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Otras bases materiales para la vida

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La eurozona como marco, el sufrimiento de las personas como consecuencia

La actual estructura de la Unión Europea viene totalmente determinada por el contexto histórico en el que se crean los cimientos de dicha unión. Desde el Plan Marshall, Europa se ha subordinado a los intereses de EEUU. La última fase expansiva del ciclo hegemónico estadounidense, de capitalismo financiero global, entre 1980 y el 2007, se construyó alrededor de tres pilares, a saber, la ruptura del patrón oro-dólar, la financiarización de la economía y las políticas neoliberales, todo ello como salida a la propia crisis de rentabilidad del capitalismo mundial de la década de 1970.

La adaptación europea a ese nuevo marco capitalista que se inicia con la década de 1980 se generó entre 1986 y 1992. La firma del Acta Única y el Tratado de Maastritch dieron lugar a uno de los experimentos neoliberales más puros. La eurozona asumía de forma estricta todos los sus planteamientos: control del déficit y deuda pública (por debajo del 3% y del 60% respectivamente), liberalización del comercio, privatizaciones, flexibilización del factor trabajo y las finanzas, etc. El Banco Central Europeo se constituyó con un mandato independiente de los estados, y de la gente, y con un el único objetivo del control de los precios.

La justificación teórica del euro partió en gran medida de la “Teoría de las Áreas Monetarias Óptimas” de Robert Mundell. Este autor legitimó la eliminación de las monedas estatales para emprender medidas que liberalizaran al máximo el mercado. Así, el ajuste ante un desequilibrio dentro de una unión monetaria vendría dado por la flexibilidad salarial, por la movilidad del factor trabajo, o ambos a la vez. La traducción práctica de esta estructura monetaria sin soberanía de los estados-nación ha implicado la restricción de cualquier política monetaria estatal y, en gran medida, también fiscal, quedando a merced de la ruta establecida por el BCE. El férreo control del déficit público, sumado a las sucesivas reformas fiscales regresivas y a un contexto en el que se hace cada vez más latente la caída de la recaudación, ha conllevado la reducción del gasto público. En consecuencia, la política económica de los estados queda reducida a la liberalización económica y a la disciplina salarial como único elemento de ajuste.

La eurozona, la estructura supranacional surgida de la unión monetaria se compone de un conjunto de estados con enormes disparidades. El BCE ha implementado medidas para países con distintas características, por lo que, en última instancia, el desequilibrio de poder en la eurozona conlleva políticas favorables para la potencia hegemónica interna: Alemania. Esta situación ha dado lugar a la conformación de una división europea del trabajo, con un centro y una periferia diferenciados y enormes desequilibrios estructurales que salieron a la luz en 2011 y se tradujeron en una crisis de deuda soberana en los países periféricos. Para frenar esta crisis, en el año 2015, el BCE lanza el programa de expansión cuantitativa, útil para paliar el problema de liquidez del sector bancario y, sobre todo, ha tenido un gran impacto en la rentabilidad de la deuda soberana.

No obstante, los problemas estructurales de la eurozona siguen intactos: desigualdad creciente, desempleo, precariedad, etc. Y, sobre todo, la única solución que el actual marco capitalista propone para solucionar los desequilibrios entre los estados de la eurozona son los altos niveles precariedad laboral y desempleo en los países del sur. Esto es, para sostener la estructura actual de la eurozona, la población de la periferia está condenada al sufrimiento.

A la búsqueda de la soberanía de las personas y las comunidades

Este sufrimiento se está canalizando en demasiadas ocasiones hacia opciones que apuestan por medidas que aumenten el proteccionismo y la soberanía del Estado-nación en defensa del capital estatal. Aunque este proceso es una tendencia a escala mundial, se reproduce de manera más evidente en la UE-eurozona. En este marco, los movimientos de corte derechista y xenófobo se fortalecen.

En este contexto de desmembramiento social, económico y político, el Estado español lleva décadas aceptando sin oposición el marco del euro, lo que provoca la imposibilidad en materia socioeconómica de crear un marco de protección que defienda a las personas de los intereses del capital. En ningún caso se proponen medidas de protección ante el mercado y de solución de los problemas materiales de la gente. Tal como indica Vázquez Rojo, la construcción e integración europea ha sido el nudo gordiano en el que se ha sustentado el sistema político, social y económico español desde el final de la dictadura franquista (Régimen del 78).

En esta tesitura, se hace imprescindible un programa de reestructuración de las bases materiales de la sociedad que sirvan para solucionar los problemas socioeconómicos de la gente. En este marco, la reivindicación de soberanía para realizar esta reestructuración debe basarse en alcanzar la soberanía de las personas y las comunidades o pueblos, no del capital (tal y como hacen las opciones derechistas xenófobas). Es decir, en la búsqueda de una soberanía poscapitalista que haga que las personas se sitúen en el centro y subordinen al capital.

Para poder resolver los problemas que tenemos planteados, para revertir las condiciones en las que se desenvuelven nuestras vidas y que éstas puedan construirse a nuestro favor, necesitamos, tal y como dice Manuel Delgado Cabeza, tomar las riendas de los procesos de toma de decisiones, reapropiarnos de esa capacidad de decidir sobre los asuntos que nos incumben, hoy secuestrada. Necesitamos reclamar y poner en marcha procesos desde los que podamos construir y ejercer soberanía. Como manera de transitar hacia un horizonte postcapitalista, parece necesario recuperar la soberanía, “entendida como capacidad de cubrir las necesidades materiales y espirituales fundamentales para el desarrollo humano, al margen del circuito de valoración del capital”.

La alternativa comunitaria generadora de soberanía económica

La búsqueda de una “alternativa comunitaria” capaz de generar “soberanía económica territorial” requiere de una redefinición de las relaciones sociales y nuevas formas de producción y distribución, fundadas en categorías antiautoritarias y ecológicas. En este sentido, el término comunitario no significa una alternativa a los fracasos de las políticas estatales, sino “un campo para la lucha” en donde todas aquellas personas que son despojadas por el capital de parte de su trabajo (asalariado o reproductivo) a través de muchas vías, puedan organizarse y oponerse a las presiones derivadas de las estrategias del capitalismo global.

Se trata de desarrollar nuevas estructuras y formas de hacer las cosas. Formas legales y alegales de organización que se conviertan en elementos de una futura economía alternativa, creada desde abajo, desde el territorio o comunidad, y que tienen por objetivo esencial dar respuesta a las necesidades básicas de las personas. Es decir, generar una alternativa económica que sirva para satisfacer las necesidades de las personas al margen del mercado capitalista.

El ciclo o proceso económico básico puede dividirse en las siguientes fases: producción, comercialización-distribución, consumo y ahorro-crédito. Actualmente están surgiendo iniciativas económicas alternativas en cada fase del proceso económico. En su conjunto, estas iniciativas pueden servir para generar un sistema económico al margen del capitalismo. Se trata de la producción cooperativa, la comercialización solidaria, la distribución participativa, el consumo responsable y las finanzas éticas (en casos más concretos las monedas sociales).

