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Especialización turística, extractivismo y otras cosas feas a evitar

El turismo como cadena global

La actividad turística ha crecido enormemente en las últimas décadas. Según la Organización Mundial de Turismo, mientras en 1950, 25 millones de personas tenían consideración de turistas internacionales en 1950; en 2017 la cifra alcanza los 1.327 millones. Esta situación ha dado lugar a la turistificación, es decir, al impacto que tiene la masificación turística en el tejido social y comercial de determinados barrios o ciudades. Estos procesos suponen para la población de un territorio que las instalaciones y servicios pasen a dedicarse de manera casi exclusiva al turista en detrimento del residente. La vida de la gente del barrio o ciudad se supedita a la generación de beneficios de las empresas vinculadas a la actividad turística.

La actividad turística ha cambiado enormemente en los últimos años. Dos elementos transcendentales en esta transformación han sido la progresiva incorporación del turismo al capitalismo de plataformas (mal llamado economía colaborativa) y el cada vez mayor control del negocio por parte de grandes empresas transnacionales. Actualmente, en palabras de Rosario Gómez-Álvarez, “las actividades turísticas se encuentran plenamente integradas en el proceso de fragmentación internacional de la producción.”

Los agentes económicos que participan en dicha actividad son los oferentes (alojamiento, alimentación, transporte y ocio), los intermediarios y las personas consumidoras. Entre los primeros han crecido enormemente las cadenas hoteleras y las compañías de transporte multinacionales cuyas matrices están situadas en los mercados emisores (países de origen). Por su parte, los agentes intermediarios son un eslabón cada vez más relevante y poderoso donde también predominan las grandes empresas con capital no arraigado en los lugares de destino.

En los últimos años se ha producido una enorme pérdida de cuota de mercado de los operadores turísticos tradicionales (tour operadores) a favor de las plataformas digitales. Estas últimas han penetrado en los diferentes mercados turísticos, tanto en la intermediación del alojamiento, como en el transporte y la búsqueda de información sobre actividades de ocio. En el ámbito de la intermediación del alojamiento destacan Booking y Airbnb, mientras en el del transporte lo hacen Uber y Blabacar. Por tanto, se asiste al típico proceso capitalista de “colaboración”. Una situación en la que, por un lado, los procesos productivos generan beneficios que son absorbidos en gran medida por grandes multinacionales y el capitalismo de plataformas; y, por otro lado, los problemas e impactos negativos generados por la actividad repercuten en la población de barrios y ciudades, y en especial las que tienen menos recursos. Se asiste, por tanto, a una situación demasiado común en la que la privatización de los beneficios es complementaria a la socialización de pérdidas (externalidades negativas de la actividad).

Así, el territorio en cuestión (ciudad, barrio o franja litoral, como gran parte de la costa andaluza, etc.) se convierte en una plataforma de extracción de riqueza mientras que para la población tan sólo quedan migajas y problemáticas sociales de gran calado. Entre los principales problemas de estos procesos de especialización o turistificación se encuentran, entre otros, el aumento de la precarización laboral, la degradación del derecho a la vivienda, el encarecimiento y la transformación del comercio local, o la masificación de calles y plazas que dificulta la vida cotidiana de las personas residentes, tanto en lo que atañe al descanso como al disfrute mismo del espacio público.

La turistificación de la economía andaluza: un nuevo extractivismo

El profesor Manuel Delgado Cabeza lleva décadas analizando la economía andaluza mejor que nadie. Para este Maestro, la economía andaluza se ha caracterizado por su modelo extractivista y por especializarse en actividades productivas al servicio del capital; actividades que no nos convienen a la gente que habitamos las ciudades y pueblos de Andalucía. Nos especializamos según intereses muy distintos a los de mantener y enriquecer nuestras vidas. La turistificación de las ciudades y el litoral andaluz no hace sino profundizar en esta situación.

La expansión del turismo y el negocio inmobiliario ha tenido en Andalucía un peso muy por encima del que ha tenido en otras economías de nuestro entorno. Estas actividades dan lugar a procesos económicos que no implican creación de riqueza, sino simplemente apropiación de valor monetario. Y es que no debemos continuar siendo necios y confundir valor con precio, riqueza con dinero.

