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Derecha desunida

Es una idea repetida por mucha gente: la izquierda se divide, la derecha no.
Creo que el tema catalán desmiente esta aseveración. Lo que está ocurriendo es precisamente la división del bloque de poder que ha gobernado tras la muerte de Franco. Unas veces con la supuesta «izquierda felipista», otras con el «centro aznarista», lo cierto es que la derecha catalana, unida al poder económico de Madrid (y siempre con la participación necesaria de la oligarquía vasca), ha participado de la continuidad económica de este Estado del sur de Europa. Pujol quería lo suyo y se lo daban. Buen trato para el ladrón y para el policía; uno ganaba dinero y el otro ganaba la lealtad del primero.
Sin embargo el trato se rompió. La derecha se dividió. Resultó que Pujol era un ladrón y ni Felipe ni Aznar lo sabían. Nadie lo sabía mientras aseguraba la gobernabilidad. Teníamos ante nuestros ojos a corruptos y no lo veíamos. Tenemos ante nuestros ojos la división de la derecha y no lo vemos.
Ante esta división, la izquierda debería obtener ventaja, mejorar la débil posición asumida tras la aprobación de la Constitución y el 23F. Ya sean las izquierdas catalanas, ya sea Podemos-IU, ya sean las izquierdas vascas, andaluzas, gallegas o castellanas, siempre la correlación de fuerzas es mejor cuando los poderes dominantes territoriales se rompen. Se lucha mejor ante un poder territorial más pequeño y débil. Es más fácil para la transformación obtener una alcaldía que un presidencia del Gobierno.
Se es más fuerte cuando el adversario se divide. Analicémoslo, discutámoslo y, sobre todo, aprovechémoslo. Democráticamente, confederalmente, respetuosamente y con la fraternidad que hoy más que nunca requiere la acción política transformadora.

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Fin de la violencia

La guardia civil entrando en una imprenta es un acto de protección de la libertad.
Democracia es lo legal, como diría Franco.
Democrático es que el jefe del estado sea un rey; de un estado de derecho que vela por la igualdad.
Democracia es lo que me digan que es los hijos políticos de un dictador.
Democracia es votar cuando el poder lo diga; democracia es no votar cuando el poder lo diga.
Democracia es asumir la estructura de poder económico de hace siglos.
Democracia es resignarte a recibir hostias si no te crees lo anterior e intentas cambiarlo.
Su violencia también es democrática; de una democracia violenta.
Ya es hora de que llegue el fin de la violencia, de la violencia secular de un poder que nos impone una concepción inaceptable de democracia, libertad, igualdad y, como no, de la propia violencia.

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Gracias

«Andalucía como la que más. No somos menos que nadie.» Eso dicen muchos representantes políticos andaluces estos días.
Yo, sin embargo, me siento como el que va detrás, muy detrás, en una fila que va desbrozando una selva. Y además, y para colmo, soy de un grupo que casi siempre se ha puesto de parte del dueño de la selva (España, Madrid, la oligarquía de toda la vida). Eso sí, cuando los primeros, los que se llevan las hostias, comienzan a recibir frutos de su trabajo, nosotros «como la que más».
Quiero luchar por la libertad de un pueblo, de unas personas. Delante de la fila. Sin la cobardía de mis representantes políticos y con la honestidad con que muchos vascos y catalanes de clase obrera lo llevan haciendo décadas.
Agradezco lo que están haciendo. Frutos en forma de más democratización de este Estado cárcel (como todos) que, como siempre, se arrogarán los poderosos con sede en Madrid y sus lacayos con sede en Andalucía; los mismos que dan las hostias y nunca han creído en verdaderas autonomías, democracias con derechos a decidir cosas contrarias al poder; en definitiva, los que niegan las libertades subordinándolas a leyes injustas e ilegítimas, a Constituciones ninguneadas para unas cosas y Ley de Leyes para otras.
Lo que hoy ocurre en Cataluña nos acabará beneficiando a los que llevamos mucho tiempo detrás de la fila; cadenas rotas que generarán libertades no luchadas; mejoras de las que se apropiarán otros (con despachos en Madrid o Sevilla), pero que tendrán su origen en las montañas vascas que tanta dignidad han parido y en tantos y tantos casals y ateneos catalanes.

