En Economía convencional, la que he tenido que tragar para tener un título (e impartir unos años a cambio de un sueldo), el equilibrio indica la permanencia, lo estático, el conservadurismo. Las cosas son como son. Lo ideal para el poder y el mantenimiento de los privilegios.
Una visión más rica la he encontrado en una letra de Carnaval. Sí, un copla de un fiesta popular supera con mucho la teoría económica impartida en las Universidades andaluzas, y no andaluzas, hoy día.
Es una letra Miguel Ángel García Argüez. Palabras mayores. Versos que se encuentran en el popurrí de la comparsa Los Equilibristas. En ella habla de los «equilibrios de la vida», «los equilibrios del poder» y «los equilibrios del amor».
Vida (lo cotidiano, lo material), política (el arriba, el poder) y sentimientos (lo interno, lo profundo). Una bendita trinidad que nos ilumina a los creyentes de la necesidad de transformación-revolución en el más acá.
Equilibrios surgidos de desequilibrios en los que avancemos hacia mejoras humanas, igualitarias (empujes dialécticos hacia mejoras colectivas). Equilibrios inversos a los aprendidos de la Economía paralizante y legitimadora de la Academia.
Equilibrios que nos permitan avanzar en el alambre de la lucha cotidiana por ser mejores personas (mejores amantes), transformar nuestras vidas cotidianas (mejores vecinos-ciudadanos-trabajadores) y hacer que el poder nos respete tanto como si viviéramos en una verdadera democracia.
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