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El éxito del neoliberalismo

«El éxito cultural del neoliberalismo ha sido categórico, general, abrumador. No es una exageración decir que el neoliberalismo constituye nuestro sentido común. Las mismas ideas, las mismas convicciones aparecen en trabajos académicos, en informes de consultoría, artículos de opinión, en las tertulias televisivas: racionalidad, mercado, competencia, incentivos, maximización… En ese lenguaje nos entendemos, en ese lenguaje explicamos la experiencia humana en todos los campos, y así la educación es formación de capital humano, la conversación pública es el mercado de las ideas, por ejemplo. De modo que es muy difícil argumentar contra una política económica cuando se basa en las ideas de nuestro sentido común, que nos parecen absolutamente obvias.»

Fernando Escalante Gonzalbo

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Miedos

Los dueños del Estado tienen unos miedos distintos a los de la gente. El Estado impone su miedo y su seguridad. Miedo a ciudadanía organizada que muestra su enfado ante tanta estafa, robo, corrupción. Miedo a ciudadanía que atraviesa líneas rojas, como el respeto debido a la propiedad privada y/o a los teatros de representación del autoritarismo democrático vigente. Miedo, en suma, a la pérdida de sus derechos ilegítimos basados en el robo.
Ese miedo del Estado se traduce en un tipo de seguridad. Por eso la seguridad del Estado nos infunde miedo a la ciudadanía, porque los intereses del Estado capitalista van en contra de los intereses de la gente.
Tenemos miedo al desahucio de la casa o del empleo; a la precariedad laboral y vital; a la actuación de la policía o de la guardia civil en defensa del poderoso; al nuevo atraco «legalizado» por la Comisión Europea de las instituciones financieras que crean y aprovechan la actual crisis capitalista.
Ningún miedo verdadero lo va a solucionar el actual sistema político y económico. Más bien son sus causantes. Sin embargo, los poderes beneficiados por dicho sistema intentarán que asumamos sus miedos como los reales para, de ese modo, seguir ejerciendo la violencia contra la gente dispuesta a no tragar con la continuidad de tanto robo, atraco y pobreza inducida por la injusta riqueza.

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Franco vive, la dictadura sigue

No puede haber democracia donde no hay demócratas, ni partidos políticos democráticos, ni empresas democráticas. Esa es una contracción: una democracia con escasa gente e instituciones demócratas. Otra, la mía, porque voy a hacer caso a una encuesta. El 40,8% no permitiría la manifestación de esta tarde en los alrededores del Congreso de Madrid. Si la encuesta acierta, existe y no niente, tela de cosas, este es un país de creyentes, si ocurre todo eso y cuatro de cada diez prohibiría la manifestación, pues indica que un derecho democrático fundamental no está muy bien visto. Franco vive.
En fin, entre contradicciones y sistema político autoritario transcurre nuestra vida. La dictadura sigue.
Y a esto se une la historia del pobre hombre que a partir del lunes va a coger su coche y recorrer hasta el último pueblo de España. Un político ambulante en busca de un partido democrático en el que no haya ni tejeros ni felipes. Más vale que se salga de España en su periplo porque en esta Monarquía, muy parlamentaria pero tan democrática como las otras, casi nada depende del poder del pueblo.

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Antes imbécil que simplista

Al margen de estar o no de acuerdo, Enmanuel Rodríguez hace pensar:
Por ejemplo, cuando dice que «hoy andamos redescubriendo lo mismo que muchos críticos y defensores del parlamentarismo apuntaron en las primeras décadas del siglo XX: que el teatro de la representación no es el que hace corresponder actores y partidos con intereses y condiciones sociales previas, sino el que integra todas las posiciones políticas en un juego mercantil de intercambios y equivalencias». En efecto, «la democracia representativa es menos representativa que integradora. Sin embargo, la esencia de la política es el conflicto. Por eso la representación despolitiza, mientras que la democracia es política en estado puro». Y termina diciendo: «Sea como sea, la ficción parlamentaria no podrá esconder indefinidamente que la partida sigue abierta.»
A mí me gustaría que lo parlamentario, lo institucional, fuera una herramienta de lo de fuera. Quizás por pensar esto me acerque más a ser un imbécil que otra cosa. Sin embargo creo que es posible e, incluso, necesario. Eso sí, con la «cultura política» actual reconozco que es difícil. Un política vertical, mesiánica y maniquea (blanco/negro, renta básica/trabajo garantizado, Iglesias/Errejón, parlamente/calle…).
Hay demasiado simplismo como para que no ganen los malos.

