Dice Esteban Hernández: «Las opciones políticas que están funcionando son aquellas que, al menos en cuanto discurso, no aspiran a ser integradas en un conflicto institucionalizado, sino que pretenden cambiar el estado de cosas reinante. O, al menos, son percibidas de esta manera. Esa creencia en que iban a cambiar sustancialmente las cosas fue lo que dio votos a Trump, al Brexit, a la Lega Nord, a Le Pen y a tantos otros en Europa. Mientras, la izquierda permanece en el marco de la vieja socialdemocracia, lo cual no quiere decir que continúe anclada en sus programas: sigue pensando que si lanza las demandas de una mayor igualdad, redistribución y de más derechos políticos a los que mandan, estos cederán y darán marcha atrás. Ya no estamos ahí.»
Radicalidad. Es necesaria si se quiere redistribución de la riqueza; frenar al capital financiero; expulsar del poder a los profesionales que desde las instituciones defienden los intereses de las clases privilegiadas.
Radicalidad en las herramientas políticas institucionales y no institucionales; movimientos sociales que den el paso a la economía transformadora; partidos políticos que no se integren en lo institucional y abandonen la socialdemocracia en lo económico; sindicatos que aspiren a defender derechos laborales y pasar a la ofensiva para apropiarse medios de producción; y ser tan radicales como para que estos partidos, movimientos y sindicatos sean capaces de trabajar cooperativamente desde la unión, el cumplir y el reparto. Es decir, tan radicales que nos vaciemos de los valores, principios y dogmas de la clase dominante.
O vence nuestra radicalidad o continuará imponiéndose el actual programa de radical desigualdad, injusticia y pérdida de derechos.
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