Para generar una nueva economía es necesario conectar estas iniciativas y, de ese modo, crear interrelaciones que permitan la soberanía económica territorial y redes de intercambios alternativas (también se le denomina mercado social). En la medida en que los agentes de este sector socioeconómico estén vertebrados económicamente entre sí, menor será la subordinación al mercado capitalista. Para ello es precisa la intercooperación integral, es decir, la participación de cada una de las organizaciones y de sus miembros en la producción, el consumo y el ahorro dentro de la economía alternativa.

El mercado social implica intercooperar para desconectarse, en lo posible, de la economía capitalista. Para ello, requiere alcanzar la masa crítica suficiente de productores, consumidores y ahorradores solidarios en un territorio, y conformar redes territoriales de intercambio que cubran de manera significativa las necesidades de un número considerable de personas. Por tanto, el camino a seguir es multiplicar la intercooperación entre este tipo iniciativas. En definitiva, el desarrollo de estas redes de intercambio territoriales no solamente mejoraría la viabilidad de cada una de las iniciativas alternativas, sino que supondría dar vida a un embrión de nueva economía dentro del actual capitalismo senil.

Elementos para la generación de prácticas transformadoras de producción 

La transformación de la sociedad no es un acto que se realiza en un mo­mento dado o de un día para otro. Es un proceso permanente y doble. Por un lado, de resistencia al capitalismo y, por otro, de construcción de una sociedad diferente que, sin embargo, ha de iniciarse en el interior de los órdenes sociales vigentes. La transición al capitalismo nació en el seno del feudalismo y la alternativa al capitalismo únicamente puede nacer en el seno de este. Por ello, muchas actuaciones transformadoras serán, en sí mis­mas, contradictorias, porque vivimos en el capitalismo y casi cualquier cosa que se proponga hunde sus raíces en el mismo[5].

Ahora bien, todas las actuaciones, según la orientación que se les dé, pueden ser transformadoras o integradoras. El capitalismo es extraordinariamente hábil para integrar en su seno todo aquello que lo pudiera poner en peligro. Esto hace que muchas actuaciones iniciadas contra el mismo puedan terminar cooperando y reforzándolo. Es prácticamente imposible decir teóricamente qué es conducente a una alternativa total y qué no. Solo la práctica y la reflexión continua sobre ello nos permitirán in­tentar que el rumbo no sea reformista.

Para que estos planteamientos avancen en la dirección transformadora deseada, es relevante el impulso de prácticas socioeconómicas que se guíen por una serie de criterios para que sean verdaderamente transformadoras[6]: a) avanzar hacia formas de propiedad no privada (comunal, cooperativa, municipal); b) desarrollar procesos productivos que no sean explotadores (ni relación laboral capitalista, ni patriarcado, ni expolio de los recursos naturales); c) desarrollar mecanismos de redistribución equitativos, no meritocráticos; d) establecer mecanismos de toma de decisiones democráticos, ni jerárquicos ni despóticos; e) apostar por procesos que prioricen la comunidad por encima del individuo.

Las prácticas económicas transformadoras suelen relacionarse con el concepto amplio de Economía Social. Esta aparece vinculada históricamente a las asociaciones populares y las cooperativas, que constituyen su eje vertebrador. Sin embargo, este tipo entidades sirven en muchos casos para la legitimación del actual sistema económico. Desde la perspectiva aquí buscada, se pretende avanzar en una economía transformadora que sirva como alternativa, no como elemento legitimador, del Capitalismo. Se pretende avanzar hacia una “economía del trabajo emancipado”, que huye del control político y económico y apuesta por generar unidades económicas de producción de bienes y servicios radicalmente democráticas, autónomas y sostenibles.

Históricamente las formas jurídicas que más se han aproximado a estas unidades productivas han sido las cooperativas. El cooperativismo tiene unos elementos diferenciados claros de la empresa capitalista convencional, sobre todo en el reparto del poder y la propiedad. Ahora bien, en muchas de estas empresas se reproducen las prácticas de la empresa convencional de capital; existe un sector cooperativista que no se identifica con las prácticas transformadoras y que asumen y legitiman el actual sistema capitalista. Se trata de pasar de un cooperativismo adaptativo al mercado a otro que siempre tenga los principios y valores transformadores, que no aspire a crear enclaves adaptados al capitalismo, máxime cuando el capitalismo se está viendo forzado a moverse hacia formas jurídicas más participativas.

En este sentido, y como elementos que nos sirvan como guía para avanzar en unidades o prácticas productivas transformadoras y no legitimadoras del capitalismo, se pueden utilizar unos ejes relacionados con cuestiones básicas de cualquier modelo productivo, a saber: el trabajo, la propiedad y el valor.

A)     El trabajo.

El trabajo asalariado es uno de los pilares del sistema capitalista. El elemento de transformador se encuentra, por tanto, en pasar del trabajo asalariado al trabajo libre asociado; de fuerza de trabajo o recurso humano contratado/comprado a productor libre asociado.

Los mercados para el trabajo, la tierra y el dinero son esenciales para el funcionamiento del capitalismo. Ahora bien, ni el traba­jo, ni la tierra, ni el dinero son mercancías. Ninguno de estos tres elemen­tos han sido producidos para la venta, por lo que es totalmente ficticio considerarlos mercancías.

El trabajo es la actividad eco­nómica que acompaña a la propia vida, la cual, por su parte, no ha sido pro­ducida en función de la venta, sino por razones totalmente distintas, y esta actividad tampoco puede ser desgajada del resto de la vida, ni puede ser almacenada o puesta en circulación. Sin embargo, para el capitalismo fue trascendental la mer­cantilización, monetización y privatización de la fuerza de trabajo. El capital únicamente puede reproducirse sistemáticamente mediante la mercantilización de la fuerza de trabajo (lo que incluye el trabajo reproductivo y de cuidados). Esto implica convertir el trabajo social, es decir, el trabajo realizado  para otras personas, en trabajo social alienado, esto es, trabajo dedicado únicamente a la producción y reproducción del capital. Las personas con un trabajo asalariado que­dan en una situación en la que no pueden hacer otra cosa que reproducir mediante su trabajo las condiciones de su propia dominación. Eso es lo que significa para ellos la libertad bajo el dominio del capital.

La compraventa de servicios laborales precedió por supuesto al ascenso del capitalismo. Pero lo que el capital incorporó como rasgo distintivo es que podía crear la base para su propia reproducción mediante el uso de la fuerza de trabajo para producir un excedente (plusvalor) por encima del valor que necesitaba el trabajador para sobrevivir con determinado nivel de vida. Ese excedente es la base del beneficio capitalista, esencial para su propia reproducción. Lo más notable de ese sistema es que no parece basarse en el engaño, el robo o la desposesión, porque a los trabajadores se les paga el precio de mercado «justo», al mismo tiempo que se les pone a trabajar para generar el plusvalor que el capital necesita para sobrevivir.

