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Lo material sin la socialdemocracia

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Vivimos en una sociedad cada vez más desigual, donde la capacidad de las instituciones políticas estatales disminuye y el poder del capital financiero global aumenta. En este contexto, Esteban Hernández nos indica aquí que “en el mundo político contemporáneo hay dos fuerzas dominantes, la que representa al mundo global y la nacionalista”. Los primeros apuestan básicamente por el libre movimiento del capital, el multiculturalismo y el apoyo a las minorías. Los segundos proponen el regreso al Estado nación, el freno a la inmigración o mayores ventajas económicas para sus nacionales, entre sus principales propuestas.

Frente a los primeros, aquellos que apuestan por el liberalismo y la globalización capitalista, algunos sectores de la izquierda denominada “obrerista” comienzan a realizar propuestas de corte nacionalista. Al igual que la extrema derecha, desde estos sectores se desea regular la inmigración y priorizar el empleo (diferenciar trabajo de empleo o trabajo asalariado) de los nacionales y sus salarios. Esta parte de la izquierda defiende una vuelta al Estado nación como agente para la mejora de la clase obrera.

Al margen de estas dos fuerzas dominantes, fuera de los focos, en la realidad apenas mirada de la vida cotidiana, encontramos prácticas que se están dando en llamar “economías transformadoras”. Nuevas iniciativas en el empleo, en el consumo, en el ahorro, en el cuidado de las personas y del entorno. Prácticas socioeconómicas que sitúa la resolución de las necesidades personales y colectivas en el centro de su actividad, y lo hace desde unos valores, y sobre todo desde unas prácticas que tienen como elemento básico su independencia del capital (y en algunos casos del mercado capitalista). Estas prácticas proponen y ejercen la economía al servicio de las personas, organizada democráticamente, con responsabilidad social y arraigo territorial. Se desarrolla, con más o menos intensidad, en todas las fases del proceso económico (producción, comercialización, consumo, crédito, gestión de recursos y distribución de excedentes).
En estas economías el centro no es el trabajo asalariado, precisamente uno de los pilares del capitalismo y fuente de la desigualdad, sino el impulso de la soberanía económica de las personas y los colectivos (una no puede ir sin la otra). Estas formas de hacer economía han nacido y desarrollado al margen del Estado nación y se arraigan en el territorio y la comunidad, generando desde abajo riqueza que sirve para amortiguar la desigualdad y acumulación que provoca el capitalismo y su gestión estatal y supraestatal.

La función legitimadora del Estado nación hace tiempo que fue claramente subordinada por la función de acumulación. Casi desde la década de 1980 el capital rompió el pacto keynesiano según el cual permitía un cierto reparto de la riqueza en aras de mejorar las ganancias. Esa situación se ha agudizado y, a corto y medio plazo, no va a cambiar. La izquierda se equivoca si piensa que en las condiciones actuales, con la actual relación o correlación de fuerzas, va a ser capaz de hacer cambiar las políticas que emanan de los Estados y las instituciones supraestatales (que se lo digan a la población griega). Por tanto, bien haría la izquierda en mirar las prácticas y formas de hacer política que emanan de las economías transformadoras. Sólo con una base sólida de estas nuevas prácticas se pondrán las bases para cambiar la actual relación de fuerzas y, así, poner los pilares en los que se basaría una sociedad donde el Estado deje de estar secuestrado por el capital y, por tanto, a su servicio.

Es hora de impulsar alternativas al trabajo asalariado (sin abandonar su defensa, por supuesto) donde las personas avancen en su emancipación e independencia del capital. Es necesario plantar la lucha por el derecho a la existencia aunque no se sea un «recurso humano» útil para el capital. El camino no es una vuelta al estado keynesiano encargado de gestionar derechos sociales subordinados a la generación de beneficios empresariales, sino el impulso de soberanías económicas que, partiendo de las personas, generen de abajo a arriba procesos de mejoras de las condiciones de vida de la gente.

La socialdemocracia murió. Es hora de mirar a la economía transformadora.

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