La «doctrina Friedman» sostiene que la única responsabilidad de una empresa es con sus accionistas. Y como tal, el objetivo de la empresa es maximizar sus beneficios para los accionistas. Las corporaciones están ahí para maximizar las ganancias y ese debería ser su único objetivo. Para Michael Roberts, Friedman tiene razón: «el objetivo de las empresas o corporaciones capitalistas es maximizar las ganancias para sus propietarios, ya sean de propiedad directa o mediante acciones.»
La mayoría de los críticos keynesianos/heterodoxos caen en una trampa, según Roberts. Algunos pensamos que no es que caigan en una trampa, sino que esas críticas les permiten ser críticos integrados, lo cual aumentan sus mercados laborales. La línea principal de esta crítica es que la doctrina de Friedman fracasa porque no hay mercados competitivos libres en el capitalismo moderno. Las corporaciones se han vuelto tan grandes que se han convertido en «creadores de precios», no en «tomadores de precios». La implicación de esta crítica de la doctrina de Friedman es que si las corporaciones se limitaran a “las reglas”, entonces el capitalismo funcionaría para todos. Dice Roberts, según estos economistas «no hay nada de malo en que las empresas privadas produzcan con fines de lucro y exploten a sus trabajadores. El problema es que se han vuelto demasiado grandes para aceptar esas limitaciones. Necesitamos regularlas para que, al obtener sus ganancias, todos compitan de manera justa entre sí (….). Esta crítica asume que el capitalismo competitivo es algo ‘bueno’ y funciona.»
Esta es la posición de las «izquierdas institucionales» en las economías capitalistas. Y así, mientras que los economistas «serios» ofrecen competencia y libre comercio contra los males del monopolio, no reconocen el mayor monopolio de todos: la propiedad privada de unos pocos y la falta de ella del resto. Esta es la trampa en la que caen algunos economistas de izquierda cuando hablan de los males del «capitalismo monopolista de Estado». No son los monopolios como tales, o su «captura» del Estado, lo que es el corazón del argumento contra la doctrina de Friedman. Es el capitalismo como tal: la propiedad privada de los medios de producción con fines de lucro.
Ese es el corazón de la máquina que nos precariza, aniquila naturaleza y pone la vida a su servicio. Las políticas estatales transformadoras deben tenerlo presente e impulsar economías sociales transformadoras que buscan alternativas a la propiedad privada, el trabajo dependiente y el valor de cambio. Lo demás se aproxima bastante a hacer verde lo que es negro, asumible lo inasumible, social lo antisocial.
Fuente: «La doctrina Friedman en el siglo XXI». Michael Roberts. En Sin Permiso.