Frente a esto, mediante el “trabajo libre asociado” se pretende des-alienar el trabajo y que las personas puedan determinar su propio proceso de trabajo. Las personas dejan de ser mercancías y desaparece la figura del capitalista, patrón, empresario, por un lado, y de trabajador asalariado por otro. La oposición de clase entre capital y trabajo se disuelve por medio de productores asociados que deciden libremente qué, cómo y cuándo produci­rán en colaboración con otras asociaciones y con el objetivo de la satisfac­ción de las necesidades sociales comunes.

B)     La propiedad de los medios de producción

La transformación social requiere optar por alguna forma concreta de propiedad de los medios de producción distinta a la propiedad privada.

La esencia misma del capital alberga una economía basada en la despo­sesión. La desposesión directa del valor producido por el trabajo social en el lugar de producción no es más que un eslabón (aunque primordial) de la cadena de desposesión que nutre y sostiene la apropiación y acumula­ción de grandes porciones de la riqueza común por «personas jurídicas» privadas.

Lo más importante de un sistema de producción alternativo es que permita a las personas controlar sus vidas, y esto es imposible con un sistema de propiedad privada. Por tanto, una unidad económica de producción de bienes y servicios transformadora debe basarse en la propiedad colectiva de los medios de producción y los bienes producidos.

Estas personas que forman la entidad o comunidad de producción ostentan tanto la propiedad de los medios de producción de la organización como la capacidad de decisión total de la misma. Por tanto, además de repartir la propiedad, el reparto se ampliará a la toma de decisiones (y excedentes, responsabilidades, etc.). Para alcanzar la autogestión y la democracia económica, además de la máxima “una persona, un voto”, es necesario asegurar que todas las personas de la comunidad tendrán acceso directo y completo a la información necesaria para la autogestión, y a su uso, teniendo como base los principios de la transparencia.

C)     El valor

En tercer lugar, se trata de producir bienes y servicios en función de, hasta donde sea posible, el valor de uso.

En una sociedad capitalista todas las mercancías que compramos tienen un valor de uso y un valor de cambio. Con el neoliberalismo, a partir de la década de 1970, el Estado se inhibe de las obligaciones de provisión pública en áreas tan diversas como la vivien­da, la sanidad, la educación, el transporte o los servicios públicos, con el fin de abrirlos a la acumulación privada de capital y a la primacía del valor de cambio. La crisis de 2008 era una crisis en el lado del valor de cambio que negaba a cada vez más gente el valor de uso adecuado de una vivienda, además de un nivel de vida decente. Lo mismo sucede en la sanidad y la educación a medida que las consideraciones del valor de cambio predo­minan cada vez más en la vida social sobre los aspectos del valor de uso.

La historia que oímos repetida en todas partes es que la forma más barata, mejor y más eficiente de producir y distribuir los valores de uso es desen­cadenando los instintos animales del empresario ansioso de beneficio, que le instan a participar en el sistema de mercado. Por esta razón, muchos ti­pos de valores de uso que hasta ahora eran distribuidos por el Estado han sido privatizados y mercantilizados. Cobra así relevancia la opción política entre un sistema mercantilizado que sirve bastante bien a los ricos y un sistema que se concentra en la producción y el abastecimien­to democrático de valores de uso para todos sin mediaciones del mercado.

Mientras estas opciones debaten a nivel macro, al nivel micro de las unidades económicas de producción es necesario hacer todo lo posible para que el valor de cambio (valoración estrictamente monetaria) se subordine al valor de uso (valoración amplia de satisfacción de necesidades de las personas); que las necesidades de las personas subordinen a la demanda solvente, y de este modo el mercado capitalista deje de ser el único o principal indicador de qué, cómo y cuánto se produce. De este modo, la producción de nuestra unidad productiva no se orientará al beneficio privado y al mero intercambio en el mercado sino a satisfacer las necesidades mate­riales básicas de la población y, en la medida que sea posible, sus deseos.

Se trata posiblemente del eje o elemento más difícil de alcanzar por las actuales entidades o unidades productivas pues el contexto en el que se mueven no les permite tener un grado de autonomía demasiado amplio. Este grado de autonomía o margen de maniobra dependerá, en muchos casos, del nivel de competencia (que no competitividad) con la que la entidad produce sus bienes y/o servicios.

Bibliografía

– Autonomía Sur, Cooperativa Andaluza (2016): Informe Sur 02. La Economía Social Transformadora y Andalucía. [En línea] http://autonomiasur.org/wp/materiales-descarga/?mdocs-cat=mdocs-cat-4&att=null#

– Candidatura de Unidad Popular (CUP): Semilla, raíz, fruto. Sembrando semillas, haciendo raíces, compartiendo frutos. Construimos soberanías.”

– CIRIEC (2007): La Economía Social en la Unión Europea. [En línea] http://www.eesc.europa.eu/resources/docs/eesc-2007-11-es.pdf

– Delgado, M. y Moreno, I. (2013): Andalucía: una cultura y una economía para la vida. Atrapasueños, SCA y Autonomía Sur, SCA.  [En línea] http://autonomiasur.org/wp/mdocs-posts/andalucia-una-cultura-y-una-economia-para-la-vida-2/

– Etxezarreta, M. (2015): ¿Para qué sirve realmente la economía? Barcelona, Paidós.

– Harvey, D. (2014): Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. Madrid, Traficantes de Sueños.

– Iglesias. J. (2006): ¿Hay alternativas al capitalismo?: la renta básica de los iguales. Zambra/Baladre. Xátiva.

– Polanyi, K. (2003) [1944]: La Gran Transformación. Los orígenes económicos y sociales de nuestro tiempo. Fondo de Cultura Económica.

– Rodríguez, E. (2017). “1934-2017. Visca la República, o cuando el problema es la izquierda”. Contexto y Acción. 30 de octubre. [En línea] http://ctxt.es/es/20171025/Firmas/15861/republica-izquierda-espana-catalunya-historia.htm.

– Seminari d’Economia Crítica Taifa (2013). Reflexionando sobre las alternativas. [En línea] http://seminaritaifa.org/2013/05/25/taifa-09-reflexionant-sobre-les-alternatives/

Vázquez Rojo, Juan (2018): «Pedro Sánchez y Karl Polanyi en la eurozona». http://ctxt.es/es/20180801/Politica/21053/Juan-Varquez-Rojo-neoliberalismo-socialismo-liberal-PSOE-europa.htm#.W2c5wAfrupU.facebook

Notas

[1] Expresión tomada de Enmanuel Rodríguez. http://ctxt.es/es/20171025/Firmas/15861/republica-izquierda-espana-catalunya-historia.htm

[2] Ideas tomadas de Isidoro Moreno. Para ampliar ver Moreno, I., y Delgado, M. (2013). “Andalucía: una cultura y una economía para la vida”. Ed: Atrapasueños SCA y Autonomía Sur SCA.

