La Junta de Andalucía, y otros gobiernos no lejanos, cada cierto tiempo, lanzan una idea: es preciso cambiar el «modelo productivo».
No obstante, se continúa impulsando el mismo modelo productivo de siempre, es decir, el que interesa a los poderes económicos que van en sentido contrario al interés de las clases trabajadoras y populares. Precisamente a las fuerzas económicas ante las que el socialismo andaluz ha dado y da cuenta (y presumiblemente dará), frente a las que ha engañado y engaña (y presumiblemente engañará).
Ese viejo modelo productivo también es seguido desde el mundo cooperativo de las grandes entidades agrícolas, o desde el «cooperativismo de amiguetes» andaluz. Este cooperativismo capitalista, el único mediáticamente existente, se preocupa de la captación de capitales, la productividad, el crecimiento, la competitividad o la internacionalización. Nada nuevo aportan respecto a las empresas capitalistas convencionales, poca innovación, nada de nuevo modelo productivo. Más bien, este cooperativismo se acerca a un capitalismo «con rostro humano» que tan sólo innova en lo que de maquillaje le aporta al del rostro inhumano.
Cambiar el modelo productivo pasa por la economía social y cooperativa transformadora, nunca por el cooperativismo que tapa el capitalismo salvaje realmente existente. Ese nuevo modelo productivo transformador pone a las personas por delante del capital; innova creyendo que la democracia es posible en las oficinas, las fábricas o lo cortijos; y deja de tener como referente la competitividad y lo sustituye por ser competente.
Mientras la Junta y «su» cooperativismo apuesta por la acumulación, la competitividad y la internacionalización, un verdadero modelo productivo innovador se debe guiar, paradójicamente, mirando atrás, a los valores jornaleros del cumplir, la unión y el reparto; y mirando de frente al actual sistema socioeconómico, al capitalismo, teniendo claro que no tiene mejora ni innovación posible sino que, simplemente, debe ser vencido y hecho desaparecer.
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