La capacidad de absorber dinero y acumulación capital provoca la consecuente acumulación de poder en muy pocas manos. Esta situación perjudica la toma de decisiones democráticas y participadas, y posibilita la enorme capacidad de influencia que tienen escasos actores que, normalmente, no residen en los territorios y que tan sólo los utilizan como materia prima generadora de ganancias. De manera que, como explican profesores como Delgado o Naredo, el enriquecimiento de unos termina siendo a costa del empobrecimiento de otros, y, paradójicamente, lo que se anuncia como un proceso de creación de riqueza en beneficio de todos termina convirtiéndose en mayores cotas de deterioro ecológico y social para la gran mayoría de la gente.

Los territorios mejor situados económicamente son aquellos que tienen una mayor  capacidad para apropiarse de valores monetarios, y, por otra, una fuerte diversificación en el grado de especialización. En este sentido, la turistificación que sufre la economía andaluza provoca una mayor vulnerabilidad, asociada, por un lado, a la especialización que supone, y, por otro, a la escasa capacidad para apropiarse de valores monetarios.

En ese contexto, la especialización turística a la que se aboca a Andalucía en general, y a la ciudad de Sevilla en particular, puede entenderse como un avance en el modelo extractivista. Para Marina Garcés, el turismo «es la industria legal más depredadora que existe (…). En su desarrollo masivo, extractivo y monopolista. No me vale que sostiene al pequeño comercio. Beneficia a las grandes industrias de transporte, urbanística o de alimentos. Es ahí donde se cruzan todas las devastaciones: de la ambiental al extractivismo presente.” De este modo, esta pensadora analiza el turismo como industria extractiva, como si fuera la actividad minera o la agroalimentaria: “Para mí, Barcelona es un campo de soja, explotable como un recurso natural cualquiera.”

Uno de los aspectos propios del turismo extractivista es su dimensión de chantaje. En palabras de Garcés este modelo «genera una sociedad pasiva, y con una sociedad rendida el chantaje es muy fácil de hacer: o el turismo o nada, nos dicen». Garcés rescata dos conceptos más subsidiarios de este sector económico: el de “riqueza empobrecedora” y la “democracia delegativa”. El primero sirve para poner en primer término una serie de beneficios a corto plazo por encima de los daños que generan determinadas explotaciones. Con el segundo alerta sobre las consecuencias que conlleva la imposición de la lógica privada a determinadas políticas. Indica las que denomina «burbujas de legalidad ad hoc”, lo que es tan válido para una mina como para las “fundaciones” que desean invertir en la ciudad. No es necesario resaltar aquí la situación de algunos megaproyectos mineros en Andalucía.

Por tanto, es muy esclarecedora la comparación entre el modelo de turismo que ha acabado imponiéndose a la capital andaluza con el capitalismo extractivista tan conocido en la historia de la economía andaluza. Se trata, en resumen, de capitales que aterrizan en un determinado lugar, localizan los recursos naturales más valiosos y los explotan al máximo. Para Garcés, la única diferencia entre explotar un mineral, petróleo, madera o un cultivo como el de la soja es que con el turismo “los recursos naturales somos nosotros, nuestra memoria colectiva y nuestro patrimonio».

El neoliberalismo del que apenas se habla

Esta situación se enmarca dentro de las estrategias de desarrollo local neoliberal. Estrategias que convierten a los territorios, a las ciudades, en “marcas” que deben competir entre ellas para atraer al capital. En Sevilla, tras la Exposición Universal, se puso en marcha una estrategia de este sentido para convertir a la Isla de la Cartuja en el “Silicon Valley” del sur de Europa. Esa estrategia ha derivado en otra que parece aspirar a convertir a la ciudad en un macro parque turístico, en una enorme “Isla Mágica”.

Desde hace más de dos décadas, la economía convencional territorial propone un tipo de regulación que tiene por objetivo generar un ambiente atractivo para la inversión privada. Se opta por ayudar directamente al capital privado y favorecer la iniciativa individual. Estas nuevas estrategias forman parte del “Desarrollo Local Neoliberal” o neoliberalismo territorial.

