En el origen del capitalismo se encuentra la apropiación privada de la Naturaleza, poner cercados a lo que era de todo el mundo, convertir en propiedad privada de una persona lo que era comunal, de muchas.
En la Europa de la Edad Media, los salarios eran vistos como un instrumento de libertad, en contraste con la obligatoriedad de los servicios laborales de los siervos. Sin embargo, tan pronto como el acceso a la tierra llegó a su fin por la privatización por unos pocos, los salarios comenzaron a ser vistos como instrumentos de esclavización.
Tan identificado estaba el trabajo asalariado con la esclavitud que los que defendían la igualdad (levellers) excluían a los trabajadores asalariados del voto, ya que no los consideraban lo suficientemente independientes de sus empleadores como para poder votar.
En Andalucía, la conquista castellana conllevó en época anterior a otras zonas de Europa la conversión de las personas en asalariadas. Pronto comenzó la falta de independencia como para poder opinar, hablar o votar en contra de la opinión de los empleadores.
Hoy, en pleno siglo XXI, en pueblos como Morón, la libertad de expresión termina donde comienzan los intereses de los Camacho, Escalante, Macho, etc.
Es evidente que no existe la suficiente independencia de los empleadores; queda muy lejos la mínima soberanía individual como para poder ejercer un cierto grado de autonomía o libertad. Por eso a los grandes empresarios les gusta tanto esta «democracia» en la que el pueblo tiene derecho a opinar siempre que no contradiga sus intereses.
En ese caso, cuando el pueblo va por un lado y el poder económico por otro, cuando se rompen los «cercamientos», es cuando aparecen los jueces, la policía/guardia civil o, incluso, el ejército.
Mes: marzo 2018
Miopía
Se está normalizando lo anormal. Perdemos la noción de lo real.
Un empleo no es sinónimo de salir de la pobreza y se continúa teniendo como objetivo político esencial.
Un carcelero, funcionario de prisiones, se siente utilizado por el poder y parece un ejemplo de dignidad. Nadie le pide que se vaya al desempleo.
Mucha gente de los pueblos andaluces comienza a hacer las maletas para la temporada de verano y la emigración no existe.
En Andalucía, la religión realmente existente (católica, apostólica y romana), y sus actos de propaganda, han sido y son una herramienta del poder para someter al pueblo. Aquí lo anormal es que se nos olvide.
Hoy se habla más de política que ayer, pero para ensalzar el nuevo falangismo de Ciudadanos y continuar encubriendo la espúrea labor de manijeros del poder económico del PSOE-A.
La clase política andaluza vive por encima de nuestras posibilidades y no nos duelen sus comilonas, coches oficiales, dietas y pensiones. Alcaldes para los que cada viernes es una comida de navidad serán reelegidos el año que viene.
Al menos llega la primavera, y con ella las ganas de mirar lo que nos rodea. Ojalá sirva para ver la realidad sin mediación televisiva o de redes sociales pues, por lo que parece, de este modo estamos perdiendo la noción de lo real.
Estamos mirando con sus gafas.
Desbrozar
Limpiar de broza un terreno, un canal, etc.; eliminar los obstáculos o impedimentos que dificultan una acción.
Ha llovido mucho. Hay mucha yerba. En verano será pasto. Pasto de incendio.
Han desbrozado el campo de personas. Personas que ahora, en este tiempo donde parece que no existen los incendios, evitaban las catástrofes del verano.
El poder se lleva mejor con las empresas de helicópteros que con los ganaderos; prefieren pagar por echar agua que por llevar a comer las cabras al monte.
Con los empresarios eliminan obstáculos para realizar acciones económicas muy rentables a costa del fuego. Desbrozan el terreno para ganar dinero a costa de no desbrozarlo para evitar el incendio.
Cuánto hay que desbrozar en esos despachos del poder. Casi lo mismo que en estos canales de incomunicación donde se habla mayoritariamente de los debates teledirigidos por muy pocos. Esos que mientras miramos el fuego, desbrozan nuevos caminos para el saqueo.
Reflexiones a a raíz del artículo de Michael Roberts en Sin Permiso, «Robots, ¿qué significan para el empleo y los sueldos?».
Michael Roberts relaciona el debate sobre los impactos de los robots y la inteligencia artificial (IA) con la Renta Básica y/o la idea de la implantación de los servicios básicos universales.
Para este autor, la segunda opción es más interesante que la primera. En vez de suministrar renta, se trata de hacer gratuitos los bienes y servicios públicos, las necesidades sociales básicas, es decir, la educación, salud, vivienda, transporte y alimentos básicos. Para Roberts, «en lugar de separar a las personas que no trabajan de aquellas que trabajan con subvenciones de ingresos, necesitamos construir su unidad en el trabajo mediante la reducción de las horas de trabajo y la ampliación (gratis en uso) de los bienes y servicios públicos para todos.»