[3] Este apartado se basa en el siguiente documento: “Semilla, raíz, fruto. Sembrando semillas, haciendo raíces, compartiendo frutos. Construimos soberanías”, Candidatura de Unidad Popular (CUP).

[4] Esta soberanía se ha añadido al listado del documento en el que se basa este apartado.

[5] Esta apartado se tiene como principal fuente “Reflexionando sobre las alternativas”, Seminari d’Economia Crítica Taifa, 2013.

[6] Resumen de la matriz de transformación social propuesta por el Seminario de Economía Crítica Taifa.

[7] CIRIEC (2007): “La Economía Social en la Unión Europea”.

 

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Capitalismo de plataforma, trabajo precario y cooperativismo

De qué hablamos

 “Muchas personas bien intencionadas sufren de una fe fuera de lugar en las capacidades intrínsecas de Internet para promover la confianza y una comunidad igualitaria y así, sin saberlo, se van convirtiendo en cómplices de esta acumulación de fortuna privada, y de la construcción de nuevas y explotadoras formas de empleo.”

Tom Slee, investiga­dor canadiense

No podemos cambiar lo que no entendemos. Por eso hay que preguntarse de qué hablamos cuando se nombra la denominada “economía colaborativa” (sharing economy). En un artículo de Alejandro Ávila en eldiario.es se nos dice lo siguiente: “Te levantas un día cualquiera para ir al trabajo. En la puerta te espera tu contacto de Blablacar para ir en coche a Málaga, donde tienes una reunión importante. Compartís los gastos de combustible. Durante el trayecto, tu hija te llama a través de Skype para decirte que ya está instalada en su nuevo piso de estudiantes en un flamante barrio de Berlín. Lo ha encontrado a través de Eurasmus y podréis ir a visitarla en un mes y alojaros en un «monísimo apartamento» con vistas al canal. Os lo ha encontrado mediante Airbnb. A tu regreso de Málaga, recuerdas que necesitáis ropa de abrigo para el viaje a la capital alemana. Pones a la venta varias prendas que ya no usas a través de Chicfy y allí mismo encuentras la chaqueta perfecta contra el largo invierno berlinés. Te han bastado tus pulgares y tus índices para gestionar un día de tu vida.”

El éxito de empresas como BlaBlaCar, UBER o Airbnb ha disparado las expectativas de la “economía colaborativa”. Estas grandes compañías hacen uso de informes como el realizado por Price Waterhouse Coopers para explicar la realidad en función de sus intereses. El citado think tank neoliberal llama «economía colaborativa» al alquiler temporal de, por ejemplo, coches o viviendas, a través de aplicaciones tecnológicas como UBER o Airbnb. Además, en función de su interés, pueden incluir sin ningún tipo de rubor el software libre, la economía social y solidaria o el cooperativismo. Hablan de “toda esa colaboración social que produce economías más sostenibles y justas”. Ahora bien, en ningún momento se analiza con seriedad si la gestión es más o menos democrática, si se cierran o abren los datos y quién los explota, si se reparte equitativamente la riqueza producida, si se fiscaliza la actividad económica y ni mucho menos conocer el impacto social y territorial de su actividad.

Día tras día se relaciona a la “economía colaborativa” o a esas nuevas empresas con “modelos de negocio de ciudadano a ciudadano (peer to peer); con “plataformas digitales que ponen en contacto a personas que a su vez ponen en valor lo que tienen o lo que saben”; con “el derecho a producir de los ciudadanos”; con «alternativas para mantener tu nivel de consumo de manera más eficiente»; o con una alternativa tan maravillosa que  «favorece la redistribución de la renta, es un complemento de rentas y genera una economía más participativa» (Vicente Fernández, secretario general de Innovación, Industria y Energía de la Junta de Andalucía). Y todo ello a pesar de que los fundadores de Airbnb o Uber ya aparecen en la lista Forbes como multimillonarios de menos de 40 años. Es decir, una economía que genera servicios más baratos a través de que la ciudadanía genere valor y, todo, haciendo compatible el surgimiento de nuevos multimillonarios con el fomento de la redistribución de la renta.

Si nos guiamos por lo anterior estamos ante prácticas económicas verdaderamente extraordinarias. Sin embargo, la realidad es que lo que comenzó como la promesa de cambio o transformación se parece cada vez más a una nueva redefinición del capitalismo. De ahí que sea más apropiado denominarlo “capitalismo colaborativo”, “capitalismo de plataforma” (Sasha Lobo y Martin Kenney) o, incluso, “economía de bolos” (gig economy; se traduce bolos como los realizados por los grupos musicales). Las corporaciones y empresas de este sector utilizan perfectamente las nuevas herramientas tecnológicas de internet y aprovechan los recursos o servicios que producen otros para el enriquecimiento de unos pocos “emprendedores”.

Trebor Scholz y Nathan Schneider han abierto el debate sobre las verdaderas consecuencias del capitalismo de plataforma. Además, proponen verdaderas plataformas colaborativas a las que denominan “cooperativismo de plataforma” (“Platform Coop”). El “cooperativismo de plataforma” propone una economía colaborativa que combina lo mejor de las plataformas con los principios cooperativos internacionales. Esto es, unir las nuevas tecnologías o herramientas que permite internet con la idea de propiedad compartida, la puesta en marcha de nuevos modelos de gobernanza, la participación del ciudadano-productor de valor en la toma de decisiones en principios de igualdad (frente al control exclusivo del propietario-inversor) y con el reparto de los beneficios entre los usuarios.

 

El modo de funcionamiento del capitalismo de plataforma

  “La propiedad de las instituciones de las que dependemos para vivir, para comer, para trabajar, se está concentrando cada vez más. Sin la democratización de nuestra economía, sencillamen­te no tendremos el tipo de sociedad que queremos tener, o que aspiramos a tener. Simplemente no vamos a tener una democra­cia. ¡Internet, de hecho no está ayudando! Está alimentado por el pensamiento a corto plazo, por los beneficios empresariales; está dirigido por el capital de riesgo y está contribuyendo a la concen­tración de la riqueza en cada vez menos manos.”

John Duda

El “capitalismo de plataforma” se basa en extraer beneficios empresariales de un determinado tipo de servicios. Las ocupaciones o sectores que no pueden ser deslocalizadas –el transporte, alquiler, la per­sona que limpia en casa, etc.- son controlados mediante aplicaciones basadas en las interacciones entre usuarios. Se amplía de este modo la mercantilización a áreas de nuestras vidas que antes eran privadas (característica esencial de la globalización capitalista, ampliar las áreas susceptibles de generar beneficios empresariales). En definitiva, es una economía de servicios bajo demanda que se dispone a obtener beneficios económicos de actividades que antes eran privadas, con la utilización de herramientas informáticas innovadoras.

