entrar en el mercado inmobiliario español. El fondo aprovechó la mejor oferta de suelos de la Sociedad de Gestión de Activos procedentes de la Reestructuración Bancaria (SAREB o “Banco malo”), el “Proyecto Crossover”. “Castlelake” pudo así hacerse con un lote de suelo con gran descuento. Los “chicos de Mineápolis” fueron haciéndose con más suelos a la mitad del precio que se paga hoy. Su secreto estuvo en detectar que los bancos necesitaban vender terrenos al valor al que los tenían en libros. El problema es que, entonces, no valían ese precio, así que este fondo estadounidense aceptó esos importes a cambio de realizar el desembolso en largos plazos. Así logró crear una cartera de terrenos a precio de crisis, que en realidad pagó cuando alcanzaban precios mucho más elevados. Chicos listos.

Posteriormente el fondo entendió que necesitaba crear su propia inmobiliaria para lo que creó “Aedas Homes”. En todos los casos, la inmobiliaria compra suelo denominado “no finalista” para promover su transformación urbanística hasta que alcancen el estadio de suelo finalista, es decir, estén listas para construir sobre ellas. Para ello negocian con gente como el alcalde de Chiclana, José María Román Guerrero. Así lo venden: «esta nueva línea estratégica aumenta la visibilidad del Plan de Negocio de Aedas posterior a 2023 y se suma a la habitual disciplina de inversión de la compañía focalizada en la compra de suelos residenciales fully permitted en las zonas de mayor demanda del país».

A día de hoy el mapa de los grandes especuladores de suelo en Andalucía y España lo componen tres grandes fondos internacionales: “Castlelake”, “Lone Star” y “Värde”. Como dice un conocedor del sector: «No van a quedarse, son financieros. Se irán para volver en otro momento o a otro segmento”. Compran barato, venden caro, se van y esperan a la siguiente oportunidad para continuar especulando con todo aquello que pueda reportarle beneficios.

El Metro de Sevilla y los fondos de pensiones de las universidades inglesas

La Línea 1 del Metro de Sevilla tuvo un coste definitivo de 890 millones de euros, más del doble de lo presupuestado. Inaugurado en abril de 2009, hoy día esa infraestructura pública la gestiona la multinacional Globalvía, que pagó 157 millones de euros en 2014. Desde 2012 el Metro de Sevilla no ha dejado de incrementar sus ingresos y beneficios. En 2018 ingresó 61,3 millones de euros y los beneficios alcanzaron los 18,1 millones de euros. Estos beneficios no son suficientes para contentar las demandas sindicales de mejor cobertura de las bajas, excedencias y reducciones de jornada, lo que ha llevado a paros y huelgas en los últimos meses.

Globalvia nació en el año 2007 de la unión entre Fomento de Construcciones y Contratas (FCC) y Bankia. A día hoy está controlada por tres fondos de pensiones, a saber: el canadiense OPTrust, el holandés PGGM y el inglés USS. Optrust tiene unos activos de 16.440 millones de euros, administra el Plan de Pensiones Opseu, con más de 86.000 miembros y jubilados, fundamentalmente en el territorio de Ontario. PGG, por su parte, dispone de 186.600 millones de euros en activos. Por último, USS, Universities Superannuation, es el principal fondo de pensiones para universidades e instituciones de estudios superiores en Reino Unido y tiene un fondo de activos de unos 68.365 millones de euros. Globalvía destina fondos a «seguir creciendo mediante la compra de proyectos de autopistas y ferrocarriles». De este modo, estos fondos utilizan los ahorros de estudiantes ingleses o jubilados holandeses o de Ontario para apropiarse de riqueza proveniente de la prestación de servicios públicos como el Metro de Sevilla. Es un claro ejemplo de globalización financiera.

Con la financiarización el capitalismo contemporáneo crea un mercado mundial de dinero. Los capitales pueden entrar y salir con facilidad de negocios, estados, y los inversores institucionales o “ZinZin” (como compañías de seguros, bancos, fondos de pensiones o fondos de inversión) se convierten en los actores relevantes. Estos fondos imponen la rentabilidad requerida a la actividad económica que financian, ya sea a costa de precarizar el empleo, destruir el medio natural o, incluso, atacar a personas que denuncian sus malas prácticas (para otro artículo dejamos la posibilidad de analizar cómo medios de comunicación como El País y la Cadena Ser hablan de Green Blood al mismo tiempo que colaboran con Cobre las Cruces, del grupo minero canadiense First Quantum Minerals).

Rota, Morón y la mano visible militar del capitalismo global

Tanto la globalización financiera como la economía digital o capitalismo de plataformas han necesitado y necesitan la intervención estatal. El capitalismo y el militarismo (en particular el imperialismo de EE.UU.) no son dos fuerzas paralelas, sino que están inextricablemente entrelazadas. Los estrechos vínculos entre crisis ecológica, capitalismo y militarismo se pueden observar si se tiene en cuenta para lo que son movilizadas estas fuerzas: se despliegan principalmente en regiones ricas en recursos y cerca de rutas estratégicas de transporte marítimo que mantienen en funcionamiento la economía globalizada. En palabras de Thomas Friedman: “La mano invisible del mercado no puede funcionar sin un puño escondido. McDonald’s no puede prosperar sin McDonnell Douglas, el diseñador del F-15. Y el puño escondido que mantiene el mundo a salvo para que las tecnologías de Silicon Valley prosperen se llama el Ejército, las Fuerzas Aéreas, la Armada y los Marines de EE.UU.”.

El capitalismo de plataforma no es algo “etéreo”, sino que en realidad conlleva enormes impactos ambientales y energéticos. Jim Thomas, co-director del Grupo ETC, ejemplifica esto en tres sectores: el iceberg de la infraestructura digital, la demanda de almacenamiento de datos y la voraz demanda energética del uso de las plataformas digitales. En la satisfacción de esa demanda energética y de materiales es donde juegan un papel esencial los ejércitos. Y Andalucía, mejor dicho su suelo, es esencial en la estrategia del mayor ejército del mundo y “puño escondido” del capital global.

Así podemos entender la noticia, de escasa repercusión por cierto, sobre el refuerzo del despliegue militar en la base de Rota. El Gobierno español ha dado el visto bueno a Estados Unidos para que un destacamento de helicópteros navales se localice en la base militar gaditana. Y todo ello sin reformar el convenio bilateral de defensa, como se había hecho hasta ahora en casos similares.

Tanto Rota como Morón forman parte la vasta infraestructura militar de EE.UU., formada por más de 800 bases con sus flotas navales y aéreas. En particular, las bases estadounidenses en suelo andaluz son muy importantes para el control de África. La base de Morón se convirtió en 2015 en base operativa de Africom, el mando militar de Estados Unidos para África y el Mediterráneo. Rota es también la ruta ideal para comenzar las operaciones en el continente africano, subraya el Pentágono en su estrategia de movilidad aérea. La distancia entre la localidad gaditana y Yibuti es de poco más de 3.000 millas náuticas (5.500 kilómetros).

La violencia policial y militar contra las poblaciones a menudo está relacionada con la resistencia que se ofrece ante proyectos extractivos. La organización de derechos humanos Global Witness observó en 2015 que cada semana son asesinadas tres personas por defender sus tierras, bosques y ríos en su lucha contra de las actividades extractivas necesarias para el capitalismo digital. “Los productos realmente innovadores son los que dejan su huella en el mundo, no en el planeta”, afirma Apple en su página web. Si atendemos a este bonito eslogan propagandístico, apenas existen productos realmente innovadores en la nueva economía digital. Casi todos dejan una huella de sangre en el mundo.

