Cuando el pueblo puede comer gambas, el señorito elige potaje. Los objetivos sociales se marcan y consisten en consumir cosas únicas, hechas para ti (y para nadie más). Además «no tenemos sueños baratos», dice una campaña de publicidad; sólo pueden lograr los sueños los ricos. Es imposible por tanto la igualdad, incluso no es buena. Tanto que una marca de ropa se llama Desigual o idolatramos juegos que se basan en concentrar la riqueza y crear millonarios: loterías, cupones de la ONCE, etc. Todos ponemos un poquito para que muy poca gente se lleve mucho. Lo vemos genial.
El capitalismo se basa en la desigualdad, en la discriminación, en la injusticia, en la interiorización de que la existencia de millonarios es bueno. El prestigio social se basa en conseguir más que el resto. Incluso educamos en ser mejor que el resto, no mejor cada día uno mismo (ser competitivo frente a ser competente). Esos valores son necesarios para la legitimación del sistema social que genera hambre y miseria, material y moral. Por eso cuando se habla de igualdad nadie lo cree, incluso hay una idea que la contradice, que dice que para avanzar hay que tener «sueños caros», «meter en los cupones» para convertirte, de la noche a la mañana, en multimillonario, en tener mucho más que el resto. Al carajo la igualdad. Los sueños en capitalismo sólo se consiguen con dinero. Si no te toca la lotería, deberás vender tu cuerpo, alma, tu conciencia y todo lo que sea conveniente.
Atrás queda esa frase de un supuesto cantante de izquierdas con sueños muy caros que decía: «Era tan pobre que no tenía más que dinero.» En esta sociedad, las mayorías quieren ser pobres gentes que sólo tienen dinero. Esa es una de las causas esenciales de la actual sociedad desigual e injusta en la que vivimos. Y en su dificultad para cambiarla.
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