La relación que se establece entre, por ejemplo, una persona que oferta su coche para ir de Huelva a Sevilla y quienes demandan este servicio de transporte, sirve para que los propietarios de las herramientas informáticas necesarias para ponerlos en contacto extraigan enormes cantidades de riqueza, acumulen capital en grandes cantidades. Este tipo de relación social, que algunos denominan cooperación, es soporte de una enorme acumulación de riqueza en muy pocas manos, muy lejos del ideal cooperativo de ser una herramienta para el beneficio colectivo. Así, los 335 millones de dólares que se estima facturarán estas empresas en 2025 se habrán producido gracias a la cooperación social y gracias al territorio sobre el que se producen los servicios. Pero su plan es que parezca que todos salimos igualmente beneficiados, cuando la realidad es muy distinta.

Hace un siglo y medio, Karl Marx analizó cómo se disciplinaba la cooperación en una fábrica. Marx llamaba cooperación a «la forma de trabajo de muchos obreros coordinados y reunidos con arreglo a un plan en el mismo proceso de producción o en procesos de producción distintos». Disciplinar la cooperación con arreglo a un plan hace que el total sea más que la suma de las partes. Cooperar quiere decir ordenar las tareas para producir de manera más ágil, realizar acciones que solo pueden hacer muchas manos trabajando juntas, colaborar para solucionar problemas que una persona no sabría resolver. Ese plan disciplina la cooperación para hacer la producción más rentable para el empresario. En el fondo, Marx venía a decir que no hay capital sin cooperación pues para obtener beneficios empresariales del trabajo es necesario ordenar con “arreglo a un plan» la capacidad cooperativa de las personas trabajadoras.

Las empresas del capitalismo de plataforma absorben el valor de la cooperación que producimos en nuestras relaciones cotidianas o cuando buscamos respuesta a necesidades básicas. No se trata de extraer renta de la riqueza producida en la fábrica, sino de extraer renta de la riqueza que producimos cotidianamente, parasitando las relaciones de colaboración que se dan en el territorio o en la red. El capital ya no organiza la producción, sino que directamente se limita a parasitarla. Es pura lógica rentista: la exacción como una forma de explotación.

 

Las consecuencias sociales del capitalismo de plataforma

 “A la sombra de una mayor comodidad en el acceso a ciertos servicios por parte de una parte de la población, tiene por contrapartida importantes costes sociales para la clase trabajadora, sobre todo la menos cualificada”.

Trebor Scholz

Las tecnologías y sus sistemas de diseño potencian la cooperación. Ahora bien, en capitalismo son las minorías las que se aprovechan de esa explotación de la cooperación social, la riqueza del territorio y sus infraestructuras. Es evidente que los planes del capitalismo no son redistribuir la riqueza o cuidar el medioambiente, sino explotar el trabajo ajeno y reproducir las desigualdades sociales y territoriales.

En algunos casos el “capitalismo colaborativo” se presenta como la señal de una futura sociedad donde no existirá el trabajo, como el camino hacia el capitalismo ecológicamente sostenible. Sin embargo, para lo que sirve es para liberar a los empleadores de cualquier tipo de regulación laboral que suponga un derecho para las personas trabajadoras.

Los primeros análisis realizados en Estados Unidos de las grandes corporaciones del capitalismo de plataforma tienen una conclusión en común: las terri­bles condiciones de trabajo que generan. Las corporaciones del capitalismo de plataforma cuentan a su disposición con ingentes bolsas de personas trabajadoras para la asignación de la demanda, pero a quienes no considera como tales (los consideran “no-tra­bajadores”, trabajadores autónomos o independientes). De este modo, las corporaciones externalizan los medios de producción (como ejemplo, el uso del coche pro­pio), así como las cargas sociales y el riesgo. La economía colaborativa corporativa o capitalismo de plataforma se convierte, de este modo, en una economía “sin salario mínimo, horas extraordinarias y protecciones que existían a través de las leyes contra la discriminación en el empleo” (Trebor Scholz).

En la mayor parte de los casos, la prestación de servicio que anteriormente realizaba un empleado con derechos laborales o incluso un autónomo con capacidad de generar rentas suficientes para tener un aceptable nivel de vida, ahora se realiza a través de un trabajador más eventual, un freelance o un “contratista independiente”, lo que también se conoce como trabajador de “bolos”. En el proceso, las personas trabajadoras están perdiendo el salario mínimo, las ho­ras extraordinarias o los derechos laborales asociados al empleo. En realidad, los “jornaleros digi­tales” tienen numerosas semejanzas con los jornaleros agrícolas. Mientras estos últimos iban a la plaza del pueblo cada mañana para ver si eran elegidos, los primeros se levantan cada mañana solo para unirse a una su­basta de sus propias actuaciones. Según la economista Juliet Schor, “la economía colaborativa ofrece cada vez más acceso al empleo de bajo nivel para la clase media educada, que ahora puede conducir taxis y ensamblar muebles en casas de otra gente, mientras que al mismo tiempo desplaza a los trabajadores de bajos ingresos de estas ocupaciones”. En Estados Unidos, una de cada tres personas trabajadoras ya es contratista independiente, jornalera, temporera, o freelance.

Además, el innovador y moderno “capitalismo de plataforma” depende, aunque parece que este aspecto se oculta con eficacia, de vidas humanas explotadas a lo largo de sus cadenas de suministro globales, comenzando por el hardware. La producción y, por tanto, la posibilidad de hacer uso de los dispositivos informáticos que promueven el capitalismo de plataforma, se basa en las condiciones de trabajo en lo que Andrew Ross llama “fábricas suicidas de Foxconn” en Shenzhen, China. O la extracción de raros minerales de la tierra en la República Democrática del Congo. Por tanto, es esencial seguir las cadenas de suministro que facilitan todos estos estilos de vida digitales, aparentemente limpios y glamurosos.

En realidad, el capitalismo de plataforma está aprovechando la situación creada tras la crisis del 2008, no para repensar el sistema econó­mico hacia uno más justo y estable, sino como estrategia para el desmantelamiento de las condiciones de empleo.  En este sentido se acuñó el término “desplumar a la multitud”, mediante la disposición de una reserva mundial de millones de trabajadores en tiempo real.

