La democracia realmente existente es un juego con las cartas marcadas.
La Constitución es un cuento en el que el poder impone la moraleja: la Unidad de España. Lo demás, el derecho al trabajo, a la vivienda, nos son más que trolas que había que poner para darle el barniz que tapara el franquismo al que daba continuidad en lo esencial. (Ver lo que dijo Margallo pues algunas veces, pocas, los que mandan por los que realmente mandan son sinceros: https://www.elplural.com/…/margallo-dice-que-la-constitucio…)
Por su parte, el actual Jefe del Estado, elegido del mismo modo que el anterior y que el anterior, no está en un debate o cuestión de relevancia para el Estado. Y lo peor, o mejor, es que se le echa muy poco de menos.
En Andalucía se oye, ve, asume, lo que se emite desde Madrid. Actuamos mayoritariamente como castellanos alejados del centro y, por tanto, con menos posibilidades de captar los privilegios que succionan las oligarquías castellanas de otros lugares.
Hay excepciones a esto último. Entre ellas, la elite del PSOE-A que come de ser representante de los intereses del capital dominante en la península en Sevilla, y los comerciales de estos intereses con sede en un «centro regional» de la avenida de La Palmera o alrededores.
El futuro lo marcan los que hacen la política, desde las instituciones, desde las calles, desde sus trabajos, desde sus economías.
A la gente de Andalucía le hacen su política, le marcan el futuro.
La democracia realmente existente no tiene nada que ver con el poder del pueblo, sobre todo si este último no se considera como tal, no cree ni piensa en la soberanía popular, social y económica.
Demasiada gente actúa como súbdito, con ganas de serlo, con ganas de que la democracia realmente existente no tenga nada que ver con una democracia.
Mes: septiembre 2017
Impuesto y demagogia
El gobierno de «izquierdas» de Andalucía pacta con los «modernos» de Ciudadanos un nuevo presupuesto para la Junta de Andalucía. Principal medida: la «muerte» del impuesto de sucesiones.
Es decir, 83 millones de euros menos procedentes de las familias más ricas que no se van a poder utilizar para, entre otras cosas, arreglar ascensores.
Sí, soy un demagogo. Los que hablan de impuestos como «cargas» no. Los que dicen que suprimir impuestos es de izquierdas no. Los que niegan los recortes a consecuencia de la eliminación de ingresos del Estado no.
Sin ingresos, sin impuestos, no hay servicios públicos.
Evidente, ¿verdad? Pues nos dirán que es demagogia.
Veo
Veo a gentes en las calles; delante de los que ejercen la violencia del Estado; frente a los que nunca han condenado la violencia y han sacado de instituciones a los que supuestamente no la condenaban.
Veo enfado en muchas caras; protestas ante la manipulación informativa de toda la vida.
Veo miedo-impotencia-mala leche en las personas que ven que puede cambiar la situación que les ha convertido en minorías privilegiadas. Los «Ciudadanos» de derechas a los que «España» siempre les ha favorecido.
Veo ignorancia y gentes «apolíticas» a los que esta semana les interesa mucho la política. Muchas han trasladado el modo futbolero de debatir entre blanco o negro, Madrid o Barcelona, Betis o Sevilla, buenos o malos, al catalanes o «nosotros» (por cierto, viva el Betis aunque gane).
Pero, sobre todo, veo esperanza en mucha gente. Esperanza en cambiar cosas; esperanza en enfrentarse a contradicciones; esperanza en superar el miedo; esperanza en mejorar y hacer un mundo, su mundo, más justo y democrático.
Me inspira y me hace mirarme al espejo como andaluz que mira las esperanzas de otros sin apenas un destello de luz de las propias.
Triste un pueblo que no tiene esperanzas.
Macabro un pueblo que frena las esperanzas de otros.
Derecha desunida
Es una idea repetida por mucha gente: la izquierda se divide, la derecha no.
Creo que el tema catalán desmiente esta aseveración. Lo que está ocurriendo es precisamente la división del bloque de poder que ha gobernado tras la muerte de Franco. Unas veces con la supuesta «izquierda felipista», otras con el «centro aznarista», lo cierto es que la derecha catalana, unida al poder económico de Madrid (y siempre con la participación necesaria de la oligarquía vasca), ha participado de la continuidad económica de este Estado del sur de Europa. Pujol quería lo suyo y se lo daban. Buen trato para el ladrón y para el policía; uno ganaba dinero y el otro ganaba la lealtad del primero.
Sin embargo el trato se rompió. La derecha se dividió. Resultó que Pujol era un ladrón y ni Felipe ni Aznar lo sabían. Nadie lo sabía mientras aseguraba la gobernabilidad. Teníamos ante nuestros ojos a corruptos y no lo veíamos. Tenemos ante nuestros ojos la división de la derecha y no lo vemos.
