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Esparragueras (económicas)

Capitalismo cooperativo

«Batz-Araluce: el ataque del capitalismo cooperativo» se titula un magnífico artículo de Unai Martinez, responsable de industria y construcción de ELA.*

En el mismo se muestra que el cooperativismo (realmente existente) puede ser tan explotador como cualquier otra empresa capitalista. «La traumática decisión de plantear el despido y la liquidación no proviene de una multinacional o de una empresa gestionada por un oscuro fondo de inversión situado a miles de kilómetros. La decisión se toma a unos cientos de metros. La dirección de Batz trasladó a sus socios cooperativistas que el futuro de la empresa pasaba por la liquidación de Araluce. Omitió en cambio, que las dos compañías son una, y que la solución, o pasa por un plan que apueste por el futuro en común o 1.000 puestos de trabajo pueden perderse. Desgraciadamente, volvemos a constatar que, cuando se trata de la vida laboral de empleados por cuenta ajena, el movimiento cooperativista actúa siguiendo el manual del capitalismo más inhumano. Una paradoja en un grupo que ha hecho suyo el lema ‘humanity at work'».

En realidad, el cooperativismo que funciona en la actual economía capitalista, el de Mondragón o cualquier otro, no es en sí mismo ni malo ni bueno, ni legitimador, paliativo o transformador. El capitalismo puede utilizarlo como agente de legitimación, tal y como ha hecho con tantas y tantas herramientas: sindicalismo, ecologismo… Del mismo modo, esa realidad no impide que se pueda impulsar un cooperativismo que sirva para superar y romper con el capitalismo.

Es necesaria la reflexión conjunta para fomentar un cooperativismo y una economía social transformadora o para la ruptura. Frente al capitalismo cooperativo del Grupo Mondragón, del cooperativismo agrario andaluz o de la Social Economy Europe (por poner algunos ejemplos de los múltiples existentes) es necesario partir de evitar la confusión (interesada) entre cooperación (asociación en beneficio de los asociados) y cooperativismo: la cooperación erigida en sistema de emancipación social, como diría Charles Gide. De este modo sí podríamos comenzar, como propone Unai Martínez, a «construir comunidad saliendo de la lógica que el capital nos quiere imponer».

* https://www.ela.eus/es/opiniones/batz-araluce-el-ataque-del-capitalismo-cooperativo?fbclid=IwAR14JTgcVFGNDy0HCjp8whwgvPC9jYgrUThWxMHc6JwjLSy0TuA58JQz6fs

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Esparragueras (económicas)

El arte del mercado

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¿Qué se produce en una sociedad? Respuesta común: lo que se demanda. Se produce lo que se demanda. Lógica aplastante, ¿verdad?. Pues no es así.

Las personas negras que trabajan en Lepe demandan vivienda y no se producen. Demasiada gente, niños y niñas, en Andalucía, pasa hambre y no se produce alimentación para ella. La población de Arabia Saudí no demanda barcos de guerra para matar. Lo hace quien posee el poder y el dinero. Quiero decir: no se produce lo que demanda la gente, sino lo que demanda la gente con poder adquisitivo. Estaremos de acuerdo en que no es lo mismo.

En un artículo de La Vanguardia se puede leer: «¿Qué determina el precio de una obra de arte? Pues como todo lo relacionado con el mundo de la economía, al final depende de la oferta y la demanda.»* Esto lo dicen para explicar por qué alguien ha pagado 120.000 dólares por un plátano pegado a una pared.

Gracias al artista italiano Maurizio Cattelan podemos ver lo «eficiente y óptima» que es la asignación de los recursos de la «oferta y demanda» y del mercado capitalista. En este mercado el valor de cambio (el poder de compra, los beneficios) prima sobre el valor de uso (las necesidades de la gente).

Este tipo de noticias terminan centrando el debate sobre el mercado del arte, en realidad sobre el arte en sí. Verdaderamente, el arte lo tiene la gente que continúa justificando el mercado como el mejor mecanismo económico que ha existido y que existirá por lo tiempos de los tiempos y amén (en el fondo es teología). Hay que tener mucho arte, bueno, tampoco, en realidad lo que tienen es mucho poder de compra (de profesores, periodistas, y todo tipo de voceros a sueldo).

Tanto como para decir que un plátano vale 120 mil dólares y que nadie rechiste.
¿Qué estará pensando la persona que le vendió el plátano a Maurizio? Por supuesto, en la infalibilidad de la oferta y la demanda.

*Fuente: https://www.lavanguardia.com/cultura/20191206/472072573948/venden-120000-dolares-platano-pegado-pared-maurizio-cattelan.html

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Esparragueras (económicas) Lindes locales

Cadenas de colonizaciones

Ángel Camacho Alimentación es una multinacional andaluza cuyo principal producto es la aceituna de mesa.

La compañía con sede en Morón de la Frontera ha sellado la adquisición del 5% de la firma marroquí Cartier Saada, una compañía con sede en Marrakech que cotiza en la Bolsa de Casablanca y que está especializada en el envasado de aceituna.

Cartier Saada tiene una capitalización de unos 16 millones de euros, y su cifra de negocio ronda los 14 millones de euros. Ángel Camacho tiene un volumen de ventas diez veces mayor (170 millones de euros y un beneficio de dos millones, según las cuentas de 2017). El 77% de los ingresos de la empresa moronera procede del comercio exterior.

Angel Camacho Alimentación ha materializado esta operación a través de su filial americana Mario Foods, con sede en Florida. Dato inportante pues con la entrada en el capital de Cartier Saada a través de su filial americana Ángel Camacho puede eludir en parte la política proteccionista de la Administración Trump.

En paralelo, Ángel Camacho toma posiciones en un área olivarera que está creciendo de manera muy significativa en los últimos años, como es el Norte de África.

De este modo el capital ayuda al desarrollo de los pueblos y las personas. Hace ya muchos años que esta empresa también es muy ecológica, antes incluso que Endesa o «Ibertrola».