Comienzan a surgir las primeras formas de protesta y lucha ante esta nueva relación laboral. La empresa de servicios de comida a domicilio Deliveroo no pone la bicicleta ni el smartphone y ni siquiera se hace cargo de los repartidores en el caso de tener un accidente, puesto que no son “empleados” sino freelance (lanzas libres). En Londres, los repartidores de Deliveroo acaban de ganar una huelga motivada por un cambio en la forma de pago de la empresa. Si antes pagaban una cantidad fija por hora, ahora pretendían pagar por pedido realizado, empeorando considerablemente sus ya de por sí malas condiciones laborales. En este tipo de conflictos, como el de Deliveroo, se puede invertir a la llamada “economía colaborativa” y hacer de cada precariedad particular un conflicto colaborativo en la ciudad. Una alianza entre ciudadanía y reivindicación puede elevar el conflicto y enfrentar a la empresa en un terreno donde se le puede ganar: el boicot, dañar su imagen, la complicidad de la ciudadanía y la espiral solidaria que hunde sus beneficios. Se trata, por tanto, de pensar la reivindicación de nuevos derechos disociados del empleo cuando el conflicto no se centraliza en el centro de trabajo.

Por otro lado, el impacto del capitalismo de plataforma en tér­minos de marco regulatorio no es mucho mejor. Scholz califica la ilegalidad en que en cierta medida operan las cor­poraciones no como un error o algo que se resolverá con el tiempo, sino como un método; una estrategia de creación y consolidación de mercado. Por ello, las corporaciones gastan millones en grupos de presión sobre las instituciones públicas para que realicen cambios regulato­rios mínimos o a su favor. En dicho ámbito, pero ya en clave de las denominadas “puertas giratorias”, resulta particular­mente llamativo el reciente caso de Neelie Kroes, comisaria europea de la Agenda Digital que tras abrirle las puertas de la Comisión Europea a Uber, ha pasado a trabajar para dicha compañía como asesora.

 

El cooperativismo de plataforma

 “En Internet hay producción social, pero no economía social”.

Mayo Fuster

“El movimiento cooperativo tiene que llegar a un acuerdo con las tecnologías del siglo XXI”.

Trebor Scholz

La cuestión es si es posible ordenar esas tecnologías, esas fuerzas que colaboran y cooperan, de modo que se pueda producir un beneficio colectivo. Para ello se propone la propuesta del “cooperativismo de plataforma”. A grandes rasgos, el cooperativismo de plataforma consiste en hacer que la propiedad de las herramientas tecnológicas, portales o plataformas pase a ser de las personas trabajadoras y/o usuarias y que su gobierno sea democrático.

Trevor Scholz caracteriza el enfoque del cooperativismo de pla­taforma en base a tres elementos clave. El primero es que se basa en el mismo di­seño tecnológico que las compañías del capitalismo de plataforma. Es decir, se trata de clonar el corazón tecnoló­gico de Blablacar o Airbnb y ponerlo a trabajar con otras características y modelos de gestión y propiedad.

El segundo elemento es que el cooperativismo de plataforma debe conllevar un cambio es­tructural, un modelo de propiedad democrático. Las plataformas deben ser propiedad y gestionadas por colectivos sociales, sin­dicatos, administraciones locales o diversas formas de cooperativas. Todo ello, desde cooperativas que son fruto de múltiples alianzas y propiedad de personas trabajadoras, consumidoras o prosumidoras (acrónimo de productoras y consumidoras; también se les denomina pro­dusers (acrónimo de productoras y usuarias en inglés).

Y en tercer lugar, el cooperativismo de plataforma deberá estar construido sobre la reformulación de conceptos como la innovación y la eficiencia con la vista puesta en be­neficiar a todas las personas, no solo absorbiendo beneficios para unas pocas.

Para que el cooperativis­mo de plataforma sea sensible a los problemas críticos que enfrenta el capitalismo actual debe favorecer la reducción de desigualdades y la distribución de benefi­cios en la sociedad. Para ello es necesario avanzar teniendo como referencia los siguientes principios: la propiedad colectiva de la plataforma; el pago decente y la máxima seguridad posible de renta; la transparencia y portabili­dad de los datos; la apreciación y el reconocimiento del valor generado; las decisiones colectivas en el trabajo; un marco legal protector que sirva para proteger eficientemente a las personas trabajadoras en el desempeño de la prestación de los servicios.

Trebor Scholz también ofrece una tipología de cooperativas de plataforma ya en funcionamiento.

1) Intermediación laboral. Se trata de generar un modelo de intermediación laboral en línea que adopte los principios anteriores. Un ejemplo es “Loconomics” (San Francisco, EE.UU.), cuya propiedad es de las personas que trabajan en régimen de autónomos. TaskRabbit es otro ejemplo que hace posible programar que alguien monte muebles que vienen desarmados.

2) Comercio electrónico. Mercados de compraventa online de propiedad cooperativa. Un ejemplo es la alemana Fairmondo, que comenzó como un mercado en línea descentralizado propiedad de sus usuarios. De este modo se ha convertido en una cooperativa de 2000 socios alternativa a los grandes actores de comercio electrónico (Amazon o eBay). Además, promueve entidades de comercio justo y de origen ético. El objetivo es general un mercado mundial en línea, descentralizado y que sea propiedad colectiva de todas las cooperativas locales.

3) Plataformas propiedad de los “prosumidores” (produsers). Cooperativas propiedad de co­munidades de prosumidores que generan y acceden a con­tenidos en plataformas compartidas. Son una respuesta a las plataformas monopolistas como Facebook y Google, que atraen a los usuarios con la promesa del “servicio gratuito” mientras que obtienen beneficios de mercadear con su contenido y sus datos. Ejemplos son sitios como Member’s Media, Stocksy o Resonate.

4) Plataformas de trabajo respaldadas por sindicatos. En Estados Unidos hay ejemplos en que los taxistas y los sindicatos han comenzado a trabajar juntos, construir aplicaciones y organizar el sector del taxi. Por otro lado, la California App-Based Drivers Association (CADA) es una organización sin ánimo de lucro que unifica a los conducto­res de Uber, Lyft, Sidecar y otras compañías basadas en apli­caciones. Los conductores de la CADA no son empleados y por lo tanto no pueden ser miembros de pleno derecho del sindicato. Sin embargo, el Teamsters Local 986 de California puede ejercer presión para conseguir una regulación favo­rable a los conductores. Se aseguran de que los conductores que trabajan para empresas como Lyft y Uber hablen con una sola voz.

5) Cooperativas de plataforma municipales. Se trata de alternativas de propiedad municipal a las corporaciones del capitalismo de plataforma que prestan servicios de alquiler. Es posible que desde una ciudad se construya una plataforma como Airbnb, o si varias de estas “ciudades rebeldes” unidas en red construyeran un proyecto como este. De este modo, los beneficios obtenidos se quedarían en la localidad. Se trata de generar un software/ cooperativa diseñado por la ciudad, similar a Airbnb, que po­dría servir como un mercado en línea de propiedad y de gestión democrática por parte de las personas que alquilan espacio para los viajeros. Uno de estos proyectos, Munibnb, ya está en marcha en Seúl (Corea del Sur), y se propone la creación de una Alianza de Ciudades para la Economía de Plataforma (CAPE, por sus siglas en inglés) con el fin de conseguir ciu­dades organizadas en torno a dicha idea de plataforma.

