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Gobierno de progreso para ricos

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Miren Etxezarreta:

«El señor Escrivá, Ministro de Seguridad Social, Inclusión y Migraciones, ha dejado ver algunos de los planes que tiene para las pensiones públicas. Y la verdad es que da bastante miedo pues, continuando en las líneas de sus planteamientos anteriores, consisten en un ataque muy refinado para debilitarlas en varios aspectos y orientarlas hacia un modelo donde las pensiones privadas sean dominantes, en línea con las orientaciones del Banco Mundial.»

Manuel Delgado Cabeza:

«Cuando lxs agricultorxs han salido a la calle, desde el Gobierno se ha elaborado un Decreto de modificación de la Ley de la Cadena Alimentaria. El mismo día en que se aprobó el Decreto, el ministro Planas declaró que a partir de ahora “el precio de venta nunca podrá ser inferior a los costes de producción”. Ese fue el titular, pero lo que agregó a continuación anulaba lo anterior: ‘que libremente se han determinado entre vendedor y comprador’. Suponer que el precio ‘se pacta’ ‘libremente’ no puede ser producto de la ignorancia. Que los precios ‘se pactan’ a partir de unas relaciones de poder absolutamente asimétricas se llega a reconocer en los Antecedentes del Decreto. Un informe técnico hecho por la COAG sobre el Decreto puede leerse: ‘se está legitimando que se pueda estar percibiendo un precio por debajo de los costes y de hecho se está pidiendo al agricultor o ganadero que lo legitime con su firma en el contrato, aceptando las posibles presiones de su comprador’.»

Fernando Pessoa:

«Todo lo que se ve es otra cosa».

Tras demasiadas décadas de engaños, los gobiernos «socialistas» continúan a lo suyo: poner en marcha políticas de derechas gracias a votantes de izquierdas.

Nuestro peor virus.

 

Fuentes:

– https://portaldeandalucia.org/opinion/medidas-concretas-para-que-nada-cambie/?fbclid=IwAR3rl2FVA5Ovyw8MoyVXqX3ZKiW3bXMrjPRQSZsXUhGRfb8sUuxm-28zfIM

– https://blogs.publico.es/dominiopublico/31156/sutil-y-artificioso-un-nuevo-ataque-a-las-pensiones-publicas/

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Virus y sociedad capitalista

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1. El coronavirus es uno de otros posibles patógenos aún más mortales que parecen van a surgir en el futuro. El origen parece ser la transmisión del virus de los animales a los humanos a causa de la búsqueda de beneficios empresariales mediante la agricultura industrial intensiva y la extensión de los mercados de carne de animales salvajes exóticos.

2. No nos engañemos, las enfermedades y muertes causadas por el virus no preocupan a los estrategas del capital. Igual que no es preocupante las miles de muertes por hambre y enfermedades evitables cada año. Incluso M. Roberts ha oído «argumentar en las suites ejecutivas del capital financiero que si mueren muchas personas viejas e improductivas, ¡eso podría aumentar la productividad porque los jóvenes y los que son productivos sobrevivirán en mayor número!» Lógica capitalista de manual. Muy positivo para la «sostenibilidad» de las pensiones, entre otras cosas, es la insostenibilidad de la vida de las personas de más edad. La preocupación se centra en el daño potencial a los mercados bursátiles, las ganancias y la economía capitalista. Lo que de verdad preocupa a los dueños del mundo capital es si esta epidemia podría ser el desencadenante de una gran recesión o depresión, la primera desde la Gran Recesión de 2008-2009.

3. Aunque la naturaleza puede estar involucrada en la epidemia de virus, la cantidad de muertes depende de la acción humana: la estructura social de la economía; el nivel de infraestructura y recursos médicos y las políticas de los gobiernos. Por eso se teme un descontrol total en economías donde el Estado apenas presta servicios públicos, como EEUU (sí hay un enorme gasto público, pero militar).

4. La solución de este problema pone en cuestión un dogma incontestable de la economía y sociedad capitalista: la bondad de la competitividad y la búsqueda del beneficio económico. Dean Baker lo expresa así: «Hay gente en todo el mundo trabajando lo más rápido posible para desarrollar una vacuna. La mala noticia es que todos están compitiendo entre sí, no colaborando.»

