Desde hace muchos años, bastante gente de Morón de la Frontera decidimos que no podíamos hacer política con Izquierda Unida. Equivocados o no seguimos adelante y dio sus frutos. Ni con ellos ni atendiendo a sus críticas y ataques (algunos bastante sucios).
En Andalucía podemos asistir en este otoño de tantas cosas al momento en el que mucha gente sea consciente de la necesidad de avanzar desde abajo, desde los pueblos y barrios, lo más alejado de Madrid y sus servidores en Sevilla.
Hay mucha gente buena y válida en IU, como ahora en Unidas Podemos. Muchísima. Militantes dignos de respeto y admiración. Lo cual no quita que piense que es preciso dejar a esas organizaciones al margen. Tal y como hicimos en Morón.
Es hora de ser capaz de crear un movimiento sociopolítico amplio de izquierda andaluza. Algunos ingredientes que serán necesarios en mi opinión: la unión, el cumplir y el reparto, además de generosidad, mucha inteligencia y egos los justitos (o menos).
Ese movimiento debería tener un ámbito o herramienta institucional que sólo sea un instrumento para el impulso de organizaciones laborales, sociales, económicas o culturales. Estas últimas son las que verdaderamente pueden generar la fuerza, proporcionar soluciones y ser capaz de impulsar autonomías-soberanías personales y colectivas en una sociedad dependiente, marginada y explotada desde hace siglos.
Ojalá se vaya de verdad y se ponga, de una vez por todas, las necesidades y vida de la gente por delante.
En Andalucía continúa habiendo lucha por y desde lo común. La tierra en Marinaleda o la Sierra en Morón son alguno de los múltiples ejemplos.
En Cochabamba dijeron: «Hemos sufrido un gran robo, cuando no somos propietarios de nada». Hoy, como ayer, como mañana promover lo inapropiable para evitar la destrucción y el robo es esencial.
La pobreza es el principal problema social y económico de Andalucía. Tras décadas de empleabilidad, emprendedorismo, en definitiva, de personalizar los problemas sociales y culpabilizar a las víctimas, vivimos en una sociedad cada vez más desigual y excluyente.
El debate promovido desde política profesional y sus medios de transmisión ocultan estas realidades. El distanciamiento sideral entre lo real y lo político-virtual impulsa movimientos y escenarios políticos que fomentan y legitiman la miseria y su contraparte, la opulencia.
Frente a la violencia y al autoritarismo que conlleva la desiguladad, promovamos lo común, lo inapropiable, y asumamos como comunes los problemas sociales y colectivos que nos afectan. Y, sobre todo, comencemos a resolverlos desde el principio de lo común.
Estaremos de acuerdo que la economía capitalista por excelencia es la de Estados Unidos. Según Dean Baker, el gobierno de ese país ha optado por «seguir una senda de investigación de monopolio de patentes, por oposición a una investigación colaborativa de código abierto. Si Trump hubiera seguido esta última vía, todo el mundo tendría vacuna, o al menos todo el mundo sería capaz de fabricarla.» De este modo se impulsaría la competencia y la competitividad, no el monopolio, ¿verdad?
Lección: la economía capitalista no busca la competencia, la competitividad, una vacuna que salve vidas. Busca beneficios para las grandes corporaciones poderosas. El monopolio es intrínseco a la dinámica capitalista de acumulación de capital y poder.
Según el anterior autor, Trump (o quienes mandan sobre él) puso en marcha la “Operación a toda velocidad” (Operation Warp Speed), a la que consignó más de 10.000 millones de dólares de fondos públicos. Se supone que este esfuerzo desarrollará tanto vacunas como tratamientos para el coronavirus. Varias empresas recibieron financiación por anticipado, pero dependen primordialmente de adelantos sobre acuerdos de compra de una vacuna eficaz (por ejemplo, Pfizer); otras empresas (como Moderna) contó en buena medida con financiación por anticipado, consiguiendo 483 millones de dólares para su investigación pre-clínica y los ensayos de la fase 1 y fase 2, y luego otros 472 millones de dólares para cubrir el costo de sus ensayos de la fase 3. Después de asumir en buena medida los costes de desarrollo de Moderna, el gobierno le está permitiendo a esta empresa mantener un monopolio de patente en su vacuna. Esto significa que estará pagándole dos veces, primero con la financiación directa y, luego, una segunda vez al permitirle facturar precios de monopolio en su vacuna.
Segunda lección: en la economía capitalista utiliza el estado interviene financiando a empresas en su labor de obtener beneficios. El Estado capitalista es intervencionista, con o sin neoliberalismo, y su intervención asegura la acumulación de capital sobre los intereses de la vida y las necesidades de las personas sin capital.
Otra vía respecto a la obtención de la vacuna podría haber sido la investigación conjunta, no sólo nacional sino internacionalmente. Esto vendría a significar que todos los hallazgos de investigación se colgarían en la Red en cuanto fueran prácticos y que toda patente sería del dominio público de modo que cualquiera pudiese aprovecharla. Esto, que daría mejores resultados para la gente común, disminuiría los beneficios del capital.
Tercera lección: en la economía capitalista los beneficios están antes que la vida, incluso llegan a ser contradictorios pues la gente está muriendo por asegurar beneficios a las grandes empresas.
La economía es un conjunto de saberes, de conocimientos. La economía capitalista es el modelo socioeconómico en el que vivimos.
Cuarta lección: la economía no está contra la vida. La economía capitalista sí.
Hace tiempo que no sentía tanto asco de la realidad «política», es decir, de aquélla que realizan los políticos remunerados (por eso entrecomillo). Ante tanta fatiga, uno busca aire y lo he encontrado leyendo a Maurice Godelier: «los seres humanos, contrariamente a otros animales sociales, no se conforman con vivir en sociedad, (sino que) producen sociedad para vivir.»