Ángel Camacho es la prueba de que la gente de pueblo no tenemos ni un pelo de tonta. Bueno, y de que en esta tierra de colonia, colonizamos otras, y sin enternarnos.

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Esparragueras (económicas)

Renta para otra economía

 

“Desgraciao aquel que come

el pan en manita ajena.

Siempre mirando a la cara

si la ponen mala o güena”.

Popular. Letra flamenca

Ilustra Natalia Menghini

Ilustración: Natalia Menghini

 

La economía del revés

La actual economía del revés, aquella que persigue acumular capital exprimiendo vida, es la economía lógica del “mundo del revés” del que escribió Eduardo Galeano en “Patas arriba”, ese mundo que “premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian a la naturaleza: la injusticia, dicen, es ley natural.”

La economía capitalista, la economía del revés, es la historia de cómo el capital, en grandes cantidades en poder de un número muy reducido de personas, ha logrado su soberanía o dominación a costa de la inmensa mayoría de la población. Tanto que es el capital el que otorga el derecho a la existencia. La mayoría de la gente tiene derecho a vivir si obtiene un salario,  para lo que cual debe ser demandada y contratada como mano de obra en el mercado de trabajo. Las personas y la naturaleza convertidas en mercancías comprables y vendibles, con precios necios.

La instauración de la economía capitalista, tanto en Andalucía como en el resto de sociedades, convirtió a los bienes comunes y los medios de producción y vida en propiedad privada. Desde ese momento, las personas propietarias pasaron a necesitar de otras dispuestas a trabajar para ellas, así como las no propietarias pasaron a necesitar un salario ante la imposibilidad creciente de ganarse la vida de forma autónoma. La imposición del trabajo “dependiente y servil” requirió de una enorme violencia, desde la sufrida por las mujeres en la “caza de brujas” hasta la causada por generaciones andaluzas por guardias poco cívicas.

En Andalucía, y sobre todo en su medio rural, la economía capitalista ha tenido como agente hegemónico al latifundio y la gran explotación agraria. La historia de la economía capitalista en Andalucía se caracteriza por la secular y extrema desigualdad en la propiedad de la tierra y, por tanto, en la apropiación del excedente económico generado. El sistema latifundista propició el que una mínima proporción de la población lo tuviera casi todo, mientras que la mayoría se quedaban sin nada, obligadas a “mendigar trabajo”. Es en ese momento en el que Andalucía, ejemplo de economía del revés, se convierte en una tierra extremadamente rica poblada por mujeres y hombre pobres.

 

PER y cooperativas agrarias: legitimación para la acumulación del revés

El Estado ha intervenido en esta economía en épocas más liberales y en épocas menos liberales, incluso en las neoliberales. Y lo ha hecho poniendo en marcha herramientas para consolidar y legitimar el gran capital agrario andaluz, el agente hegemónico en gran parte de nuestra historia. Entre las mismas nos encontramos con el “PER” y el cooperativismo agrario. Tanto uno como otro supuesto perfectas estrategias de acumulación y legitimación del capitalismo agrario andaluz.

El PER ha servido y sirve (con distintos nombres pero similares estructuras) como herramienta para disminuir los costes empresariales (salarios), al mismo tiempo que “ayudaba” a las personas jornaleras para evitar la emigración (y seguir ofreciendo su imprescindible fuerza de trabajo al latifundista). Así, estas políticas estatales han sido muy útiles como mecanismo de control social que hizo desaparecer la reivindicación jornalera de la reforma agraria (reparto de la tierra) y reforzó la dependencia y marginación de las economías del medio rural andaluz y sus gentes. Es decir, que más que un sistema de protección social sería más correcto denominarlo sistema de protección empresarial.

El cooperativismo agrario, por su parte, sirvió como herramienta para mejorar los ingresos de la gran explotación agraria mediante la mejora de los precios de sus productos. Este cooperativismo, con origen mayoritario en el franquismo e impulsado por la Junta de Andalucía en las últimas décadas, ha jugado un papel convergente con el realizado por el PER: mejorar las cuentas y beneficios de la agricultura latifundista, uno por la vía de los ingresos y otro de los costes. La inmensa mayoría de estas cooperativas agrarias consistieron, como dijo M. Haubert, en “empresas asociativas” o “cooperativas de servicios a los propietarios de tierras”. De este modo, y en palabras del autor antes citado, “la modernización y la capitalización del campo, en vez de poner en tela de juicio el poder económico, social y político de los caciques, podía reforzarlo considerablemente.”

A pesar de denominarse cooperativas, estas grandes empresas apenas ponen en marcha estrategias de democracia económica. Además, la distribución de las ingentes rentas que generan no repercute de forma equitativa en el campo andaluz, sino que mantienen la injusticia y el mal reparto. Las cooperativas agrarias se han convertido en cooperadoras necesarias del actual capitalismo global, que las utiliza para succionar la riqueza que genera el campo andaluz. De este modo, las grandes cooperativas empresariales refuerzan, en pleno siglo XXI, como diría Haubert, el poder “económico, social y político de los caciques” y son legitimadoras y herramientas clave del capital global que succiona las riquezas del agro andaluz. Al igual que el Estado franquista, la actual administración andaluza, española y europea favorece estos procesos y, disfrazado de “cooperativismo”, se afianza la injusta situación secular del medio rural andaluz.

Para ser justos, es necesario indicar que quedan al margen de estas prácticas pequeñas cooperativas agrícolas que sí tienen como objetivo la mejora de sus personas socias y llevan a cabo, o al menos lo intentan, estrategias participativas y democráticas de gestión. Además, y muy alejada de estas dinámicas, se encuentra la experiencia cooperativa de Marinaleda. No se trata de una cooperativa de personas propietarias de tierras, sino de jornaleras que trabajan de forma autogestionada una tierra pública; es decir luchando con el objetivo de que sea un proyecto de propiedad pública, planificación comunitaria y gestión cooperativa.