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Ser civilizado

Dice Guillem Martínez: «Hay hambre –nunca pensé que podría decir esta frase, que seguro que dijo mi abuelo–. No hay fábricas, pero la sensación es que trabajamos en fábricas por un sueldo ridículo. La democracia, esa cosa que solo fue posible en el Estado, está desapareciendo. No es una frase hecha. De todo lo que pudo ser la democracia, ya solo queda el voto. Y miras la prensa y te dice buenos días. Sólo te dice buenos días. Por más que le preguntes, te dice que es un buen día. Te dice tantas veces buenos días que llegas a creer que el incivilizado, el salvaje, el violento eres tú.»
Hoy, en la marcha contra la base de Morón, con soldados detrás de la valla, y guardias civiles detrás y delante, he llegado a pensar que el no civilizado era yo. Quizás su victoria está en eso, en que pienses que protestar contra injusticias como la presencia de una infraestructura asesina a pocos kilómetros de mi pueblo sea una forma de violencia. Protestar es violentar el buen orden, la democracia por la que tanta gente luchó. Ese pensamiento está matando esta sociedad. Una actitud violenta es estar parado sin impedir la violencia, no inmutarse ante el hambre, la guerra, la injusticia. Vivimos en una sociedad violenta precisamente por la excesiva «buena educación» ante tanta violencia.
Ser civilizado es luchar contra la violencia, contra la barbarie de, por ejemplo, la industria asesina y criminal del ejército de EEUU.

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Definirse

Gente a la que respeto mucho habla de izquierda neoliberal. Se considera izquierda a sectores políticos procapitalistas. Es decir, el PSOE andaluz es calificado como una parte de la izquierda. Desde mi punto de vista, si consideramos lo anterior como apropiado, la división entre izquierda y derecha no me aporta nada. Para mi es lo mismo, van a hacer lo mismo, un ministro de economía del PSOE (Boyer, Solchaga, Solbes) o del PP (Rato, Luis de Guindos). Son lo mismo, aunque a muchos les parezca apropiado decir que uno es de izquierda y el otro de derecha.
Sin embargo, el debate sobre la consideración de los nuevos partidos como ni de izquierdas ni de derechas tampoco indica nada. Tan sólo es una estrategia de captación de votos. En unos meses pueden ser socialdemócratas, izquierda neoliberal, o comunistas o, si me apuran, municipalistas libertarios y seguidores de Murray Bookchin. Estar a favor y en contra de la Renta Básica. En función de la coyuntura se hace un gesto u otro con la mano.
Creo que hay que hablar claro. Desde fuera o desde dentro de las instituciones, cualquiera que haga política debe decir si es procapitalista o anticapitalista. Es decir, si cree que en capitalismo es posible la justicia y la mejora de las condiciones de vida de las mayorías y, por tanto, lo único que hay que hacer son reformas; o, por contra, hay que buscar nuevos sistemas sociales y económicos que ataquen de raíz al capitalismo: la propiedad privada de los medios de producción y la consideración de las personas como mercancías que sólo tienen derecho a vivir si logran un trabajo asalariado.
Se trata de debatir seriamente sobre formas de luchar contra el neoliberalismo. No se trata de ganar unas elecciones, sino de generar un programa de cambio social que haga este mundo más vivible. Generar un sentido común alternativo al neoliberal, un nuevo lenguaje que sirva para argumentar y generar nuevas políticas.
No se puede ser y parecer al mismo tiempo, te tienes que decidir, decía Julio Vélez. La indefinición igual da votos, pero lo que no da son razones ni herramientas para mejorar la vida de la mayoría de la gente.

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Manuel Borja-Villel

Ahí queda esto:
«Si partimos de la cultura, somos capaces de imaginar muchas economías, pero si partimos de la economía, solo somos capaces de imaginar una cultura.»
Manuel Borja-Villel. Director del Museo Reina Sofía.