5. La crisis sanitaria actual es un momento ideal para atacar la economía capitalista: confrontar el dogma del mercado, el trabajo entendido únicamente como el asalariado, la competitividad, el valor de cambio, la propiedad privada, el objetivo de la ganancia. Pero resulta que antes ya se había inoculado un virus mortífero y reaccionario: la actitud acrítica frente al virus capitalista.

 

Fuentes:

– http://www.sinpermiso.info/textos/coronavirus-deuda-y-recesion

– https://ctxt.es/es/20200302/Politica/31263/donald-trump-patentes-vacuna-coronavirus-dean-baker.htm#.XmakLwfOF20.twitter

El artículo ha sido traducido al euskara en la revista Argia:

https://www.argia.eus/albistea/birusa-eta-gizarte-kapitalista?fbclid=IwAR2rW58-TDCAsBO2WW3C5LZa6LUpnopP8qBhLTS3RicmCqZtq0LOfOjhnPQ

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Sádaba y la dignidad

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Lo busco. Lo leo. Le escucho. En épocas de tanto ruido creo imprescindible buscar a personas como a Javier Sádaba.

Sobre la dignidad dice: «Ser digno es central. Pero es una de las palabras peor utilizadas. La dignidad es ser digno de. Y en este sentido ser un sujeto de derechos. Yo soy digno siempre y cuando yo tenga mis derechos y respete los derechos de los demás. A lo cual añadiría. Dignidad también es poder preservar la propia imagen. Y dignidad es en un momento determinado estar dispuesto a perder, saber perder en función de aquello que uno cree, que es básico en la concepción que uno tiene del mundo y de sí mismo.»

Inmenso. Estar dispuesto a perder por lo que se cree es un elemento esencial de la dignidad, de ser digno.

Cosas que se intuyen pero que, hasta que no te lo explica una persona sabia, no se sabe.

Fuente: https://www.rtve.es/alacarta/videos/pienso-luego-existo/pienso-luego-existo-javier-sadaba/1276044/

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Donna Haraway, un faro

«Seguir con el problema» dice Donna Haraway quiere decir «Quedarse dentro. Permanecer ligado a él. Evitar la tendencia al cinismo, a la desesperación o a decir: ‘Mierda, no puedo solucionarlo’. La tendencia a dejarlo y eludir hacer una vida con los demás que merecía tener un futuro. Es seguir con el otro, quedarse con el otro para que podamos crecer.(…) Para evitar rendirnos, nos necesitamos unos a otros.»

Advierte: «No hay solución, hay que permanecer en él. Así es el juego de la vida en la Tierra. La idea de que hay una solución, una forma de salir del problema de un salto, es teológica, muy cristiana. Busca la solución en el cielo. La idea de que los problemas y los disfrutes de la vida tienen solución es horrible. Y si miramos los dilemas urgentes en los que estamos metidos, pensar que podemos solucionarlos da una imagen equivocada. Unos con otros tenemos que encontrar formas de sanar en parte, inventar cosas nuevas, arreglar los daños, construir y reconstruir para seguir adelante, no para solucionarlo. Lo útil para el debate es la aspiración de vivir bien unos con otros ahora.»

Y sentencia: «Pero creo que vivimos en una sociedad profundamente cristiana en la que hay una aspiración a una extraña idea de salvación. Y eso es destructivo…»

Fuente: https://elpais.com/cultura/2020/02/18/babelia/1582041525_880936.html?ssm=FB_CC&fbclid=IwAR3lvQ_FH0N83MBWE4MAVvezJ7Xio4mTsZbB2Up_bI9IvDLg0DkgzOjWABM

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Privatizar la democracia

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Alcanzar la alcaldía de un ayuntamiento no significa alcanzar el poder. Esa afirmación va quedando más o menos clara. En palabras de Jule Goikoetxea Mentxaka (J.G.M.): «El Estado es un efecto de poder más que un origen (…)».

