La eurozona como marco, el sufrimiento de las personas como consecuencia
La actual estructura de la Unión Europea viene totalmente determinada por el contexto histórico en el que se crean los cimientos de dicha unión. Desde el Plan Marshall, Europa se ha subordinado a los intereses de EEUU. La última fase expansiva del ciclo hegemónico estadounidense, de capitalismo financiero global, entre 1980 y el 2007, se construyó alrededor de tres pilares, a saber, la ruptura del patrón oro-dólar, la financiarización de la economía y las políticas neoliberales, todo ello como salida a la propia crisis de rentabilidad del capitalismo mundial de la década de 1970.
La adaptación europea a ese nuevo marco capitalista que se inicia con la década de 1980 se generó entre 1986 y 1992. La firma del Acta Única y el Tratado de Maastritch dieron lugar a uno de los experimentos neoliberales más puros. La eurozona asumía de forma estricta todos los sus planteamientos: control del déficit y deuda pública (por debajo del 3% y del 60% respectivamente), liberalización del comercio, privatizaciones, flexibilización del factor trabajo y las finanzas, etc. El Banco Central Europeo se constituyó con un mandato independiente de los estados, y de la gente, y con un el único objetivo del control de los precios.
La justificación teórica del euro partió en gran medida de la “Teoría de las Áreas Monetarias Óptimas” de Robert Mundell. Este autor legitimó la eliminación de las monedas estatales para emprender medidas que liberalizaran al máximo el mercado. Así, el ajuste ante un desequilibrio dentro de una unión monetaria vendría dado por la flexibilidad salarial, por la movilidad del factor trabajo, o ambos a la vez. La traducción práctica de esta estructura monetaria sin soberanía de los estados-nación ha implicado la restricción de cualquier política monetaria estatal y, en gran medida, también fiscal, quedando a merced de la ruta establecida por el BCE. El férreo control del déficit público, sumado a las sucesivas reformas fiscales regresivas y a un contexto en el que se hace cada vez más latente la caída de la recaudación, ha conllevado la reducción del gasto público. En consecuencia, la política económica de los estados queda reducida a la liberalización económica y a la disciplina salarial como único elemento de ajuste.
La eurozona, la estructura supranacional surgida de la unión monetaria se compone de un conjunto de estados con enormes disparidades. El BCE ha implementado medidas para países con distintas características, por lo que, en última instancia, el desequilibrio de poder en la eurozona conlleva políticas favorables para la potencia hegemónica interna: Alemania. Esta situación ha dado lugar a la conformación de una división europea del trabajo, con un centro y una periferia diferenciados y enormes desequilibrios estructurales que salieron a la luz en 2011 y se tradujeron en una crisis de deuda soberana en los países periféricos. Para frenar esta crisis, en el año 2015, el BCE lanza el programa de expansión cuantitativa, útil para paliar el problema de liquidez del sector bancario y, sobre todo, ha tenido un gran impacto en la rentabilidad de la deuda soberana.
No obstante, los problemas estructurales de la eurozona siguen intactos: desigualdad creciente, desempleo, precariedad, etc. Y, sobre todo, la única solución que el actual marco capitalista propone para solucionar los desequilibrios entre los estados de la eurozona son los altos niveles precariedad laboral y desempleo en los países del sur. Esto es, para sostener la estructura actual de la eurozona, la población de la periferia está condenada al sufrimiento.
A la búsqueda de la soberanía de las personas y las comunidades
Este sufrimiento se está canalizando en demasiadas ocasiones hacia opciones que apuestan por medidas que aumenten el proteccionismo y la soberanía del Estado-nación en defensa del capital estatal. Aunque este proceso es una tendencia a escala mundial, se reproduce de manera más evidente en la UE-eurozona. En este marco, los movimientos de corte derechista y xenófobo se fortalecen.
En este contexto de desmembramiento social, económico y político, el Estado español lleva décadas aceptando sin oposición el marco del euro, lo que provoca la imposibilidad en materia socioeconómica de crear un marco de protección que defienda a las personas de los intereses del capital. En ningún caso se proponen medidas de protección ante el mercado y de solución de los problemas materiales de la gente. Tal como indica Vázquez Rojo, la construcción e integración europea ha sido el nudo gordiano en el que se ha sustentado el sistema político, social y económico español desde el final de la dictadura franquista (Régimen del 78).