 

Movimiento cooperativista transformador

Nos planteamos si es posible poner en marcha un movimiento cooperativo y un sistema de protección social que pongan del derecho, al menos en parte, esta economía del revés. Se trataría de pasar del PER a la Renta Básica (un subsidio agrario sin peonadas para toda la población), y del cooperativismo agrario a un movimiento cooperativista transformador.

Una RB similar al PER, y un movimiento cooperativista como el actual agrario, no servirán para otra cosa que para continuar legitimando una relaciones económicas que están provocando que el 38,2% de la población de Andalucía está en riesgo de pobreza y/o exclusión social (datos de la Red andaluza contra la pobreza y la exclusión social). Sin embargo, una RB incondicional, individual y universal y un movimiento cooperativista con otro modo de entender la propiedad, el trabajo y el valor podrían servir para mejorar la realidad socioeconómica de Andalucía. Veamos.

Para intentar volver a poner del derecho a la economía del revés, hoy día se habla con profusión de economía social, valga la redundancia. Y es que, aunque es reiterativo poner el adjetivo social tras el sustantivo economía, la situación a la que ha llevado a esta sociedad la economía capitalista provoca estas situaciones que se acercan a lo absurdo. El movimiento cooperativo forma parte de esta economía, de este conjunto de iniciativas socioeconómicas que priorizan la satisfacción de las necesidades de las personas por encima del lucro, de los beneficios. Ahora bien, para que las cooperativas y el resto de entidades de la economía social andaluza tengan vocación transformadora es preciso buscar alternativas a las formas en que la economía capitalista considera el valor, el trabajo y la propiedad. Es decir, difícilmente podremos hablar de economías transformadoras sin buscar alternativas al trabajo asalariado dependiente, al valor de cambio y la propiedad privada, pilares básicos de la economía capitalista.

La economía capitalista convierte el trabajo social, es decir, el trabajo realizado para otras personas, en trabajo dedicado únicamente a la producción y reproducción del capital (y cada vez más contra la Vida). Frente a esto, el movimiento cooperativista transformador debe contribuir a eliminar la explotación de unas personas por otras mediante el establecimiento de la cooperación en un proceso laboral común. Además, si como objetivo la reproducción de la Vida, debe atender a otros trabajos sin salario y, de este modo, la explotación específica de las mujeres en la economía capitalista.

La búsqueda de otro trabajo no dependiente está completamente relacionada con la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción y/o de vida en los que se sustenta las condiciones materiales de la gente. La economía social transformadora debe propiciar un nuevo sistema productivo comunitario que busque alternativas a la propiedad privada. En este sentido, es de interés reflexionar sobre la instauración de “fondos colectivos de recursos” donde la propiedad pase a ser colectiva, gestionada democráticamente, participada por múltiples agentes y tengan objetivos vinculados al movimiento transformador y alejados de la economía capitalista.

En tercer lugar, se trata de producir bienes y servicios en función de, hasta donde sea posible, el valor de uso, y que éste sea capaz de subordinar al valor de cambio. La economía capitalista tiene como base otorgar a los bienes y servicios el valor que marca la demanda solvente o poder de compra. Si alguien no tiene poder de compra, es decir dinero, no podrá satisfacer sus necesidades y deja de tener derecho a la vida. Se trata, posiblemente, del eje o elemento más difícil de alcanzar por las actuales entidades o unidades productivas pues el contexto en el que se mueven no les permite tener un grado de autonomía demasiado amplio.

 

Autonomía para otra economía

Por tanto, la Economía social que busca la transformación hacia el poscapitalismo requiere de la adopción de alternativas a la propiedad privada, al trabajo dependiente y al mercado o valor de cambio. ¿Hasta qué punto puede la Renta Básica impulsar este cooperativismo? En principio, hay que tener en cuenta que la Renta Básica no es una medida que vaya contra la propiedad privada de los medios de producción, ni signifique un cambio en las estructuras esenciales de la economía capitalista. Ahora bien, consideramos que puede servir o tiene un claro potencial para debilitar tanto la propiedad privada como el poder que ejerce el capital sobre el trabajo asalariado. Desde esta perspectiva, la Renta Básica es una medida que proporciona autonomía a las personas respecto al mercado de trabajo, respecto al trabajo dependiente y, por tanto, al capital. Se trata de una medida que resta poder al propietario de los medios de producción pues deja de otorgar el derecho a vivir.

Por otro lado, La Renta Básica dota de poder de compra a todo el mundo por lo que convierte la demanda de muchas personas en real. Así, es una medida que pone por delante de la ganancia la satisfacción de las necesidades de la gente y, por tanto, es una medida que subordina el valor de cambio al valor de uso.

Por último, y en relación con el movimiento cooperativo, una RB sería un potente apoyo de rentas para aquellas personas que deseen crear una cooperativa o cualquier entidad de economía social con vocación transformadora. La precariedad y el desempleo han impulsado a muchas personas hacia la economía social más como “actividad refugio” que como forma de trabajo o actividad con potencialidad enriquecedora y de transformación. La Renta Básica aumenta el grado de autonomía de las personas y de este modo facilita la generación de actividad económica transformadora, con menos precariedad y más capacidad de tomar decisiones.

Cualquier sistema de protección social, como cualquier tipo de economía social, pueden ser tanto agentes de legitimación como de transformación. Tanto el PER como la Renta Básica, tanto una cooperativa como una fundación o asociación, pueden asentar la actual economía del revés o ser agentes transformadores de la misma. No obstante, el potencial transformador de la Renta Básica es muy superior a la del PER o sistemas asistenciales similares, del mismo modo que lo es el existente en la nueva economía social andaluza representada por Coop57 o REAS respecto a cooperativismo agrario. Tanto la Renta Básica como el cooperativismo transformador son medidas útiles para desmercantilizar bienes y servicios prioritarios o estratégicos para la vida. En este sentido, la primera es una herramienta que puede impulsar a la segunda y, entre ambas, avanzar hacia una economía que deje de estar del revés, que deje de estar contra la vida.

