Esta entrada tiene como origen la lectura del magnífico artículo de Amador Fernández-Sabater «Eliminar todo lo que vagabundea». https://www.revistadelauniversidad.mx/articles/757628b7-c5b3-41e9-be84-1b24a3f122cb/eliminar-todo-lo-que-vagabundea
La posibilidad plebeya de otra economía
Michel Foucault, en sintonía con Glucksmann, propone la figura de “la plebe” para dar cuenta de “lo otro”. La noción de plebe nos permite pensar de forma radicalmente distinta tanto la lucha como lo que lucha. Así, la Economía social con vocación transformadora sería una economía plebeya en tanto que piensa tanto la lucha como lo que lucha de modo muy diferente a como lo hace el resto de movimientos y organización políticas y socioeconómicas.
En primer lugar, la plebe no es un grupo social, ni una colección de individuos determinada, ni un sector objetivable, sino más bien una falla que atraviesa las identidades dadas en zigzag. El poder y la resistencia no se deducen simplemente desde el marcaje de un cuerpo por una posición social o una identidad, sino que pasan por un tipo de actitud, disposición o actividad. Es decir: no sólo existe “lo que uno es”, burgués o proletario, blanco o negro, hombre o mujer, sino “cómo se es lo que se es”. En ese cómo reside la posibilidad plebeya.
La plebe no existe como esencia o sustancia sino sólo como acción, manifestación, acontecimiento. No existe “la” plebe, pero “hay plebe”. La plebe es algo que pasa, y si no pasa no existe. La subversión no es una identidad, sino una práctica. ¿Qué tipo de práctica? Un movimiento de desobediencia, una energía centrífuga. La economía plebeya es con respecto al poder capitalista una réplica creadora que distribuye nuevamente las cosas. La resistencia de economía social considerada como plebeya no opone al poder del capital una fuerza de contención sino una dinámica, una acción, un contra-movimiento.
Por último, la economía plebeya es un “punto de vista”: una perspectiva a través de la cual mirar el mundo. Mirar desde los agujeros, las fallas y las fisuras de la economía capitalista nos permite la descripción del funcionamiento de los dispositivos que nos tienen atrapados.
El orgullo de una vida soberana
Vagabundo es todo aquel que se fuga de los campos ya establecidos y abre nuevos caminos posibles. “El vagabundo nace del orgullo”. Ese orgullo es la afirmación de una vida soberana que no acepta el sacrificio del trabajo asalariado dependiente, que no intercambia el tiempo de existencia por dinero, que no es medio o herramienta de un fin ajeno.
La televisión diaboliza a los vagabundos, a todo aquel que escapa a las leyes del trabajo “normal” y la normalidad, como monstruos, como criminales, como el mal. La policía se encarga de vigilarlos y detenerlos. Hay que impedir el contagio con la gente “honesta”, “buena” y “trabajadora”, segregar al vagabundo del resto de la sociedad.
Como explica Alana Moraes para el caso brasileño, los “vagabundos” que Bolsonaro promete eliminar son personas y colectivos que disfrutan de tiempo libre, organizan fiestas y encuentros, mantienen una relación afirmativa con el cuerpo y el placer, hacen un uso no propietario de la riqueza. No sacrifican la vida a la lógica de beneficio. El orgullo de la vida soberana.
Los vagabundos son todos los que se desvían de las normas de orden y productividad. Todo lo que atenta contra la patria y la empresa, la patria-empresa, la patria como empresa. A partir de ese orgullo y “desvío” es de donde pueden surgir agentes de economía plebeya, de economía social con vocación subversiva. Fuentes de vidas soberanas frente a la economía capitalista.
Una alternativa al fascismo posmoderno y al racismo de mercado
El fascismo clásico fue el ideal de plegar el mundo al poder del Estado. Había que eliminar para ello todo lo que “no encajaba” en la ley estatal: judíos, homosexuales, locos… El fascismo posmoderno es la tentativa de plegar el mundo a la lógica de mercado.
Mientras que Glucksmann hablaba de un “racismo de Estado”, hoy podríamos hablar de un “racismo de mercado”, siempre que tengamos en cuenta que el Estado en el neoliberalismo sigue bien operativo pero subordinado a las lógicas de empresa. Si lo que se atacaba en “lo que no encajaba en la ley estatal” era una cierta autonomía de la existencia con respecto al Estado, lo que se ataca hoy es la autonomía de la vida con respecto al mercado capitalista.
El fascismo posmoderno sería una exasperación de lo neoliberal, en el sentido de subordinar el deseo a la realización y el consumo de mercancías. El fascismo neoliberal, según Sztulwark, sería el “odio” contra todo lo que se sustrae a los mandatos de valorización capitalista.
En la tentativa neoliberal de identificar el mundo y la vida con los imperativos de máximo rendimiento y productividad, los cuerpos se agrietan. Algo se rompe, algo se quiebra, algo grita “no puedo más”. Y de ese malestar surgen tres posibilidades:
1) Ser apagado y gobernado mediante terapias, pastillas… perdiendo la capacidad de inquietarnos y hacernos preguntas sobre el sentido de la vida que llevamos;
2) Ser redirigido contra los “culpables” de lo que pasa, las personas orgullosas de sus formas de vida no-productivas, convirtiéndose en resentimiento y rabia reactiva;
3) Ser escuchado y acogido, transformándose así en la energía que necesitamos para la creación de nuevas formas de vida.
Esas nuevas formas de vida en las que la Vida no se subordina a la acumulación capitalista, en las que el valor de uso no se subordina al valor de cambio, en las que los trabajos de cuidados, reproductivos no se subordinan a los asalariados dependientes, esas formas de vida conformadas por todo aquello que vagabundea. Así, vagabundos y plebeyos darían lugar a la economía social transformadora que debe ser alternativa al fascismo posmoderno y al racismo de mercado.