Las políticas de desarrollo local puestas en marcha en los territorios del Sur de Europa se han basado en tres elementos fundamentales. En primer lugar, en la mercantilización de cualquier recurso del territorio potencialmente vendible o rentabilizable en términos monetarios. Es a lo que se ha denominado “poner en valor” el territorio. En segundo lugar, se ha intentado por todos los medios la valorización social del empresario tradicional, renombrado como “emprendedor”. Por último, estas políticas han utilizado la inversión pública para favorecer a la acumulación privada de capital. Es decir, realizar gastos, impulsar inversiones o aumentar las subvenciones que con dinero público sirvan para atraer o favorecer al capital, ya sea local o foráneo.

Tras décadas de puesta en marcha, cada día es más evidente que el desarrollo local neoliberal no ha servido para mejorar la economía y evitar las altas tasas de desempleo y precariedad existentes en estos territorios. Además, la asunción acrítica de estas estrategias ha provocado en muchos casos la “culpabilización de la víctima”. Al igual que ocurre con las personas desempleadas y el concepto de empleabilidad, a los territorios empobrecidos (“surdesarrollados”) se les hacen responsables de no ser lo suficientemente competitivos o poner en valor su potencial en un contexto que se vende lleno de oportunidades. De forma similar a como una persona sin empleo compite con otra por un cada vez más escaso puesto de trabajo, los barrios, pueblos o ciudades deben competir entre ellos para ver quién es el más atractivo a inversiones foráneas.

Con estas estrategias de “neoliberalismo territorial” son los capitales los que disponen del monopolio de la “participación” y las comunidades locales tan sólo pueden competir entre ellas por atraerlos mediante la puesta en práctica de medidas que favorezcan su valorización. Así, como diría E. Galeano: “Hasta hace 20 o 30 años, la pobreza era fruto de injusticia (…). Ahora la pobreza es el justo castigo que la ineficiencia merece.”

Riqueza y dinero, cosas tan distintas

En definitiva, la turistificación o la especialización extractivista que supone el turismo sencillamente no nos conviene, en la medida en que no es útil para el objetivo socioeconómico esencial de una economía que tenga por objetivo mantener y enriquecer la Vida. El turismo es el último sector o actividad económica que desde el neoliberalismo territorial se propone como oportunidad para crecer, “para poner en valor” el territorios, para, en definitiva, mercantilizar nuestras vidas y subordinarlas a “emprendedores” y capitales que privatizarán ganancias y socializarán “externalidades”. De este modo, y tal como se plantea en ciudades como Barcelona, frente al modelo “Marca Andalucía” o “Marca Sevilla”es necesario avanzar hacia una “ciudad comuna”,  una “Sevilla Comuna”; un territorio construido desde los barrios, delos los pueblos y desde abajo, y donde la diversificación y autogestión productiva genere riqueza capaz de mejorar y enriquecer la vida de su población.

Y es que no nos confundamos y hagamos caso a personas sabias como Francisco Díaz Velázquez que tan claro nos lo expresa en poemas como este de su obra “Coplas de Nadie”: «El dinero y la riqueza parecen que son lo mismo, siendo cosas tan distintas, la riqueza es justamente/ lo que el dinero te quita.»

Artículo publicado en el número 33 de El Topo.

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Esparragueras (económicas)

Otros mercados para la empresa solidaria-socialista

Texto extraído de una intervención de Paul Singer en el Sindicato de Ingenieros de Rio de Janeiro.

«La empresa socialista o, digamos, solidaria, está por ahora dentro del mercado capitalista, pero no es indispensable que ese mercado sea necesariamente capitalista. Es posible crear un nuevo mercado y para ello es muy relevante crear grupos o cooperativas de consumo.

Existen amplios campos de desarrollo para un cooperativismo de consumo. La economía solidaria no debe restringirse a reeducar el sistema de producción, también debe enfrentar la cuestión de reeducar la forma como se consume. Para que la economía solidaria pueda afirmar sus valores no debe ser competitiva. La experiencia de Mondragón lo demuestra. Siendo así, es posible, crear un sector en el cual también el consumo sea organizado de forma solidaria y en ese nivel no hay necesidad de competir. No será la competencia la que garantizará la calidad de los bienes y de los servicios ofrecidos a los consumidores.

Estamos por primera vez enfrentando directamente el modo de producción socialista en muchos lugares del mundo. Es una nueva tentativa pues ya fue enfrentado por los utópicos a su manera y aunque fracasó dejó lecciones importantes. No sé si fracasaremos o no, pero la tentativa es extremamente sólida.

