En el campo andaluz se cantaba en el trabajo. Mediante el cante se enfriaban los resquemores del orgullo maltrecho. El dolor provocado por la venta del esfuerzo, del trabajo, de la propia vida, se mitigaba a través de la cultura, de la música, del cante.
«No comprarás este cante».
Comprarás mi esfuerzo, mi trabajo, mi tiempo, pero no lo que yo siento, mi música, mi cante, mi cultura. El oprimido necesitaba crear un resguardo de dignidad. Y para ello cantaba, producía belleza, antes que recibir palos de la guardia (incivil), la fiel imagen de la fealdad (indignidad aparece como sinónimo de fealdad, es cierto).
El valor de uso de la cultura sirvió para que el valor de cambio del trabajo no les llevara a la cárcel, o a la locura.
«A mi me llaman el loco/ porque siempre voy callao/ llamadme poquito a poco/ que soy un loco de cuidao.»
Había que evitar desgracias mayores que el vivir para el salario. Debo vender mi cuerpo, pero no comprarás mi alma. Economía para sobrevivir, cultura para vivir en ese sobrevivir.
Para soportarlo: «me dice la gente/ me lo van diciendo/ que ando medio loco de tanto pensar/ lo que me pasa es que no puedo más/ porque a mí nadie me ha dao/ lo que me tienen que dar.»
«No comprarás este cante», toda una declaración de intenciones para tiempos por venir.