En enero de 2003 conocí a José Iglesias, Maestro en muchas cosas, entre las que se encontraba una herramienta sociopolítica a la que llamaba Renta Básica. A lo largo de todos esos años he aprendido a conocer y ver claramente cómo el poder utiliza de manera espúrea conocimientos, luchas, trabajos de mucha gente. Nada nuevo, siempre ha pasado, lo cual no quita que siempre, siempre, continuemos, perseveremos porque sin esperanza, lucha y perseverancia solo queda la aceptación del mal, la mentira, la injusticia. El mal no gana si hay bien en lucha.
Ante la mentira del poder, o el poder de la mentira, hablemos de renta básica. Hablemos, por tanto, del trabajo.
¿Qué es el trabajo? Podemos entender por trabajo a la ejecución de tareas que suponen un esfuerzo humano (mental y/o físico), que tienen por objetivo la producción de bienes y servicios que sirven para satisfacer las necesidades de las personas. Por tanto, no sólo es trabajo aquella actividad que se realiza en una empresa a cambio de un salario y con el objetivo de generar beneficios empresariales. No sólo son personas trabajadoras aquellas que tienen un patrón que les proporciona un salario. También lo son las personas, fundamentalmente mujeres, que se han encargado de realizar las tareas, trabajos, en el hogar, de cuidar a niños y mayores. Y también son trabajadoras aquellas personas que realizan un trabajo voluntario sin contraprestación monetaria alguna. Y, cómo no, a las que se le denominan «paradas» y realizan actividades como coger espárragos y targarninas y obtener unos recursos a cambio de su venta (o rifa).
Es cierto que en la economía capitalista el trabajo dependiente asalariado (por cuenta ajena) se colocó en el centro de la sociedad; que la relevancia de esta actividad laboral en la vida de las personas es evidente y en muchos casos central. También lo es la enorme relevancia que ha tenido y tienen las organizaciones obreras, aquellas vinculadas al trabajo dependiente, en la transformación de la sociedad. Sin embargo, aumenta el número de personas que piensan que no es posible seguir avanzando en la justicia social y la libertad (o autonomía o soberanía) de las personas sin considerar trabajadoras a la gente que cuida de las demás; sin luchar por hacer que todas las personas que realizan una tarea que sirve para satisfacer las necesidades de los demás tengan una renta.
El trabajo dependiente o empleo, aquel que depende de los empresarios (propietarios de los medios de producción y vida) y que hasta ahora ha sido el único que merecía ser llamado trabajo, lo gradúan estas personas según su interés y, por ello, cada día es más escaso, o precario, o precario y escaso. Existe más gente que ofrece su fuerza de trabajo que empresas que la demandan. La escasez del trabajo asalariado es la fuente del poder empresarial, y con ello de su capacidad para precarizar el empleo y la vida de la gente. Por ello es necesario distinguir lo que es trabajo de empleo; tener claro que el empleo es un tipo de trabajo, no el trabajo; y dejar de exigir el pleno empleo y pasar a exigir que todas las personas tengan una renta que les permita vivir con dignidad.
Las personas debemos lograr la autonomía del capital. Las que vivimos de nuestra capacidad de trabajar, y no de capital acumulado, debemos dejar de depender de aquéllas que viven del trabajo de las demás. Mientras se le otorgue a una minoría la capacidad de «crear» puestos de trabajo y, de este modo, controlar la renta que llega a la gente, no habrá posibilidad de lograr la mejora de vida de la inmensa mayoría de personas. En el actual capitalismo, seguir pidiendo trabajo (asalariado) o empleo es continuar dependiendo de la minoría privilegiada que viven a costa del sufrimiento de las demás. Si queremos avanzar en la justicia social y la libertad de las personas debemos pensar en mecanismos de distribución de la riqueza que no dependan del mercado de trabajo, que no dependa de ningún mercado, porque si no estaremos poniendo en manos de los que no quieren redistribuir los mecanismos de distribución.
Por eso es preciso hablar de las cooperativas autogestionadas y con objetivos poscapitalistas; por eso hay que volver a pedir que los medios de producción y vida sean públicos o colectivos o comunitarios; por eso hay que buscar alternativas al trabajo por cuenta ajena; hacer que el valor de las cosas no las marque el valor de cambio o mercado capitalista sino el valor de uso. Por eso la renta básica es un instrumento a considerar por los que buscamos la justicia social y la autonomía de las personas.
Ante el Estado del capital, ante el capital soberano, la renta básica no es más que una herramienta para ampliar la autonomía de la gente, para contrarrestar la actual tiranía del capital. Ni más, ni menos. Si no sirve para eso no es renta básica sino más bien otro elemento básico de tergiversación del poder, de justificación de la actual soberanía del capital.