La verdad, la moral, el conocimiento son productos fabricados por el poder. Lo papagayos o loros que oímos en los desayunos, que repiten lo que dice Carlos Herrera, Pepa Bueno o Ferreras asumen una verdad fabricada por los poderes. En palabras de J.G.M.: «(…) la moral y el conocimiento son diferentes tipos de poderes.»(…) «La verdad se fabrica mediante el poder (…) y su apariencia es igual a aquellos que más poder detentan.»

Leyendo a J.G.M. me queda claro que gente como los dueños de las fábricas de aceitunas de mi pueblo no quieren controlar el Ayuntamiento, el Estado. Eso lo hacen desde hace mucho y no les supone demasiado esfuerzo. Su meta es terminar con la soberanía popular, con la democracia o democratización que, en palabras de J.G.M., «es un proceso de emancipación colectiva llevado a cabo mediante el autogobierno».

Para luchar contra la «privatización de la democracia» y por la democratización de mi pueblo, y de tantos otros pueblos, se «requiere tanto de confrontación política, como de estructuras políticas públicas así como de regímenes de producción, distribución y bienestar (…)».

En la construcción de esos regímenes de producción, distribución y bienestar están ciertas economías sociales, aquellas que son o quieren ser transformadoras.
Sin economías transformadoras no habrá democracia. Ni futuro disfrutable.

PD: Lean «Privatizar la democracia. Capitalismo global, política europea y Estado español», de Jule Goikoetxea Mentxaka. Icaria editorial.

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La economía del favor

Sobre la desigualdad y el clientelismo en Andalucía

 

«Para la gente de mi tierra hay algo que rige, absolutamente, la vida: lo contrario de la justicia: el favor».

Jesús Pabón, 1935.

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Según el profesor Carlos Arenas, el clientelismo puede definirse de forma sencilla como una relación más o menos voluntaria entre individuos o colectivos desiguales que se intercambian favores[1]. El clientelismo reproduce sociedades desiguales y jerarquizadas porque los beneficios del intercambio son asimétricos, poco para mucha gente, mucho para poca. Por tanto, el clientelismo y la desigualdad se retroalimentan.

La parte del patrón está interesada en mantener la desigualdad pues de este modo obtiene beneficios, al mismo tiempo que legitima su poder al aparecer ante la sociedad como benefactor o conseguidor. Además, sirve para criminalizar y expulsar a las voces disidentes de la sociedad, lo que dificulta cualquier tipo de cambio o transformación.

El clientelismo toma mayor protagonismo en sociedades con mayor desigualdad y  economías empobrecidas, colonizadas y especializadas en perder (o en actividades con menor asignación de valor de cambio aunque sean más relevantes para satisfacer necesidades). Igualmente, alcanza mayores cotas donde el poder o elite económica controla de modo más fácil o con mayor autonomía los recursos públicos. Se trata de sociedades donde existe la convicción generalizada de que el favoritismo es una de las únicas maneras de inserción laboral, obtención de rentas o promoción social. Andalucía es una de ellas.

 

Desigualdad, pobreza y riqueza en Andalucía

En cualquier Economía capitalista la desigualdad es estructural. Ahora bien, existen sociedades capitalistas más desiguales que otras, con mayor porcentaje de personas pobres que otras. En la Europa occidental, pocas economías son más desiguales que la andaluza.

La historia de Andalucía está marcada por haber sido un territorio pionero en convertir a la naturaleza en mercancía, en propiedad privada de una clase privilegiada y, como consecuencia, crear unas mayorías que deben convertirse en mercancías para poder lograr la subsistencia. La Economía andaluza pronto pasó a ser capitalista y con ella se fue construyendo una sociedad en torno a los mercados capitalistas, de personas (mercado de trabajo) y de tierra (mercado inmobiliario). Desde entonces, Andalucía ha sido una sociedad polarizada entre una elite acaparadora de recursos y una masa ingente de personas desposeídas.