 

Artículo publicado El Topo Tabernario nº 37. http://eltopo.org/renta-para-otra-economia/?fbclid=IwAR0LCtqJaX2FprSH4FTwdcIatzc3K4UmF7YvP_XAup9hhvce_0nFwIYErNY

Ilustriación de Natalia Menghini.

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Esparragueras (económicas) Tagarninas (políticas)

Corruptamente

El clientelismo es estructural en Andalucía. Antes, durante y después del PSOE.

En esta tierra, el latifundio y el mal reparto son señas de identidad. Señoritos, caciques, empresarios amigos de «la diputación», emprendedores de la subvención, innovadores sociales del decimoquinto sector, trabajadores convertidos en autónomos dependientes del antiguo empresario… Todos abundan en un campo de juego donde las cartas están marcadas. Normalmente se sabe quien va a ganar. Y a perder.

Ante eso, una gente pone la mano y otra pelea. Una gente busca que sus hijos sean amigos del dueño de la fábrica, del concejal. Otra desea cambio, sufre con la desigualdad, busca salidas. No son pocas las que encuentran la emigración (económica-forzosa).

Tras los ERE continúa la dictadura económica, el mal reparto, el latifundio; consejerías, ayuntamientos o diputaciones pendientes de los dineros de Madrid, de los empleos que generará el capital de fuera o que el empresario local esté contento y contente al de la consejería, diputación o empresario de Madrid.

Y, como consecuencia de todo lo anterior, el clientelismo, el caciquismo y la corrupción continúan aquí, en diferentes grados, formas e intensidades.

Se fueron Chaves y Griñán. El campo sigue abonado para nuevas malas cosechas, ya sean de Morenos o Díaz, de peperos o socialistas, o de cosas incluso peor. Y de gentes que sin ser «políticas» mandan sobre nuestras vidas, nuestro futuro, nuestra tierra.

Corruptamente.

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Esparragueras (económicas)

Fondos de inversión y campo andaluz

Hay bastante capital en el mercado internacional buscando buenas rentabilidades y Andalucía sigue siendo una buena opción para él. Las políticas monetarias están poniendo en manos de los fondos de inversión abundante munición.

Llevamos siglos vendiendo, pero todavía quedan posibilidades. El ‘agrobusiness’ es uno de esos sectores. Poco a poco, con operaciones medianas o pequeñas están transformando el modelo de propiedad de muchas empresas agroganaderas tradicionales. El ‘buy, build & sell’ —comprar, ganar tamaño y vender— es el esquema favorito del nuevo ‘agroequity’.

La entrada de fondos de inversión en el sector, que es frecuente ya que permite crecer y satisfacer la necesidad de liquidez, se dirige hacia la especulación y empobrece las poblaciones. Estas firmas buscan un retorno económico en un plazo muy concreto y no tienen problemas en abandonar las empresas una vez logrado el objetivo. A menudo este tipo de empresas se limita a mantener la propiedad durante el tiempo necesario para que suba el precio y vender. En este caso, además, supone un desplazamiento hacia abajo, hacia sectores todavía no penetrados por las dinámicas de financiarización, concentración y control intenso en que la economía capitalista se ha convertido.

La economía capitalista se extiende por todos los sectores y tiene como objetivo y centro maximizar los beneficios para los accionistas. Cada vez más, los productos agrícolas andaluces están dominados por pocas empresas cuya función principal es la comercialización. En este modelo, los agricultores tienen la propiedad de la tierra y asumen el riesgo productivo. Son dueños de la tierra, pero no controlan los procesos de cultivo, que les son impuestos, y corren con los riesgos de que la cosecha salga mal. Este modelo se está realizando también en sectores ganaderos como el del pavo.

Este modelo no es nuevo. En 2003 relizamos una trabajo en el Instituto de Desarrollo Regional de Andalucía donde entendíamos que la «nueva economía» tenía como elemento fundamental la subcontratación, descentralización o externalización productiva. En relación con ella se encuentra el mito del «emprendedor» («emperdedor»), dueño de su destino endeudado, que debe correr con los riesgos y está sometido a condiciones de empleo muy lesivas, que la empresa le fija. Nada de esto hubiera sido posible en el pasado reciente, porque la normativa laboral hubiera interpretado esta situación como típica del trabajo asalariado, pero ahora estamos en otro momento.

Este es el modelo que permite el enriquecimiento de unas cuantas firmas. Constituye un modo de gestión a partir de la concentración en una parte del canal, que permite imponer condiciones a trabajadores, proveedores y empresas dependientes, y así generar mayores ingresos para estas firmas y menos para el resto. Lo hemos visto en los numerosos falsos autónomos, y está implantado en muchos espacios y sectores. Es también el problema de buena parte de la agricultura y de la ganadería.

Este capitalismo de la distribución genera más beneficios para las grandes empresas mediadoras, pero perjudica a todos los demás participantes, en ingresos y condiciones de empleo. Los trabajadores vieron cómo se fragilizaban sus condiciones, los falsos autónomos proliferaron y después les llegó el turno a los pequeños empresarios. Muchos de ellos permanecen atrapados en una economía concentrada y están supeditados cada vez más a condiciones lesivas de funcionamiento que les dejan dudosas posibilidades de subsistencia.

Todo esto es parte de nuestra economía. Desgraciadamente, las organizaciones políticas y sociales andaluzas de izquierda apenas lo tiene en consideración. Sin conocer es díficil mejorar, imposible transformar.

Tuneo del artículo de Esteban Hérnandez, «La España de la que no se atreve a hablar Vox (ni ninguno de los demás)».
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Esparragueras (económicas)

Un filósofo coreano y Andalucía Orienta

En Andalucía Orienta, como un faro en medio de una noche de mar difícil, te indican como no fracasar en el mercado de trabajo, poniéndote en valor, mirando hacia tí misma.

Dice Byung-Chul Han: «Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal (…) En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo».

Algún día, quizás, valoremos en su justa medida la eficacia de dispositivos como este en la sociedad neoliberal andaluza del siglo XXI. Lo útiles que son para generar personas depresivas, desmovilizadas y desvalorizadas ante el altar de las empresas, el poder, el clientelismo secular.

