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Muera la inteligencia

Desde hace mucho tiempo llamar intelectual a alguien es casi insultarlo; como mínimo una forma de arrinconarlo, sitiarlo. La inteligencia está desprestigiada. Más bien la actividad de pensar, razonar, hacer uso del intelecto. Se prefieren las personas útiles, prácticas, aquéllas que ejecutan sin preguntar por qué y para qué. El sistema educativo lo está consiguiendo: generar personas-herramientas que saben cómo hacer lo que se les manda, sin preguntar por qué o para qué.
En la política institucional ocurre casi lo mismo. La inteligencia ha perdido frente a los gestores, a los ejecutores, a los «bienmandaos». El poder real quiere a políticos que no piensen demasiado y ejecuten «lo correcto» en cada momento, sin dudar, con «dotes de toma de decisión». Tienen más éxito los coaching que los filósofos.
Susana Díaz, Verónica Pérez, Mario Jiménez, ese PSOE andaluz tan protagonista de la política institucional española, es fiel reflejo de la derrota de la inteligencia y el raciocinio. En los pueblos tenemos infinitos ejemplos de esta realidad.
Al final Millán Astray se salió con la suya.

Octubre 2016.

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