En esta tesitura, se hace imprescindible un programa de reestructuración de las bases materiales de la sociedad que sirvan para solucionar los problemas socioeconómicos de la gente. En este marco, la reivindicación de soberanía para realizar esta reestructuración debe basarse en alcanzar la soberanía de las personas y las comunidades o pueblos, no del capital (tal y como hacen las opciones derechistas xenófobas). Es decir, en la búsqueda de una soberanía poscapitalista que haga que las personas se sitúen en el centro y subordinen al capital.
Para poder resolver los problemas que tenemos planteados, para revertir las condiciones en las que se desenvuelven nuestras vidas y que éstas puedan construirse a nuestro favor, necesitamos, tal y como dice Manuel Delgado Cabeza, tomar las riendas de los procesos de toma de decisiones, reapropiarnos de esa capacidad de decidir sobre los asuntos que nos incumben, hoy secuestrada. Necesitamos reclamar y poner en marcha procesos desde los que podamos construir y ejercer soberanía. Como manera de transitar hacia un horizonte postcapitalista, parece necesario recuperar la soberanía, “entendida como capacidad de cubrir las necesidades materiales y espirituales fundamentales para el desarrollo humano, al margen del circuito de valoración del capital”.
La alternativa comunitaria generadora de soberanía económica
La búsqueda de una “alternativa comunitaria” capaz de generar “soberanía económica territorial” requiere de una redefinición de las relaciones sociales y nuevas formas de producción y distribución, fundadas en categorías antiautoritarias y ecológicas. En este sentido, el término comunitario no significa una alternativa a los fracasos de las políticas estatales, sino “un campo para la lucha” en donde todas aquellas personas que son despojadas por el capital de parte de su trabajo (asalariado o reproductivo) a través de muchas vías, puedan organizarse y oponerse a las presiones derivadas de las estrategias del capitalismo global.
Se trata de desarrollar nuevas estructuras y formas de hacer las cosas. Formas legales y alegales de organización que se conviertan en elementos de una futura economía alternativa, creada desde abajo, desde el territorio o comunidad, y que tienen por objetivo esencial dar respuesta a las necesidades básicas de las personas. Es decir, generar una alternativa económica que sirva para satisfacer las necesidades de las personas al margen del mercado capitalista.
El ciclo o proceso económico básico puede dividirse en las siguientes fases: producción, comercialización-distribución, consumo y ahorro-crédito. Actualmente están surgiendo iniciativas económicas alternativas en cada fase del proceso económico. En su conjunto, estas iniciativas pueden servir para generar un sistema económico al margen del capitalismo. Se trata de la producción cooperativa, la comercialización solidaria, la distribución participativa, el consumo responsable y las finanzas éticas (en casos más concretos las monedas sociales).
Para generar una nueva economía es necesario conectar estas iniciativas y, de ese modo, crear interrelaciones que permitan la soberanía económica territorial y redes de intercambios alternativas (también se le denomina mercado social). En la medida en que los agentes de este sector socioeconómico estén vertebrados económicamente entre sí, menor será la subordinación al mercado capitalista. Para ello es precisa la intercooperación integral, es decir, la participación de cada una de las organizaciones y de sus miembros en la producción, el consumo y el ahorro dentro de la economía alternativa.
El mercado social implica intercooperar para desconectarse, en lo posible, de la economía capitalista. Para ello, requiere alcanzar la masa crítica suficiente de productores, consumidores y ahorradores solidarios en un territorio, y conformar redes territoriales de intercambio que cubran de manera significativa las necesidades de un número considerable de personas. Por tanto, el camino a seguir es multiplicar la intercooperación entre este tipo iniciativas. En definitiva, el desarrollo de estas redes de intercambio territoriales no solamente mejoraría la viabilidad de cada una de las iniciativas alternativas, sino que supondría dar vida a un embrión de nueva economía dentro del actual capitalismo senil.
Elementos para la generación de prácticas transformadoras de producción
La transformación de la sociedad no es un acto que se realiza en un momento dado o de un día para otro. Es un proceso permanente y doble. Por un lado, de resistencia al capitalismo y, por otro, de construcción de una sociedad diferente que, sin embargo, ha de iniciarse en el interior de los órdenes sociales vigentes. La transición al capitalismo nació en el seno del feudalismo y la alternativa al capitalismo únicamente puede nacer en el seno de este. Por ello, muchas actuaciones transformadoras serán, en sí mismas, contradictorias, porque vivimos en el capitalismo y casi cualquier cosa que se proponga hunde sus raíces en el mismo[5].