Puedo crear todo, inclusive hasta el consumo final. Puedo crear cadenas en que los valores de la democracia y la igualdad prevalezcan en las relaciones. Existen ejemplos concretos de ello.»

Fuente: https://www.academia.edu/38619635/Econom%C3%ADa_Solidaria_posibilidades_y_desaf%C3%ADos?email_work_card=title

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Lindes locales

Economía y cárcel en Morón: la nueva industria del sufrimiento

Artículo publicado en enero de 2004 en rebelion.org ante la inminente construcción en Morón de la Frontera de una cárcel, en la actualidad Sevilla II.

Sobre historia local, cárcel y personas presas

Entre 1953 y 1957 se invirtió en Morón una gran cantidad de dinero proveniente del ministerio de defensa y ataque de EE.UU. Esa inversión, exterior y coyuntural, dio lugar a la denominada época de las vacas gordas. Pero tras las vacas gordas llegaron de nuevo las flacas, y en 1960 el alcalde franquista de la época constituyó una Junta de Caridad para poner remedio a la, según sus propias palabras, calamitosa situación económica que atraviesa nuestra ciudad, que perjudica a muchas familias modestas. Sin cambios estructurales en aquella injusta estructura económica, el hambre y la miseria volvieron a aparecer. La situación excepcional generada por la construcción de la base aérea no transformó la arcaica estructura económica local, continuando la gran mayoría de la población instalada en la precariedad económica. Este episodio de la historia económica local puede darnos muchas pistas sobre las consecuencias de la construcción de una cárcel en Morón.

Conozcamos, antes que nada, a nuestros futuros nuevos convecinos. Es necesario recordar que estamos en una sociedad regida por un sistema económico capitalista, caracterizada por su deshumanización y el incremento de la población excedente. Para poder subsistir en este tipo de sociedad es necesario disponer de un trabajo asalariado digno. Esta condición se convierte en un grave problema si observamos la actual situación del mercado laboral. Así, más del 50% de la población activa de Andalucía no dispone de un empleo estable y con derechos que le garantice una existencia conforme a la dignidad humana. Por tanto, miles de andaluces tienen permanentemente abiertas las puertas de la exclusión, primer paso para ser posible recluso de la cárcel moronense. El 80% de las personas encarceladas en este país procede de barriadas periféricas y de ambientes marginales. De esta forma, podemos caracterizar a la persona presa, a nuestros futuros convecinos, como una persona pobre y enferma (drogodependencias, SIDA…) que llegó a la cárcel con una desvertebración social grave debido a la situación social de la que procede y que la cárcel la empeorará todavía más. Tal como dice un afectado: « Entré con una beca de ladrón y salí con un doctorado de asesino.» (El País, 21 de diciembre de 2003). En definitiva, las políticas económicas del neoliberalismo excluyen a cada vez más población, consideradas inútiles o excedentes para el nuevo mercado de trabajo. Estas personas son las que acabarán en la cárcel moronense.

Las políticas neoliberales tienen como correlato en el ámbito penal el endurecimiento de las penas y el aumento del índice de encarcelamiento. Si en 1990 el número de presos en España era de 28.284, en la actualidad ese número se sitúa en torno a los 54.000. Esta nueva forma de tratamiento penal de todos los conflictos sociales provoca, por tanto, la necesidad de construcción de nuevas cárceles. El modelo de cárcel utilizado actualmente son los centros tipo, con una capacidad que sobrepasa los 2.000 reclusos. Mediante estas enormes cárceles se quiere dar respuesta al aumento de número de presos que la política gubernamental antisocial da lugar. Se requieren más cárceles, cada vez más grandes y con mayor capacidad y, por supuesto, más rentables y ahorradoras de personal, concentrando servicios y sistemas de vigilancia.

Crecimiento empobrecedor

Las nuevas cárceles se están construyendo, tanto en España como en el resto de países, en zonas rurales deprimidas económicamente. Las promesas de mejora económica, en zonas como el medio rural andaluz donde gran número de personas están en una situación económica precaria, disminuye la resistencia a la construcción de estos centros. El gobierno promociona estas industrias carcelarias en los pueblos mediante las promesas de una enorme creación de riqueza y puestos de trabajo, les toca la lotería. El hecho de que en ellas se trabaje con el sufrimiento de otros seres humanos parece importar a muy pocos. No obstante, esa promoción tiene más de marketing embustero que de realidades concretas.