 

De lo que hay a lo que puede haber

Ante estas realidades desde Autonomía Sur pensamos que es preciso “abrir los ojos y tomar conciencia”, como decía el maestro José Luis Sampedro. Abrir los ojos en este caso es analizar y conocer bien estas nuevas actividades económicas de prestación de servicios que precarizan empleo y suponen enormes beneficios para muy pocas personas. Además, son actividades que evaden pagos a las arcas públicas y, por tanto, no colaboran, nunca mejor dicho, con la prestación de servicios públicos.esde luego que la realidad laboral y social que promueve la denominada “economía colaborativa”, mejor llamada capitalismo de plataforma, no es buena para la mayoría de la gente. Aunque empeorar las condiciones laborales parecía difícil, el capitalismo es capaz de superarse a sí mismo.

A partir de este primer paso es necesario cooperar, colaborar, unirse, tanto para generar movimientos sindicales o laborales de resistencia, como para generar entidades de Economía social transformadora que puedan cambiar el modelo productivo andaluz hacia una mejor distribución de la riqueza generada y, con ello, mejorar la vida de las personas que habitamos en Andalucía. El cooperativismo de plataforma es una opción a impulsar y promocionar por todas aquellas personas y entidades que luchan por la transformación económica.

Quizás para ello, como dice Jorge Moruno, “necesitamos golpearnos a nosotros mismos y asumir la realidad como inasumible, una realidad que beneficia al amo rentista cada vez que se repite una y otra vez, ‘mejor cualquier trabajo que ninguno’. Rechazar ‘lo que hay’ como la vía para conseguir ‘lo que puede haber’”.

 

 Bibliografía

  • Trebor Scholz. “Cooperativismo de plataforma. Desafiando la economía colaborativa corporativa.”Dimmons.net
  • Mayo Fuster Morell. “De la economía colaborativa corporativa a la social, procomún, feminista y ecológica.” Prefacio a la edición en castellano de “Cooperativismo de plataforma. Desafiando la economía colaborativa corporativa.”
  • Rubén Martín Moreno. http://ctxt.es/es/20160420/Politica/5502/economia-colaborativa-redistribucion-renta-economia-social-airbnb-Econom%C3%ADa.htm
  • Marcela Basch. Entrevista a Trebor Scholz. 15/08/2016 blog, Kultursymposium Weimar. Fuente. http://elplanc.net/cooperativas-plataforma-entrevista-trebor-scholz/
  • Jorge Moruno. Esclavos sin amo. https://www.cuartopoder.es/ tribuna/2016/09/07/ esclavos-sin-amo/9052?am_force_theme_layout=desktop&nomobile=false
  • Isabel Benítez. “La economía colaborativa pasa de cisne a patito feo.”
  • Alejandro Ávila. http://www.eldiario.es/andalucia/poder-economico-ciudadano_0_365013496.html
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Esparragueras (económicas)

La economía social transformadora para la clase trabajadora[1]

Reflexiones sobre emancipación, trabajo y economía social transformadora desde Andalucía

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Conceptos básicos

La pérdida de soberanía comienza con la pérdida del control de los conceptos, del significado de las palabras. Por tanto, para hablar sobre “la economía social transformadora para la clase trabajadora” nos parece del todo punto relevante aproximarnos a saber qué se entiende por economía, economía social y por trabajo.

Las definiciones convencionales de economía la definen, de forma general, como la ciencia que estudia el mejor modo de satisfacer necesidades con recursos escasos susceptibles de usos alternativos. Sin embargo, a lo que actualmente se denomina economía (sin adjetivos) tiene por objetivo la acumulación de capital, se centra en el beneficio, en el lucro. La economía social, en contraste con esta economía capitalista, podemos entenderla como el conjunto de iniciativas socioeconómicas, formales o informales, individuales o colectivas, que sí priorizan la satisfacción de las necesidades de las personas por encima del lucro.

Respecto al trabajo, el capitalismo lo ha reducido al empleo o trabajo asalariado. Este sistema ha tenido como base la idea de que sólo hay un tipo de trabajo “productivo”, el trabajo asalariado, aquél que sirve de modo directo para la acumulación de capital. Precisamente el tipo de trabajo que ha convertido a las personas en subordinadas de unas minorías propietarias del capital. Sin embargo, es preciso dejar de confundir trabajo con empleo. Una definición más amplia y sólida es aquella según la cual trabajo es la “ejecución de tareas que suponen un esfuerzo mental y físico, y que tienen como objetivo generar bienes y servicios para atender las necesidades humanas.” En palabras de David Harvey, “el trabajo es la actividad económica que acompaña a la propia vida.” Por tanto, lo que en capitalismo se denomina trabajo no es más que un tipo de trabajo, el trabajo asalariado, empleo y remunerado por cuenta ajena. Otros tipos de trabajos son los de cuidados, reproducción, voluntario o el autoempleo colectivo, el propio de la economía social o emprendimiento colectivo.

 

Mecanismos capitalistas para la subordinación

La economía capitalista, ayudada por elementos como la asimilación de trabajo con el trabajo asalariado, la propiedad privada y la supremacía del valor de cambio y el mercado, ha logrado que su agente hegemónico, el capital, tenga la capacidad de otorgar el derecho a la existencia. En capitalismo, la soberanía y la autonomía del capital impiden la soberanía y la autonomía de las personas, colectivos u otros agentes.

Con la llegada del capitalismo, los bienes comunes y los medios de producción se convirtieron en propiedad privada. La Naturaleza, la tierra, pasó a ser una mercancía. Nadie podía utilizar estos bienes salvo sus propietarios. Los bienes del común pasaron a ser de unas minorías que excluyeron a las mayorías de su uso y disfrute. Desde ese momento, los propietarios pasaron a necesitar cada más un mayor número de personas dispuestas a trabajar para ellos, así como los no propietarios pasaron a necesitar un salario ante la imposibilidad de ganarse la vida de forma autónoma. El trabajo pasa a ser trabajo asalariado o empleo, las personas pasan a ser fuerza de trabajo. Las personas no digirieron sin problemas la disciplina, el control o la dependencia que les supuso convertirse en mano de obra. Miles y miles de personas fueron asesinadas en los países europeos y en las colonias, así como un enorme número de mujeres fueron violadas y asesinadas en la “caza de brujas” necesaria para imponer la disciplina del trabajo asalariado[2].

Los ingresos de las personas y su capacidad de satisfacer sus necesidades pasaron a depender del mercado, del valor de cambio de los bienes y servicios que se producen. La producción tiene por objetivo maximizar los beneficios, acumular capital, nunca tienen como prioridad la satisfacción de las necesidades de las personas. No se produce, por tanto, para que la gente pueda consumir, sino que poco a poco se pasa a crear consumo, deseos, para que se pueda producir con beneficios.