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Pasaron

Pasaron-pisaron la carretera recién asfaltada. Los ciclistas. Y lo coches que venden aceitunas, y chorizos. Y muchos periodistas.
Pasaron-sobrevolaron la carretera asfaltada helicópteros. Mostraron lo bonito del paisaje quemado tras meses de sequía, la gente en las calles, las fábricas donantes de dinero que no todo lo tapa, los políticos y sus cintas.
Pasaron-vigilaron por la carretera asfaltada decenas de guardias civiles. De tráfico, antidisturbios que generan disturbios, incluso «secretas».
Pasaron por el lugar donde murió un trabajador; en plena ola de calor; para que esa carretera estuviera asfaltada.
Nadie. Nadie se acordó de la persona muerta para que esa carretera estuviera asfaltada para ser pisada, sobrevolada, vigilada.
Pasaron, simplemente pasaron.

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Fiestas y desigualdad

Las fiestas de los pueblos dicen mucho de su cultura y, lógicamente, de su economía. No en vano, y por mucho que digan lo contrario, la economía es parte de la cultura de un pueblo.

Pues bien, a lo que voy. La feria de mi pueblo dice mucho de la economía de mi pueblo. La economía extredamente desigual en el que una minoría se apropia de gran cantidad de la riqueza colectiva se aprecia en su feria.

Una feria cada vez disfrutada por menos gente; unas fiestas en las que centenares de familias no pueden llevar a sus hijos a los cacharritos; una fiesta para una minoría cada vez más reducida.

Unas fiestas que cuestan mucho dinero, dinero del que sólo disfruta los que tienen dinero.

Antes los pobres tenían sus casetas, comían sardinas y bebían vino de la tierra; siempre, eso sí, apartados de los señoritos. Hoy es peor. No hay sitio para los pobres en muchas ferias de Andalucía.

Recuerdo un día de finales de los ochenta en los que un gran número de personas cantábamos en la puerta de la caseta de los señoritos (caza y pesca, para los de fuera de Morón) aquello de «todos queremos más, todos queremos más…».

Hoy veo como la feria de mi pueblo muere de desigualdad, de injusticia.

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La autodeterminación según Sampedro

Jose Luis Sampedro es admirado por muchas personas. Yo una de ellas. Incluso en demasiadas ocasiones el Poder utiliza algunos pensamientos de esta persona.
Se olvida, siempre, su parte más interesante, profunda, porque como es natural, al Poder siempre le interesa lo políticamente correcto y, por tanto, lo conservador.
Pues bien, hace poco volví a ver una entrevista de Sampedro en la que habla de su posición, desde que fue senador por designación real, respecto al derecho de autodeterminación. Lo explica así de fácil:
«Si un pueblo está insertado dentro de otro y quiere separarse, la única forma pacífica es con el derecho de autodeterminación. Si no se permite el derecho a la autodeterminación se está afrontando la violencia.»
El Estado español ha sido, es y será violento con toda persona, colectivo o pueblo que no acepte lo permitido por sus elites.

(Aproximadamente en el minuto 37, no obstante, la entrevista completa no tiene desperdicio. https://www.youtube.com/watch?v=oHtkgCmsQuo&t=2056s)

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Tierra mojá

El olor a tierra mojá es uno de los aromas más bellos que alguien de Andalucía puede oler.
Para ser posible hace falta tierra, agua y carencia.
Cada vez que huele a tierra mojá indica un pasado de carencia y un principio de esperanza; el fin de la carencia de agua, el cambio del amarillo por el verde en el paisaje.
Hace unos años pareció oler a tierra mojá en política. Sin embargo, no llegó el agua que se preveía. Apenas se fue el olor también se fue el agua. Y continuó la carencia de justicia, reparto, dignidad.
Andalucía continúa necesitando tranformar su realidad, acabar con la sequía de justicia, libertad y dignidad que este pueblo padece.
Hoy es preciso un nuevo chaparrón político y que vuelva a oler a tierra mojá.
Ojalá que, en política, también pudiéramos pasar del amarillo-amarronao al verde intenso, luminoso y esperanzador.

