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Manifestaciones y poder

Recuerdo cuando después de muchos años no fui a una manifestación en mi pueblo. Fue la tarde del viernes 12 de marzo de 2004. Me fui a correr por el campo. Pensé que una manifestación no la puede convocar y/o aprovechar el poder, en aquel caso Juan Carlos I y José María Aznar; en mi pueblo la encabezaba Manuel Morilla Ramos, entre otros. Condenaban el ataque terrorista de Madrid días antes de unas elecciones generales (terrorismo vasco indicaba el relato del poder).
Hoy pienso lo mismo. Entiendo que una manifestación es un acto popular que en la medida en que la acapara el poder pierde su razón de ser. Así ocurrió con las manifestaciones de mi pueblo en demanda de un hospital; así ocurre con los minutos de silencio en la puerta de los Ayuntamientos por diversos motivos (violencia de género, asesinatos, injusticias,…); así ocurre con la que se plantea en Barcelona para el sábado.
No dejar hueco a la voz popular, ese es el objetivo del poder. En la medida en que lo ningunea aumenta su capacidad de control, de representación, de acción.
Las manifestaciones gubernamentales son una contradicción entre la «manifestación popular» y los «intereses del gobierno». Una de tantas que asumimos bajo la enorme capacidad de control que a día de hoy tiene sobre nosotros el Poder.

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