Ante la degradación de esta democracia autoritaria que impulsa cada vez más a las figuras más autoritarias de cada organización electoral, hay otra política que trataría de dar una forma democrática a esta producción en común de la sociedad. En palabras de Laval y Dardot, se trata de crear «en todos los sectores instituciones de autogobierno cuya finalidad será la producción de lo común», a lo que denominan «la institución democrática de la economía».
Socialistas (de verdad) como el francés Jean Jaurès lo convertían estas ideas en la ambición política del socialismo: «Que todos los hombres pasen del estado de competencia brutal y de conflicto al estado de cooperación, que la masa se eleve desde la pasividad económica a la iniciativa y a la responsabilidad, que todas las energías que se gastan en luchas estériles o salvajes se coordinen para una gran acción común; (…) y existirá verdaderamente, por primera vez, una civilización de hombres libres, como si la flor resplandeciente y encantadora de Grecia, en vez de desarrollarse sobre un fondo de esclavitud, naciera de la universal humanidad.»
Necesitamos nuevas ambiciones políticas que nos saquen del barro en el que tan a gusto están los cerdos; que busquen alternativas a esta deriva autoritaria. Hay otra política-economía distinta a las estrategias de obtención de votos-dinero que acumulan cada vez más poder y revientan cualquier posibilidad de democracia.
La política-economía debe ser cooperar para mejorar la vida (en común), no luchar por ganar votos-dinero a cambio de vidas. Hay alternativas al espectáculo del poder zafio, de capitalismo voraz. Hay otra política-economía, hay otras democracias por venir.
La UNCTAD, la agencia de Naciones Unidas sobre el comercio y desarrollo, ha realizado un informe muy crítico con el neoliberalismo. Para ello, al igual que muchos economistas «críticos», asume una posición keynesiana. La crítica al capitalismo neoliberal se hace desde otras posiciones capitalistas, en este caso las que siguen las teorías de Keynes.
Para estas posiciones, la causa de los problemas está en la falta de demanda, salarios,… Suena bien, es verdad, pero no es cierto. En este marco se encuentran los economistas críticos televisivos o invitados a tertulias radiofónicas. Así opinan desde Juan Torres hasta Thomas Piketty, pasando por los hermanos Garzón (ministro, uno, asesor, otro) o los economistas con peso en partidos y sindicatos españoles progresistas (PSOE al margen, claro).
En una economía capitalista, las cosas van mal cuando el capital deja de obtener ganancias y por eso se comenzaron a implementar en la década de 1970 y 1980 las políticas neoliberales. En capitalismo, en ese marco de juego, las cosas son así.
Por tanto, si queremos cambiar las cosas, hay que cambiar el marco de juego: atacar al capitalismo; a la propiedad de los medios de producción; al valor entendido como valor de cambio; al trabajo entendido como empleo trabajo asalariado. No sirven políticas keynesianas que suenan bien y generan buenos puestos de asesores progresistas pero que son radicalmente equivocadas pues no atacan el marco de juego.
Michael Roberts lleva años realizando una crítica certera a la crítica keynesiana del neoliberalismo. De este modo se sitúa en un pensamiento fuerte de transformación real de la economía capitalista. Por eso es tan importante leerlo. Y por eso se agradece tanto a Sin Permiso la publicación traducida de sus artículos.
Sindicalistas, representantes políticos, periodistas del mundo, gentes de bien que defendéis a la clase trabajadora, dejen de hablar de paro tal y como lo hacen.
Oficialmente, la economía capitalista denomina “población parada” al conjunto de personas de 16 ó más años que no tiene trabajo asalariado o empleo y están disponibles y en busca del mismo. Con este término se desconsidera a toda persona que no tiene un empleo pero que realiza otro tipo de trabajo. Por tanto, es más pertinente denominarla “población desempleada”. Es decir, la economía capitalista, y la gente que habla como ellla, confunde entre personas paradas y personas desempleadas.
De forma nada casual, en la economía capitalista se considera como persona parada, por ejemplo, a aquellas que trabajan “sumergidamente” sin dar de alta limpiando en casas de las rentistas verdaderamente paradas. Gentes de bien, digan que esas personas están desempleadas, pero no se dejen engañar y las nombren como paradas. Trabajen las horas al día que trabajen, y satisfagan las necesidades que satisfagan, a esas personas las denominará el poder como paradas, “población pasiva”, fundamentalmente, porque no son recursos humanos en un proceso productivo que genera beneficios empresariales para un capital. Por el contrario, a las que cobran de las rentas sin apenas esfuerzo nunca se las denominará pasivas o paradas pues tener capital en el capitalismo exime de cualquier otra cualidad o exigencia.
Sin embargo, la gran mayoría de las personas realmente “paradas” nunca son denominadas como tales. Las personas paradas, en sentido estricto, son rentistas, a saber: viven del capital acumulado por ellas o por sus familiares; de operaciones especulativas en los mercados financieros; de las rentas o alquileres de locales y/o tierra (en muchas ocasiones heredados); de subvenciones provenientes de propiedades rústicas; etc. La mayoría de estas personas “paradas” pueden contratar a otras para realizar las labores de cuidados y domésticas. Por tanto, las personas realmente paradas son aquellas con elevados recursos provenientes de rentas del capital (mobiliario o inmobiliario) que apenas deben realizar ninguna actividad económica que acompaña a la propia vida, pues se la hacen otras.
Defensores de la clase trabajadora no le hagan el juego a los rentistas, a los parásitos, a los especuladores, al poder. Dejen de llamar parado al que trabaja cogiendo espárragos; no digan que están paradas las que cuidan y cuidan y cuidan de los demás.
Paren ya, dejen de hacer el juego a las clases privilegiadas.