Ante esta división, la izquierda debería obtener ventaja, mejorar la débil posición asumida tras la aprobación de la Constitución y el 23F. Ya sean las izquierdas catalanas, ya sea Podemos-IU, ya sean las izquierdas vascas, andaluzas, gallegas o castellanas, siempre la correlación de fuerzas es mejor cuando los poderes dominantes territoriales se rompen. Se lucha mejor ante un poder territorial más pequeño y débil. Es más fácil para la transformación obtener una alcaldía que un presidencia del Gobierno.
Se es más fuerte cuando el adversario se divide. Analicémoslo, discutámoslo y, sobre todo, aprovechémoslo. Democráticamente, confederalmente, respetuosamente y con la fraternidad que hoy más que nunca requiere la acción política transformadora.
Fin de la violencia
La guardia civil entrando en una imprenta es un acto de protección de la libertad.
Democracia es lo legal, como diría Franco.
Democrático es que el jefe del estado sea un rey; de un estado de derecho que vela por la igualdad.
Democracia es lo que me digan que es los hijos políticos de un dictador.
Democracia es votar cuando el poder lo diga; democracia es no votar cuando el poder lo diga.
Democracia es asumir la estructura de poder económico de hace siglos.
Democracia es resignarte a recibir hostias si no te crees lo anterior e intentas cambiarlo.
Su violencia también es democrática; de una democracia violenta.
Ya es hora de que llegue el fin de la violencia, de la violencia secular de un poder que nos impone una concepción inaceptable de democracia, libertad, igualdad y, como no, de la propia violencia.
Gracias
«Andalucía como la que más. No somos menos que nadie.» Eso dicen muchos representantes políticos andaluces estos días.
Yo, sin embargo, me siento como el que va detrás, muy detrás, en una fila que va desbrozando una selva. Y además, y para colmo, soy de un grupo que casi siempre se ha puesto de parte del dueño de la selva (España, Madrid, la oligarquía de toda la vida). Eso sí, cuando los primeros, los que se llevan las hostias, comienzan a recibir frutos de su trabajo, nosotros «como la que más».
Quiero luchar por la libertad de un pueblo, de unas personas. Delante de la fila. Sin la cobardía de mis representantes políticos y con la honestidad con que muchos vascos y catalanes de clase obrera lo llevan haciendo décadas.
Agradezco lo que están haciendo. Frutos en forma de más democratización de este Estado cárcel (como todos) que, como siempre, se arrogarán los poderosos con sede en Madrid y sus lacayos con sede en Andalucía; los mismos que dan las hostias y nunca han creído en verdaderas autonomías, democracias con derechos a decidir cosas contrarias al poder; en definitiva, los que niegan las libertades subordinándolas a leyes injustas e ilegítimas, a Constituciones ninguneadas para unas cosas y Ley de Leyes para otras.
Lo que hoy ocurre en Cataluña nos acabará beneficiando a los que llevamos mucho tiempo detrás de la fila; cadenas rotas que generarán libertades no luchadas; mejoras de las que se apropiarán otros (con despachos en Madrid o Sevilla), pero que tendrán su origen en las montañas vascas que tanta dignidad han parido y en tantos y tantos casals y ateneos catalanes.
Pasaron
Pasaron-pisaron la carretera recién asfaltada. Los ciclistas. Y lo coches que venden aceitunas, y chorizos. Y muchos periodistas.
Pasaron-sobrevolaron la carretera asfaltada helicópteros. Mostraron lo bonito del paisaje quemado tras meses de sequía, la gente en las calles, las fábricas donantes de dinero que no todo lo tapa, los políticos y sus cintas.
Pasaron-vigilaron por la carretera asfaltada decenas de guardias civiles. De tráfico, antidisturbios que generan disturbios, incluso «secretas».
Pasaron por el lugar donde murió un trabajador; en plena ola de calor; para que esa carretera estuviera asfaltada.
Nadie. Nadie se acordó de la persona muerta para que esa carretera estuviera asfaltada para ser pisada, sobrevolada, vigilada.
Pasaron, simplemente pasaron.
Fiestas y desigualdad
Las fiestas de los pueblos dicen mucho de su cultura y, lógicamente, de su economía. No en vano, y por mucho que digan lo contrario, la economía es parte de la cultura de un pueblo.
Pues bien, a lo que voy. La feria de mi pueblo dice mucho de la economía de mi pueblo. La economía extredamente desigual en el que una minoría se apropia de gran cantidad de la riqueza colectiva se aprecia en su feria.
Una feria cada vez disfrutada por menos gente; unas fiestas en las que centenares de familias no pueden llevar a sus hijos a los cacharritos; una fiesta para una minoría cada vez más reducida.
Unas fiestas que cuestan mucho dinero, dinero del que sólo disfruta los que tienen dinero.
Antes los pobres tenían sus casetas, comían sardinas y bebían vino de la tierra; siempre, eso sí, apartados de los señoritos. Hoy es peor. No hay sitio para los pobres en muchas ferias de Andalucía.
Recuerdo un día de finales de los ochenta en los que un gran número de personas cantábamos en la puerta de la caseta de los señoritos (caza y pesca, para los de fuera de Morón) aquello de «todos queremos más, todos queremos más…».
Hoy veo como la feria de mi pueblo muere de desigualdad, de injusticia.