Ni buitres, ni cocainómanos, ni estado mínimo

Y sin embargo, la situación no se explica mediante fondos “buitre”, cocainómanos avariciosos o estados mínimos o no intervencionistas.

Los buitres limpian lo muerto, no matan lo vivo, por tanto la metáfora carroñera apenas tiene que ver con el capitalismo extractivo y sus fondos de capital “chupópteros”, que parasitan y/o destruyen vida para extraer riqueza. Los directivos avariciosos no son la causa de nada, sino meras herramientas, al igual que los puños y manos visibles de la soldadesca que utiliza la violencia al servicio del capital desde suelo andaluz.

Comencemos a llamar a las cosas por su nombre y a ser capaces de relacionar lo que ocurre en nuestro territorio, pueblo o barrio con un sistema global de sustracción de recursos que provocan destrucción y muerte.

Artículo publicado en El Topo, nº 35. http://eltopo.org/

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Utopías soberanas

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Para el historiador canadiense Quinn Slobodian el neoliberalismo, desde su origen, responde a la pregunta de cómo proteger el capitalismo de la democracia y de la fragmentación. El neoliberalismo tiene por objetivo afianzar la soberanía del capital sobre las personas, para lo cual, tanto la democracia como la fragmentación de los Estados, serían elementos a superar, restringir o eliminar.

La posición del poder de negar la voz a los pueblos sobre su pertenencia a los Estados indica que democracia y fragmentación del Estado van de la mano y, por tanto, son perjudiciales para el capitalismo. Desde esta perspectiva, tanto democracia como derecho a la soberanía o autodeterminación de los pueblos son agentes o instrumentos anticapitalistas. Estas afirmaciones explicarían lo que estamos observando hoy día en el Estado en el que nos ha tocado vivir.

El neoliberalismo va ganando. Y no por poco. La imposición, emancipación o soberanía del capital sobre el trabajo implica regímenes políticos y sociales escasamente democráticos (donde el poder, la soberanía, resida en el pueblo). Marina Garcés, mirando desde el otro ángulo, denomina a esta derrota popular como “analfabetismo ilustrado” en su obra «Nueva ilustración radical»: “El hecho decisivo de nuestro tiempo es que, en conjunto, sabemos mucho y que, a la vez, podemos muy poco”. Todo lo mucho que puede el capital significa lo poco que podemos las personas.

En estas circunstancias nos parece apropiado hablar de “soberanías”. En plural. También en y desde Andalucía. “Se canta lo que se pierde, dijo quien bien lo sabía, yo canto a la libertad, porque nunca ha sido mía.” Pues bien, cantemos a las soberanías, aunque nunca fueron nuestras. Y ya puestos, hablemos de la que menos cerca hemos tenido: la soberanía económica, entendiendo como tal a la mejora de las capacidades que tienen las poblaciones de un determinado territorio para resolver sus problemas económicos.

En relación con la anterior, hablemos de “soberanía del trabajo (asalariado)” o no continuemos cayendo en la trampa que supone no distinguir entre trabajo y empleo, y, de esto modo, contemplar sólo como trabajo aquello que recibe una remuneración monetaria por parte de una parte empleadora y continuar invisibilizando el trabajo de cuidados, reproductivo. Frente a la soberanía del capital es posible avanzar en la soberanía del trabajo mediante las prácticas socioeconómicas transformadoras necesarias para cambiar las propias unidades económicas de producción, las empresas, las fábricas, las oficinas, las prácticas agro-ganaderas, etc., que, a su vez, deberán servir para transformar el resto de trabajos (reproductivo, voluntario, etc.) ¿Imaginan avanzar en la soberanía del trabajo en una comunidad con soberanía económica, es decir, con capacidad autónoma para resolver sus problemas económicos? (para ampliar sobre el tema Autonomía Sur, Cooperativa Andaluza, ha elaborado diversos documentos).

Pues para ello se deberá avanzar en los diversos ámbitos sectoriales estratégicos de mejora de la capacidad popular de tomar las decisiones al respecto. Así se hablará de soberanía alimentaria, tecnológica, financiera, etc. Se trata de controlar nuestra producción de alimentos, de tecnología, de energía, o nuestros ahorros en función de la satisfacción de las necesidades de las personas y al margen del lucro privado o beneficios empresariales. Y todo ello para alcanzar un objetivo último: alcanzar la soberanía reproductiva, entendida como un proceso de transformación basado en un conjunto de relaciones sociales que den centralidad a la vida. Por tanto, los pasos a dar en la autonomía de la actividad laboral, productiva y reproductiva de las personas (soberanía del trabajo) serán complementarios con los realizados de forma colectiva en un determinado territorio (soberanía economía territorial-comunitaria), así como en los diversos ámbitos estratégicos de asunción de capacidad de decisión popular (soberanías sectoriales), para alcanzar la definitiva soberanía reproductiva (la vida frente al capital).

Para acabar dando el paso hacia la verdadera soberanía, independencia o autonomía (me gusta utilizar esta última palabra, a pesar del uso dado por el actual régimen), serán imprescindibles mayores cotas de soberanías en los diversos campos socioeconómicos. Y así decir adiós con alegría a La Caixa o BBVA o cualquier entidad dedicada a succionar nuestros ahorros para ponerlos en manos de intereses en muchos casos espúreos y asumir que la alternativa son muchas Coop57; decir hasta luego a pastas Gallo y hola a cientos de pequeñas cooperativas de pasta ecológica vinculadas al territorio como, por ejemplo, Spiga Negra; cambiar de una compañía de seguros que invierte en armamento a otra de seguros éticos y mutualidades sociales (por ejemplo CAES); mandar a Gas Natural al quinto carajo, y al sexto a Aqualia (y con ella a Fomento de Construcción y Contratas), y fortalecer las cooperativas de consumo energético primero (por ejemplo Candela, Nueva Cooperativa andaluza de energía eléctrica, solidaria y 100% renovable o SOM Energia), y remunicipalizar la gestión del agua después (o viceversa).

Es preciso generar procesos que tengan como objetivo avanzar en una economía andaluza autogestionaria. Impulsar, tanto desde las decisiones individuales como desde las colectivas o políticas, las entidades de economía social andaluza que luchan día a día por no ser succionadas por el sistema, donde se pasa del trabajo asalariado al trabajo cooperativo; de la propiedad privada de los medios de producción fórmulas colectivas de propiedad; y de tomar las decisiones sobre lo que se produce subordinando el valor de cambio al valor de uso (antes las necesidades de la gente que la ganancia o el lucro). Hay todo un campo por sembrar en lo relacionado con a quién le compramos y cómo consumimos.

Lógicamente, no son pocas las medidas que desde las instituciones públicas se pueden implementar para ir ganando poder al capital y mejorando nuestras soberanías económicas territoriales en campos como la alimentación, la tecnología o la vivienda. Del mismo modo, sin este planteamiento, la consecución de instituciones políticas propias no cambiará, en lo básico, la dependencia y subalternidad respecto a los poderes dominantes y sólo cambiará la élite política que administre los intereses de éstos. Por tanto, desde la política institucional se debe impulsar la soberanía económica pues no habrá soberanía en lo político sin soberanía en lo económico.

