Artículo de Estitxu Eizagirre publicado en Argia.
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Óscar García Jurado, economista. Doctor en Economía y activista en la economía social transformadora de Andalucía. Buen comunicador, habla abiertamente del fraude que pretende cometer el poder capitalista a través del Coronavirus, y del camino que debe recorrer la economía social transformadora para impulsar la vida soberana frente a la economía capitalista. La red Olatukoop organizó una mesa redonda on-line en vísperas del Día del Trabajador, titulada Burujabetzak postcovid19. Traducido y resumido hemos traído a estas páginas la síntesis de su intervención. Las siguientes líneas son, por tanto, pronunciadas por García Jurado.
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El poder intenta imponer «el relajo de la gestión» y dice: «Estábamos bien, vino el virus, y nos pusimos mal. Cuando acabemos con el virus, volveremos a estar bien. El Coronavirus ha alterado las tendencias hacia la recuperación económica y por ello el virus se ha convertido en la causa principal de la crisis actual». Y muestran planes de choque a favor de las grandes empresas, diciendo que son estratégicos para dar la vuelta a esta situación. Así, inyectan dinero para que los bancos presten a las empresas, desde los autónomos hasta las multinacionales. Eso no es más que una nueva estafa.
«Esto es una estrategia de gestión. La idea de la gestión es regular lo que pasa para volver a la normalidad». De ahí viene la idea de la «nueva normalidad». Pero tenemos que hacer todo lo posible para poner un relato crítico sobre la mesa, para poner el relato de la transformación. Voy a partir de las dos enormes preguntas que planteó Santiago López Petit en un artículo: «¿cuántos muertos se necesitan para convocar el estado de alarma? ¿No son suficientes, según la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas), los 5 millones de niños que murieron de hambre el año pasado? «. Esa es su normalidad.
Si la crisis de la economía capitalista estaba antes de la pandemia, quizá la pandemia quiera dar aire a ese capitalismo agonizante que nos conduce al abismo social y al colapso ecológico. La pandemia en determinados momentos puede ser una coartada perfecta, reconozcamos una vez más que los recursos colectivos se destinan a intereses empresariales. Así, la economía capitalista de las grandes empresas, responsable de esta situación, se convierte en víctima. Podemos estar ante otra estafa.
No nos equivoquemos: el neoliberalismo actual nunca ha traído menos Estado, el neoliberalismo siempre ha sido reconducir el Estado en beneficio del capital. En estos momentos parece que el Estado se va a utilizar plenamente para sostener la economía capitalista, a expensas de la insostenibilidad social y ecológica que ello conlleva. Si no planteamos alternativas utilizarán el Estado para reforzar ese neoliberalismo y seguir mercantilizando nuestros bienes comunes y públicos. Tendrán un poco más de cuidado con la sanidad, pero seguirán con las estrategias de privatización y mercantilización. Continuarán con la estrategia de expansión de la especulación financiera, continuarán con el extractivismo y el militarismo. Joseba Gabilondo recoge todo esto en un párrafo muy duro: «El coronavirus es una consecuencia lógica, clara y directa, de un orden económico y social, que tiene nombre de capitalismo neoliberal y heteropatriarcal. El coronavirus aparece como el último capítulo de una serie que hemos visto venir desde hace tiempo: es el apocalipsis ecológico de un mundo globalizado».
Hay que decirlo claramente: el coronavirus es un ensayo del desastre ecológico que nos viene de forma imparable. O no. Como dice Carmen Castro García, tenemos una gran oportunidad para dar sentido al discurso «las personas primero» y poner el cuidado y la sostenibilidad de la vida en el corazón de la agenda política y económica. ¿Seremos capaces de aprovechar la oportunidad?
Claves para aprovechar la oportunidad
Yo creo que para aprovechar la oportunidad hay que huir de la idea de gestión y tener como objetivo la transformación. En palabras de Amador Fernández-Savater, tenemos que “hacer aparecer nuevos juegos de preguntas y respuestas, nuevas maneras de pensar y actuar, nuevas lógicas para pensar-hacer sobre los problemas desde otro marco. (…) Transformar significa habitar la excepción. Habitar la situación, no dejarse simplemente gestionar. (…) Habitar, estar presentes, no ser sólo espectadores o consumidores o víctimas de las decisiones de otros, sino sentir, pensar y crear a partir de lo que pasa, darle valor, compartirlo, hacer con ello mundo y vida.”
Ahí, en las grietas de la economía capitalista, hay elementos para una realidad, un mundo y una vida diferentes. Entre ellas se encuentran las economías sociales con vocación transformadora y subversiva. Ojalá seamos capaces de difundir el movimiento. La economía capitalista se rige por el objetivo de hacer dinero, por el objetivo de ganancias. Necesitamos otra economía que, guiada por otros sentidos y lógicas, sirva para mejorar la vida. Esta lógica de la economía capitalista, la acumulación primitiva, la división del trabajo por sexos (patriarcado), o la división del trabajo por territorios (antítesis de la soberanía económica de los territorios), debe confrontarse con la lógica de la redistribución, los feminismos y las soberanías económicas territoriales.