El origen de la trayectoria de la Economía capitalista en Andalucía se encuentra en la conquista castellana, que genera el latifundismo o sistema de gran propiedad de la tierra, elemento básico del sistema socioeconómico andaluz. Según Sevilla Guzmán, la gran propiedad «crea un sistema local de dominación de clase ejercido por el grupo de terratenientes que monopoliza los medios de producción agraria con la fiel asistencia, a través de unas específicas relaciones sociales de dependencia, de un sector de la comunidad compuesto por unas clases sociales de servicio en cuyas manos se encuentran las instituciones económicas, culturales y políticas que controlan a nivel local la vida de la comunidad creando en la misma un específico orden social cuya organización económica determina la explotación del campesinado”.

El capitalismo andaluz, a lo largo de la historia, puede ser calificado de “extractivo” en un doble sentido: uno, de extracción y puesta en el mercado de los recursos naturales; dos, de extracción de rentas y beneficios como resultado de la ocupación del poder político. En el primer sentido se hace referencia a los numerosos ejemplos de actitudes depredadoras de la naturaleza (por ejemplo: “modernización” agraria de la década de 1960, minería o turismo). El segundo sentido se refiere a la enorme capacidad de «extracción» que ha tenido unas minorías locales o extranjeras a partir de su capacidad para tomar parte o influir en las decisiones de las instituciones estatales. El Estado español ha amparado esta situación para, de un lado, hacer viable el capitalismo español y, de otro, permitir a las elites andaluzas que organizaran a su gusto el capitalismo autóctono, explotando directamente o como testaferros de empresas de capital foráneo.

Con estos fundamentos se ha construido un modelo de Economía capitalista extraordinariamente desigual. La contribución de la pobreza andaluza a la pobreza del conjunto del Estado se ha mantenido siempre en niveles altos. Para una población que es el 18 por ciento de la española, el porcentaje de personas pobres era del 30,3 en 1973, el 29 por ciento en 1981 y nunca bajó del 25 por ciento en las décadas siguientes. La economía capitalista es además patriarcal, lo que ha provocado que la situación de las mujeres haya sido bastante peor.

La pobreza es generada por la riqueza. Casi siempre. Y así, al igual que conocemos a los responsables políticos culpables de corrupción, igual es hora de conocer algunos nombres de  personas y familias que tanto han ganado y ganan con la actual Economía capitalista andaluza, la desigualdad y el clientelismo. Esas personas y familias viven en lugares cada vez más lejanos pues son propietarios de fondos de inversión que especulan con tierra andaluza, accionistas de empresas eléctricas, de bancos que operan en Andalucía, etc. No obstante, también se encuentran aquellas familias que desde decenios se han lucrado con el sistema social, político y económico andaluz, con la explotación de su tierra y su gente. Entre ellas se encuentran algunas del 2% de propietarios que controlan el 50% de la tierra. Esas personas y familias son, además, las principales destinatarias de las ayudas europeas de la Política Agraria Común (flujo legal de dinero “libre” de clientelismo y corrupción). Algunas son las siguientes: la familia Mora Figueroa Domecq, con una fortuna estimada de 800 millones de  euros, recibió de la PAC entre 2008 y 2016 unos 50 millones de euros; la familia Bohórquez y Domecq, con una fortuna de 500 millones de euros, recibió de la PAC en el mismo periodo temporal 36.6 millones; la Familia Hernández, con un patrimonio 850 millones de euros, se embolsó sólo en 2016 casi 3 millones de euros en subvenciones; o Nicolás Osuna, con grandes negocios inmobiliarios, recibió en 2014 8,2 millones de euros. Y mientras, el poder que le otorga el dinero, impulsa campañas para convertir en corruptos a la clase jornalera perceptoras de subsidios que apenas ronda el mínimo para subsistir.

 

Clientelismo e historia andaluza: repartir para acumular

En una sociedad tan injusta, polarizada y jerarquizada como ha sido y es la andaluza, el necesario consenso social se ha obtenido fundamentalmente a través del trato de favor originado en las relaciones clientelares. Para consolidar su control político, las elites andaluzas necesitaron poner en marcha mecanismos redistributivos en forma de repartos de tierra, beneficencia pública y privada en manos de la siempre aliada Iglesia católica, subsidios, expedientes de regulación de empleo y/o programas socialdemócratas tanto más radicales cuanto más amenazante se presumía la indignación de las clases populares. El clientelismo, desde el patronazgo señorial hasta el clientelismo de partido, ha estado presente en la historia andaluza.