Frente a la impotencia que sentimos ante la supuesta imposibilidad de intervenir en nuestras propias condiciones de vida, pasemos a hablar de nuevo de emancipación, de autonomía, de soberanías. No hay peor política de austeridad que la que nos impone la austeridad en nuestros sueños, en nuestras utopías. Pasemos a la ofensiva porque “no merece compasión quien siendo esclavo no quiere buscarle la solución”.

Artículo publicado en Portal de Andalucía.

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La práctica cooperativa de Marinaleda como ejemplo a seguir

Marinaleda, como conjuntos de prácticas políticas, económicas y sociales, es para mucha gente un ejemplo. Cualquier práctica humana tiene sus problemas, sus déficits, su fallos. No obstante, y a pesar de las críticas posibles y necesarias, Marinaleda es un ejemplo para tanta gente que se convierte en un problema para el poder.

Ser un ejemplo es una fortaleza, pero también supone ser diana de aquellos grupos que desean que todo continúe como está; que actúan con un único fin: el mantenimiento de sus privilegios (aunque suponga mantener a Andalucía a la cabeza de la desigualdad, de la precariedad o de la pobreza).

La Junta de Andalucía siempre ha obedecido a esos grupos privilegiados. En Andalucía, hasta hace pocos meses, nunca había gobernado el “partido de la derecha”. Para eso ha estado el PSOE andaluz. Este partido vendió las tierras públicas existentes en Andalucía. Bueno, no toda. El Humoso, la finca en manos de la gente de Marinaleda aún no ha sido vendida. Los que la llevan trabajando desde que se la arrancaran al Duque del Infantado hace más de dos décadas no quieren comprarla. Y si no tienen más remedio, lo quieren hacer sin que pase a ser propiedad privada de nada ni de nadie (mediante una fundación).

Esa rebeldía, negar que la tierra sea una mercancía, generar riqueza sin explotación, hace que desde diferentes sectores se presione y dificulte la marcha de la Cooperativa de Marinaleda (aunque formalmente son varias, la realidad es que se gestiona como una única cooperativa). Unas veces Antena 3, otras ABC, los medios actúan como portavoces de las oligarquías que no permiten el ejemplo de Marinaleda. No les importa los miles de jornales, los cientos de puestos de trabajo. Sólo les importa el (mal) ejemplo que están dando: ser un pueblo capaz de mejorar su economía sin la necesidad de las clases explotadoras y privilegiadas; sin considerar a la naturaleza y a las personas como mercancías.

Por eso, ahora más que nunca, Andalucía entera como Marinaleda. Por eso, ahora más que nunca, debemos apoyar a esta gente que desde su esfuerzo, rebeldía y dignidad, impide que toda la tierra de cultivo de Andalulcía sea privada y al servicio de las clases ociosas de siempre. La Cooperativa de Marinaleda nos muestra la posibilidad real de la gestión de la tierra y la economía al servicio de las personas.

Artículo publicado en Portal de Andalucía, https://portaldeandalucia.org/opinion/marinaleda/?fbclid=IwAR2n5AOU4j1d2MW00-BOOtQQdBAIeRHw3B5E74piZSbmTQZhAHh56pZhGfY

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Es el capitalismo

Desde la crisis capitalista de la década de 1970 asistimos a la financiarización de la economía. Al igual que ocurrió al final del ciclo a acumulación británico (1910), holandés (época de las pelucas) y en el Imperio español de la Era de los Genoveses. Los costes de la financiarización para los estratos sociales inferiores y medios se explican porque las finanzas no pueden alimentar una gran clase media, porque únicamente una pequeña elite de cualquier población nacional puede compartir los beneficios de la Bolsa, de la actividad bancaria mercantil y del asesoramiento financiero.

Esta situación ya la describía González de Cellórigo a principios de 1600. Sí 1600.
«Ha llegado a presentar un extremo contraste entre ricos y pobres y no hay medio de reducirlo. Nos encontramos en una situación en la que tenemos ricos que holgazanean indolentes y pobres que mendigan, y nos faltan personas de tipo medio, a quienes ni la riqueza ni la pobreza les impida seguir el tipo correcto de empresa contemplado por la ley natural.» (Fuente: «El largo siglo XX». G. Arrighi. Akal.)

Pues bien, esta situación la va a solucionar un gobierno PSOE-UP. En fin.

Es el capitalismo. No enfocar el problema tan sólo nos llevará a nuevas decepciones de los previamente decepcionados que en su nueva decepción serán pasto del fascismo.

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Un nueva mirada al neoliberalismo

¿Cómo surge el neoliberalismo? ¿Quiénes fueron sus promotores? ¿Cuáles eran sus objetivos? ¿Cómo consiguieron que los Estados no pusiesen límites a los mercados? El historiador canadiense Quinn Slobodian responde a todas estas preguntas en el libro Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism (Harvard University Press, 2018). Resumo-tuneo-opino sobre una entrevista leída al autor en este enlace.

El origen y el para qué

Slobodian explica cómo un grupo de personas, a los que denomina “globalistas”, traumatizados tras la primera guerra mundial por la desaparición del Imperio austrohúngaro, se ponen a trabajar para que las instituciones de las nuevas democracias no tengan a su alcance la posibilidad de poner en cuestión el capitalismo. Por tanto, el origen del movimiento intelectual del neoliberalismo es el comienzo del fin de la era de los imperios europeos.

En el Imperio Austrohúngaro la descentralización de los diferentes territorios permitía una cierta autonomía de la administración local. Por ejemplo, en la educación la Constitución autorizaba la enseñanza en una lengua específica cuando la hablaba una masa crítica. Sin embargo, en los intercambios económicos y comerciales las reglas eran intangibles, lo que hacía del Imperio Austrohúngaro un espacio sin fronteras económicas que garantizaba la libre circulación de personas, mercancías, y capitales. Para Hayek y Mises este era el modelo ideal de organización del mundo, donde los derechos de propiedad y movimiento de capital fueran absolutos con alguna libertad en el gobierno político local y la cultura.

Por tanto, Hayek y Mises, súbditos del Imperio austrohúngaro, se enfrentan a nuevas condiciones políticas, como la generalización del sufragio universal, el fin del modelo imperial como la forma estándar de organizar el mundo y, por lo tanto, el de los Estados-nación como forma de organización política. El neoliberalismo surge en el contexto de una serie de desafíos al sistema de gestión global del capitalismo que había existido hasta ese momento. Desde su origen el neoliberalismo responde a la pregunta de cómo proteger el capitalismo de la democracia y de la fragmentación.

Los neoliberales persiguen la idea de un doble gobierno que separe la política de la economía. En este elemento juega un papel el jurista Carl Schmitt. Para Schmitt, el siglo XIX supuso la aparición de dos mundos que estaban en permanente tensión. Por un lado, el imperium, que es el mundo de la soberanía de los Estados por cuyo conducto ejerce el poder sobre la población. Por otro, el dominium, que es el mundo de la propiedad. Según Schmitt, el sueño de los liberales es que la propiedad debiera ser absoluta (dominium), incluso eclipsando la soberanía (imperium). Pero para Schmitt, esta visión del mundo es inaceptable porque el hecho de que el mundo del dominium tenga un poder de veto sobre el mundo del imperium desacredita a la democracia y la soberanía. Cuando el economista liberal alemán Wilhelm Röpke lee a Schmitt lo halla fascinante y señala que, al contrario de Schmitt, ese es el mundo al que aspiran. Para los neoliberales el mundo de la economía se tiene que imponer siempre al mundo de la política. Esta es la diferencia entre los neoliberales y los liberales o keynesianos, que tienden más hacia el mundo de la política.