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Pagar por correr

Desde 1992 hasta más o menos 2013 he ido a correr habitualmente. Hacíamos carreras, la principal La Cal y el Olivo. Poco a poco ir a correr se fue comercializando. Sí, el hecho de correr se ha ido convirtiendo en un negocio. En Morón hicimos una protesta, creo que por 2002 ó 2003, porque obligaron a pagar por participar en la carrera local (algo normal a día de hoy). Algunos compañeros corríamos sin pagar. Lo mismo hice en la maratón de Sevilla de 2005. Cuando me criticaban contestaba: «si el ayuntamiento tiene que sacar dinero por este deporte, que cierre el ayuntamiento».
Nunca he pagado por correr por un pueblo, carretera o ciudad.
En el fondo estaba ocurriendo algo peor. Como dice Luis de la Cruz, «la mercantilización extrema del deporte en el capitalismo global. (…) Las ideas que hay detrás del ‘running’ son sospechosamente muy similares al discurso de los libros de autoayuda y de emprendimiento. Se promueve el espíritu de superación y de perseverancia pero siempre enfocado a la productividad personal, a la competitividad y al individualismo».
Los ayuntamientos y el Estado han sido y son colaboradores necesarios.

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Miedos

Los dueños del Estado tienen unos miedos distintos a los de la gente. El Estado impone su miedo y su seguridad. Miedo a ciudadanía organizada que muestra su enfado ante tanta estafa, robo, corrupción. Miedo a ciudadanía que atraviesa líneas rojas, como el respeto debido a la propiedad privada y/o a los teatros de representación del autoritarismo democrático vigente. Miedo, en suma, a la pérdida de sus derechos ilegítimos basados en el robo.
Ese miedo del Estado se traduce en un tipo de seguridad. Por eso la seguridad del Estado nos infunde miedo a la ciudadanía, porque los intereses del Estado capitalista van en contra de los intereses de la gente.
Tenemos miedo al desahucio de la casa o del empleo; a la precariedad laboral y vital; a la actuación de la policía o de la guardia civil en defensa del poderoso; al nuevo atraco «legalizado» por la Comisión Europea de las instituciones financieras que crean y aprovechan la actual crisis capitalista.
Ningún miedo verdadero lo va a solucionar el actual sistema político y económico. Más bien son sus causantes. Sin embargo, los poderes beneficiados por dicho sistema intentarán que asumamos sus miedos como los reales para, de ese modo, seguir ejerciendo la violencia contra la gente dispuesta a no tragar con la continuidad de tanto robo, atraco y pobreza inducida por la injusta riqueza.

Octubre 2016.
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Desigualdad

Cuando el pueblo puede comer gambas, el señorito elige potaje. Los objetivos sociales se marcan y consisten en consumir cosas únicas, hechas para ti (y para nadie más). Además «no tenemos sueños baratos», dice una campaña de publicidad; sólo pueden lograr los sueños los ricos. Es imposible por tanto la igualdad, incluso no es buena. Tanto que una marca de ropa se llama Desigual o idolatramos juegos que se basan en concentrar la riqueza y crear millonarios: loterías, cupones de la ONCE, etc. Todos ponemos un poquito para que muy poca gente se lleve mucho. Lo vemos genial.
El capitalismo se basa en la desigualdad, en la discriminación, en la injusticia, en la interiorización de que la existencia de millonarios es bueno. El prestigio social se basa en conseguir más que el resto. Incluso educamos en ser mejor que el resto, no mejor cada día uno mismo (ser competitivo frente a ser competente). Esos valores son necesarios para la legitimación del sistema social que genera hambre y miseria, material y moral. Por eso cuando se habla de igualdad nadie lo cree, incluso hay una idea que la contradice, que dice que para avanzar hay que tener «sueños caros», «meter en los cupones» para convertirte, de la noche a la mañana, en multimillonario, en tener mucho más que el resto. Al carajo la igualdad. Los sueños en capitalismo sólo se consiguen con dinero. Si no te toca la lotería, deberás vender tu cuerpo, alma, tu conciencia y todo lo que sea conveniente.
Atrás queda esa frase de un supuesto cantante de izquierdas con sueños muy caros que decía: «Era tan pobre que no tenía más que dinero.» En esta sociedad, las mayorías quieren ser pobres gentes que sólo tienen dinero. Esa es una de las causas esenciales de la actual sociedad desigual e injusta en la que vivimos. Y en su dificultad para cambiarla.