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Corruptamente

El clientelismo es estructural en Andalucía. Antes, durante y después del PSOE.

En esta tierra, el latifundio y el mal reparto son señas de identidad. Señoritos, caciques, empresarios amigos de «la diputación», emprendedores de la subvención, innovadores sociales del decimoquinto sector, trabajadores convertidos en autónomos dependientes del antiguo empresario… Todos abundan en un campo de juego donde las cartas están marcadas. Normalmente se sabe quien va a ganar. Y a perder.

Ante eso, una gente pone la mano y otra pelea. Una gente busca que sus hijos sean amigos del dueño de la fábrica, del concejal. Otra desea cambio, sufre con la desigualdad, busca salidas. No son pocas las que encuentran la emigración (económica-forzosa).

Tras los ERE continúa la dictadura económica, el mal reparto, el latifundio; consejerías, ayuntamientos o diputaciones pendientes de los dineros de Madrid, de los empleos que generará el capital de fuera o que el empresario local esté contento y contente al de la consejería, diputación o empresario de Madrid.

Y, como consecuencia de todo lo anterior, el clientelismo, el caciquismo y la corrupción continúan aquí, en diferentes grados, formas e intensidades.

Se fueron Chaves y Griñán. El campo sigue abonado para nuevas malas cosechas, ya sean de Morenos o Díaz, de peperos o socialistas, o de cosas incluso peor. Y de gentes que sin ser «políticas» mandan sobre nuestras vidas, nuestro futuro, nuestra tierra.

Corruptamente.

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Esparragueras (económicas)

Fondos de inversión y campo andaluz

Hay bastante capital en el mercado internacional buscando buenas rentabilidades y Andalucía sigue siendo una buena opción para él. Las políticas monetarias están poniendo en manos de los fondos de inversión abundante munición.

Llevamos siglos vendiendo, pero todavía quedan posibilidades. El ‘agrobusiness’ es uno de esos sectores. Poco a poco, con operaciones medianas o pequeñas están transformando el modelo de propiedad de muchas empresas agroganaderas tradicionales. El ‘buy, build & sell’ —comprar, ganar tamaño y vender— es el esquema favorito del nuevo ‘agroequity’.

La entrada de fondos de inversión en el sector, que es frecuente ya que permite crecer y satisfacer la necesidad de liquidez, se dirige hacia la especulación y empobrece las poblaciones. Estas firmas buscan un retorno económico en un plazo muy concreto y no tienen problemas en abandonar las empresas una vez logrado el objetivo. A menudo este tipo de empresas se limita a mantener la propiedad durante el tiempo necesario para que suba el precio y vender. En este caso, además, supone un desplazamiento hacia abajo, hacia sectores todavía no penetrados por las dinámicas de financiarización, concentración y control intenso en que la economía capitalista se ha convertido.

La economía capitalista se extiende por todos los sectores y tiene como objetivo y centro maximizar los beneficios para los accionistas. Cada vez más, los productos agrícolas andaluces están dominados por pocas empresas cuya función principal es la comercialización. En este modelo, los agricultores tienen la propiedad de la tierra y asumen el riesgo productivo. Son dueños de la tierra, pero no controlan los procesos de cultivo, que les son impuestos, y corren con los riesgos de que la cosecha salga mal. Este modelo se está realizando también en sectores ganaderos como el del pavo.

Este modelo no es nuevo. En 2003 relizamos una trabajo en el Instituto de Desarrollo Regional de Andalucía donde entendíamos que la «nueva economía» tenía como elemento fundamental la subcontratación, descentralización o externalización productiva. En relación con ella se encuentra el mito del «emprendedor» («emperdedor»), dueño de su destino endeudado, que debe correr con los riesgos y está sometido a condiciones de empleo muy lesivas, que la empresa le fija. Nada de esto hubiera sido posible en el pasado reciente, porque la normativa laboral hubiera interpretado esta situación como típica del trabajo asalariado, pero ahora estamos en otro momento.