Es necesario un cambio de lógica, de la acumulación al reparto. ¿Cómo vamos a hacer eso? Porque, evidentemente, la economía capitalista no va a morir de virus, ni de neoliberalismo. Para cambiar la lógica, debemos impulsar prácticas sociales transformadoras que ya están en marcha. Y tendremos que ir creando estructuras que hagan posible ir sustituyendo a la economía capitalista.
Pero, ¿qué es la economía capitalista?
La economía capitalista es capaz de manejar y gestionar personas, naturaleza y dinero. Con el Coronavirus hemos visto muy claro que las personas para la economía capitalista son meros recursos humanos. Cuando han muerto las personas que amamos no hemos podido saludarlas porque teníamos que cuidar la distancia y teníamos que ir a trabajar al día siguiente y meternos en el metro. Es decir, había una prohibición para los ámbitos culturales básicos para la vida, y al día siguiente, cuando nos convertíamos en recursos humanos, todas las puertas estaban abiertas. Cualquier cosa vale si es para poner la tarjeta de recursos humanos. Como consecuencia de la mercantilización de las personas, la economía capitalista post-COVID nos dirá que millones de personas somos susceptibles de ser excluidas. Pero yo creo que cada una de esas personas es una oportunidad para la economía social transformadora, y la economía social transformadora es una oportunidad para cada una de esas personas. Para ello, debemos dejar de considerar a las personas como recursos humanos y tender hacia la desalarización.
Asimismo, la economía capitalista entiende la naturaleza como una mera mercancía: son «recursos naturales». Pero cada día tenemos más claro que la causa del virus, y la causa de las próximas pandemias que vendrán, es la forma en que se relaciona la economía capitalista con la naturaleza. Por eso debemos establecer otra relación con la naturaleza, desmercantilizándola. Ni las personas ni la naturaleza somos mercancía. La vida no es una mercancía.
Viendo el uso que hacen del dinero, al margen de todo control social, debemos tender hacia la desmonetarización o hacia el control social del dinero. Tenemos que hablar de soberanía monetaria, porque los miles de millones de euros que están empapando el sistema van a ser armas arrojadizas en manos de los fondos de inversión para hacerlos dueños de bienes comunes. Por lo tanto, tenemos que hacer otro uso del dinero.
Esa reconversión para avanzar en otra economía requiere de una fuerte redistribución del trabajo y de la riqueza. Por un lado, necesitamos políticas que predistribuyan la riqueza, es decir, que promuevan una economía social solidaria y una economía social transformadora; y por otro, necesitamos políticas de redistribución, estableciendo una reforma fiscal fuerte. Necesitamos una renta básica que sirva para redistribuir la riqueza: que sea capaz de quitar a quien tiene de sobra. No podremos llegar a una renta mínima de verdad sin quitársela a quien tiene de sobra. Porque si ahora va a haber menos riqueza, y se van a poner rentas mínimas, quiere decir que va a haber un traslado de ese dinero o de esa deuda, y que al final pagaremos los de siempre si no aplicamos políticas fuertes para la redistribución. Hay que implementar reformas fiscales: se hacen demasiadas tonterías con demasiado dinero.
Por lo tanto, tenemos que cambiar la forma que tiene la economía capitalista de utilizar a las personas, la naturaleza y el dinero, el modo de gestionarlo, de apropiarlo. Y también tenemos que cambiar conceptos: el concepto de trabajo, el de valor, y el de propiedad.
¿Qué son el trabajo, el valor, la propiedad?
En esta crisis se ha visto que tomar como trabajo sólo al asalariado, es decir, que el trabajo sólo sea lo que funciona para acumular capital, es lo que es: una gran mentira. La crisis ha demostrado que las labores de cuidado, el trabajo voluntario, otros muchos trabajos sin sueldo, han sacado la vida adelante mientras duraba esta crisis. El trabajo de las mujeres siempre ha aguantado la vida y las crisis, así que tenemos que cambiar lo que entendemos por trabajo. El trabajo asalariado es sólo una parte, un tipo, el trabajo es mucho más. Creo que es un error seguir insistiendo en limitar el concepto de trabajo productivo al trabajo asalariado. Eso no ayuda ni a las mujeres, ni a los hombres, ni a la clase trabajadora. Tenemos que pasar a entender el trabajo de otra manera.