En una economía y sociedad como en la que vivimos, cuyo objetivo esencial es la acumulación de capital, es muy dificultoso, cuando no directamente imposible, la autonomía/soberanía de las personas, comunidades u otros agentes que no sean el capital. Su origen y desarrollo es la historia de cómo el capital ha logrado su soberanía a costa de las personas, de las mujeres, de la clase trabajadora, de pueblos y comunidades enteras. Por tanto, en capitalismo, las personas y los territorios dependen del capital para poder subsistir. Para aspirar a la soberanía económica es preciso transformar el sistema socioeconómico por el que nos regimos. En capitalismo, otro mundo es imposible.

 

La economía social transformadora como instrumento para la emancipación

Frente a esta economía capitalista surge la economía social. Ahora bien, dentro de este conjunto de iniciativas existe una gran diversidad. A muy grandes rasgos, se puede dividir las distintas prácticas de la Economía social en dos grandes tipos. Por un lado, una economía social adaptativa o de mercado, “compuesto por empresas o iniciativas mercantiles que atienden a lógicas del capitalismo pero que intervienen desde una democratización (reducida) de la gestión de la organización empresarial”[3]. Por otro lado, estaría la Economía social que desde diversos ámbitos se está comenzando a denominar “transformadora” y que engloba al conjunto de iniciativas que pretenden caminar hacia un sistema socioeconómico alternativo; que se dirigen hacia una Economía del “trabajo emancipado”; que impulsa el control colectivo del excedente; que impulsa un consumo crítico, unas finanzas éticas y una distribución justa. En definitiva, unas prácticas coherentes con la creación de otra economía no capitalista o poscapitalista en las que se avanza en alternativas emancipadoras del concepto de trabajo, valor, propiedad y consumo.

Los mercados para el trabajo, la tierra y el dinero son esenciales para el funcionamiento del capitalismo. Ahora bien, ni el traba­jo, ni la tierra, ni el dinero son mercancías. El trabajo es la actividad eco­nómica que acompaña a la propia vida, la cual, por su parte, no ha sido pro­ducida en función de la venta, y esta actividad tampoco puede ser desgajada del resto de la vida, ni puede ser almacenada o puesta en circulación. Sin embargo, para el capitalismo fue trascendental la mer­cantilización, monetización y privatización de la fuerza de trabajo. El capital únicamente puede reproducirse sistemáticamente mediante la mercantilización de la fuerza de trabajo (lo que incluye el trabajo reproductivo y de cuidados). Esto implica convertir el trabajo social, es decir, el trabajo realizado  para otras personas, en trabajo social alienado, esto es, trabajo dedicado únicamente a la producción y reproducción del capital. Las personas con un trabajo asalariado que­dan en una situación en la que no pueden hacer otra cosa que reproducir mediante su trabajo las condiciones de su propia dominación. Eso es lo que significa para ellos la libertad bajo el dominio del capital.

Frente a esto, mediante el “trabajo libre asociado” se pretende des-alienar el trabajo y que las personas puedan determinar su propio proceso de trabajo. La economía social transformadora debe contribuir a eliminar la explotación de unas personas por otras y al establecimiento de la cooperación en un proceso común. En resumen, del trabajo asalariado como pilar del sistema capitalista, hay que avanzar hacia un régimen de producción comunitario; de una economía donde el trabajo es considerado como mercancía y las personas son recursos humanos, hay que avanzar hacia una economía del “trabajo emancipado”, donde las personas dejen de ser inputs, factores productivos, recursos humanos.

La búsqueda de otro trabajo no asalariado está completamente relacionada con la eliminación de la propiedad privada de los bienes comunes, medios de producción y/o de vida en los que se sustenta la condiciones materiales de la gente. Por tanto, la transformación social requiere optar por otras formas de gestión y propiedad de estos bienes o medios distinta a la propiedad privada.

Lo más importante de un sistema de producción alternativo es que permita a las personas controlar sus vidas, y esto es imposible con un sistema de propiedad privada. Por tanto, una unidad económica de producción de bienes y servicios transformadora debe basarse en la propiedad colectiva de los medios de producción y los bienes producidos. El reparto como principio frente a la acumulación debe extenderse hacia la gestión de los bienes o medios de producción, la toma de decisiones, los excedentes, las responsabilidades, etc. En definitiva, la Economía social transformadora debe propiciar un nuevo sistema productivo comunitario que busque alternativas a la propiedad privada, base esencial del capitalismo como sistema de explotación de unas personas por otras.

En tercer lugar, se trata de producir bienes y servicios en función de, hasta donde sea posible, el valor de uso. El capitalismo tiene como base otorgar a los bienes y servicios el valor que marca la demanda solvente, es decir, lo que se está dispuesto a pagar en el mercado. Se atiende por tanto al valor de cambio y no al valor de uso. Si alguien no tiene poder de compra, es decir dinero, no podrá satisfacer sus necesidades.

El valor de uso es la aptitud que posee un bien o servicio para satisfacer una necesidad. En este sentido, el valor de los bienes y servicios no estará en función del precio que se está dispuesto a pagar y de los beneficios monetarios que se pueden obtener, sino de la capacidad o aptitud que tiene el bien o servicio para satisfacer una necesidad.

Se trata, posiblemente, del eje o elemento más difícil de alcanzar por las actuales entidades o unidades productivas pues el contexto en el que se mueven no les permite tener un grado de autonomía demasiado amplio. Este grado de autonomía, soberanía o margen de maniobra dependerá, en muchos casos, del nivel de competencia (que no competitividad) con la que la entidad produce sus bienes y/o servicios.

En definitiva, y para terminar, con estas reflexiones se ha intentado contribuir al debate sobre cómo avanzar hacia una economía social transformadora, hacia la construcción de un conjunto hegemónico de prácticas socioeconómicas que sí tienen por objetivo la satisfacción de las necesidades materiales de la gente, que su finalidad máxima es mantener y enriquecer la vida, y a que aspira a generar grados de autonomía o soberanía a las personas y comunidades. Un debate imprescindible si no se quiere formar parte de modo acrítico e incluso legitimar la actual fase del sistema capitalista, así como avanzar en alternativas hacia una vida mejor. Porque, como dice la sabiduría popular andaluza reflejada en las coplas flamencas, “no merece compasión/ quien siendo esclavo/ no quiere buscarle la solución.”

[1] Este artículo tiene por objetivo reflejar por escrito la mayor parte de las ideas esbozadas en la intervención del autor en Gasteiz, el 22 junio 2018, en el seminario organizado por Manu Robles-Arangiz Institutua Fundazioa con el título de Economía social y solidaria y soberanía(s).

[2] Federici, S. (2004): “Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”. Ed Traficantes de Sueños.

[3] Calle Collado, A. y Casadevente J.L (2015): “Economías sociales y economías para los Bienes Comunes”. Otra Economía, vol. 9, n. 16, enero-junio 2015. Páginas 44-68.