Este es el modelo que permite el enriquecimiento de unas cuantas firmas. Constituye un modo de gestión a partir de la concentración en una parte del canal, que permite imponer condiciones a trabajadores, proveedores y empresas dependientes, y así generar mayores ingresos para estas firmas y menos para el resto. Lo hemos visto en los numerosos falsos autónomos, y está implantado en muchos espacios y sectores. Es también el problema de buena parte de la agricultura y de la ganadería.

Este capitalismo de la distribución genera más beneficios para las grandes empresas mediadoras, pero perjudica a todos los demás participantes, en ingresos y condiciones de empleo. Los trabajadores vieron cómo se fragilizaban sus condiciones, los falsos autónomos proliferaron y después les llegó el turno a los pequeños empresarios. Muchos de ellos permanecen atrapados en una economía concentrada y están supeditados cada vez más a condiciones lesivas de funcionamiento que les dejan dudosas posibilidades de subsistencia.

Todo esto es parte de nuestra economía. Desgraciadamente, las organizaciones políticas y sociales andaluzas de izquierda apenas lo tiene en consideración. Sin conocer es díficil mejorar, imposible transformar.

Tuneo del artículo de Esteban Hérnandez, «La España de la que no se atreve a hablar Vox (ni ninguno de los demás)».
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Esparragueras (económicas)

Un filósofo coreano y Andalucía Orienta

En Andalucía Orienta, como un faro en medio de una noche de mar difícil, te indican como no fracasar en el mercado de trabajo, poniéndote en valor, mirando hacia tí misma.

Dice Byung-Chul Han: «Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal (…) En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo».

Algún día, quizás, valoremos en su justa medida la eficacia de dispositivos como este en la sociedad neoliberal andaluza del siglo XXI. Lo útiles que son para generar personas depresivas, desmovilizadas y desvalorizadas ante el altar de las empresas, el poder, el clientelismo secular.

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Esparragueras (económicas)

Economía estética

En cada época hay negocios que caen y otros que suben.

En los pueblos andaluces (y claro, en otras muchas zonas) se asiste al aumento de sectores de economía «estética», con impulso de ciertos negocios como por ejemplo los vinculados al deporte (entrenadores personales, tiendas de bicicletas, gimnasios,…), la alimentación sana y servicios de dietistas o las nuevas barberías (ninguno de estos negocios alcanzan la estética del de la foto de Atín Aya. ¡Cuánta clase! ¡La llevan clara los hipster!).

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La economía estética refleja muy bien la época en la que vivimos, donde la ética es una asignatura de segunda clase.

Una época de crisis, de decadencia, de ocaso difícilmente reparable con un arreglo de barba, disminución de michelín o cambio de dieta.

La estética nunca puede tapar a la ética. Al menos en la economía real.

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Descontento

En los cuarenta años de esta democracia borbónica (perdón por la contradicción), un número significativo de personas han votado a partidos con la idea de reflejar su descontento con el sistema, político o económico, o ambos. Al PSOE en los ochenta, a IU (casi siempre), a Podemos tras el 15M, y ahora a VOX.

Poco a poco ese electorado ve como esos partidos y sus representantes quedan asimilados por el poder, por el propio sistema. Unos más que otros, pero en todos los casos no se ofrecen alternativas dentro del sistema parlamentario a ese voto de protesta. Todos acaban abrazando el «constitucionalismo», lo que dice «Europa» (o sea el capital), lo que dice la judicatura (franquista). Acaban haciendo las cosas «por responsabilidad».

La base del poder político del PSOE ha sido poner en manos del poder económico español votos de desposeídos. Es la misma base sobre la que se cimenta los resultados de ayer de VOX. El cambio principal, en lo concreto, es la intensidad y grado de la desigualdad social y, en lo general, de la crisis del capitalismo neoliberal.

El capitalismo patriarcal y ecocida contemporáneo no está dispuesto a la distribución. La desigualdad crecerá y, con ella, la crisis social, económica y ecológica. Ante esta situación serán necesarias alternativas electorales y no electorales. Y tanto unas como otras deberán proponer verdaderamente una alternativa al sistema social, político y económico. De lo contrario, la agudización de la barbarie será un hecho.