En definitiva, si algo define el pensamiento neoliberal es su capacidad para desarrollar estrategias cuando el capitalismo se siente amenazado.

Las herramientas

Quien piense que los neoliberales no creen en un Estado fuerte nunca ha leído a los neoliberales, porque toda su filosofía política consiste en cómo rediseñar el Estado para proteger al capitalismo. El caso más obvio es el ordoliberalismo alemán que desde la década de 1930 reivindica un Estado fuerte con economía de mercado. Para los neoliberales la cuestión no es si debe haber más o menos Estado sino qué tipo de Estado (el Estado debe ejercer el poder de manera intensiva y no extensiva).

Desde finales del siglo XIX el trabajo del economista activista consistía en intentar salvar las diferencias entre las demandas de la clase trabajadora y las del capital: cómo satisfacer a la clase trabajadora para que no cayese en la tentación del comunismo. Economistas como Hayek y Mises trabajaban para la Cámara de Comercio Internacional al servicio de los intereses de la patronal. Es un nuevo modelo de economista activista que no se identifica con el objetivo de crear una cierta paz entre el capital y el trabajo como hicieron sus predecesores en el siglo XIX.

Pero su gran instrumento será el derecho como herramienta indispensable para impedir a gobiernos y parlamentos democráticamente elegidos cualquier atisbo de cambio que pueda afectar al capitalismo. El sistema normativo neoliberal establece límites, hasta dónde puede ir una democracia, y les es absolutamente indiferente lo que diga el Parlamento. En el momento en que una democracia toma conciencia que tanto los mercados como la propiedad pueden ser contraproducentes, la tolerancia de los neoliberales por la democracia se desvanece. Rápidamente intentarán normativizar a nivel constitucional las prácticas y los límites de la democracia. Y lo hacen de tal manera que favorecen a los ricos frente a los pobres y reproducen un sistema basado en la competencia en lugar de la equidad económica y social.

Además del derecho, también abogan por la creación de instituciones supranacionales que vinculen legalmente a que los Estados no puedan desviarse de las reglas preestablecidas y que dispongan de mecanismos legales que les permita forzar a los Estados a rectificar. Es decir, buscan la construcción de un orden institucional global para proteger el capitalismo. Un ejemplo de este tipo de instituciones es las propiciadas en la Unión Europea por el Tratado de Maastricht (1992). Para la economista Victoria Curzon-Price, hasta la fecha la única mujer que ha ocupado la presidencia de la sociedad Mont Pelerin, nos encontramos ante una integración que permite de forma agresiva, utilizando la Corte de Justicia de la Unión Europea y las leyes de la competencia, desembarazarse de cualquier atisbo de participación estatal en el sector privado.

Poscapitalismo, fragmentación y soberanías

La alternativa al neoliberalismo debe desproteger, poner a la intemperie al capitalismo respecto de la democracia y de la fragmentación. El historiador canadiense demuestra cuán frágil es la relación que une la democracia y el capitalismo, y cómo los neoliberales toleran la democracia siempre y cuando esta se atenga a las reglas del juego que ellos previamente han dictado.

El objetivo de cualquier poscapitalismo debe ser avanzar en la fragmentación y la democracia. De eso se trata cuando hablamos de «soberanías» desde abajo, desde lo real-material, desde las personas-trabajo, desde las comunidades-territorios, desde los ámbitos socioeconómicos estratégicos (alimentación, energía, finanzas, tecnologías, etc.).

Fragmentar el Poder, el Estado, el Capital, para avanzar en la democracia, en el poder del pueblo. Romper la soberanía del capital para construir la de las personas. Eso sí, uniendo soberanía, autonomía y cooperación. Conceptos complementarios en una democracia real y en un sistema social y económico que ponga a las personas en el centro.

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Okupas, antagonismo y economía transformadora

Andalucía apenas se distingue de Argentina en lo tocante a economía y empleo.

Nuestra crisis de 2008 fue la suya en 2000. Caciques, latifundios, injusticia, desempleo, son elementos protagonistas de nuestras realidades socioeconómicas.

Leo en un artículo de Pía Rius («De lo político como nacimiento y modos de vida plurales en espacios asociativos») como el auge de la economía social argentina en la primera década del siglo XXI se articuló en «diferentes procesos: por un lado, el desarrollo de iniciativas de autogestión, impulsadas en el marco de movilizaciones sociales en torno a la demanda de trabajo, ya por la formación de cooperativas a partir de la recuperación de fábricas, así como por experiencias asociativas desarrolladas por las organizaciones de trabajadores desocupados; por otro lado, la implementación a partir de 2003 de una serie de medidas políticas apoyadas en la lógica de la economía social y el desarrollo local, que ha permitido el desarrollo del autoempleo y del trabajo asociativo para las poblaciones consideradas ‘vulnerables'».

En este contexto, la autora realiza una reflexión sobre la experiencia de lo político en la población que vive la crisis de 2001 y «hace de la autogestión un modo de vida alternativo. (…) Lo político se ve anclado en lo cotidiano impregnando la organización colectiva, el trabajo, la alimentación o las pro­ducciones y consumos culturales.»

El estudio se concreta en un Centro Social y Cultural situado en la ciudad de La Plata. Este Centro Social y Cultural «bajo el esquema formal de una cooperativa con finalidades múltiples, alberga en esa etapa más de una docena de proyectos sociales y productivos que, a su vez, se vinculan entre sí y con otros espacios territoriales.» En el centro social «se ponen en eviden­cia los efectos de compartir un lugar de encuentro, de eventos culturales, de trabajo y militante, en la búsqueda de una puesta en común políticamente informada, en particular por la reivindicación de la autogestión.»

En Andalucía han nacido en las últimas tres décadas diversos tipos de centros sociales autogestionados. Un ejemplo de los más longevos es el Centro Social Julio Vélez, de Morón de la Frontera, que inició su andadura en 1992, como consecuencia de la Okupación de un edificio del Ministerio de Trabajo ubicado en suelo municipal. Desde entonces, este espacio ha sido una herramienta para la cultura crítica, los movimientos sociales y las organizaciones sindicales y ecologistas. No han sido pocos las okupaciones y centros sociales de este tipo que se han desarrollado en Andalucía, en especial en las ciudades de mayor población.

Los centros sociales andaluces con perspectivas autogestionarias podrían convertirse en espacios sociales donde se crucen y coexistan figuras y actividades que, como ocurre en el caso argentino, «desafían las distinciones ordinarias de lo que acontece en tanto compromiso político, de trabajo como actividad para ganarse la vida, la obra artística o cubrir las ne­cesidades materiales.»

De este modo, estos centros y okupaciones podrían ser espacios para las Economías transformadoras. Olvidar la vieja idea de que la economía es cosa de capitalistas y asumir que la economía o la hacemos o nos la hacen. Es posible hacer otra economía donde el lucro se subordina a la vida; el autoritarismo a la democracia; el trabajo asalariado al trabajo emancipado. Cuestiones básicas para continuar con el objetivo esencial de lo que entendíamos como centros sociales y/u «okupas»: crear antagonismo desde abajo, desde los pueblos y ciudades.

