La economía es política y la política es economía. Separar lo económico y lo político es abandonar uno de los principios esenciales de la mejor tradición de la izquierda.
La prioridad política de nuestros días es pensar en la construcción de alternativas al capitalismo. Pensar en una «sociedad de comuneros», como dice Federici, donde se construyan espacios y relaciones sociales que no se gobiernen por la lógica del mercado capitalista.
Para ello pienso en dos cuestiones básicas. Una, las personas no somos mercancías, y, por tanto, debemos dejar de depender del mercado de trabajo. Vivir en una sociedad diferente debe significar que el derecho a la subsistencia no dependa de la decisión de un empresario: alguien que te compra como recurso humano para obtener beneficios.
Segunda cuestión. La producción de bienes y servicios deben guiarse por las necesidades de las personas, de todas, no sólo de las que tienen dinero. Es decir el valor de cambio debe ser sustituido por el valor de uso; la demanda solvente por la oferta necesaria. Y lógicamente la propiedad privada por formas comunales de propiedad (no de los cepillos de dientes sino de los medios de producción y vida).
La sociedad de comuneros requiere de una economía transformadora basada, por tanto, en principios antagónicos al actual sistema capitalista. Algunas herramientas o principios a valorar: Renta básica, producción cooperativa e inclusiva, equiparación del trabajo reproductivo con el generador de bienes y servicios para otra gente, distribución alternativa o finanzas éticas. Algunos movimientos o fenómenos a seguir: economía social transformadora, decrecimiento, economía de los comunes y comunitarias o las economías feministas.
No hay una prioridad ni una acción política más urgente, importante y necesaria pues sin ella no sabremos qué hacer en las instituciones, ni fuera ni dentro de nuestras casas. Sin nuevas ideas económicas reproduciremos el actual sistema que tanto daño y sufrimiento está causando.