El clientelismo es estructural en Andalucía. Antes, durante y después del PSOE.
En esta tierra, el latifundio y el mal reparto son señas de identidad. Señoritos, caciques, empresarios amigos de «la diputación», emprendedores de la subvención, innovadores sociales del decimoquinto sector, trabajadores convertidos en autónomos dependientes del antiguo empresario… Todos abundan en un campo de juego donde las cartas están marcadas. Normalmente se sabe quien va a ganar. Y a perder.
Ante eso, una gente pone la mano y otra pelea. Una gente busca que sus hijos sean amigos del dueño de la fábrica, del concejal. Otra desea cambio, sufre con la desigualdad, busca salidas. No son pocas las que encuentran la emigración (económica-forzosa).
Tras los ERE continúa la dictadura económica, el mal reparto, el latifundio; consejerías, ayuntamientos o diputaciones pendientes de los dineros de Madrid, de los empleos que generará el capital de fuera o que el empresario local esté contento y contente al de la consejería, diputación o empresario de Madrid.
Y, como consecuencia de todo lo anterior, el clientelismo, el caciquismo y la corrupción continúan aquí, en diferentes grados, formas e intensidades.
Se fueron Chaves y Griñán. El campo sigue abonado para nuevas malas cosechas, ya sean de Morenos o Díaz, de peperos o socialistas, o de cosas incluso peor. Y de gentes que sin ser «políticas» mandan sobre nuestras vidas, nuestro futuro, nuestra tierra.
Corruptamente.