Ahora bien, todas las actuaciones, según la orientación que se les dé, pueden ser transformadoras o integradoras. El capitalismo es extraordinariamente hábil para integrar en su seno todo aquello que lo pudiera poner en peligro. Esto hace que muchas actuaciones iniciadas contra el mismo puedan terminar cooperando y reforzándolo. Es prácticamente imposible decir teóricamente qué es conducente a una alternativa total y qué no. Solo la práctica y la reflexión continua sobre ello nos permitirán intentar que el rumbo no sea reformista.
Para que estos planteamientos avancen en la dirección transformadora deseada, es relevante el impulso de prácticas socioeconómicas que se guíen por una serie de criterios para que sean verdaderamente transformadoras[6]: a) avanzar hacia formas de propiedad no privada (comunal, cooperativa, municipal); b) desarrollar procesos productivos que no sean explotadores (ni relación laboral capitalista, ni patriarcado, ni expolio de los recursos naturales); c) desarrollar mecanismos de redistribución equitativos, no meritocráticos; d) establecer mecanismos de toma de decisiones democráticos, ni jerárquicos ni despóticos; e) apostar por procesos que prioricen la comunidad por encima del individuo.
Las prácticas económicas transformadoras suelen relacionarse con el concepto amplio de Economía Social. Esta aparece vinculada históricamente a las asociaciones populares y las cooperativas, que constituyen su eje vertebrador. Sin embargo, este tipo entidades sirven en muchos casos para la legitimación del actual sistema económico. Desde la perspectiva aquí buscada, se pretende avanzar en una economía transformadora que sirva como alternativa, no como elemento legitimador, del Capitalismo. Se pretende avanzar hacia una “economía del trabajo emancipado”, que huye del control político y económico y apuesta por generar unidades económicas de producción de bienes y servicios radicalmente democráticas, autónomas y sostenibles.
Históricamente las formas jurídicas que más se han aproximado a estas unidades productivas han sido las cooperativas. El cooperativismo tiene unos elementos diferenciados claros de la empresa capitalista convencional, sobre todo en el reparto del poder y la propiedad. Ahora bien, en muchas de estas empresas se reproducen las prácticas de la empresa convencional de capital; existe un sector cooperativista que no se identifica con las prácticas transformadoras y que asumen y legitiman el actual sistema capitalista. Se trata de pasar de un cooperativismo adaptativo al mercado a otro que siempre tenga los principios y valores transformadores, que no aspire a crear enclaves adaptados al capitalismo, máxime cuando el capitalismo se está viendo forzado a moverse hacia formas jurídicas más participativas.
En este sentido, y como elementos que nos sirvan como guía para avanzar en unidades o prácticas productivas transformadoras y no legitimadoras del capitalismo, se pueden utilizar unos ejes relacionados con cuestiones básicas de cualquier modelo productivo, a saber: el trabajo, la propiedad y el valor.
A) El trabajo.
El trabajo asalariado es uno de los pilares del sistema capitalista. El elemento de transformador se encuentra, por tanto, en pasar del trabajo asalariado al trabajo libre asociado; de fuerza de trabajo o recurso humano contratado/comprado a productor libre asociado.
Los mercados para el trabajo, la tierra y el dinero son esenciales para el funcionamiento del capitalismo. Ahora bien, ni el trabajo, ni la tierra, ni el dinero son mercancías. Ninguno de estos tres elementos han sido producidos para la venta, por lo que es totalmente ficticio considerarlos mercancías.
El trabajo es la actividad económica que acompaña a la propia vida, la cual, por su parte, no ha sido producida en función de la venta, sino por razones totalmente distintas, y esta actividad tampoco puede ser desgajada del resto de la vida, ni puede ser almacenada o puesta en circulación. Sin embargo, para el capitalismo fue trascendental la mercantilización, monetización y privatización de la fuerza de trabajo. El capital únicamente puede reproducirse sistemáticamente mediante la mercantilización de la fuerza de trabajo (lo que incluye el trabajo reproductivo y de cuidados). Esto implica convertir el trabajo social, es decir, el trabajo realizado para otras personas, en trabajo social alienado, esto es, trabajo dedicado únicamente a la producción y reproducción del capital. Las personas con un trabajo asalariado quedan en una situación en la que no pueden hacer otra cosa que reproducir mediante su trabajo las condiciones de su propia dominación. Eso es lo que significa para ellos la libertad bajo el dominio del capital.