A lo largo de la historia andaluza, unas pocas sagas familiares se sirvieron del poder para extraer rentas a partir de la apropiación de lo comunal, de la violencia física y cultural, etc. El cacique local, en nombre de la elite dominante, garantizó la compatibilidad del modelo político y económico andaluz dentro del Estado español; fue el nexo de unión entre el mando local y el poder con sede en Madrid. Por su parte, las mayorías dominadas y explotadas se podían dividir en dos grandes grupos, a saber: uno formado por gente que decide cooperar con el poderoso a la espera de que su sustento sea otorgado por su favor; un segundo grupo compuesto por la gente que sufrirá mayor exclusión por favorecer la acción colectiva y la cohesión horizontal de la clase dominada. Son aquellas a las que cantaba Manuel Soto “Sordera”: “Con lo poquito que había/yo hice una partición/mis hermanos son aquellos/que tengan igual que yo.”

Tanto la nobleza como la burguesía utilizaron el clientelismo. La Restauración borbónica de 1875, por ejemplo, consolidó el poder de las minorías y éstas cedieron tierras a arrendatarios que ejercieron un papel relevante para la dominación de la gran propiedad. La concesión de la tierra en régimen de arrendamiento siguió siendo, como antaño, una estrategia adecuada para asegurar fidelidades; también el reparto selectivo de los bienes comunales por parte de las autoridades municipales. Así, el fomento de la aparcería, la creación de colonias agrícolas, fueron medidas para contrarrestar la extensión del anarquismo en los campos andaluces.

Más adelante, la República fue impotente para acabar con un modelo clientelar de relaciones sociales al no abordar seriamente el problema de la estructura de la propiedad de la tierra. El franquismo fortaleció el control que las oligarquías andaluzas habían ejercido desde siempre en el ámbito local. La estructura administrativa franquista —Sindicato Vertical, Hermandades de Labradores y Ganaderos, Cámaras de Comercio, Juntas Locales Agrícolas, cooperativas agrarias, etc. — sirvió como un «vivero de colocaciones» y como plataforma para que los vencedores pudieran seguir manteniendo sus prácticas extractivas.

La práctica clientelar continuó, aunque sobre bases nuevas, tras la muerte del dictador. El llamado «consenso» de la Transición puede entenderse como el intercambio político producido entre los representantes más genuinos del gran capital y los representantes políticos de la época. El respeto a la propiedad privada de los medios de producción consolidó un clientelismo de Estado que ha sido administrado por los partidos políticos, convirtiéndolos en el epicentro de una nueva práctica clientelar. Como apuntó el profesor Cazorla, el viejo clientelismo personal fue sustituido por el clientelismo de partido. La clase política socialista se lanzó a la captura de un electorado acostumbrado a las relaciones clientelares. Así lo expresa el profesor Arenas: “El PSOE se fue convirtiendo en el gran patrón colectivo de los andaluces. Como ocurrió con anterioridad en el primer franquismo, miles de personas se incorporaron a sus filas en los primeros años ochenta. Como los ‘camisa nueva’ de antaño, una pléyade de ignotos socialistas, en menor medida comunistas, sindicalistas y empresarios, se aprestaron a gestionar el poder otorgado por las urnas.”

Por tanto, “la Autonomía democrática” que impide toda autonomía real tampoco ha contribuido a mejorar las cosas. Durante más de tres décadas, la clase política socialista ha utilizado la Junta de Andalucía para construir pactos en los que han participado las grandes empresas foráneas, las elites locales, clientes del sistema político y algunas de las instituciones garantes del mismo, como patronales o sindicatos mayoritarios. Esa ha sido la enfermedad, el caso de los ERE’s ha sido uno de los múltiples efectos de la misma.