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Esparragueras (económicas)

Economía estética

En cada época hay negocios que caen y otros que suben.

En los pueblos andaluces (y claro, en otras muchas zonas) se asiste al aumento de sectores de economía «estética», con impulso de ciertos negocios como por ejemplo los vinculados al deporte (entrenadores personales, tiendas de bicicletas, gimnasios,…), la alimentación sana y servicios de dietistas o las nuevas barberías (ninguno de estos negocios alcanzan la estética del de la foto de Atín Aya. ¡Cuánta clase! ¡La llevan clara los hipster!).

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La economía estética refleja muy bien la época en la que vivimos, donde la ética es una asignatura de segunda clase.

Una época de crisis, de decadencia, de ocaso difícilmente reparable con un arreglo de barba, disminución de michelín o cambio de dieta.

La estética nunca puede tapar a la ética. Al menos en la economía real.

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Esparragueras (económicas)

El cooperativismo agrario andaluz: la inversa de la Economía social transformadora

«Cooperación es la asociación en beneficio de los asociados, pero cooperativismo es la cooperación erigida en sistema de emancipación social.»  Charles Gide

 

De “La Libertadora” a “La Virgen del Rocío”

La Economía social impulsada por la Junta de Andalucía en las últimas décadas juega un pésimo papel a la hora de contribuir a mantener y mejorar la vida de la población andaluza. Es de interés cuestionarse sobre qué Economía social o cooperativismo es preciso impulsar o desarrollar en Andalucía para que esta situación cambie. Al echar la vista atrás a la historia de la economía social en general, y de la andaluza en particular, se encuentran multitud de modalidades, perspectivas e intenciones, desde las mutualistas o más asistenciales hasta las más transformadoras; desde las más obreras hasta las meramente empresariales, oportunistas o buscadoras de renta.

Desde sus orígenes en el siglo XIX, fueron abundantes las cooperativas andaluzas que nacieron con voluntad de comenzar un modelo económico alternativo. En la Andalucía del siglo XIX, la alternativa al capitalismo pasaba por el colectivismo, por empresas colectivas de muchas personas frente a la empresa individual y privilegiada de unas pocas. Además, el aglomerado social que participaba del movimiento cooperativo en la década de 1860 jugó un papel fundamental en los movimientos “revolucionarios” de aquella época. El objetivo de su acción política era la consecución de un modelo de autogobierno local que restara poder a los oligarcas, a los caciques, a los “señoritos”.

Durante el siglo XX, la mayor parte del cooperativismo andaluz, y sobre todo el más importante por su tamaño, el cooperativismo agrícola, perdió los supuestos intelectuales e ideológicos que habían tenido en los treinta primeros años de su historia. El cooperativismo andaluz fue afectado tanto por el asistencialismo religioso como por las maniobras oportunistas de agentes socioeconómicos poderosos que veían en las cooperativas una fórmula para añadir más riquezas a las que ya poseían. Las cooperativas pasaron de tener nombres vinculados a los deseos de mejora de la gente (“La Libertadora”, “La Modelo”, “La Esperanza”, “La Lealtad”) a denominarse como el santo o virgen de turno (Nuestro Padre Jesús de la Cañada, Virgen del Rocío, Virgen de la Cabeza, etc.).

Ante esta situación nos parecen pertinentes las preguntas que realizó hace 35 años Maxime Haubert en un magnífico trabajo referente para realizar este artículo. “Si el cooperativismo es un sistema en el que los dueños de las empresas son los usuarios de las mismas, como productores o consumidores, ¿sería el cooperativismo una vía para que Andalucía sea dueña de sus recursos y actividades económicas y los dirija a satisfacer las necesidades prioritarias de los andaluces en materia de empleo, de vivienda, de alimentación, etc.? Si las cooperativas son empresas democráticas, responsables y solidarias, ¿sería el cooperativismo una vía para que haya en Andalucía más democracia, más responsabilidad y más solidaridad? Si las cooperativas son asociaciones en las que unen sus esfuerzos hombres y mujeres de los grupos sociales dominados y explotados, ¿sería el cooperativismo una vía para que no haya en Andalucía tanta dominación y tanta explotación?” (Haubert, 1984: 9).

Al dar respuesta a estas cuestiones queremos aproximarnos a lo que entendemos por cooperativismo y/o economía social transformadora. Pero antes profundicemos un poco en el papel actual de las grandes cooperativas agrarias de Andalucía.

 

Sin contradicciones: cooperativas al servicio del capitalismo global

La Confederación Empresarial Española de Economía Social (CEPES) elabora cada año un ranking de las “empresas relevantes” de la Economía Social. Se trata de un listado de empresas que llevan en su forma jurídica la palabra cooperativa, aunque apenas se las distingue de empresas convencionales de capital. Al frente de estas clasificaciones se encuentran las andaluzas DCOOP, COVAP, UNICA, VICASOL, SUCA, MURGIVERDE, Granada La Palma o Agrosevilla. En gran medida, se trata de cooperativas de segundo grado con origen en sociedades cooperativas agrarias creadas durante el Régimen franquista.

La inmensa mayoría de estas cooperativas agrarias consistieron en “empresas asociativas” o “cooperativas de servicios a los propietarios de tierras” (Haubert, M., 1984). En la década de 1950 y 1960, los propietarios de tierras tuvieron que unirse para, fundamentalmente, poner en marcha estrategias de defensa de los precios de sus productos. No sólo se unieron los pequeños y medianos propietarios de tierra. Los grandes propietarios o latifundistas vieron también en estas cooperativas un medio de explotar a los pequeños y medianos productores en tanto que el esfuerzo colectivo de estos permitía la creación de establecimientos industriales que se utilizaban principalmente en provecho de los primeros. De este modo, “la modernización y la capitalización del campo, en vez de poner en tela de juicio el poder económico, social y político de los caciques, podía reforzarlo considerablemente.” (Haubert, M., 1984: 52). El Estado franquista favoreció estos procesos mediante los cuales el capitalismo penetró en el campo andaluz bajo el control del Régimen dictatorial. “(…) las cooperativas parecían el medio más adecuado de penetración del capitalismo en el campo, por lo menos como fase transitoria. (…) Y como las cooperativas estaban estrictamente encuadradas en el sindicalismo vertical, estaba asegurado el control social y político del campesinado.” (Haubert, M., 1984: 60).

