El trabajo en casa es muy antiguo. La economía capitalista comenzó así.
En Morón, y en muchas otras localidades rurales, las empresas textiles subcontrataban en la década de 1970-80 tareas a mujeres para que las realizaran en sus casas (al trabajo de cuidados se sumaban infinitas horas en las máquinas de coser). «Cosetrabajo», demasiado parecido al teletrabajo. Desgraciadamente.
Después teledirigieron las fábricas a otros países. Deslocalizando. Le llamaron.
La herramientas digitales controlan a la mano de obra como nunca lo hubiera soñado Taylor. Taylor, ese ingeniero que confundía las máquinas con personas, o viceversa, y que tuvo y tiene tantos seguidores. Nunca se le diagnosticó enfermedad mental alguna. Sin embargo.
Con un móvil la empresa puede conocer las calorías que ha perdido en su casa un «recurso humano» (o las que puede perder), el tiempo dedicado a cada tarea, el grado de esfuerzo al final de cada jornada. El número de cagadas. De todo tipo.
Desde casa quedan muy lejos los otros recursos humanos en situaciones similares. Lo que hasta ahora ha venido en llamarse «compañeros de trabajo». Aislados de ideas compartidas, sufrimientos similares, reivindicaciones colectivas. Lejanías, aislamientos y distancias sociales tan beneficiosas para los beneficios de los beneficiados de siempre. Habrá que crear lo telesindicatos. Difícil.
El teletrabajo deslocaliza centros de actividad económica para el mercado hacia lugares de cuidados, de reproducción. Externalización de costes, apropiación de beneficios. Deslocalizando hacia dentro.
El Teletrabajo como otra estrategia de descentralización productiva, esta vez hacia atrás-dentro. Todo para nublar la explotación.