 

 

Artículo citado: «De lo político como nacimiento y modos de vida plurales en espacios asociativos». REVISTA TEMAS SOCIOLÓGICOS Nº 23 ∙ 2018 ∙ ISSN 0719-6458 ∙ pp. 147 – 186

Autoría: Pía Rius. Doctora en sociología, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales (EHESS), París. Universidad de la Patagonia, Argentina. Contacto: piavrius@yahoo.com.ar

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Especialización turística, extractivismo y otras cosas feas a evitar

El turismo como cadena global

La actividad turística ha crecido enormemente en las últimas décadas. Según la Organización Mundial de Turismo, mientras en 1950, 25 millones de personas tenían consideración de turistas internacionales en 1950; en 2017 la cifra alcanza los 1.327 millones. Esta situación ha dado lugar a la turistificación, es decir, al impacto que tiene la masificación turística en el tejido social y comercial de determinados barrios o ciudades. Estos procesos suponen para la población de un territorio que las instalaciones y servicios pasen a dedicarse de manera casi exclusiva al turista en detrimento del residente. La vida de la gente del barrio o ciudad se supedita a la generación de beneficios de las empresas vinculadas a la actividad turística.

La actividad turística ha cambiado enormemente en los últimos años. Dos elementos transcendentales en esta transformación han sido la progresiva incorporación del turismo al capitalismo de plataformas (mal llamado economía colaborativa) y el cada vez mayor control del negocio por parte de grandes empresas transnacionales. Actualmente, en palabras de Rosario Gómez-Álvarez, “las actividades turísticas se encuentran plenamente integradas en el proceso de fragmentación internacional de la producción.”

Los agentes económicos que participan en dicha actividad son los oferentes (alojamiento, alimentación, transporte y ocio), los intermediarios y las personas consumidoras. Entre los primeros han crecido enormemente las cadenas hoteleras y las compañías de transporte multinacionales cuyas matrices están situadas en los mercados emisores (países de origen). Por su parte, los agentes intermediarios son un eslabón cada vez más relevante y poderoso donde también predominan las grandes empresas con capital no arraigado en los lugares de destino.

En los últimos años se ha producido una enorme pérdida de cuota de mercado de los operadores turísticos tradicionales (tour operadores) a favor de las plataformas digitales. Estas últimas han penetrado en los diferentes mercados turísticos, tanto en la intermediación del alojamiento, como en el transporte y la búsqueda de información sobre actividades de ocio. En el ámbito de la intermediación del alojamiento destacan Booking y Airbnb, mientras en el del transporte lo hacen Uber y Blabacar. Por tanto, se asiste al típico proceso capitalista de “colaboración”. Una situación en la que, por un lado, los procesos productivos generan beneficios que son absorbidos en gran medida por grandes multinacionales y el capitalismo de plataformas; y, por otro lado, los problemas e impactos negativos generados por la actividad repercuten en la población de barrios y ciudades, y en especial las que tienen menos recursos. Se asiste, por tanto, a una situación demasiado común en la que la privatización de los beneficios es complementaria a la socialización de pérdidas (externalidades negativas de la actividad).

Así, el territorio en cuestión (ciudad, barrio o franja litoral, como gran parte de la costa andaluza, etc.) se convierte en una plataforma de extracción de riqueza mientras que para la población tan sólo quedan migajas y problemáticas sociales de gran calado. Entre los principales problemas de estos procesos de especialización o turistificación se encuentran, entre otros, el aumento de la precarización laboral, la degradación del derecho a la vivienda, el encarecimiento y la transformación del comercio local, o la masificación de calles y plazas que dificulta la vida cotidiana de las personas residentes, tanto en lo que atañe al descanso como al disfrute mismo del espacio público.

La turistificación de la economía andaluza: un nuevo extractivismo

El profesor Manuel Delgado Cabeza lleva décadas analizando la economía andaluza mejor que nadie. Para este Maestro, la economía andaluza se ha caracterizado por su modelo extractivista y por especializarse en actividades productivas al servicio del capital; actividades que no nos convienen a la gente que habitamos las ciudades y pueblos de Andalucía. Nos especializamos según intereses muy distintos a los de mantener y enriquecer nuestras vidas. La turistificación de las ciudades y el litoral andaluz no hace sino profundizar en esta situación.

La expansión del turismo y el negocio inmobiliario ha tenido en Andalucía un peso muy por encima del que ha tenido en otras economías de nuestro entorno. Estas actividades dan lugar a procesos económicos que no implican creación de riqueza, sino simplemente apropiación de valor monetario. Y es que no debemos continuar siendo necios y confundir valor con precio, riqueza con dinero.

La capacidad de absorber dinero y acumulación capital provoca la consecuente acumulación de poder en muy pocas manos. Esta situación perjudica la toma de decisiones democráticas y participadas, y posibilita la enorme capacidad de influencia que tienen escasos actores que, normalmente, no residen en los territorios y que tan sólo los utilizan como materia prima generadora de ganancias. De manera que, como explican profesores como Delgado o Naredo, el enriquecimiento de unos termina siendo a costa del empobrecimiento de otros, y, paradójicamente, lo que se anuncia como un proceso de creación de riqueza en beneficio de todos termina convirtiéndose en mayores cotas de deterioro ecológico y social para la gran mayoría de la gente.

Los territorios mejor situados económicamente son aquellos que tienen una mayor  capacidad para apropiarse de valores monetarios, y, por otra, una fuerte diversificación en el grado de especialización. En este sentido, la turistificación que sufre la economía andaluza provoca una mayor vulnerabilidad, asociada, por un lado, a la especialización que supone, y, por otro, a la escasa capacidad para apropiarse de valores monetarios.

En ese contexto, la especialización turística a la que se aboca a Andalucía en general, y a la ciudad de Sevilla en particular, puede entenderse como un avance en el modelo extractivista. Para Marina Garcés, el turismo «es la industria legal más depredadora que existe (…). En su desarrollo masivo, extractivo y monopolista. No me vale que sostiene al pequeño comercio. Beneficia a las grandes industrias de transporte, urbanística o de alimentos. Es ahí donde se cruzan todas las devastaciones: de la ambiental al extractivismo presente.” De este modo, esta pensadora analiza el turismo como industria extractiva, como si fuera la actividad minera o la agroalimentaria: “Para mí, Barcelona es un campo de soja, explotable como un recurso natural cualquiera.”

Uno de los aspectos propios del turismo extractivista es su dimensión de chantaje. En palabras de Garcés este modelo «genera una sociedad pasiva, y con una sociedad rendida el chantaje es muy fácil de hacer: o el turismo o nada, nos dicen». Garcés rescata dos conceptos más subsidiarios de este sector económico: el de “riqueza empobrecedora” y la “democracia delegativa”. El primero sirve para poner en primer término una serie de beneficios a corto plazo por encima de los daños que generan determinadas explotaciones. Con el segundo alerta sobre las consecuencias que conlleva la imposición de la lógica privada a determinadas políticas. Indica las que denomina «burbujas de legalidad ad hoc”, lo que es tan válido para una mina como para las “fundaciones” que desean invertir en la ciudad. No es necesario resaltar aquí la situación de algunos megaproyectos mineros en Andalucía.

Por tanto, es muy esclarecedora la comparación entre el modelo de turismo que ha acabado imponiéndose a la capital andaluza con el capitalismo extractivista tan conocido en la historia de la economía andaluza. Se trata, en resumen, de capitales que aterrizan en un determinado lugar, localizan los recursos naturales más valiosos y los explotan al máximo. Para Garcés, la única diferencia entre explotar un mineral, petróleo, madera o un cultivo como el de la soja es que con el turismo “los recursos naturales somos nosotros, nuestra memoria colectiva y nuestro patrimonio».