A estas cooperativas con origen en la dictadura franquista, se unen al frente de los listados actuales de las principales cooperativas del sur de Europa otras creadas en las últimas décadas y vinculadas con la agricultura intensiva de Almería y Huelva. Este tipo de actividad agraria se caracteriza por los elevados de niveles de explotación natural y laboral (con especial relevancia de la mano de obra migrante).

Por tanto, estas grandes sociedades y empresas, aun siendo formalmente cooperativas, no pueden asimilarse mínimamente a los principios cooperativos convencionales de la Alianza Cooperativa Internacional (ACI, 1995). Estas grandes empresas apenas ponen en marcha estrategias de democracia económica. Además, la distribución de las ingentes rentas que generan no repercute de forma equitativa en el campo andaluz, sino que mantienen la injusticia y el mal reparto, guiadas por cúpulas dirigentes formadas en los mismos lugares que los directivos las grandes empresas de capital, con fabulosos salarios y con los mismos objetivos y herramientas.

Veamos un ejemplo de cómo actúan estas empresas. En meses pasados fue noticia DCOOP, la mayor cooperativa aceitera de Andalucía y Europa, y el mayor productor mundial de aceite de oliva (200.000 toneladas anuales aproximadamente) por haber utilizado en los últimos años fondos públicos para construir bodegas de almacenamiento para el aceite de oliva que importa masivamente de Túnez a bajo precio. Con esos fondos públicos se habría financiado el 50% de los 5,8 millones de euros que han costado las bodegas de almacenamiento de aceite recientemente instaladas en las dependencias de MERCAOLEO en Antequera, sociedad filial de DCOOP. Ante esta situación, los socios de DCOOP, tanto las cooperativas de primer grado como las personas físicas que son socias de estas cooperativas, están siendo perjudicadas por las estrategias de la cúpula dirigente pues anteponen la venta de aceite de Túnez a la de los productores andaluces.

En definitiva, el nombre de cooperativa, y el desamparo secular del pequeño propietario andaluz, hace que estas empresas provoquen una simpatía en la mayoría de los casos inmerecida. Se trata de empresas que se ven condicionadas al servicio del actual capitalismo global, que las utiliza para succionar la riqueza que genera el campo andaluz. De este modo, las grandes cooperativas empresariales refuerzan, en pleno siglo XXI, como diría Haubert, el poder “económico, social y político de los caciques.” Al igual que el Estado franquista, la actual administración andaluza, española y europea favorece estos procesos y, disfrazado de “economía social”, se afianza la situación secular del medio rural andaluz, donde, como siempre han dicho los jornaleros de la aceituna, “la carne va para unos pocos y los huesos para la mayoría”.

Para ser justos, es necesario indicar que quedan al margen de estas prácticas pequeñas cooperativas agrícolas que sí tienen como objetivo la mejora de sus personas socias y llevan a cabo, o al menos lo intentan, estrategias participativas y democráticas de gestión. Además, y muy alejada de estas dinámicas, se encuentra la experiencia cooperativa de Marinaleda, guiada por principios y valores transformadores. No se trata de una cooperativa de personas propietarias de tierras, sino de jornaleras que trabajan de forma autogestionada una tierra pública; es decir luchando con el objetivo de que sea un proyecto de propiedad pública, planificación comunitaria y gestión cooperativa.

 

Economía social para transformar 

La instauración del capitalismo, tanto en Andalucía como en el resto de economías, convirtió a los bienes comunes y los medios de producción y vida en propiedad privada. Desde ese momento, las personas propietarias pasaron a necesitar de otras dispuestas a trabajar para ellas, así como las no propietarias pasaron a necesitar un salario ante la imposibilidad creciente de ganarse la vida de forma autónoma. La imposición del trabajo “dependiente y servil” (Delgado Cabeza, M., 2018: 13) requirió de miles de asesinatos y violaciones y torturas masivas como las propiciadas por la “caza de brujas” (Federici, S., 2004).

Además de la propiedad privada y el trabajo dependiente, el capitalismo requirió que los mercados se convirtieran en mecanismo hegemónicos de asignación y distribución. La actividad productiva pasó a tener como único objetivo la maximización de los beneficios, explotando tanto al trabajo asalariado como al no asalariado o de reproducción realizado por las mujeres. La producción dejó de ser un objetivo (necesario para satisfacer necesidades) y pasó a ser un medio (para lograr ganancias). El mercado y el logro de los máximos beneficios requirieron de la organización de la escasez: “En las economías complejas la escasez está socialmente organizada a fin de permitir el funcionamiento del mercado (…). Esto se lleva a cabo a través de un estricto control sobre el acceso a los medios de producción y a través de un control sobre el movimiento de los recursos dentro del proceso productivo. La distribución de la producción ha de ser asimismo controlada, a fin de mantener la escasez. Esto se logra a través de planes de apropiación para impedir la eliminación de la escasez y preservar la integridad del valor de cambio en el mercado. Si aceptamos que el mantenimiento de la escasez es esencial para el funcionamiento del sistema de mercado, aceptaremos entonces que la privación, apropiación y explotación son consecuencias necesarias del sistema de mercado.” (Harvey, 1977: 116-117)

Las Economías sociales surgen frente a esta economía de la privación, apropiación y explotación, dando prioridad a las necesidades de las personas por encima del lucro. No obstante, no son pocas las entidades que se autodefinen de Economía social y reproducen prácticas e incluso objetivos de la empresa capitalista, tal y como hemos mostrado más arriba. Además, una parte de las Economías sociales se adaptan al mercado, mientras que otras tienen vocación transformadora. Por eso es muy relevante hablar de Economía social utilizando el plural.