 

Contra el favor, El Reparto

El clientelismo, relacionado claramente hoy día con la corrupción, es estructural en Andalucía. Antes, durante y después del PSOE o de la creación de la propia Junta de Andalucía como instrumento de no-autonomía. El latifundio y el mal reparto son elementos básicos para explicar esta situación. Señoritos, caciques, empresarios locales o manijeros de capitalistas foráneos abundan en un campo de juego donde las cartas están marcadas. Normalmente se sabe quién va a ganar. Y a perder.

Por tanto, tras los ERE’s continuará la dictadura económica, el mal reparto, el latifundio (de tierras y de otros muchos recursos colectivos). En una economía como la andaluza, dependiente y saqueada, la riqueza se concentra en pocas manos, manos cada vez más alejadas del lugar en la que se genera. Alimentación, agua, energía, tecnología, ahorros… Todo es controlado por corporaciones capitalistas que, en su mayoría, atienden a intereses que nada tienen que ver con los nuestros. Desde el poder que le otorga el poder comprar, el Capital lo compra casi todo y a casi cualquiera. En estas circunstancias, la corrupción y el clientelismo son la norma. Por tanto, miremos más a la propiedad que al gestor político que le facilita el saqueo. Sin propietario explotador y corruptor no habrá manijero corrupto. Establezcamos, de nuevo, la lucha por El Reparto como un grito de esperanza que nos libre de la clientela, la injusticia y favor.

 

[1] Este artículo tiene como base fundamental la obra “Poder, economía y sociedad en el sur. Historia e instituciones del capitalismo andaluz. Historia e instituciones del capitalismo andaluz” del profesor Carlos Arenas.

 

Artículo publicado en el nº38 de El Topo Tabernario. Ilustración de Javier Álvarez.

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Belleza y bondad

Me parecen interesantes algunas ideas del artículo «2020: ética y estética de la crispación social», de Ignacio Muro. El autor nos indica el interés del debate entre ética y estética que se puso de moda a mediados del siglo pasado. Filósofos como Wittgenstein (“ética y estética son lo mismo”) alumbraron el hilo conductor de reflexiones, con Platón y Kant a la cabeza, que nos marcaba un ideal al desarrollo humano. Bondad y belleza se fundían: del “no hay belleza en la maldad” de Platón a “la belleza es un símbolo moral” de Kant, había un continuo de aspiraciones idealistas en el que convergían los ideales de justicia, bondad y belleza.

Desde hace décadas, y el socioliberalismo de partidos como el PSOE ha sido partícipe, ha sido necesario romper esa convergencia que se identifica con la defensa del progreso social. El autor no habla del socioliberalismo sino sólo de las «nuevas derechas». Estas han radicalizado ese discurso que potencia la desigualdad que ha sido impulsada por no pocos gobiernos de derechas y de «izquierdas» (socialistas españoles, franceses, etc.).
Ignacio Muro nos dice que las nuevas derechas atacan al “buenismo” de la izquierda, “su falta de realismo”, y se esconde un análisis terrible y un mensaje contundente: estamos en un momento en que solo podemos elegir entre lo malo y lo peor, un momento en el que es inevitable (conveniente también) asumir que hay que dejar morir a los niños en pateras porque su llegada trae cosas peores. De ahí, aunque no lo diga el autor, las políticas llevadas a cabo por Marlaska desde el ministerio del interior «de la nueva derecha progresista» del PSOE.

Cuanto más injusta es la situación propiciada por la actual Economía capitalista, más agresiva debe ser la justificación y más dura y brutal la respuesta. Para justificar el poder del dinero y los comportamientos avariciosos de los ricos se necesita alimentar la agresividad contra los pobres, la aporofobia, y también contra cualesquiera que ponga en primer término la justicia social. De este modo, el statu quo necesita rearmarse lejos de la moral. El integrísimo se hace necesario. La regresión histórica debe completarse. La justicia debe dejar paso a la caridad, los derechos a las dádivas. Ahí hará de vigilante implacable la señora Calviño, ministra «progre de la nueva derecha socialista» dedicada, en exclusiva, en Madrid, Bruselas y donde haga falta, que en todos sitios tiene buenos contactos, a trabajar para los ricos.

