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El origen del hambre (K. Polanyi): el mercado de trabajo

La creación del mercado de trabajo, la conversión de la fuerza de trabajo en una mercancía, supuso separar el trabajo de las otras actividades de la vida y someterlo a las leyes del mercado. Las consecuencias de la institucionalización de un mercado de trabajo resultaron patentes. En los países colonizados, había que forzar a los indígenas a ganarse la vida vendiendo su trabajo. Para ello fue preciso destruir sus instituciones tradicionales e impedir que se reorganizaran, puesto que, en una sociedad primitiva, el individuo generalmente no se siente amenazado de morir de hambre a menos que la sociedad en su conjunto se encuentre en esa triste situación. «No existe hambre en las sociedades que viven en el límite del nivel de subsistencia», sentenció M. J. Herskovits en 1940.
Así ocurría también en cualquier tipo de organización social europea hasta comienzos del siglo XVI. Y, puesto que el individuo no corre el riesgo de morirse de hambre en las sociedades primitivas, se puede afirmar que son en este sentido más humanas que la economía de mercado, y al mismo tiempo que están menos ligadas a la economía. Como si se tratase de una ironía del destino, la primera contribución del hombre blanco al mundo del hombre negro fue esencialmente hacerle conocer el azote del hambre. Fue así como el colonizador decidió derribar los árboles del pan, a fin de crear una penuria artificial, o impuso un impuesto a los indígenas sobre sus chozas, para forzarlos a vender su fuerza de trabajo. En ambos casos, el efecto es el mismo que el producido por el cercamiento de tierras en Europa con sus estelas de hordas vagabundas (lo que antes era del común, pasó a ser exclusivamente de una sola persona).
La coacción de la ley en Inglaterra, los rigores de una policía absolutista del trabajo en el Continente europeo, el trabajo bajo coacción en la América de comienzos de la época industrial constituyeron las condiciones previas para que existiese el trabajador «voluntario». El último estadio de este proceso ha sido alcanzado, sin embargo, con la aplicación de la «sanción natural», el hambre. Para poder desencadenarla era preciso destruir la sociedad orgánica que rechazaba la posibilidad de que los individuos muriesen de hambre.

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