De la anterior cita se puede entender que para el autor trabajo es lo que hoy día se entiende por empleo, es decir, el trabajo asalariado que requiere el capital. En mi opinión, el trabajo no es sólo un recurso del capital para acumular beneficios y generar ganancia, sino que engloba a cualquier actividad que tiene por objetivo la satisfacción de las necesidades de las personas. Por tanto, el trabajo asalariado es un tipo más a añadir al de cuidados o al voluntario, tipos de trabajo que parece no contemplar Roberts y que suele ser un error cometido por múltiples autores que se sitúan contra la renta básica.
Además, la opción de la prestación gratuita de los servicios básicos universales requeriría, según Roberts, «que la mayoría posea y controle los medios de producción y la planificación de la aplicación de esos recursos a las necesidades sociales, no al beneficio de unos pocos. Los robots y la IA se convertirían entonces en parte del avance tecnológico que haría posible una sociedad súper abundante.»
Con esta premisa, lógicamente, cambia todo. Con una economía que tienda a lo que cada vez más gente entendemos como nuevo modelo socioecómico vinculado a la economía social transformadora, puede ser tan adecuada la idea de servicios gratuitos como la renta básica. Sin la mediación del Capital en nuestras vidas, el derecho a la vida (principal objetivo de base de la Economía) puede instrumentalizarse tanto como la prestación de una cesta básica o servicios básicos, como con una renta básica.
Pero claro, esta situación está condicionada a la hegemonía de una nueva economía donde los medios de producción estén en manos de las mayorías (no de las minorías), con gestión democrática y donde la acumulación se subordine al reparto. En este caso, me parecería lógico que de forma democrática se pudiera elegir entre cesta básica de bienes y servicios o renta básica. La victoria de la economía social transformadora daría lugar, por tanto, a mayores grados de autonomía de las personas, alejadas de la actual sumisión al capital, y niveles de elecciones democráticas imposibles en capitalismo.
Soberanías
El neoliberalismo no consiste en menos Estado. Consiste en remarcar el objetivo de acumulación frente al de legitimación. Sólo existen los derechos de los empresarios, del capital, del poder.
Al capital no le vale, en el actual período, la apariencia democrática de los regímenes parlamentarios, con o sin Rey no elegido al frente. Subordina la legitimación al saqueo.
La oligarquía se ha repuesto con fuerza de la crisis de régimen. Salvo en Catalunya, donde los grupos de poder se han dividido.
Mal, muy mal lo llevamos los pueblos sin articulación social, subordinados económicamente y manipulados diariamente.
Cada día es más necesaria la lucha por la soberanía económica de los abajos frente a la dictadura del capital. Soberanias ciudadanas frente a un Estado que cada vez es más, y será, un arma al servicio del poder económico y financiero.
Democracia
Define Chomsky así la propaganda de Estado: «la violencia de una dictadura, en una democracia es la propaganda».
Aquí, en el sur peninsular, la actual Guardia Civil tiene muchos cuarteles: Canal Sur, la Sexta, Tele Cinco, la Cadena Ser, la Cope, etc. Y hay bastantes sargentos y sargentas de Cuartel como Pepa Bueno o Carlos Herrera (sirvan como ejemplo de poli «bueno» y poli «malo» para la progresía; eso sí, no busquen diferencias entre ellos cuando se habla de los intereses financieros o de la unidad de España).
Mucha inteligencia invertida en quitar el poder al pueblo. Mucha fuerza para, al mismo tiempo, hacer creer que el poder lo tiene el pueblo y que vivimos en democracia.
Oteiza
La fachada de Arantzazu se completó «con» nada.
No es lo mismo sin nada que con nada. La simplicidad casi siempre es sinónimo de genialidad; la austeridad personal una cualidad cada día más revolucionaria.
Con nada, casi ná.
Tuneo de Laval y Dardot.
La socialdemocracia realmente existente se ha alineado con el neoliberalismo. Eso ha llevado a pensar a partidos, economistas y otras gentes en la necesidad de ocupar el espacio que ocupaba y que su fracaso político ha dejado vacante.
Sin embargo, es más conveniente poner en cuestión la posibilidad de reconstituir una verdadera socialdemocracia en las condiciones de transformación neoliberal de las instituciones estatales. Esta transformación impide toda vuelta hacia atrás: los márgenes de maniobra que permitieron históricamente a la socialdemocracia jugar su papel han dejado de existir.
Ya no nos podemos imaginar construir paso a paso, y sin salirnos del marco parlamentario, una relación de fuerzas que permita obtener concesiones en materia de democracia social. Esta estrategia sólo pudo funcionar en las condiciones propias de la democracia representativa clásica. Ahora bien, el neoliberalismo tiende a vaciar dicha democracia de todo contenido. Así pues, en nombre del combate por una «democracia real» hay que asumir la imposibilidad de volver a la socialdemocracia.
En otras palabras: hay que elegir entre la «socialdemocracia real» y la «democracia real». Querer la «socialdemocracia real» es correr tras un espejismo: al final del camino renunciaremos a la «democracia real» sin haber restaurado siquiera la democracia representativa. Simplemente, corremos el riesgo de adaptarnos pasivamente al marco antidemocrático que impone el neoliberalismo, entrando así en la vía suicida de la normalización política como un partido más. Porque en ausencia de aquella democracia en su forma parlamentaria clásica ninguna socialdemocracia puede llegar a ser «real».