La compraventa de servicios laborales precedió por supuesto al ascenso del capitalismo. Pero lo que el capital incorporó como rasgo distintivo es que podía crear la base para su propia reproducción mediante el uso de la fuerza de trabajo para producir un excedente (plusvalor) por encima del valor que necesitaba el trabajador para sobrevivir con determinado nivel de vida. Ese excedente es la base del beneficio capitalista, esencial para su propia reproducción. Lo más notable de ese sistema es que no parece basarse en el engaño, el robo o la desposesión, porque a los trabajadores se les paga el precio de mercado «justo», al mismo tiempo que se les pone a trabajar para generar el plusvalor que el capital necesita para sobrevivir.
Frente a esto, mediante el “trabajo libre asociado” se pretende des-alienar el trabajo y que las personas puedan determinar su propio proceso de trabajo. Las personas dejan de ser mercancías y desaparece la figura del capitalista, patrón, empresario, por un lado, y de trabajador asalariado por otro. La oposición de clase entre capital y trabajo se disuelve por medio de productores asociados que deciden libremente qué, cómo y cuándo producirán en colaboración con otras asociaciones y con el objetivo de la satisfacción de las necesidades sociales comunes.
B) La propiedad de los medios de producción
La transformación social requiere optar por alguna forma concreta de propiedad de los medios de producción distinta a la propiedad privada.
La esencia misma del capital alberga una economía basada en la desposesión. La desposesión directa del valor producido por el trabajo social en el lugar de producción no es más que un eslabón (aunque primordial) de la cadena de desposesión que nutre y sostiene la apropiación y acumulación de grandes porciones de la riqueza común por «personas jurídicas» privadas.
Lo más importante de un sistema de producción alternativo es que permita a las personas controlar sus vidas, y esto es imposible con un sistema de propiedad privada. Por tanto, una unidad económica de producción de bienes y servicios transformadora debe basarse en la propiedad colectiva de los medios de producción y los bienes producidos.
Estas personas que forman la entidad o comunidad de producción ostentan tanto la propiedad de los medios de producción de la organización como la capacidad de decisión total de la misma. Por tanto, además de repartir la propiedad, el reparto se ampliará a la toma de decisiones (y excedentes, responsabilidades, etc.). Para alcanzar la autogestión y la democracia económica, además de la máxima “una persona, un voto”, es necesario asegurar que todas las personas de la comunidad tendrán acceso directo y completo a la información necesaria para la autogestión, y a su uso, teniendo como base los principios de la transparencia.
C) El valor
En tercer lugar, se trata de producir bienes y servicios en función de, hasta donde sea posible, el valor de uso.
En una sociedad capitalista todas las mercancías que compramos tienen un valor de uso y un valor de cambio. Con el neoliberalismo, a partir de la década de 1970, el Estado se inhibe de las obligaciones de provisión pública en áreas tan diversas como la vivienda, la sanidad, la educación, el transporte o los servicios públicos, con el fin de abrirlos a la acumulación privada de capital y a la primacía del valor de cambio. La crisis de 2008 era una crisis en el lado del valor de cambio que negaba a cada vez más gente el valor de uso adecuado de una vivienda, además de un nivel de vida decente. Lo mismo sucede en la sanidad y la educación a medida que las consideraciones del valor de cambio predominan cada vez más en la vida social sobre los aspectos del valor de uso.
La historia que oímos repetida en todas partes es que la forma más barata, mejor y más eficiente de producir y distribuir los valores de uso es desencadenando los instintos animales del empresario ansioso de beneficio, que le instan a participar en el sistema de mercado. Por esta razón, muchos tipos de valores de uso que hasta ahora eran distribuidos por el Estado han sido privatizados y mercantilizados. Cobra así relevancia la opción política entre un sistema mercantilizado que sirve bastante bien a los ricos y un sistema que se concentra en la producción y el abastecimiento democrático de valores de uso para todos sin mediaciones del mercado.