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Manifestaciones y poder

Recuerdo cuando después de muchos años no fui a una manifestación en mi pueblo. Fue la tarde del viernes 12 de marzo de 2004. Me fui a correr por el campo. Pensé que una manifestación no la puede convocar y/o aprovechar el poder, en aquel caso Juan Carlos I y José María Aznar; en mi pueblo la encabezaba Manuel Morilla Ramos, entre otros. Condenaban el ataque terrorista de Madrid días antes de unas elecciones generales (terrorismo vasco indicaba el relato del poder).
Hoy pienso lo mismo. Entiendo que una manifestación es un acto popular que en la medida en que la acapara el poder pierde su razón de ser. Así ocurrió con las manifestaciones de mi pueblo en demanda de un hospital; así ocurre con los minutos de silencio en la puerta de los Ayuntamientos por diversos motivos (violencia de género, asesinatos, injusticias,…); así ocurre con la que se plantea en Barcelona para el sábado.
No dejar hueco a la voz popular, ese es el objetivo del poder. En la medida en que lo ningunea aumenta su capacidad de control, de representación, de acción.
Las manifestaciones gubernamentales son una contradicción entre la «manifestación popular» y los «intereses del gobierno». Una de tantas que asumimos bajo la enorme capacidad de control que a día de hoy tiene sobre nosotros el Poder.

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Mordazas

Terrorismo, miedo, radicales, aplausos a la policía, inmigración y delincuencia, más seguridad…
Palabras de nuestro tiempo. Un tiempo en el que el capitalismo contemporáneo busca la salvación a través del fascismo.
Nuevos tiempos ya vividos. No hace tanto.
Sin noticias de para qué ha servido la ley mordaza.
Todo lo contrario. Actos terroristas que requerirán más leyes mordaza. Leyes mordaza para frenar la lucha contra la injusticia. Injusticia provocada por el sistema económico que nos aterroriza.
Terrorismo económico velado por otros terrorismos.
Terrorismo económico generador de guerras.
La historia se repite con nuevas víctimas, leyes innovadoras, sangre nueva.

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Taxis, turismo y economía colaborativa

No hace mucho tiempo surgió con gran éxito de crítica y público una nueva estrella: la economía colaborativa.
La gente colaboraba con sus coches y los viajes se hacían baratos, fraternos, solidarios. Del mismo modo, por arte de magia, podrías viajar al centro de las grandes y más maravillosas ciudades del mundo por medio de la colaboración.
Nadie, que yo sepa, estaba atento a lo que mi maestro Manolo Delgado nos dijo una vez y que siempre lo tengo en mente: lo importante es ver el modo en que se genera la riqueza, cómo se distribuye y quién se la apropia. La mejor lección que estudiar economía me ha dado.
Sí, el transporte o el turismo generan enormes fuentes de dinero que alguien está acumulando. Personas con nombre y apellidos.
Pues bien, este verano, los conflictos televisados están siendo los provocados por el turismo y los taxistas. Bueno, en realidad, por las plataformas capitalistas que bajo el nombre estupendo de «economía colaborativa» están acumulando ingentes capitales. Acumulación que genera precariedad y malvivir en colectivos y en barrios y ciudades.
Aún no he leído, oído o visto nada sobre esta conexión: economía colaborativa y conflictos de este verano; de los enormes problemas que generan estas nuevas prácticas capitalistas escondidas bajo inteligentes campañas de marketing.
Se echan en falta análisis que relacionen estas problemáticas y lo que verdaderamente hay detrás, es decir, un sistema socioeconómico injusto que genera sufrimiento y desigualdad.