En Andalucía más porque, aunque no lo crea la inmensa mayoría del pueblo andaluz, nuestra situación es distinta. Para peor.

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Lo esperado

Hace siete años en El País: «El FMI pide bajar pensiones por ‘el riesgo de que la gente viva más de lo esperado’”.

Hoy piensan lo mismo. Mañana también.

Gente como Calviño, ministra de economía de cualquier partido político español elegible, se encargarán de ejecutar.

Sí, ejecuciones vía aprobación de leyes o decretos que harán que la gente muera cuando debe, y no viva más de lo esperado por el capital. A partir de cierta edad no generamos ganancias.

No hay mayor violencia que la que puede desplegar la política económica. Ninguna rebelión, guerra o protestas sociales le hace sombra al capitalismo.

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Sus urnas, nuestras crisis

Como soy políticamente correcto hago una llamada a la participación política. Y claro, condeno la violencia (de los otros).

Y también opino que, tras el teatro, en el que será «democráticamente» elegido el que previamente ha sido autoritariamente impuesto, llegará otro período económicamente convulso. Y ya se sabe que «a economía revuelta, ganancia de especuladores».

Los mismos que en política no especulan, imponen (con o sin violencia, según), mientras los demás somos llamados en partipar en sus urnas. El uso de otras te pueden llevar a la cárcel (pacíficamente, claro).

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Evitar el error básico, plantear el derecho sagrado

«El problema de la agricultura actual es que no es un sistema orientado a la producción de comida, sino a la producción de dinero.» Esto dicen la autoras de ‘Los monocultivos que conquistaron el mundo’ (Akal, 2019), Nazaret Castro, Aurora Moreno y Laura Villadiego.

La economía capitalista se explica de ese modo: su objetivo es la ganancia, no la vida; es más, la primera se sustenta sobre la muerte y destrucción de la segunda.

Si asumimos esta cuestión como base del pensamiento político, social y económico, se hace imprescindible establecer marcos y estrategias que superen al capitalismo.
El error básico de la derrota social, política y económica de las fuerzas sociales que desean una transformación socialmente justa y ecológicamente sustentable es no asumir este marco. Pensar que dentro del capitalismo es posible mejorar masivamente la vida, evitar la discriminación de género, la explotación de los mundos no occidentales, la hecatombre ecológica.

Dentro de ese marco es necesario actuar, dentro y fuera de los Estados; dentro y fuera de los parlamentos; dentro y fuera de las relaciones salariales; dentro y fuera de las familias y las parejas; dentro y fuera del corto y el largo plazo; de lo políticamente correcto; de facebook y twitter.

Dentro y fuera de diferentes campos de acción, pero siempre bajo la búsqueda de la subordinación de poder del dinero al del derecho inalienable y sagrado de la vida. Y eso sólo es posible destruyendo al capitalismo.

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Condenados a la violencia

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Un juez del Tribunal Supremo condena la violencia.

Un cabo de la guardia civil condena la violencia.

Todo guardia municipal condena la violencia.

Un soldado español destinado en Afganistán condena la violencia.

Los antidisturbios, incluso, condenan la violencia.

Y el ministro de interior, y el gobernador civil, y…

¿Y qué?

Condenar no duele. No significada nada.

Velos para seguir ejerciendo su violencia.

Los condenados a la violencia que responden son obligados a condenarla. Condenados a la violencia, al cinismo, a la injusticia.

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Eficiencia

Decía Marx que no había entre los antiguos jamás una investigación sobre qué forma de propiedad de la tierra era la más productiva, sino que la investigación era siempre sobre qué clase de propiedad crea los mejores ciudadanos.

Las economías transformadoras deben aspirar a eso, más que a producir más cosas, a generar mejores personas. Las empresas autogestionarias, las cooperativas transformadoras deben ser «eficientes» en generar otras personas para otra economía.