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Un nueva mirada al neoliberalismo

¿Cómo surge el neoliberalismo? ¿Quiénes fueron sus promotores? ¿Cuáles eran sus objetivos? ¿Cómo consiguieron que los Estados no pusiesen límites a los mercados? El historiador canadiense Quinn Slobodian responde a todas estas preguntas en el libro Globalists: The End of Empire and the Birth of Neoliberalism (Harvard University Press, 2018). Resumo-tuneo-opino sobre una entrevista leída al autor en este enlace.

El origen y el para qué

Slobodian explica cómo un grupo de personas, a los que denomina “globalistas”, traumatizados tras la primera guerra mundial por la desaparición del Imperio austrohúngaro, se ponen a trabajar para que las instituciones de las nuevas democracias no tengan a su alcance la posibilidad de poner en cuestión el capitalismo. Por tanto, el origen del movimiento intelectual del neoliberalismo es el comienzo del fin de la era de los imperios europeos.

En el Imperio Austrohúngaro la descentralización de los diferentes territorios permitía una cierta autonomía de la administración local. Por ejemplo, en la educación la Constitución autorizaba la enseñanza en una lengua específica cuando la hablaba una masa crítica. Sin embargo, en los intercambios económicos y comerciales las reglas eran intangibles, lo que hacía del Imperio Austrohúngaro un espacio sin fronteras económicas que garantizaba la libre circulación de personas, mercancías, y capitales. Para Hayek y Mises este era el modelo ideal de organización del mundo, donde los derechos de propiedad y movimiento de capital fueran absolutos con alguna libertad en el gobierno político local y la cultura.

Por tanto, Hayek y Mises, súbditos del Imperio austrohúngaro, se enfrentan a nuevas condiciones políticas, como la generalización del sufragio universal, el fin del modelo imperial como la forma estándar de organizar el mundo y, por lo tanto, el de los Estados-nación como forma de organización política. El neoliberalismo surge en el contexto de una serie de desafíos al sistema de gestión global del capitalismo que había existido hasta ese momento. Desde su origen el neoliberalismo responde a la pregunta de cómo proteger el capitalismo de la democracia y de la fragmentación.

Los neoliberales persiguen la idea de un doble gobierno que separe la política de la economía. En este elemento juega un papel el jurista Carl Schmitt. Para Schmitt, el siglo XIX supuso la aparición de dos mundos que estaban en permanente tensión. Por un lado, el imperium, que es el mundo de la soberanía de los Estados por cuyo conducto ejerce el poder sobre la población. Por otro, el dominium, que es el mundo de la propiedad. Según Schmitt, el sueño de los liberales es que la propiedad debiera ser absoluta (dominium), incluso eclipsando la soberanía (imperium). Pero para Schmitt, esta visión del mundo es inaceptable porque el hecho de que el mundo del dominium tenga un poder de veto sobre el mundo del imperium desacredita a la democracia y la soberanía. Cuando el economista liberal alemán Wilhelm Röpke lee a Schmitt lo halla fascinante y señala que, al contrario de Schmitt, ese es el mundo al que aspiran. Para los neoliberales el mundo de la economía se tiene que imponer siempre al mundo de la política. Esta es la diferencia entre los neoliberales y los liberales o keynesianos, que tienden más hacia el mundo de la política.

En definitiva, si algo define el pensamiento neoliberal es su capacidad para desarrollar estrategias cuando el capitalismo se siente amenazado.

Las herramientas

Quien piense que los neoliberales no creen en un Estado fuerte nunca ha leído a los neoliberales, porque toda su filosofía política consiste en cómo rediseñar el Estado para proteger al capitalismo. El caso más obvio es el ordoliberalismo alemán que desde la década de 1930 reivindica un Estado fuerte con economía de mercado. Para los neoliberales la cuestión no es si debe haber más o menos Estado sino qué tipo de Estado (el Estado debe ejercer el poder de manera intensiva y no extensiva).

Desde finales del siglo XIX el trabajo del economista activista consistía en intentar salvar las diferencias entre las demandas de la clase trabajadora y las del capital: cómo satisfacer a la clase trabajadora para que no cayese en la tentación del comunismo. Economistas como Hayek y Mises trabajaban para la Cámara de Comercio Internacional al servicio de los intereses de la patronal. Es un nuevo modelo de economista activista que no se identifica con el objetivo de crear una cierta paz entre el capital y el trabajo como hicieron sus predecesores en el siglo XIX.

Pero su gran instrumento será el derecho como herramienta indispensable para impedir a gobiernos y parlamentos democráticamente elegidos cualquier atisbo de cambio que pueda afectar al capitalismo. El sistema normativo neoliberal establece límites, hasta dónde puede ir una democracia, y les es absolutamente indiferente lo que diga el Parlamento. En el momento en que una democracia toma conciencia que tanto los mercados como la propiedad pueden ser contraproducentes, la tolerancia de los neoliberales por la democracia se desvanece. Rápidamente intentarán normativizar a nivel constitucional las prácticas y los límites de la democracia. Y lo hacen de tal manera que favorecen a los ricos frente a los pobres y reproducen un sistema basado en la competencia en lugar de la equidad económica y social.

Además del derecho, también abogan por la creación de instituciones supranacionales que vinculen legalmente a que los Estados no puedan desviarse de las reglas preestablecidas y que dispongan de mecanismos legales que les permita forzar a los Estados a rectificar. Es decir, buscan la construcción de un orden institucional global para proteger el capitalismo. Un ejemplo de este tipo de instituciones es las propiciadas en la Unión Europea por el Tratado de Maastricht (1992). Para la economista Victoria Curzon-Price, hasta la fecha la única mujer que ha ocupado la presidencia de la sociedad Mont Pelerin, nos encontramos ante una integración que permite de forma agresiva, utilizando la Corte de Justicia de la Unión Europea y las leyes de la competencia, desembarazarse de cualquier atisbo de participación estatal en el sector privado.

Poscapitalismo, fragmentación y soberanías

La alternativa al neoliberalismo debe desproteger, poner a la intemperie al capitalismo respecto de la democracia y de la fragmentación. El historiador canadiense demuestra cuán frágil es la relación que une la democracia y el capitalismo, y cómo los neoliberales toleran la democracia siempre y cuando esta se atenga a las reglas del juego que ellos previamente han dictado.

El objetivo de cualquier poscapitalismo debe ser avanzar en la fragmentación y la democracia. De eso se trata cuando hablamos de «soberanías» desde abajo, desde lo real-material, desde las personas-trabajo, desde las comunidades-territorios, desde los ámbitos socioeconómicos estratégicos (alimentación, energía, finanzas, tecnologías, etc.).

Fragmentar el Poder, el Estado, el Capital, para avanzar en la democracia, en el poder del pueblo. Romper la soberanía del capital para construir la de las personas. Eso sí, uniendo soberanía, autonomía y cooperación. Conceptos complementarios en una democracia real y en un sistema social y económico que ponga a las personas en el centro.

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