El neoliberalismo del que apenas se habla

Esta situación se enmarca dentro de las estrategias de desarrollo local neoliberal. Estrategias que convierten a los territorios, a las ciudades, en “marcas” que deben competir entre ellas para atraer al capital. En Sevilla, tras la Exposición Universal, se puso en marcha una estrategia de este sentido para convertir a la Isla de la Cartuja en el “Silicon Valley” del sur de Europa. Esa estrategia ha derivado en otra que parece aspirar a convertir a la ciudad en un macro parque turístico, en una enorme “Isla Mágica”.

Desde hace más de dos décadas, la economía convencional territorial propone un tipo de regulación que tiene por objetivo generar un ambiente atractivo para la inversión privada. Se opta por ayudar directamente al capital privado y favorecer la iniciativa individual. Estas nuevas estrategias forman parte del “Desarrollo Local Neoliberal” o neoliberalismo territorial.

Las políticas de desarrollo local puestas en marcha en los territorios del Sur de Europa se han basado en tres elementos fundamentales. En primer lugar, en la mercantilización de cualquier recurso del territorio potencialmente vendible o rentabilizable en términos monetarios. Es a lo que se ha denominado “poner en valor” el territorio. En segundo lugar, se ha intentado por todos los medios la valorización social del empresario tradicional, renombrado como “emprendedor”. Por último, estas políticas han utilizado la inversión pública para favorecer a la acumulación privada de capital. Es decir, realizar gastos, impulsar inversiones o aumentar las subvenciones que con dinero público sirvan para atraer o favorecer al capital, ya sea local o foráneo.

Tras décadas de puesta en marcha, cada día es más evidente que el desarrollo local neoliberal no ha servido para mejorar la economía y evitar las altas tasas de desempleo y precariedad existentes en estos territorios. Además, la asunción acrítica de estas estrategias ha provocado en muchos casos la “culpabilización de la víctima”. Al igual que ocurre con las personas desempleadas y el concepto de empleabilidad, a los territorios empobrecidos (“surdesarrollados”) se les hacen responsables de no ser lo suficientemente competitivos o poner en valor su potencial en un contexto que se vende lleno de oportunidades. De forma similar a como una persona sin empleo compite con otra por un cada vez más escaso puesto de trabajo, los barrios, pueblos o ciudades deben competir entre ellos para ver quién es el más atractivo a inversiones foráneas.

Con estas estrategias de “neoliberalismo territorial” son los capitales los que disponen del monopolio de la “participación” y las comunidades locales tan sólo pueden competir entre ellas por atraerlos mediante la puesta en práctica de medidas que favorezcan su valorización. Así, como diría E. Galeano: “Hasta hace 20 o 30 años, la pobreza era fruto de injusticia (…). Ahora la pobreza es el justo castigo que la ineficiencia merece.”

Riqueza y dinero, cosas tan distintas

En definitiva, la turistificación o la especialización extractivista que supone el turismo sencillamente no nos conviene, en la medida en que no es útil para el objetivo socioeconómico esencial de una economía que tenga por objetivo mantener y enriquecer la Vida. El turismo es el último sector o actividad económica que desde el neoliberalismo territorial se propone como oportunidad para crecer, “para poner en valor” el territorios, para, en definitiva, mercantilizar nuestras vidas y subordinarlas a “emprendedores” y capitales que privatizarán ganancias y socializarán “externalidades”. De este modo, y tal como se plantea en ciudades como Barcelona, frente al modelo “Marca Andalucía” o “Marca Sevilla”es necesario avanzar hacia una “ciudad comuna”,  una “Sevilla Comuna”; un territorio construido desde los barrios, delos los pueblos y desde abajo, y donde la diversificación y autogestión productiva genere riqueza capaz de mejorar y enriquecer la vida de su población.

Y es que no nos confundamos y hagamos caso a personas sabias como Francisco Díaz Velázquez que tan claro nos lo expresa en poemas como este de su obra “Coplas de Nadie”: «El dinero y la riqueza parecen que son lo mismo, siendo cosas tan distintas, la riqueza es justamente/ lo que el dinero te quita.»

Artículo publicado en el número 33 de El Topo.

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Aportaciones para una política económica alternativa

En los últimos días he leído dos artículos que me han parecido interesantes y que merece la pena tener en cuenta. Por un lado, el artículo de Chris Lehmann “Deja que los burócratas gestionen tu vida”, publicado en Contexto y Acción[1], y por otro “Necesidad de cambio del modelo productivo”, de E. Cantos, publicado en Viento Sur[2]. De ambos hemos tomado una serie de ideas que nos parecen interesantes como propuestas para una política económica alternativa para Andalucía y otros “sures”.

En el primero se analizan las políticas de los primeros disidentes Populistas (con P mayúscula) de Estados Unidos de allá de finales del siglo XIX. Así, el autor indica que “el populismo tiene su origen no en un programa prefabricado para demagogos autócratas, sino en una rebelión económica de granjeros y obreros desposeídos. Estos primeros disidentes del liberalismo económico de Estados Unidos “no pretendían difamar y rechazar las reglas y tradiciones democráticas, sino adaptarlas y expandirlas para que se ajustaran a un auge sin precedentes del régimen de trabajo industrial y a la consolidación del capitalismo monopolista en la república de productores que ellos describían como la ‘mancomunidad cooperativa’.”

Para este movimiento, las cooperativas de compra y comercialización eran esenciales para evitar la terrible explotación que los terratenientes ejercían sobre los campesinos (para ello se creó la Alianza Nacional de Granjeros y Sindicato Industrial). Se trataría de impulsar las actuales y conocidas en Andalucía cooperativas agrarias, pero a diferencia de lo que ha ocurrido en el sur peninsular, para hacer frente al poder terrateniente. En Andalucía, sin embargo, este poder ha cooptado y en gran medida controlado y gestionado las cooperativas impulsadas por el franquismo a partir, sobre todo, de la década de 1960.

Estos Populistas pretendían fomentar la independencia económica y “comprendieron, como pocos movimientos políticos de masas anteriores o posteriores, lo indisociable que es asegurar un sustento sostenible e independiente para el buen funcionamiento de un gobierno democrático.” Este movimiento político tuvo claro la necesidad de soberanía económica para cualquier democracia. En ningún pueblo de Andalucía existirá democracia o libertad de expresión si la subsistencia o la capacidad de poder vivir depende del terrateniente, industrial, empresario o alcalde de turno.

Los Populistas entendieron que “la cooperación económica por sí sola nunca podría contrarrestar el tipo de poder económico que acumulaban los capitalistas de la edad dorada. Por eso comenzaron a dar forma a un ala política, cuya intención era proporcionar el tipo de infraestructura que requiere la democracia económica.” Una de las propuestas más relevantes la de una moneda y un sistema bancario alternativos, que se conocieron como el Plan del Subtesoro.

Por su parte, en el artículo “Necesidad de cambio del modelo productivo, de E. Cantos, se apuesta por “un modelo de economía mixta, en la que la empresa matriz y tractora del sector o sectores en cuestión sean públicos, pero las unidades fundamentales de producción sean comunitarias. Se trataría, por tanto, de extender la economía social más allá de lo marginal, bajo el amparo de lo público.”