La Sociedad Estatal de Infraestructuras y Equipamientos Penitenciarios S.A. (SIEPSA) es la encargada de los aspectos relacionados con la instalación de una cárcel, localización, adquisición de los inmuebles, ejecución de las obras, financiación, etc. La existencia de una empresa pública para los asuntos penitenciarios indica cómo actualmente en estos temas sólo rigen los criterios empresariales privados. A pesar de todo, SIEPSA tiene pérdidas de 3,619 millones de euros en 2001.

De los aproximadamente 63 millones de euros que cuesta cada nueva cárcel, en Morón sólo repercutirá una mínima parte. La información gubernamental no es más que propaganda, sin base en un análisis de impacto serio.

El Ayuntamiento sí obtendría ingresos gracias a las licencias de obras, 2,6 millones de euros. Sin embargo, habría que ver si esto repercutiría en beneficio directo para los vecinos o se dedicaría a otros gastos del consistorio; podemos ser mal pensados y creer que podrían subirse de nuevo los sueldos sin preocuparse por las deudas del Ayuntamiento. El resto de los 63 millones de euros invertidos se distribuye del siguiente modo: gastos de construcción (50), equipamiento (3.5), obras complementarias (2.2), pago de solares (1.9), estudios técnicos (1.8) y talleres productivos (1).

La construcción es contratada y adjudicada desde Madrid por SIEPSA, a través de concursos públicos. Son las mayores empresas constructoras del país las que parten con claras ventajas para adjudicarse la obra. Durante los dos años que dura la construcción se emplearían unos 350 trabajadores, entre técnicos, administrativos, oficiales y peones. Tal vez, los peones sean reclutados en Morón, pero normalmente el resto serán trabajadores propios de la empresa que resulte adjudicataria de las obras.

Después del período de construcción se dice que se van a crear más de 500 empleos directos. No obstante, se tratan de empleados públicos, contratados por oposición o concurso-oposición a nivel nacional. Son puestos de funcionarios de prisiones, juristas, psicólogos, médicos, ATS y cuerpo de ayudantes. Como personal laboral estarían el trabajador social, monitor deportivo, maestro de taller, técnico de jardín de infancia, cocineros, auxiliar de enfermería, electricistas y fontaneros. Además, los propios reclusos suelen encargarse de asuntos de mantenimiento, cocina, economato y actividades auxiliares. Ninguno de estos empleos tienen por qué revertir directamente en el pueblo y si algún moronero aprueba estas oposiciones tampoco tiene por qué ser destinado a Morón. También se cita como beneficio para el pueblo los contratos de trabajo y suministro. Sin embargo, de nuevo se trata de contratos que la administración debe sacar a concurso o subasta pública o alguna otra forma de contratación de la Administración, lo que excluye que los empleos forzosamente tengan que beneficiar a Morón.

Por último, se argumenta que se va a producir un aumento de la población debido a la llegada de los funcionarios destinados a la cárcel. Se prevé un crecimiento en la población de unas 1.500 personas. Las nóminas de los trabajadores oscilarán entre 6.3 y 9.2 millones de pesetas, dinero que la administración supone va a revertir en el municipio. Hay que tener en cuenta que los funcionarios de Instituciones Penitenciarias tienen bastantes días libres. Normalmente, éstos no viven cerca de las personas a las que vigilan y más teniendo a la capital a una hora de camino. No parece que estas personas vayan a establecer su residencia en Morón.

Por lo dicho hasta aquí, y analizando los impactos más concretos en la economía moronense, la llegada de esa inversión supondría cierto crecimiento económico para el pueblo. En el mejor de los casos, algunos albañiles podrán disfrutar de dos años de bonanza e incluso algunos establecimientos comerciales podrían necesitar mano de obra. Ahora bien, el crecimiento no es bueno bajo cualquier circunstancia. Es decir, si a un niño de diez años tan sólo le crece una parte de su cuerpo, por ejemplo, el brazo derecho, convendremos en afirmar que ese niño más que beneficiarse del estirazón se está convirtiendo en un monstruito. Eso ocurre cuando en una economía el crecimiento no se reparte de forma armónica por todas las partes del cuerpo social. El crecimiento sin distribución puede seguir dando como consecuencia opulencia y grandes beneficios para una minoría, y paro, precariedad laboral y emigración para la mayoría.