Nos dice Ignacio Muro: «En el tobogán de la crispación y en un contexto territorial pleno de dificultades, la izquierda española va a tener la oportunidad de dar un impulso moral, político y económico a nuestra sociedad.» No nos dice que dentro de la actual Economía capitalista ese impulso difícilmente pueda hacer compatible la belleza con la bondad. Eso sólo es posible fuera del marco socioeconómico que nos lleva al desastre y a la maldad, aunque con bellos y estéticos marcos visuales que no dejarán que veamos el continuo morir de gente en el Estrecho, los desahucios o el hambre niñas y niños en nuestras mismas calles.

No, no creo que sea posible hacer converger la belleza y la bondad sin poner en marcha la destrucción de la Economía capitalista.

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El favor

El clientelismo puede definirse  como una relación más o menos voluntaria entre individuos o colectivos desiguales que se intercambian favores. Toma mayor protagonismo en sociedades con superiores niveles de desigualdad y en economías empobrecidas, colonizadas y especializadas en perder (o en actividades con menor asignación de valor de cambio aunque sean más relevantes para satisfacer necesidades). Se trata de sociedades donde existe la convicción generalizada de que el favoritismo es una de las únicas maneras de inserción laboral, obtención de rentas o promoción social. Andalucía es una de ellas.

En la Europa occidental, pocas economías son más desiguales que la andaluza. El origen de la trayectoria de la Economía capitalista en Andalucía se encuentra en la conquista castellana, que genera el latifundismo o sistema de gran propiedad de la tierra, elemento básico del sistema socioeconómico andaluz. La historia de Andalucía está marcada por haber sido un territorio pionero en convertir a la naturaleza en mercancía, en propiedad privada de una clase privilegiada y, como consecuencia, crear unas mayorías que deben convertirse en mercancías para poder lograr la subsistencia. La Economía andaluza, por tanto, pasó pronto a ser capitalista y con ella se fue construyendo una sociedad en torno a los mercados capitalistas, de personas (mercado de trabajo) y de tierra (mercado inmobiliario). Desde entonces, Andalucía ha sido una sociedad polarizada entre una elite acaparadora de recursos y una enorme mayoría de personas desposeídas.

A lo largo de la historia andaluza, unas pocas sagas familiares se sirvieron del poder para extraer rentas a partir de la apropiación de lo comunal, de la violencia física y cultural, etc. Unas minorías locales o extranjeras han tenido una enorme capacidad de «extracción» a partir de su capacidad para tomar parte o influir en las decisiones de las instituciones estatales. El Estado español ha amparado esta situación para, de un lado, hacer viable el capitalismo español y, de otro, permitir a las elites andaluzas que organizaran a su gusto el capitalismo autóctono, explotando directamente o como testaferros de empresas de capital foráneo.

El cacique local, en nombre de la elite dominante, garantizó la compatibilidad del modelo político y económico andaluz dentro del Estado español. Por su parte, las mayorías dominadas y explotadas se podían dividir en dos grandes grupos, a saber: uno formado por gente que decide cooperar con el poderoso a la espera de que su sustento sea otorgado por su favor; un segundo grupo compuesto por la gente que sufrirá mayor exclusión por favorecer la acción colectiva y la cohesión horizontal de la clase dominada. Son aquellas a las que cantaba Manuel Soto “Sordera”: “Con lo poquito que había/yo hice una partición/mis hermanos son aquellos/que tengan igual que yo.”

En una sociedad tan injusta, polarizada y jerarquizada como ha sido y es la andaluza, el necesario consenso social se ha obtenido fundamentalmente a través del trato de favor originado en las relaciones clientelares. Las elites andaluzas necesitaron poner en marcha mecanismos redistributivos en forma de repartos de tierra, beneficencia pública y privada en manos de la siempre aliada Iglesia católica, subsidios, expedientes de regulación de empleo y/o programas socialdemócratas tanto más radicales cuanto más amenazante se presumía la indignación de las clases populares. El clientelismo, desde el patronazgo señorial hasta el clientelismo de partido, ha estado presente en la historia andaluza.