El autor indica que para “conseguir el objetivo del cambio de modelo productivo, en el cual el circuito de valor añadido tenga lugar en nuestro territorio”, es precisa la “radicalización democrática, también en la esfera de la producción”. En este sentido
“la iniciativa pública como sustituta de la empresa monopolística privada puede permitir avances en la democratización de la esfera productiva. El mercado va a seguir marcando en gran medida el precio de los productos, sobre todo en la esfera internacional, pero en nuestro modelo, la redistribución de la cadena de valor permitiría pagar mayores precios en la escala productiva primaria sin repercutir en el precio de venta final. Es decir, bajo este modelo, dado el valor de venta en el mercado, la institución pública bajo un funcionamiento democrático (y esto es muy importante remarcarlo) podría permitir que las propias unidades comunitarias de producción pudieran decidir democráticamente los precios de venta de sus productos.” Es decir, “el medio para conseguir nuestro modelo mixto de economía público-comunitaria es una entidad pública, análoga a la actual empresa monopolística tipo Mercadona, pero con una lógica y unos principios muy distintos. El objetivo no sería obtener el máximo beneficio económico, sino el máximo beneficio social.” De este modo, “la comercializadora pública permite incidir en el cómo se produce, por lo que podría impulsar el modelo de pequeñas unidades de producción autogestionadas, cuya propiedad sea colectiva.”

Además, la intervención pública no quedaría en el ámbito de la comercialización sino también en la financiación. “La combinación de comercializadora(s) pública(s) con un modelo de financiación (banca) también público, puede ser una eficaz herramienta para incentivar el tejido de transformación de productos primarios. La clave es que, quienes apuesten por dicha industria de transformación, tendrán la facilidad del crédito y la certeza del retorno de la inversión al tener garantizada la venta a la comercializadora pública.”

En definitiva, unidades de producción autogestionadas, comercializadoras públicas, modelos de financiación alternativos, propuestas para avanzar hacia repúblicas caracterizadas como “mancomunidades cooperativas”. Repúblicas a su vez mancomunadas con otras que así lo deseen y que nunca renuncien a la soberanía como sinónimo de democracia, de poder del pueblo.

Hoy, como ayer o como mañana, es un buen momento para pensar en propuestas de transformación que mejore la vida de la gente. Continuaremos atentos pues la economía es política y la política es economía. Separar lo económico y lo político es abandonar uno de los principios esenciales de la mejor tradición de la izquierda. La prioridad política de nuestros días es pensar en la construcción de alternativas al capitalismo.

[1] https://ctxt.es/es/20190206/Politica/24277/Chris-Lehmann-populismo-taxis-vtcs-EEUU-Trump.htm

[2] https://vientosur.info/spip.php?article14574&fbclid=IwAR0dJWxwpTez5Niy-pbrM5shzjs0YUdm-JalyQlSsITDzjT1brA2JtKO-88

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Colaboración y transformación, capital o vida

Sobre el falso debate de la “economía colaborativa”

 

“Para qué tanto llover
si a mí me duelen los brazos
de sembrar y no recoger
.”

Soleá. Letra popular

 

Transformar contra la vida

Está de moda el término “economías transformadoras”. En unos casos desde perspectivas críticas con el sistema capitalista. En otros desde posiciones que desean simplemente paliar algunos de sus efectos negativos. Nunca haciendo referencia a que es el capitalismo, su núcleo duro, la mayor potencia transformadora de las sociedades en las que vivimos. Para transformadora, por tanto, la economía capitalista. El reto, por el contrario, es transformar para la vida, para lo cual es condición necesaria, aunque no suficiente, dejar atrás el capitalismo.

El capitalismo transforma para poder sostener la acumulación privada de capital, poniendo a la vida al servicio del capital. En la actualidad, lo hace en un contexto de crisis climática, con menos recursos materiales y energéticos. Esto provoca que aumente la violencia estructural del sistema y use todo tipo de herramientas para evitar cualquier  barrera a la mercantilización capitalista a escala global. Todo vale para poner la vida, las personas y la naturaleza, al servicio de la maquinaria de generación de beneficios. Los ejércitos continúan siendo una herramienta fundamental de política económica.

La crisis ecológica y de acumulación replantea los campos de obtención de beneficio o absorción de rentas por parte del capital. Por un lado, se expande el ámbito especulativo financiero, es decir ganar dinero del dinero, donde los grandes fondos de inversión toman un creciente protagonismo. Por otro lado, continúa la necesaria extracción de materiales y fuentes de energía (con el desarrollo complementario del complejo industrial-militar). En tercer lugar, avanza el ataque a la esfera de lo público, allí donde todavía tenga un peso significativo, mercantilizando todo tipo de necesidades humanas básicas. Y como el capital planifica, tanto o más que el Estado o cualquier agente socioeconómico, a medio y largo plazo tiene planteado una nueva onda económica expansiva de la mano de la cuarta revolución industrial (4RI: datos, inteligencia artificial, robotización, automatización, comercio digital, etc.).

En palabras de Esteban Hernández, «en realidad, estamos ante un cambio en el modelo de apropiación capitalista, solo es una crisis para quienes no tienen nada.» Por tanto, el capitalismo hoy centra su esfuerzo en superar la grave crisis de acumulación y el colapso ecológico, aunque ello conlleve una guerra abierta entre capital y vida. Por ello es preciso romper la falsa elección entre dos supuestos capitalismos, el bueno y el malo, el liberal-democrático y el populista-autoritario-trumpista. Tanto uno como otro nos conduce al abismo social y al colapso ecológico.

Otra “revolución” para aumentar la desigualdad

Todo lo relacionado con la cuarta revolución industrial capitalista se vincula con el bello relato de la “economía colaborativa”. Día tras día se relaciona a la “economía colaborativa” con el software libre, la economía social y solidaria o el cooperativismo; con “plataformas digitales que ponen en contacto a personas que a su vez ponen en valor lo que tienen o lo que saben”; o, como decía un alto cargo de la Junta de Andalucía en un impagable artículo de eldiario.es de 2015, con una alternativa tan maravillosa que «favorece la redistribución de la renta, es un complemento de rentas y genera una economía más participativa» (Vicente Fernández, secretario general de Innovación, Industria y Energía de la Junta de Andalucía).

Tras la empática y sugerente denominación se esconde el nuevo capitalismo digital que tiene como base de acumulación o materia prima el control de los datos, de la información y el conocimiento. A día de hoy, y se espera que vaya en aumento en un futuro no lejano, existirán enormes fuentes de excedente económico en los servicios computacionales en la nube o de inteligencia artificial (la venta de hardware, la publicidad o incluso el comercio electrónico quedarán en segundo plano). Este nuevo modo de obtención de beneficios se basa en los datos acumulados tras años de vigilancia intensiva sobre la actividad de las personas. Con esa información se espera crear modelos de inteligencia artificial y convertir a los pocos gigantes que los han desarrollo en los intermediarios fundamentales de la economía.

Es decir, tras la “economía colaborativa” se esconden nuevos mecanismos de formación de plusvalía donde nuestro uso de Facebook, Google, Youtube, etc. sirve de materia prima para la acumulación capitalista. En la actualidad, entre las diez principales compañías con un mayor valor en bolsa se encuentran los siguientes gigantes tecnológicos: las estadounidenses Microsoft, Apple, Alphabet, Amazon, Facebook, y las chinas Alibaba y Tencent.