Mientras estas opciones debaten a nivel macro, al nivel micro de las unidades económicas de producción es necesario hacer todo lo posible para que el valor de cambio (valoración estrictamente monetaria) se subordine al valor de uso (valoración amplia de satisfacción de necesidades de las personas); que las necesidades de las personas subordinen a la demanda solvente, y de este modo el mercado capitalista deje de ser el único o principal indicador de qué, cómo y cuánto se produce. De este modo, la producción de nuestra unidad productiva no se orientará al beneficio privado y al mero intercambio en el mercado sino a satisfacer las necesidades materiales básicas de la población y, en la medida que sea posible, sus deseos.
Se trata posiblemente del eje o elemento más difícil de alcanzar por las actuales entidades o unidades productivas pues el contexto en el que se mueven no les permite tener un grado de autonomía demasiado amplio. Este grado de autonomía o margen de maniobra dependerá, en muchos casos, del nivel de competencia (que no competitividad) con la que la entidad produce sus bienes y/o servicios.
Bibliografía
– Autonomía Sur, Cooperativa Andaluza (2016): Informe Sur 02. La Economía Social Transformadora y Andalucía. [En línea] http://autonomiasur.org/wp/materiales-descarga/?mdocs-cat=mdocs-cat-4&att=null#
– Candidatura de Unidad Popular (CUP): Semilla, raíz, fruto. Sembrando semillas, haciendo raíces, compartiendo frutos. Construimos soberanías.”
– CIRIEC (2007): La Economía Social en la Unión Europea. [En línea] http://www.eesc.europa.eu/resources/docs/eesc-2007-11-es.pdf
– Delgado, M. y Moreno, I. (2013): Andalucía: una cultura y una economía para la vida. Atrapasueños, SCA y Autonomía Sur, SCA. [En línea] http://autonomiasur.org/wp/mdocs-posts/andalucia-una-cultura-y-una-economia-para-la-vida-2/
– Etxezarreta, M. (2015): ¿Para qué sirve realmente la economía? Barcelona, Paidós.
– Harvey, D. (2014): Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. Madrid, Traficantes de Sueños.
– Iglesias. J. (2006): ¿Hay alternativas al capitalismo?: la renta básica de los iguales. Zambra/Baladre. Xátiva.
– Polanyi, K. (2003) [1944]: La Gran Transformación. Los orígenes económicos y sociales de nuestro tiempo. Fondo de Cultura Económica.
– Rodríguez, E. (2017). “1934-2017. Visca la República, o cuando el problema es la izquierda”. Contexto y Acción. 30 de octubre. [En línea] http://ctxt.es/es/20171025/Firmas/15861/republica-izquierda-espana-catalunya-historia.htm.
– Seminari d’Economia Crítica Taifa (2013). Reflexionando sobre las alternativas. [En línea] http://seminaritaifa.org/2013/05/25/taifa-09-reflexionant-sobre-les-alternatives/
– Vázquez Rojo, Juan (2018): «Pedro Sánchez y Karl Polanyi en la eurozona». http://ctxt.es/es/20180801/Politica/21053/Juan-Varquez-Rojo-neoliberalismo-socialismo-liberal-PSOE-europa.htm#.W2c5wAfrupU.facebook
Notas
[1] Expresión tomada de Enmanuel Rodríguez. http://ctxt.es/es/20171025/Firmas/15861/republica-izquierda-espana-catalunya-historia.htm
[2] Ideas tomadas de Isidoro Moreno. Para ampliar ver Moreno, I., y Delgado, M. (2013). “Andalucía: una cultura y una economía para la vida”. Ed: Atrapasueños SCA y Autonomía Sur SCA.
[3] Este apartado se basa en el siguiente documento: “Semilla, raíz, fruto. Sembrando semillas, haciendo raíces, compartiendo frutos. Construimos soberanías”, Candidatura de Unidad Popular (CUP).
[4] Esta soberanía se ha añadido al listado del documento en el que se basa este apartado.
[5] Esta apartado se tiene como principal fuente “Reflexionando sobre las alternativas”, Seminari d’Economia Crítica Taifa, 2013.
[6] Resumen de la matriz de transformación social propuesta por el Seminario de Economía Crítica Taifa.
[7] CIRIEC (2007): “La Economía Social en la Unión Europea”.