Con el denominado «consenso» de la Transición, el freno al reparto de la tierra y el respeto a la propiedad privada de los medios de producción consolidaron un nuevo clientelismo. Como apuntó el profesor Cazorla, el viejo clientelismo personal fue sustituido por el clientelismo de partido. La clase política socialista andaluza se lanzó a la captura de un electorado acostumbrado a las relaciones clientelares. Así lo expresa el profesor Arenas en su magnífico “Poder, economía y sociedad en el sur. Historia e instituciones del capitalismo andaluz”: “El PSOE se fue convirtiendo en el gran patrón colectivo de los andaluces. Como ocurrió con anterioridad en el primer franquismo, miles de personas se incorporaron a sus filas en los primeros años ochenta. Como los ‘camisa nueva’ de antaño, una pléyade de ignotos socialistas, en menor medida comunistas, sindicalistas y empresarios, se aprestaron a gestionar el poder otorgado por las urnas.”

Por tanto, “la Autonomía democrática” que impide toda autonomía real tampoco ha contribuido a mejorar las cosas. Durante más de tres décadas, la clase política socialista ha utilizado la Junta de Andalucía para construir pactos en los que han participado las grandes empresas foráneas, las elites locales, clientes del sistema político y algunas de las instituciones garantes del mismo, como patronales o sindicatos mayoritarios. Esa ha sido la enfermedad, el caso de los ERE’s ha sido uno de los múltiples efectos de la misma.

El clientelismo, relacionado claramente hoy día con la corrupción, es estructural en Andalucía. Antes, durante y después del PSOE o de la creación de la propia Junta de Andalucía como instrumento de no-autonomía. El mal reparto se encuentra en la raíz de esta situación que empeora en la medida que nuestra alimentación, agua, energía, tecnología, ahorros, etc. son elementos controlados por corporaciones capitalistas que ahondan en la desigualdad.

Desde el poder que le otorga el poder comprar, el Capital lo compra casi todo y a casi cualquiera. En estas circunstancias, la corrupción y el clientelismo son la norma. La democracia una quimera. Por tanto, miremos más a la propiedad que al gestor político que le facilita el saqueo. Sin propietario explotador y corruptor no habría manijero corrupto.  Establezcamos la lucha por El Reparto pues, de lo contrario, continuaremos debiendo suscribir aquello que decía Jesús Pabón en 1935: «Para la gente de mi tierra hay algo que rige, absolutamente, la vida: lo contrario de la justicia: el favor».

Publicado: https://portaldeandalucia.org/opinion/el-favor/?fbclid=IwAR0fCO2ITdjHoIuWPistreXTNsEqc4ialf2n8z1Rrh_nVmuzibbbDCU1YBE

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El combate

Llevan tiempo intentado salvar al capitalismo del planeta.

Los viajes espaciales nunca han tenido un fin distinto al de buscar la continuidad de la Economía capitalista.

Gastan millones en propaganda, visibilizan a quien verdea sin dañar.

Invierten en energías nucleares o verdes o azules con el único ánimo de continuar la acumulación de capital y miseria.

Otro mundo no es posible si continúa siendo hegemónica la Economía capitalista.

El capitalismo busca sus soluciones, la Humanidad debe hacer lo mismo.

El combate es a muerte.

Sólo quedará uno.

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Puro egoísmo

Llegan las Navidades y, gusten más o menos, afloran recuerdos.

Me ha venido uno fortísimo al comerme un polvorón. No un polvorón industrial, sino uno de la pastelería de la Plaza Meneses, de Morón, claro.

No es por defender al comercio local. Es por puro egoísmo. Ese polvorón debería ser patrimonio de la Humanidad. Bueno, no, parafraseando a donjuancarlosaragón, un mojón para los humanos, ese polvorón es de Morón nada más y es patrimonio de su gente.

Ojalá nunca, nunca, dejen de existir cosas que generan sentires como los de ese polvorón y, para eso, deben exisitr negocios como las pastelerías de mi pueblo.

Por puro egoísmo.