A partir de ahora nos centraremos en la Economía social y solidaria con vocación transformadora (EST), es decir, en el conjunto de iniciativas que pretenden caminar hacia un sistema socioeconómico alternativo que tenga como único objetivo la mejora de la vida de la gente. Que esta y no otra debiera ser la finalidad de la economía (sin adjetivos). Nos interesa impulsar una Economía social que sirva como alternativa, y no como legitimadora, del Capitalismo. En este sentido, la EST debe ser una herramienta para la soberanía, entendiendo por tal “la capacidad de cubrir las necesidades materiales y espirituales fundamentales para el desarrollo humano, al margen del circuito de valoración del capital” (VV.AA., 2018: 25). En otras palabras, debe servir para “transformar y sustituir la reproducción del capitalismo por el mantenimiento, la reproducción y el enriquecimiento de la vida social y natural (…)” (Delgado Cabeza, 2018: 17).

 

Otro trabajo, otra propiedad, otro valor

Una vez que sabemos para qué queremos la EST, nos parece esencial analizar tres instituciones económicas básicas, a saber: el trabajo, la propiedad y el valor. Es decir, difícilmente podremos hablar de economías transformadoras sin buscar alternativas a las formas que estas instituciones toman en el capitalismo, es decir, el trabajo dependiente, el valor de cambio y la propiedad privada.

El capital únicamente puede reproducirse sistemáticamente mediante la mercantilización de la fuerza de trabajo. Esto implica convertir el trabajo social, es decir, el trabajo realizado para otras personas, en trabajo dedicado únicamente a la producción y reproducción del capital (frente a la Vida). Frente a esto, la EST debe contribuir a eliminar la explotación de unas personas por otras y al establecimiento de la cooperación en un proceso laboral común. David Harvey indica al respecto que “la oposición de clase entre capital y trabajo se disuelve por medio de productores asociados que deciden libremente qué, cómo y cuándo producirán en colaboración con otras asociaciones y con el objetivo de la satisfacción de las necesidades sociales comunes.” (Harvey, D., 2014: 286). Así pues, del trabajo asalariado como pilar del sistema capitalista, hay que avanzar hacia un régimen de producción comunitario; de una economía donde el trabajo es considerado como mercancía y las personas son recursos humanos, hay que avanzar hacia, en palabras de Marx, una “economía del trabajo emancipado”, o siguiendo a Michael Lebowitz (2005), una economía basada en “la relación de productores asociados”.

Además, si la EST quiere tener como objetivo la reproducción de la Vida, debe atender a otros trabajos sin salario y, de este modo, la explotación específica de las mujeres en el capitalismo. Es, por tanto, un reto esencial unir el proceso de producción y reproducción; internalizar el trabajo de cuidados para no imputar externalidades negativas a las mujeres. Todo lo anterior implica penalizaciones mercantiles, por lo que es preciso buscar alternativas al mercado y consumo convencional (intervención del Estado, mercados sociales, consumos alternativos, etiquetas ecofeministas, etc.).

La búsqueda de otro trabajo no asalariado está completamente relacionada con la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción y/o de vida en los que se sustenta las condiciones materiales de la gente. La EST debe propiciar un nuevo sistema productivo comunitario que busque alternativas a la propiedad privada, base esencial del capitalismo como sistema de explotación de unas personas por otras. Por tanto, una unidad económica de producción de bienes y servicios transformadora debe basarse en la propiedad colectiva de los medios de producción y los bienes producidos. El reparto como principio frente a la acumulación debe extenderse hacia la gestión de los bienes o medios de producción, la toma de decisiones, los excedentes, las responsabilidades, etc. En este sentido, es de interés reflexionar sobre la instauración de “fondos colectivos de recursos” (productivo, financiero, inmobiliario, etc.) donde la propiedad pase a ser colectiva, gestionada democráticamente, participada por múltiples agentes (cooperativas de trabajo, de consumo, asociaciones, fundaciones, entidades de finanzas éticas,  etc.) y tengan objetivos vinculados a la EST y alejados del capitalismo y su consecuente especulación.

En tercer lugar, se trata de producir bienes y servicios en función de, hasta donde sea posible, el valor de uso. El capitalismo tiene como base otorgar a los bienes y servicios el valor que marca la demanda solvente o poder de compra. Si alguien no tiene poder de compra, es decir dinero, no podrá satisfacer sus necesidades, no existe, no tiene derecho a la vida. Se trata, posiblemente, del eje o elemento más difícil de alcanzar por las actuales entidades o unidades productivas pues el contexto en el que se mueven no les permite tener un grado de autonomía demasiado amplio. En este sentido, y al igual que expusimos al tratar la internalización del trabajo de cuidados, es preciso buscar alternativas al mercado y consumo convencional, sin caer en el determinismo competitivo que provoca la derrota por anticipado de cualquier alternativa. Los anteriores fondos colectivos de recursos podrían ser útiles para marcar y asignar recursos en función del valor de uso y, de ese modo, desmercantilizar bienes y servicios prioritarios o estratégicos para la vida.

Por tanto, la Economía social que busca la transformación hacia el poscapitalismo requiere de la adopción de alternativas a la propiedad privada, al trabajo dependiente y al mercado o valor de cambio (o como mínimo transformar la sociedad de mercado a una sociedad con mercados para bienes y servicios no esenciales para la vida). El maestro Harvey nos lo indicaba ya en su obra “Urbanismo y desigualdad social” del siguiente modo: “En las sociedades contemporáneas ‘avanzadas’ el problema consiste en ofrecer alternativas a los mecanismos de mercado que permitan transferir poder productivo y distribuir el plusproducto entre aquellos sectores y territorios en los que las necesidades sociales son muy patentes. Así, necesitamos dirigirnos hacia un nuevo modelo de organización en el que el mercado sea sustituido (probablemente por un proceso de planificación descentralizada), la escasez y la privación eliminadas sistemáticamente hasta donde sea posible, y el degradante sistema de salarios desplazado firmemente como incentivo para el trabajo, sin disminuir de ningún modo el poder productivo total disponible para la sociedad.” (Harvey, 1977: 118).