Uno de los principales objetivos de la economía social transformadora es lograr la soberanía del trabajo. Aquí he cogido la definición de un grupo de trabajo organizado por Koopfabrika en colaboración con diversos agentes de la economía social, para formar a cada grupo en el emprendizaje social desarrollando su propio proyecto. El grupo está compuesto por Amaia Alvear, Mirene Begiristain, Eneko Etxezarreta y Jon Morandeira. Ellos dicen que la soberanía del trabajo, ese norte que debemos seguir, es garantizar el derecho de todas las personas a un trabajo digno, colaborativo y basado en valores transformadores. A realizar por los colectivos propietarios de recursos productivos a través de relaciones productivas no capitalistas. Estas relaciones productivas deben basarse en procesos democráticos de toma de decisiones, un sistema de distribución equitativo y compatible con la sostenibilidad de la vida presente y futura y del entorno. Es posible avanzar hacia este tipo de trabajo, pero claro, para dirigirlo tendremos que hacer una dura crítica al trabajo asalariado dependiente que se nos ha impuesto como único tipo de trabajo asalariado productivo.
También tenemos que cambiar el concepto de valor. La economía capitalista produce aquello que tiene un valor de cambio. La crisis ha demostrado lo brutal que es. Las vacunas tienen un valor de intercambio menor que los fármacos para la erección masculina. Es necesario, por tanto, poner en el centro el valor del uso, que esa persona que necesita la vacuna la tenga, disponga o no de dinero para comprarla. La economía capitalista confunde valor y precio y lo hace con una avaricia muy interesada. Esta economía avariciosa sigue el valor de cambio, así recibe más dinero quien es más funcional para acumular capital y no quien es más útil para mejorar la vida de la gente. En tiempos de crisis se visualiza lo injusto que es este mecanismo. La economía capitalista premia lo que no se merece. Vemos que los trabajos imprescindibles, que realmente tienen un valor enorme para la vida, apenas tienen valor para el intercambio capitalista: cuidado, limpieza, agricultura, transporte, comercio básico, salud… todos ellos son actividades infravaloradas y mayoritariamente realizadas por mujeres. Tenemos que cambiar eso. Que el virus, hoy sinónimo de muerte, sirva para impulsar la economía para la vida.
También tenemos que cambiar la idea de la propiedad. Hoy en día creo que la mayoría de la gente tiene claro que la propiedad privada no es eficaz en temas como la salud. Pero es que también lo es en la mayoría de las demás actividades económicas. La propiedad privada de los recursos productivos y vitales sólo favorece la acumulación de capital, no a la satisfacción de las necesidades de la gente.
«Debemos romper su futuro»
Debemos romper su «nueva normalidad». Debemos ser capaces de promover otra política económica transformadora. Desde lo local, desde la economía social transformadora, construyendo soberanías. Básicamente, es necesario cambiar el objetivo: el objetivo de la acumulación de capital debe sustituir al objetivo de mantener la vida y enriquecerla. Eso exige acabar con la economía capitalista, con o sin virus. La economía social transformadora debe afrontar el poder capitalista desde la práctica. Debe darle una respuesta creativa redistribuyendo las cosas.
Creo que el objetivo es la vida independiente. Es decir, una vida que admite interdependencia, egoísmo, fragilidad. Pero no el sacrificio del trabajo asalariado dependiente. Debe ser una vida que no cambie el tiempo de vida por dinero, que no sea un medio o una herramienta para fines ajenos. En esta nueva forma de vida, la vida no se someterá a la acumulación capitalista, el valor de uso no se subordinará al valor de cambio, los trabajos de cuidados no quedarán sometidos a trabajos asalariados dependientes… Estas otras formas de vida implicarían que la economía social transformadora fuera la alternativa al fascismo posmoderno y al racismo de mercado.
Es verdad que estamos bajo de ánimo, es verdad que la situación no es muy favorable, pero nunca podemos perder la esperanza. Nunca podemos olvidar que lo único imposible es lo que no se combate, lo que no se lucha.
Yo no sé si ha llegado la hora de la economía social subversiva, pero la cuestión no es si ha llegado la hora, sino si queremos ir a por ella. El neoliberalismo, la acumulación de poder, las distancias y la disciplina social, nos han traído hasta aquí: a la crisis sistémica liberada por un virus. Ante esto podemos avanzar en “el reparto”, del poder, del capital, de los trabajos; podríamos avanzar en responsabilidades colectivas e individuales, en obligaciones no disciplinadas, en “el cumplir”; podemos avanzar en una cooperación que disminuya las distancias, hacia “la unión”. Esa redistribución que podemos cultivar para avanzar, ese cumplir, unión y reparto nos lo enseñaron esos que tan mal hablan según el poder, esos que tan mal pronuncian, las clases jornaleras andaluzas. Yo pronuncio tan mal como esos millones de habitantes de pueblos colonizados, que tuvieron que acabar expresándose en la lengua y asumiendo la economía impuestas por el colonizador. Esos valores que nos enseñaron esa gente que tan mal pronuncian es básica para la transformación.
Una respuesta a ««Tenemos que romper con su ‘nueva normalidad'»»
[…] ¡No queremos neonormalidad, tenemos que romper su nueva normalidad! […]