Estas escasas megaempresas digitales tienen estrechos vínculos tanto con los Estados hegemónicos del siglo XXI (EEUU y China), como con la economía financiera (fondos de inversión). La profesora china Yun Wen afirma que en su país impera “una lógica capitalista tecno-nacionalista”. Por su parte, Julian Assange ha explicado de forma tan convincente como olvidada la financiación que la CIA brindó a las primeras pruebas del motor de búsqueda de Google. La economía financiera también es parte protagonista de estas nuevas megacorporaciones digitales, tanto fondos de inversión procedentes de las grandes economías hegemónicas como de fondos soberanos (Singapur, Arabia Saudí, Noruega o Japón). Así, la supuesta “colaboración” sirve para que tanto Silicon Valley como las grandes empresas chinas se conviertan en enormes aspiradoras de riqueza que aumenta aún más la desigualdad y la polarización y concentración de la riqueza en muy pocas manos. A más concentración de riqueza, más concentración de poder y, por tanto, mayores cotas de autoritarismo. Hablar de democracia en este contexto socioeconómico pasa a ser una broma de mal gusto.

El falso relato de la “economía colaborativa”

Hace un siglo y medio, Karl Marx analizó cómo se disciplinaba la cooperación en una fábrica. El autor alemán llamaba cooperación a «la forma de trabajo de muchos obreros coordinados y reunidos con arreglo a un plan en el mismo proceso de producción o en procesos de producción distintos». Marx venía a decir que no hay capital sin cooperación pues para obtener beneficios empresariales del trabajo es necesario ordenar con “arreglo a un plan» la capacidad cooperativa de las personas trabajadoras.

La falsa “economía colaborativa” hace que grandes y escasas empresas absorban el valor de la cooperación que establecemos en nuestras relaciones cotidianas o cuando buscamos respuesta a necesidades básicas. No se trata de extraer renta de la riqueza producida en la fábrica, sino de extraer renta de la riqueza que producimos cotidianamente, parasitando las relaciones de colaboración que se dan en el territorio o en la red. En las plataformas digitales el capital ya no organiza la producción, sino que directamente se limita a parasitarla. Es pura lógica rentista: la exacción como una forma de explotación.

Las lógicas capitalistas en las que estamos atrapados en el marco de la alta tecnología producirán muy variadas consecuencias sociales, entre las que destaca la precariedad laboral, la gentrificación urbana, la privatización de servicios públicos, etc. Esos perjuicios concretos hay que enmarcarlos en algo mucho más amplio y grave: una economía digital enormemente vinculada a unos cuantos gigantes tecnológicos con detallados perfiles de cada persona tendrá como consecuencia convertirse en una “sociedad civilizada” de acuerdo, todavía más, al consumo (poseen toda la información de las cuentas bancarias), y la producción (la actividad laboral genera datos que pueden aumentar la productividad o eficiencia). Estas son las principales implicaciones sociales de un capitalismo monopolista en la era digital.

Transformar para la vida

La generación de cambios que sirvan para favorecer los intereses generales de la población requiere de transformaciones en torno a cómo se produce y cómo se distribuye el excedente económico. Otra economía territorial que transforme en sentido opuesto a como lo hace la economía capitalista debe cambiar el modo en que se produce, apropia y distribuye el excedente económico. La colaboración, la cooperación debe implicar reparto, nunca mayor concentración, desigualdad y acumulación.

Frente al actual desarrollo local neoliberal o neoliberalismo territorial es preciso poner en marcha un desarrollo local transformador que tenga como agentes básicos a la economía social transformadora y los bienes comunes. En principio, esta economía social debe estar conformada por entidades socioeconómicas que antepongan los intereses de las personas a las del capital y que apuestan por otras formas de trabajar (diferentes al trabajo enajenado), de establecer la propiedad de los medios de producción (distintos a la propiedad privada) y de tomar decisiones respecto a lo que se produce (subordinando el valor de cambio al valor de uso). Se trata de conformar un marco y unas prácticas socioeconómicas capaces de redefinir las formas y modos de producir, distribuir, financiar y consumir, fundadas en categorías radicalmente democráticas y ecológicas.

En gran medida, la economía social transformadora tendrá su base en la autonomía de la actividad laboral de las personas o “soberanía del trabajo”. Esta autonomía deberá ir tejiendo de forma colectiva la “soberanía económica territorial”, así como la alcanzada en los diversos ámbitos estratégicos de asunción de capacidad de decisión popular (“soberanías sectoriales”). De este modo, se entiende la soberanía como la capacidad de decisión popular en diversos ámbitos estratégicos como son la alimentación, las finanzas, la energía, la tecnología, etc. Así, frente al capitalismo digital, y siguiendo a Gorka Julio, podemos definir la soberanía tecnológica como los procesos en los que las comunidades ganan el derecho a definir sus propios sistemas operativos, software, hardware, redes e infraestructuras, utilizando métodos ecológica, social, económica y culturalmente apropiados según sus propias características. La soberanía tecnológica significa que las comunidades tienen un papel dominante en el control de la tecnología y de la producción de las mismas por encima de los intereses comerciales.

Mientras el capitalismo digital o de plataforma pretende establecer una organización racional de cada ámbito de la vida mediante el uso de algoritmos guiados por intereses comerciales, desde las estrategias del desarrollo local transformador se debiera impulsar infraestructuras sociales y cívicas con sistemas universales, guiadas a su vez por medios democráticos y de propiedad pública o comunitaria. Los territorios deberían avanzar en la idea de apropiarse y ejecutar los datos colectivos de las personas, el ecosistema que crean los objetos conectados a internet, el transporte público o los sistemas de energía como activos o bienes comunes, y colocarlos a la entera disposición de los procesos de innovación social cooperativa. Todo ello se enmarca en la idea de que exista una infraestructura pública que proporcione a la ciudadanía un control total sobre cómo se utilizan sus datos con el objetivo de fomentar la soberanía tecnológica. La idea debe ser convertir las infraestructuras tecnológicas en bienes comunes. Los tiempos actuales, como apunta Francesca Bria, requieren “sistemas centrados en asegurar el futuro de las democracias, espolear los derechos digitales y crear trabajos no orientados el mercado laboral”.

Igual de este modo sí colaboramos para la vida y no contra ella.

Artículo publicado en El Topo, nº 32

Fuentes

  • Autonomía Sur. Documentos Autonomía Sur. [En línea] http://autonomiasur.org/wp/materiales-descarga/?mdocs-cat=mdocs-cat-6&mdocs-att=null
  • Alejandro Ávila. “Economía colaborativa: poder (económico) para el ciudadano”. [En línea] https://www.eldiario.es/andalucia/poder-economico-ciudadano_0_365013496.html
  • Ekaiz Cancela. Varios artículos en El Salto. [En línea] https://www.elsaltodiario.com/autor/ekaitz-cancela
  • Gonzalo Fernández. “De la ‘guerra comercial’ a la ‘guerra económica’. El Salto. 2018. [En línea] (En línea) https://www.elsaltodiario.com/una-de-las-nuestras/guerra-economica-global
  • Gorka Julio. “La apropiación socioeconómica de la tecnología: una vía hacia la soberanía tecnológica.” [En línea] http://talaios.coop/2018/08/pdf-la-apropiacion-socioeconomica-de-la-tecnologia-una-via-hacia-la-soberania-tecnologica/
  • Trebor Scholz. “Cooperativismo de plataforma. Desafiando la economía colaborativa corporativa.” Dimmons.net. 2016.
  • Varios autores. “Soberanías. Una propuesta contra el Capitalismo”. Zambra y Baladre. 2018