Existen interesantes ejemplos de este cooperativismo, de economía social con vocación transformadora en esta Andalucía del siglo XXI. Experiencias que buscan, tienen objetivos, principios y valores muy alejados de los existentes en las grandes cooperativas agrarias. Entidades ninguneadas por las administraciones públicas, con problemas de intercooperación y con otras muchas necesidades de mejora. No lo tienen fácil, nada importante o que merezca realmente la pena lo es. La construcción de un conjunto hegemónico de prácticas socioeconómicas que tengan por finalidad esencial mantener y enriquecer la vida bien requiere de nuestro máximo esfuerzo. Porque, como dice la sabiduría popular andaluza reflejada en las letras flamencas, “no merece compasión/ quien siendo esclavo/ no quiere buscarle la solución.”

 

Publicado enla revista catalana Catarsi.

https://catarsimagazin.cat/cooperativisme-agrari-andalus/?fbclid=IwAR1xXCeDRpLSQ4DLmu_fEOpxPqjMyfxuHsyv1xrOelZkBmH9r24U47jPNZ4

 

Bibliografía

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Esparragueras (económicas)

Huertoliva: Economía social y reapropiación obrera de la riqueza

Huertoliva-La Zarza es una cooperativa con origen en Octubre de 2011 que gestiona un molino de aceite en Morón de la Frontera (Sevilla). El proyecto ha sido impulsado por militantes del Sindicato Andaluz de Trabajadores de la localidad y este otoño comienza su novena campaña.

Morón de la Frontera es una población de 28.000 habitantes, que se localiza en la provincia de Sevilla, entre las comarcas naturales conocidas como Sierra Sur y la Campiña. Se trata de uno de los escasos pueblos o ciudades medias de la Andalucía de interior en el que existe una industria de cierta relevancia, por lo que es capaz de generar una cantidad de riqueza y excedente económico nada despreciable. Sin embargo, y a pesar de lo anterior, existen altas tasas de desempleo, precariedad y emigración. Y es que de poco sirve tener una estructura económica capaz de generar riqueza si la misma no se distribuye y termina en manos de una minoría cada vez más poderosa económicamente. Ese poder económico de escasas familias se ve lógicamente reflejado en los aspectos sociales y políticos de la localidad.

En el período histórico denominado como “La Transición” se vive en la localidad un tremendo auge político y social. La fábricas de cierto tamaño (cemento y otros materiales para la construcción, aceituna de mesa y sector textil) ubicadas en Morón se convierten en caldo de cultivo para la creación de organizaciones sindicales y políticas de izquierda que comienzan a ejercer de contrapoder de la clase dominante local, en especial el Partido del Trabajo y sus organizaciones sindicales y sociales afines. Tras años “en el desierto”, desde principios de siglo XXI se fue configurando un nuevo conjunto de organizaciones sociopolíticas que comienza a representar al sector de la izquierda local transformadora, entre los cuales se encuentra el antiguo Sindicato Obreros del Campo, actual Sindicato Andaluz de Trabajadores.

Personas vinculadas a este sindicato iniciaron hace unos años una reflexión sobre la necesidad de generar instrumentos económicos alternativos que sirviera para que los militantes que están al frente de la organización tuvieran un grado de autonomía mayor. Si la situación laboral en la localidad es pésima para cualquier persona, la situación se agudiza para personas comprometidas con el sindicalismo combativo que representa el SAT.

Huertoliva se enmarca en este tipo de instrumentos económicos que pretenden ser soporte de subsistencia vital a personas que trabajan por la transformación social. Se trata de iniciativas económicas regidas por valores distintos de los capitalistas, es decir, propiedad común, cooperación, democracia, equidad, compromiso social, sostenibilidad, etc. Hablamos de una alternativa que parte de unos principios que están basados en el apoyo mutuo y la cooperación, frente a la competencia y al lucro (bases de la economía capitalista).

Con el apoyo financiero de Coop 57 Andalucía, se ha invertido en una fábrica de aceite que está sirviendo para elaborar un producto de calidad con marca propia y, al mismo tiempo, está siendo un instrumento para evitar el control que grandes industrias y distribuidores ejercen sobre la aceituna en Andalucía en general, y en Morón de la Frontera y su comarca en particular. La compra de aceituna la realizan escasos compradores que ejercen un poder casi completo sobre el precio del producto. Esta situación provoca que los pequeños propietarios apenas puedan alcanzar los ingresos para cubrir los costes que suponen el mantenimiento del olivar y la recogida del fruto.

Huertoliva se ha convertido en una herramienta para posibilitar que los pequeños propietarios de olivar, en caso de no recibir un precio justo por sus aceitunas, puedan convertir su cosecha en aceite, mediante el pago del servicio de molturación. De este modo no están obligados a vender su cosecha a los actuales compradores que ejercen un oligopolio sobre el mercado.

Cuando llegue la feria de la localidad, en el tercer domingo de septiembre, las personas que trabajan en Huertoliva tendrán un ojo puesto en la fiesta y otro en la campaña. A partir de la segunda quincena de septiembre comenzará la novena campaña de un proyecto ilusionante que ha conjugado militancia, esfuerzo, sobriedad y visión. Año tras año las inversiones han posibilitado mejoras tecnológicas sustanciales y ampliaciones que conllevan el aumento de los puestos de trabajo.

Además, desde Huertoliva se ha apoyado a la Caja de Resistencia del Sindicato Andaluz de Trabajadores mediante la producción y distribución del aceite SAT Resiste. La unión del trabajo y la gestión bien hecha, con una militancia política firme, genera fuentes de finanzación que oxigenan a organizaciones sociales reprimidas.

En definitiva, Huertoliva-La Zarza es un ejemplo de Economía social con vocación transformadora y que busca la reaprociación obrera de la riqueza. Ni más ni menos.

Para más info: https://satcoopera.org/contacto/