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Flamenco

La música que más me gusta es el flamenco. Por eso sigo en cierta medida algunos de los debates que se generan en torno al mismo.

Eso sí, mi posición es cómoda: me gusta el flamenco ortodoxo, el heterodoxo y hasta el cante «pelícano», el que para unos no es flamenco, para otros sí lo es y para otros, como yo, les da igual.

Acabo de leer una entrevista a Pedro G. Romero en la que dice que «redefinir el término pasa por preguntarse cómo funciona, más que por buscar unadefinición de flamenco».

En relación con lo popular, cuando se trata de ver qué es y cómo funciona el flamenco, la raíz se sitúa en “la cultura del populacho, del lumpen excluido, los gitanos, las clases delincuentes, prostitutas, maricones, toxicómanos… Precisamente los excluidos de la soberanía política han acabado trenzando los elementos simbólicos que representan esa misma comunidad, ese mismo grupo humano, ese mismo pueblo”. «Consecuencia de su naturaleza marginal, los flamencos han habitado desde el principio la periferia, incluida la periferia geográfica.» 

Hoy me gusta ese flamenco que no se «sevillaniza», «madrileñiza» o «barceloniza». Pienso que el flamenco debe seguir bebiendo de los pueblos, no de las cortes, de la tierra, no del asfalto, de las tascas, no de los restaurantes. Igual soy un antiguo o un romántico, pero lo que me llega del flamenco o de los pelícanos es su autenticidad y eso se logra respirando realidad, vida, pueblo.

Y me encantaría que pudiera existir un flamenco que funcionara de forma rebelde, arisca, que desde abajo logre generar condiciones de vida digna sin depender de Universal o Sony. Funcionar con soberanía, sin depender de grandes multinacionales. Para eso la gente del flamenco debería cooperar más que competir, unirse entre ellos frente a los que viven de ellos. 

El flamenco es la expresión de un pueblo. Igual, algún día, también sea reflejo de otra economía de ese mismo pueblo. 

Me encantaría que continuara funcionando desde las periferias, lo popular, lo comunitario. Lo demás, ojana.

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