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Desigualdad

Cuando el pueblo puede comer gambas, el señorito elige potaje. Los objetivos sociales se marcan y consisten en consumir cosas únicas, hechas para ti (y para nadie más). Además «no tenemos sueños baratos», dice una campaña de publicidad; sólo pueden lograr los sueños los ricos. Es imposible por tanto la igualdad, incluso no es buena. Tanto que una marca de ropa se llama Desigual o idolatramos juegos que se basan en concentrar la riqueza y crear millonarios: loterías, cupones de la ONCE, etc. Todos ponemos un poquito para que muy poca gente se lleve mucho. Lo vemos genial.
El capitalismo se basa en la desigualdad, en la discriminación, en la injusticia, en la interiorización de que la existencia de millonarios es bueno. El prestigio social se basa en conseguir más que el resto. Incluso educamos en ser mejor que el resto, no mejor cada día uno mismo (ser competitivo frente a ser competente). Esos valores son necesarios para la legitimación del sistema social que genera hambre y miseria, material y moral. Por eso cuando se habla de igualdad nadie lo cree, incluso hay una idea que la contradice, que dice que para avanzar hay que tener «sueños caros», «meter en los cupones» para convertirte, de la noche a la mañana, en multimillonario, en tener mucho más que el resto. Al carajo la igualdad. Los sueños en capitalismo sólo se consiguen con dinero. Si no te toca la lotería, deberás vender tu cuerpo, alma, tu conciencia y todo lo que sea conveniente.
Atrás queda esa frase de un supuesto cantante de izquierdas con sueños muy caros que decía: «Era tan pobre que no tenía más que dinero.» En esta sociedad, las mayorías quieren ser pobres gentes que sólo tienen dinero. Esa es una de las causas esenciales de la actual sociedad desigual e injusta en la que vivimos. Y en su dificultad para cambiarla.

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Antes imbécil que simplista

Al margen de estar o no de acuerdo, Enmanuel Rodríguez hace pensar:
Por ejemplo, cuando dice que «hoy andamos redescubriendo lo mismo que muchos críticos y defensores del parlamentarismo apuntaron en las primeras décadas del siglo XX: que el teatro de la representación no es el que hace corresponder actores y partidos con intereses y condiciones sociales previas, sino el que integra todas las posiciones políticas en un juego mercantil de intercambios y equivalencias». En efecto, «la democracia representativa es menos representativa que integradora. Sin embargo, la esencia de la política es el conflicto. Por eso la representación despolitiza, mientras que la democracia es política en estado puro». Y termina diciendo: «Sea como sea, la ficción parlamentaria no podrá esconder indefinidamente que la partida sigue abierta.»
A mí me gustaría que lo parlamentario, lo institucional, fuera una herramienta de lo de fuera. Quizás por pensar esto me acerque más a ser un imbécil que otra cosa. Sin embargo creo que es posible e, incluso, necesario. Eso sí, con la «cultura política» actual reconozco que es difícil. Un política vertical, mesiánica y maniquea (blanco/negro, renta básica/trabajo garantizado, Iglesias/Errejón, parlamente/calle…).
Hay demasiado simplismo como para que no ganen los malos.

Fuente: http://ctxt.es/es/20161026/Firmas/9238/emmanuel-rodriguez-investidura-abastenciones-gobernabilidad.htm