Normalmente, tal como ocurrió durante la construcción de la base, los precios subirán. De ese modo, aquellos que no vean aumentadas sus rentas (sueldos, ingresos, etc.) tendrán un menor poder de compra. Es decir, con el mismo dinero su capacidad para adquirir cosas disminuirá. Por otro lado, si alguien gana serán agentes económicos como los constructores, propietarios de inmuebles o la gran distribución de capital foráneo implantada en nuestra localidad. Por tanto, una minoría ganará y la gran mayoría perderá.

Nos situamos ante un modelo de crecimiento exógeno muy alejado de lo pregonado por la políticas económicas de desarrollo local. Si, en el mejor de los casos, un gran número de funcionarios se quedaran a vivir en Morón, aumentaría la especulación urbanística y el precio ya alto de una vivienda se elevaría todavía más debido a la llegada de guardias civiles, funcionarios de prisiones y demás votantes progresistas. No parecen demasiadas, sino todo lo contrario, las oportunidades que se le abren a las miles de personas de este pueblo que han tenido que emigrar en los últimos años.

Por otro lado, nada asegura que mejoren las infraestructuras de comunicaciones y los equipamientos sanitarios. Sí está claro que, en caso de beneficiarnos de esas inversiones, sería por la llegada de más de dos mil excluidos sociales y varios cientos de funcionarios, y no por la exigencia, lucha y consecución de algo que le corresponde a este pueblo por justicia. No parece, por tanto, una victoria del pueblo de Morón sino más bien la confirmación de nuestra incapacidad para obtener los bienes públicos a los que legítimamente tenemos derecho. Además, parece un poco miserable aprovecharnos de estas supuestas ventajas a costa del sufrimiento ajeno y del mantenimiento de un sistema social y económico injusto. De esta forma, nuestra estructura económica pasaría a especializarse un poco más en industrias del sufrimiento al acoger, por un lado, y gracias al antiguo régimen franquista, a una base área desde la que se cargan bombas para masacrar a poblaciones inocentes, según el vocabulario de los que mandan y, por otro lado, y gracias al actual régimen populista-neoliberal, a una cárcel donde se recluye a los que sobran en esta sociedad según el anterior vocabulario, asesinos, violadores, etc.

Sobran razones: Cárcel, ¡NO!

Por todas estas circunstancias, nos situamos en contra de la construcción de cárceles y aún más de estos enormes centros que agravan los problemas ocasionados por la privación de libertad. Es necesario replantearse la actual política penitenciaria. Estos centros no sirven para cumplir el mandato de reinserción que marca la Constitución tan en boca de la derecha para otras cuestiones. Las cárceles sólo sirven para aislar a los previamente excluidos, desviando dinero de políticas sociales que podrían servir para luchar contra las causas de los problemas que tiene esta sociedad. La enorme inversión que se dedica a la política penitenciaria, 631 millones de euros (104.990 millones de pesetas), podría dedicarse a mejorar la asistencia social e invertir en beneficios para la población que crearían más riquezas en nuestros pueblos y redundarían, a la larga, en una reducción de la delincuencia, al mejorar las oportunidades ofrecidas a todos. Cada persona en prisión cuesta al Estado aproximadamente dos millones de pesetas. Es evidente que con esta renta muchas familias podrían salir de la situación de pobreza y marginalidad que conduce a algunos de sus miembros a la delincuencia.

Además, cada nueva plaza que se crea nos sale por cerca de 10 millones de las antiguas pesetas. Habría que pensar en estos asuntos y decidir si queremos, simplemente, aislar a las personas que molestan en la sociedad que estamos creando y castigar duramente por venganza, o preferimos reducir los niveles de delincuencia, evitar la reincidencia y buscar una sociedad más justa y, por tanto, segura.

Parece lógico pensar que es mejor gastar esa millonada en, por ejemplo, viviendas sociales, hospitales públicos o incluso en una renta básica para todos los que queremos vivir en los pueblos, en los medios rurales. Sin embargo, con este premio gordo de la derecha, Morón servirá de jaula para muchas personas. Llegarán a un lugar cada vez más especializado en vivir del sufrimiento ajeno, atrapado en las medias verdades de sus dirigentes, las peores mentiras y cada vez más carente de un mínimo compromiso social. A un pueblo desarticulado económicamente donde mayor crecimiento no significa, antes al contrario, mejorar la calidad de vida de la mayor parte de sus gentes. Nosotros, los moroneros, y ellos, los excluidos sociales que malvivirán cerca de nuestro pueblo, compartimos la principal causa de nuestros problemas. A saber, la hegemonía de un pensamiento excesivamente simplista que mira a las consecuencias y no a las causas de los problemas. Todo ello lleva en lo social, político y económico a un modelo cuasi-fascista de sociedad, en la que cada vez más gente queda excluida y una pequeña minoría se apropia de la riqueza socialmente generada por todos.

 

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Esparragueras (económicas)

La Economía social transformadora y la nueva esfera de la representación

Amador Fernández-Savater resumió hace unos meses en qué consistió el 15M en los siguientes dos puntos:

«1) una dinámica de autoorganización popular. Es decir, no un movimiento referido a un sujeto preconstituido (la clase obrera, etc.), sino un proceso de “creación de pueblo”. Porque es la acción colectiva la crea un pueblo y no al revés.» (….);

«2) un efecto de re-sensibilización social. Donde la crisis ponía en el centro la victimización, el resentimiento, la competencia y el sálvese quien pueda, el 15M puso la activación social, el empoderamiento, la empatía y la solidaridad.» 

Las gentes que impulsamos la Economía social transformadora la entendemos así, como «una dinámica de autoorganización popular» y de «creación de pueblo», así como un elemento que pone en el centro «la activación social, el empoderamiento, la empatía y la solidaridad». Y todo ello desde la economía, desde el ámbito de la subsistencia material.

Si se quiere cambiar las cosas es necesario transformar la política económica, el modo de entender cómo cambiar la economía, tanto desde el poder como desde el «campo social de fuerzas». Sin este planteamiento, la soberanía y la democracia se diluye en «lo nacional» y será difícil reconducir las actuales fuerzas de derechización y volver a construir otro «cortafuegos» como el que supuso el 15M.

La esfera de la representación debe interiorizar la Economía social transformadora si quiere, como dice Amador, «complejizarse y repensar-rehacer su engarce con la intervención en la vida social. Porque es ahí donde se crea pueblo, se modulan los afectos colectivos y se cambian las cosas.»

Artículo citado: «El fascismo que viene y la disputa cotidiana en el terreno de los afectos», eldiario.es, 8/12/18. https://www.eldiario.es/interferencias/fascismo-afectos-vox_6_843475663.html

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Esparragueras (económicas)

Propuestas complementarias

Quiero la implantación de la renta básica. Principalmente porque creo en el derecho a la subsistencia en una sociedad donde se genera, de sobra, los recursos para que toda la gente pueda satisfacer sus necesidades sin venderse como mercancía.
Y además, porque creo, quiero y trabajo por otro sistema socioeconómico vertebrado a partir del fomento de la economía social transformadora como modelo que promueve nuevas formas cooperativas de consumir, producir, gestionar y relacionarse. Y para ello dejar de ser una mercancía para la obtención de un salario es esencial.
No hay nada que desincentive más el trabajo (asalariado y no asalariado) que la desigualdad, la acumulación de riquezas en manos de la gente que, desde generaciones y generaciones, herencias y más herencias, han evitado trabajar y han vivido del esfuerzo y explotación de otra gente. Precisamente la misma gente que impulsa las campañas contra lo público y los impuestos (en especial de los impuestos directos, los que hacen que paguen más quienes más tienen); los grupos que aseguran que la gente desempleada se lo merece por floja; quien dice que la Renta Básica crearía vagos (las herencias generan gentes tan trabajadoras como las clases terratenientes y aristocráticas andaluzas, ¿verdad?). Se cree el ladrón que todos son de su misma condición.
Pues sí, renta básica para una economía social transformadora. Herramientas complementarias.